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domingo, 4 de octubre de 2015

Fracaso escolar en España ¿cuestión de hambre y sueño?


Soy consciente. Conspicuos de todos los pelajes (desde expertos en educación hasta columnistas y tertulianos, pasando por políticos, sindicalistas, economistas y fruteros) culpan del pavoroso fracaso escolar de nuestro país (medido según PISA) a los factores más diversos, como a la descentralización de la educación tras el Estado de las Autonomías (como hoy mismo hace el catedrático de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla, Antonio Porras Nadales en el DIARIO DE SEVILLA), a los cambios de los modelos educativos que se suceden en nuestra co-patria, a la falta de autoridad de los docentes (por lo que según la ínclita Esperancita Aguirre habría que alzarlos 20 centímetros del suelo) e incluso a las políticas de inmersión lingüística.

Pero, querido lector o lectora, yo, que soy más de andar por los suelos que revolotear sobre las cabezas de nuestros compatriotas, también tengo una hipótesis: el fracaso escolar en España se debe a que los niños y las niñas ni duermen lo suficiente ni desayunan lo necesario.

Veamos los datos. Según está aceptado por las autoridades médicas, hasta los 5 años se debe dormir el 50% del día, es decir, 12 horas, y que a partir de ahí hasta la adolescencia se debe descansar el 40% del día, es decir, 10 horas. Pues bien, si hacemos caso a la Sociedad Española del Sueño, los niños duermen poco y mal, ya que un tercio tiene problemas de descanso y el 60% duerme menos de las 10 horas recomendadas.

Pero no es necesario apelar a los científicos de la materia, sino sólo hacer memoria de nuestra propia experiencia personal. Un menor que tiene que entrar en el colegio a las 08:30 horas debería levantarse, si vive próximo a su colegio, al menos a las 07:30 horas para desayunar, asearse, vestirse y desplazarse, lo que supone que debería estar en la cama a las 21:30 horas. Pero si vive lejos de su colegio o los padres deben entrar en el trabajo a las 08:00 horas, por ejemplo, deberían levantarse al menos de 06:00 horas a 06:30 horas, lo que obligaría a estar en la cama como mínimo a las 20:00 horas o a las 20:30 horas. ¿Cuántos niños y adolescentes de hoy conoces que a esas horas estén bañados, cenados y dormidos?

¿Qué efectos produce la falta de descanso? Fundamentalmente problemas de aprendizaje y desarrollo cognitivo. Según Jesús Panigua, responsable de la unidad del sueño en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada, cuando un niño tiene sueño disminuye su atención y se bloquea la capacidad de retener la información.  Si esta somnolencia se prolonga, su desarrollo cognitivo irá más lento y la comprensión será más difícil. 

¿Y cuántos niños duermen poco y mal en España según la Sociedad Española del Sueño? Al menos un tercio. Yo diría que en la adolescencia todos duermen menos de lo necesario.

Pero esto es sólo la mitad del problema. Porque muchos de los niños y adolescentes, además de dormir poco no desayunan en casa. Veamos los datos. Según la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, entre el 20% y el 40% de los niños españoles van al colegio sin desayunar. Parece razonable pensar que el número irá aumentando según la edad de forma que en la primera infancia escolar, de 5 a 10 años, se desayunará en casa más que en la adolescencia.

¿Y qué efectos provoca el no desayunar en casa antes de ir al centro educativo? Según la SEEN favorece la obesidad y… ¡¡¡tachín, tachín!!! afecta al rendimiento escolar.

Es decir, que un tercio de niños y adolescentes tienen problemas de sueño, un tercio de niños van al cole o insti sin desayunar en casa, y, curiosamente, el abandono escolar prematuro en España tiene una tasa del 21,9%. Lo que sorprende es que no sea mucho más.

¿Cuáles serían los datos si la gran mayoría de los niños y niñas y adolescentes durmieran lo suficiente y fuesen desayunados al colegio o instituto? Posiblemente si, en vez de dedicarse a usar la educación como herramienta política y cuestionar el sistema educativo, la sociedad española se pusiese a hacer dormir lo suficiente a nuestros niños y adolescentes y luego mandarlos a clase bien desayunados, PISA nos luciría mucho mejor.

Pero, claro ¿cómo tener a los niños y adolescentes en la cama a las 20:00 horas si nosotros, los adultos, nos negamos a meternos en ella antes de las 01:00 h? ¿Y cómo obligarles a desayunar si la máxima nacional es aquello de “ya tomaré algo en el bar”? Y luego, para no sentirnos culpables, cargamos contra el sistema educativo.
         
Todo muy español, incluso en Cataluña.

viernes, 2 de octubre de 2015

Bien morir



Ayer, durante una entrevista radiofónica, el candidato socialista a La Moncloa abrió un melón con el que nos vamos a divertir bastante. Preguntado sobre la posición del PSOE entorno a la eutanasia, Pedro Sänchez afirmó que si alcanza la presidencia del gobierno de la Nación promoverá su debate con vistas a su aprobación.

Pero por mucho que nos divirtamos, el guión ya está escrito. En cuanto se plantee formalmente el tema, las organizaciones religiosas tronarán (aunque sobre todo nos lleguen las diatribas de la Iglesia Católica), el PP se posicionará en la ultraderecha más reaccionaria de Europa y aprovechará cualquier oportunidad para comparar con terroristas a los que estén de acuerdo con regularla, pero finalmente habrá mayoría en el Congreso, se aprobará y cumpliendo con lo que habrán dicho en la tribuna de la Carrera de San Jerónimo, al menos 50 diputados a Cortes del PP, con su presidente a la cabeza, presentarán un recurso de Constitucionalidad.

Luego la sociedad española, con esa normalidad que no deja de ser paradójica, ejercerá los derechos que le permita la ley. Y cuando el alto tribunal vaya a pronunciarse (¿siete, diez años después?) la eutanasia será un hecho completamente normalizado. Por eso la sentencia del Tribunal Constitucional ya se puede prever: declarará la ley conforme a la Constitución, y todos y todas nos dedicaremos a otra cosa. Y cerrará el guión cuando algún máximo dirigente del PP que firmó el recurso de anticonstitucionalidad acceda para sí o algún familiar cercano a la eutanasia.

Es triste, muy triste, que cualquier avance social en España haya contado con la encarnizada oposición de la derecha social, religiosa y política de España. Es triste, muy triste, que tras el ridículo que hicieron con leyes como las del divorcio o el matrimonio igualitario, el PP no comprenda que la sociedad española se liberó hace décadas de la tiranía de la jerarquía católica mediante el pago, eso sí, de cánones anuales más que generosos. Pero sobre todo es triste, muy triste, que miles, decenas de miles de personas sigan sufriendo sin necesidad cuando la razón y los sentimientos nos dictan que lo correcto es acortar la agonía.
         
Si debo elegir a un cristo, me quedo con el misericordioso, no con el vengativo. Espero no tener nunca que decidir sobre la vida o muerte de un familiar cercado, mis padres, mi marido, mis hermanos, mis sobrinos. Lo que sí tengo claro es que llegado el momento final quiero morir con dignidad, rodeado de los mismos, confiado en que nadie se empeñará en hacerme sufrir hasta el último de mis segundos.

domingo, 20 de septiembre de 2015

El día en el que el nacionalismo catalán consiguió lo que no quería: la independencia



Por cosas de la vida, ayer terminé debatiendo sobre el proceso catalán en una fiesta de cumpleaños con un catalán de primera generación bastante centrado, con el que, obviamente, tenía serias discrepancias. Pero no por él, sino porque suelo tener posiciones lo bastante excéntricas para no coincidir incluso con el más razonable de los seres humanos.

Esa conversación, educada y respetuosa, no sólo no me apartó de mi interpretación de lo que está sucediendo en España (Cataluña incluida) sino que además reforzó mi juicio previo.

Por discreción no revelaré los extremos de la conversación, pero sí quiero compartir contigo, querida o querido lector, una convicción que vengo arrastrando desde hace semanas y que, aunque de forma tangencial, la analiza Carlos Carnicero en su recomendable post Al final llegó el lobo y cundió el pánico.

Porque parece que hay una amplia mayoría en Cataluña cuyos sentimientos se dividen entre aquellos que votar a las candidaturas independentistas se vive como un corte de mangas al PP y la derecha española (mejor sería decir estatalista) y los que creen sinceramente en la necesidad de la independencia, amasados todos ellos en un principio general del órdago a lo grande: pidamos todo para que nos den lo suficiente. Es decir, pidamos la independencia para que nos den el Concierto Económico.

Pero la ecuación catalana tiene sus debilidades. La psicología española es muy peculiar, como nos advertía Amércio Castro, al hablar de la independencia de Portugal. De hecho, la sociedad española reacciona al rechazo con indiferencia, la perfecta socialización del principio descrito en la fábula de la zorra y las uvas.

La intel-ligència nacionalista catalana no parece tener preparado un plan B  por si cuando inicien el procés, la respuesta del Estado no sea mandar ni al Tribunal Constitucional, ni al ejército ni a la Guardia Civil, y mucho menos un contrato de Concierto.

Porque puede ocurrir que la respuesta del Estado y de la sociedad española sea al final de resignación a la independencia pero jurando un odio eterno que persiga durante décadas al nuevo Estat Catalàn. Hasta el infinito… ¡y más allá!, como diría Buzz Lightyear.

Post scriptum. A este post ha respondido M.P., un amigo al que no sólo estimo en lo personal sino respeto en lo intelectual. Y he creído que su comentario en facebook  merecía incluirse como colofón de este post, y por ello lo transcribo:

Es que no se dan cuenta (los soberanistas) que el "tema" termina en el Ebro. Es más, ni definiría siquiera como "resignación" la mezcla de sentimientos (y ausencia de los mismos) que suscita (más bien, no suscita) la cuestión.

Se da una circunstancia curiosa: España sí se ha independizado de Cataluña. Lo ha hecho, en el sentido de que cómo derive la cuestión no importa mucho (y el precio por un entendimiento es dudoso que se pague o se entienda). En cambio, Cataluña no se ha independizado y, aunque se convierta en Estado, dudo que mentalmente lo hagan. Pasa como Portugal: no pueden librarse de nosotros. Lo cual hará un Estado Catalán tan tan entretenido como la España de la que salen. 

domingo, 12 de abril de 2015

Ralf Dahrendorf y la necesidad de la socialdemocracia


A finales de los noventa, por motivos que bien valen otro post, terminé reunido con José Manuel Romay Beccaría en su despacho del Ministerio de Sanidad. Y tuvo la gentileza, cosa que no me ha ocurrido nunca, de regalarnos a los asistentes a la reunión un ejemplar de Reflexiones sobre la revolución en Europa de Ralf Dahrendorf.

No tenía, ni tengo, una opinión política formada sobre él, más allá de su militancia en un Partido Político que en nada me siento reflejado. Pero sí me pareció muy atractivo en sus formas y en el detalle poco usual de regalar un libro que no era edición de la administración que dirigía ni que a priori suponía un proselitismo partidario hacia la formación del entonces presidente José María Aznar.

Y leí el libro que me descubrió un pensador muy atractivo, Dahrendorf, por más que en muchas ocasiones no comparta sus opiniones y razonamientos. Pero lo que más me quedó adherido a mis recuerdos de aquel libro fue una afirmación que he utilizado en este blog, cuando afirma que si el capitalismo es un sistema, debe ser combatido con la misma intensidad con que tuvo que ser combatido el comunismo. Y lo he recordado mucho en estos años porque he llegado a la conclusión de que el sistema capitalista que conocemos como neoliberal trabaja incansablemente para convertirse en un sistema en sí mismo, muy alejado de la sociedad abierta que defendía el pensador anglo-alemán.

Por cuestiones del destino, tras la búsqueda de documentación y libros que tengo depositados aquí y allá, en casas de familiares por culpa de una vida algo viajera, recientemente he recuperado aquel ejemplar, y lo he vuelto a leer, con igual o mayor fruición que la primera vez, como quien visita a un viejo amigo y descubre que a pesar de los años pasados sigue sin defraudar.

Y releyéndolo me he encontrado con pasajes e ideas que no recordaba, pero que a los cuales los más de quince años que han pasado desde su primera lectura le han dado un significado que yo no conseguí percibir entonces.

Reflexiones sobre la revolución en Europa tiene como subtítulo Carta pensada para un caballero de Varsovia que, como explica el propio pensador, era un trasunto y guiño al publicado en 1790 con el título Reflexiones sobre la revolución en Francia. Carta enviada a un caballero de París del inglés Edmund Burke. Las reflexiones de Dahrendorf era su análisis de los vertiginosos sucesos acaecidos en Europa tras la caída del muro del Berlín y el desmoronamiento del imperio soviético, a partir de 1989.

Desde su particular visión, recuerda en el texto su anuncio años antes de que “los partidos socialdemócratas de toda Europa no se hallaban en muy buen situación, y que aquellos que mejor estaban, como los de España o quizá de Italia, no era exactamente socialdemócratas” para concluir que “abogar por una sociedad decente ya no bastaba para el electorado de las sociedades avanzadas” y preguntarse “a qué se debía ese cambio de suerte de la fuerza política dominante durante un siglo”. “La respuesta más sencilla es: la victoria” afirmaba Dahrendorf. Una victoria que llevaba a nuestro autor a afirmar que “Entonces, todos éramos socialdemócratas y en muchos aspectos todavía lo somos”.

Y Dahrendorf comienza a describir de forma muy interesante la evolución que llevó a la socialdemocracia a su perdición:

La creación de una amplia mayoría compuestas por quienes podían satisfacer muchas de sus aspiraciones dentro de las condiciones existentes –una clase mayoritaria- transformó a los partidos socialdemócratas o bien en una fuerza protectora, por no decir conservadora, o bien en una fuerza prescindible, o en ambas cosas. El surgimiento de una clase mayoritaria (llamad a veces “clase media”, aunque el concepto se vuelve equívoco ante la ausencia de una clase alta que dé el tono y una cohesionada clase trabajadora) significó, sobre todo, que la tradicional base social de la socialdemocracia se había desvanecido. La clase trabajadora había decepcionado a sus líderes intelectuales; a diferencia de lo que éstos habían supuesto, no era en verdad una fuerza social particularmente progresista, sino una fuerza que buscó tanto la “ley y el orden” como el progreso económico y social, y cuyos miembros estaban, a fin de cuentas, complacidos por alcanzar dichas metas para sí mismos y para sus familias, sin importarles nada los demás. El conflicto de clases se transformó en movilidad social individual. […] A medida que se desarrollaba el proceso, la clase trabajadora no sólo perdió su cohesión, sino que además comenzó a encogerse. Surgió una nueva clase media de empleados de oficina, y aunque su posición en el mercado parecía similar a la de los obreros, ellos nunca se vieron a sí mismos como una parte del proletariado. El paso de la producción de bienes a la prestación de servicios redujo la clase obrera industrial a una minoría cuya condición social ya no pude ser caracterizada como oprimida o desdeñada”.

Si la victoria de la socialdemocracia dejó a la misma sin la clase social que había justificado su nacimiento (y por lo tanto su propia legitimidad), y abrió las puertas de par en par al neoliberalismo (que se ha convertido en la ideología y la praxis económica-política de éxito desde los años 80 del siglo XX), debemos aceptar la posición inversa.

Con el neoliberalismo, que ha dinamitado en gran medida todo el andamiaje político, social y económico de la socialdemocracia que había permitido la disolución de la clase trabajadora, han regresado las condiciones que permitieron el nacimiento de esta última. La victoria del neoliberalismo devuelve a la socialdemocracia su valor como ideología que, como afirmaba Dahrendorf, combina “democracia y planificación”, “libertad económica y control de la demanda”, “elección individual y redistribución”, en definitiva “libertad y justicia”.
          
Y ello porque al contrario que Marx y Engels, la socialdemocracia comprendió que el Estado lejos de ser el “cuerpo que administra los intereses comunes de la clase burguesa”, tenía que ser el instrumento que tiene la ciudadanía para reparar las injusticias del capitalismo. Por eso, frente al Estado mínimo del neoliberalismo y el no Estado del anarquismo, hay que recuperar el Estado al servicio del conjunto de la sociedad que propugna la socialdemocracia.

domingo, 29 de marzo de 2015

McCarthy ha vuelto



Desde pequeñito he tenido claro la diferencia entre hablar y ser un chivato. Pero para la mayoría de los niños y de las niñas, el “teorema del chivatismo” es la primera piedra que sustenta la grandiosa arquitectura de los sistemas sociales. Por más que luego te lean el cuento del Traje Nuevo del Emperador, ya se ha insertado en nuestra psique que el silencio es la mayoría de las veces el comportamiento no sólo más rentable sino incluso ético.

Callar ante una injusticia es la mejor forma de no señalarte. Y los españoles lo aprendimos a sangre durante siglos. No señalarte como judío ni moro, no señalarte como protestante, no señalarte como afrancesado ni como liberal, no señalarte como rojo o demócrata. Sobreviven los que callaron, y ese gen se ha ido convirtiendo en mayoritario entre la población española. Callar ante la arbitrariedad, el abuso, la injusticia se ha convertido en una virtud patria. Así se explica, más que cualquier pacto o atadura, que los ignominiosos crímenes del franquismo permanezcan aún en silencio.

Recientemente leí que el nieto de Luis Martín Bermejo no se enteró hasta los años 70 que su abuelo no había muerto en la mina de Río Tinto como le habían contado desde pequeño sino asesinado en 1936 por participar en la columna minera de Río Tinto, que pretendían ayudar a detener al genocida Queipo de Llano en la ciudad de Sevilla. Porque también su familia, víctima de una represión terrible, había aprendido que callar era la mejor forma de sobrevivir.

Ese aprendizaje de siglos mantiene secuestrada a la ciudadanía española bajo el tiránico principio de no señalarse. Y por eso, el artículo de Mercedes de Pablos en El Correo de Andalucía, titulado Humillaciones, supone un aldabonazo a nuestras conciencias, al negarse a callar, a no señalarse.

Porque en Andalucía estamos viviendo un marcartismo terrible. Durante los últimos años se están produciendo la violación sistemática de muchos de los derechos procesales a los que creíamos tener derecho. Y como ocurrió en Estados Unidos en tiempos de Joseph McCarthy, con gran aplauso de medios de comunicación, líderes de opinión y, fundamentalmente, con el aplauso atronador y el silencio cómplice de la sociedad andaluza.

Y eso que muchos en voz baja lo vienen diciendo, incluso se han atrevido a recogerlo en artículos citando a fuentes anónimas. Pero pocos se han atrevido a señalarse y a afirmarlo en primera persona como José Joaquín Gallardo, decano del colegio de abogados de Sevilla, y la periodista Mercedes de Pablo. La detención de 16 responsables y ex responsables de la Junta de Andalucía de los últimos días ha sido arbitraria y desproporcionada. Pero es que además es un paso más en un proceso de Estado Policial al que nos están llevando con la excusa de la lucha contra la corrupción.
             
Hoy todavía muchos aplauden en público y en privado las instrucciones judiciales de la jueza Alaya. Otros muchos las censuran con su silencio. Pero casi todos lamentarán dentro de unos años haber callado tanto. Pero entonces, ya será tarde.

sábado, 14 de marzo de 2015

La deshora de Andalucía.


Dentro de siete días, la cita electoral en Andalucía marcará el inicio de un año político lleno de fascinación, aunque sólo sea por el morbo de las combinaciones gubernamentales que pueden deparar parlamentos muy fragmentados, al menos en una proporción desconocida desde 1978.

Una cita electoral de ámbito autonómico que, una vez más, es mucho más que la elección del gobierno de la Comunidad más poblada del país y la segunda más extensa. Porque, para qué engañarnos, desde la Constitución Española del 78, el voto de Andalucía ha conseguido modelar el Estado con una profundidad que en la historia de nuestra tierra sólo es comparable con el levantamiento de Riego en Cabezas de San Juan en 1820 y la batalla del Puente de Alcolea en 1868.

Y si algo llama la atención en la Andalucía política desde el regreso de la democracia a España tras los infaustos años del totalitario ex general Franco, es la estable mayoría conseguida por el PSOE durante más de 35 años, que le ha permitido mantener el gobierno de la Comunidad Andaluza desde la creación de la Junta pre-autonómica encabezada por el tangerino Plácido Fernández Viagas. Una mayoría que ha sido objeto de un ataque constante tanto por la derecha como por la izquierda del PSOE, argumentalmente descrito en la supuesta existencia de un régimen basado en el clientelismo político, sobre todo en los pequeños y medianos municipios de Andalucía.

Pero lo que realmente me llama la atención es que tan pertinaces mayorías durante décadas, algunas absolutas, sólo haya generado desde el ámbito estatal una pléyade de descalificaciones y escasos análisis rigurosos que expliquen esta anomalía política electoral en el conjunto de la Nación.

Y achaco esta dinámica a la mirada histórica absolutamente colonial y xenófoba de las élites estatales, en convivencia con las élites regionales, hacia la realidad andaluza. Educadas en un tradicional desprecio a lo andaluz, caricaturizada su esencia en el más funesto de los tópicos, las dirigencias políticas nacionales a la derecha y a la izquierda del PSOE, el establishment económico de Madrid, Barcelona y Bilbao, y la burocracia intelectual de las grandes universidades e instituciones académicas solo encuentran explicación al cerril entorpecimiento a sus deseos y sus proyecciones, en la ensoñación de un supuesto neo-caciquismo engrasado por los fondos europeos, el PER y los EREs.

Ni siquiera el voluntarioso ejercicio de análisis de uno de los más destacados filósofos españoles del pasado siglo, José Ortega y Gasset, pudo escapar de esa mirada despectiva y chauvinista al escribir aquello de que “ser andaluz es convivir con la tierra andaluza, responder a sus gracias cósmicas, ser dócil a sus inspiraciones atmosféricas”.

Tan apresurados han sido sus análisis que ni siquiera han caído en la cuenta que a pesar de ser Andalucía un territorio claramente identificado y auto-identificado desde hace siglo como un todo, carece de las más elementales instituciones que en cualquier parte del mundo se consideran necesarias para constituirse en pueblo: un lengua propia, un religión específica, instituciones políticas particulares o al menos un territorio homogéneo étnica o geográficamente.

Tan condicionados por sus prejuicios coloniales y xenófobos que no han caído en la cuenta que, como afirma el profesor Juan Fernando Ortega Muñoz, el elemento fundamental que identifica a lo andaluz no es una etnia, ni una tradición, ni un folclore ni unos orígenes mitológicos. Es algo mucho más profundo, vigoroso y pertinaz: una filosofía de vida que puede seguirse desde Séneca a María Zambrano, pasando por Maimónides y  Averroes. Un estoicismo vital convertido en urdimbre que cose a poblaciones de usos lingüísticos dispares, folclores distintos, instituciones propias diferentes, incluso Historias separadas durante siglos.

Tan inaprensible ha sido para el resto de la Nación el carácter de lo plenamente andaluz, que han tenido que reducirlo a lo meramente folclórico o lo directamente paródico. Esta incapacidad alcanza su mayor cota en aquel que por su formación y capacidad debería haberlo conseguido, y que se despachó tan ricamente con la siguiente sentencia: Mientras otros pueblos valen por los pisos altos de su vida, el andaluz es egregio en su piso bajo: lo que se hace y se dice en cada minuto, el gesto impremeditado, el uso trivial…

Tampoco ahora esas mismas élites llegan a comprender por qué el PSOE se ha erigido en el partido andaluz, sobre todo en los pequeños y medianos municipios de la Comunidad.

A partir de 1978 varios hechos independientes se coadyuvaron para crear la conciencia de que el PSOE era el partido del pueblo andaluz. Más por demérito de los demás partidos que por méritos propios, más por decisiones aparentemente intrascendentes que volitivas, pero que unidas han ido tejiendo esa convicción en amplias capas de la sociedad andaluza.

No poco contribuyó que el partido hegemónico en España a partir de 1981 estuviera liderado, no por uno, sino por dos andaluces, Felipe González y Alfonso Guerra. Aunque andaluces habían sido algunos de los jefes de Estado o de Gobierno en los últimos doscientos años (Narváez, Salmerón, Primo de Rivera, Alcalá Zamora) siempre habían sido contemplados como elementos de las élites locales subordinadas a los intereses de las élites madrileñas. Era la primera vez que dos “descamisados” andaluces conseguían llegar a las más altas magistraturas de la Nación. La reacción de las élites de la derecha era la previsible, y tirando de manual, comenzaron a reírse de sus acentos, de sus particularidades andaluzas.

Otro hecho que vino a reforzar esa identificación del PSOE como partido del pueblo andaluz fueron los errores del entonces Partido Socialista de Andalucía, actualmente Partido Andalucista. El primero fue la funesta decisión del PA tras las municipales de 1979 de cambiar su supremacía en algunas ciudades andaluzas por la alcaldía de Sevilla para Luis Uruñuela.

El otro fueron los acuerdos a los que llegarían tras las generales de 1979 el PSA con la UCD entorno a la consecución de la autonomía andaluza, acuerdos que fueron utilizados por el PSOE para desgastar al partido nacionalista y que la oposición del partido de Suárez a la vía rápida y su solicitud de abstención (con el injurioso lema de “Andaluz, este no es tu referéndum”) certificó la traición en la mente de muchos andaluces y andaluzas.

Estos dos hechos, junto a otros de menor entidad, descalificaron al PA para convertirse en el partido nacionalista de Andalucía, comparable al PNV, CIU e incluso ERC, hasta convertirlo en un partido extra parlamentario. El espacio emocional dejado por el PA fue rápidamente ocupado por el PSOE en el imaginario colectivo.

El triunfo del PSOE en las elecciones autonómicas de mayo de 1982 y en las generales de octubre del mismo año, unió los significativos avances producidos a partir de ese momento en Andalucía a las políticas socialistas. Avances que si fueron importantes en todo el país, en Andalucía fueron especialmente significativos, y aún más en las medianas y pequeñas localidades.

Territorios históricamente castigados, empobrecidos, desbastados, aislados y masacrados por la Guerra Civil y por la emigración durante el franquismo, empezaron a disfrutar de políticas que ayudaron a fijar las poblaciones rurales, a dotar de recursos a sus ayuntamientos, a industrializarse, a mejorar su agricultura y a elevar a niveles inimaginables la salud, la educación y las pensiones.

Pero han sido dos los elementos que han consolidado desde los ochenta la identificación del PSOE como el partido de Andalucía. Por una parte, la especial capacidad mostrada por los y las socialistas para adaptarse a los tiempos cambiantes y reactualizar ese discurso. Y por otra parte, la incapacidad de la derecha y de la izquierda proveniente del PCE para crear un discurso nuevo en contra del PSOE, alejado de los discursos tradicionales que han sido utilizados por las élites madrileñas para atacar y despreciar lo andaluz.

Ese fue el gran error de la “pinza andaluza” de Rejón y Arenas en 1994, expresión parlamentaria de la teoría de las dos orillas de Anguita, y que fue vivida por una amplia parte de la ciudadanía andaluza como una reedición de los acuerdos de la UCD con el PSA, lo que devolvió la mayoría suficiente al PSOE en 1996. Y también lo fue el uso del término de “régimen” utilizado por el PP de Arenas a finales de los 90. Porque atacar al PSOE con argumentos que recordaban a los utilizados desde hacía siglos para descalificar lo andaluz, era atacar a Andalucía y al derecho conseguido por los andaluces el 28 de febrero de 1981.

Y en la actualidad, el discurso de las supuestas redes clientelares tejidas por el PSOE en estos 35 años tropieza en la misma piedra, ya que en la mente de muchísimos andaluces tiene la misma música del caciquismo que sí sufrió esta tierra. Como lo son las afirmaciones del catalán Albert Rivera diciendo que van a enseñar a los andaluces a pescar, o del madrileño Carlos Monedero afirmando que ellos van a venir a Andalucía a barrer debajo de las alfombras. Son discursos especialmente desacertados si lo que se pretende es la alternancia necesaria en el gobierno de la Junta de Andalucía.

Alguien tan poco sospechoso de apoyar al PSOE como José Chamizo en una entrevista de esta misma semana, a la pregunta sobre si creía que en Andalucía quedaba algo del espíritu andalucista que se vivió en la manifestación de 1977, respondió: “Queda mucho. Yo participé en aquella manifestación en Algeciras. Estaba de vuelta ya de Roma. Era diácono, daba clases de Ecumenismo en el Seminario y aún no había sido ordenado sacerdote. Insisto en que queda mucho del sentimiento andaluz, pero sobre todo en los pueblos. La esencia andaluza está en los pueblos. En la ciudad es distinto, las maquinarias de las ciudades lo engullen todo. Pero conozco bien todos los pueblos de Andalucía, los he visitado entre una y tres veces cada uno, y puedo decir que Andalucía y su bandera están muy presentes. He visto a vecinos sacar sus banderas andaluzas de los armarios el 28 de febrero.

Lo que condiciona el voto mayoritario del PSOE, sobre todo en los pequeños y medianos municipios de Andalucía, no son las supuestas redes clientelares, sino la íntima y profunda convicción de que el PSOE sigue siendo, 35 años después, el partido que mejor defiende lo andaluz.

Y esa es la gran tragedia de la hora actual de Andalucía. Que no existan partidos con opciones de gobierno que puedan despojarse de un discurso colonial y xenófobo para ofrecer una alternancia real al PSOE.

domingo, 1 de febrero de 2015

Sevilla y la destrucción de bibliotecas



Hoy nos hemos desayunado con la información del incendio del Instituto de Información Científica sobre Ciencias Sociales de Moscú, dependiente de la Academia Rusa de Ciencias (Институт научной информации по общественным наукам, русский академии наук - ИНИОН РАН), y con ella su biblioteca, que según la BBC es una de las mayores del país, en la que se han destruido millones de documentos, aunque las autoridades han informado que los documentos más valiosos no se habían visto afectado.

Como amante de los libros, en los que he encontrado muchos de los mejores momentos de mi vida, siento este tipo de catástrofe como si fuese algo que ocurre en mi entorno familiar y social, aun cuando el incendio se haya producido a miles de kilómetros de mí, como es este caso.

Fue sin duda esa sensación de pérdida la que me llevó hace años a la compra en cuanto lo vi, de la Historia universal de la destrucción de libros, del venezolano Fernando Báez, en una edición de Destino, cuya lectura recomiendo. Báez en el prólogo explica las razones que le llevaron a escribirlo:

“Nuestra memoria ya no existe. La cuna de la civilización, de la escritura y de las leyes, ha sido quemada. Sólo quedan cenizas” Escuché este comentario a un profesor de historia medieval en Bagdad, a quien detuvieron pocos días después por pertenecer al partido Baas. Cuando lo dijo, abandonaba la moderna estructura de la Universidad, donde habían saqueado, sin excepción, los libros de la biblioteca, y destruido aulas y laboratorios. Estaba solo, junto a la entrada, cubierto por una sombra sin pausas, y acaso pensaba en voz alta, o no pensaba, sino que su voz también era parte de ese largo, interminable y sucesivo rumor que es a veces Oriente Medio. Lloraba al mirarme. Creo que espera a alguien, pero quienquiera que fuese nunca llegó y en pocos minutos lo vi alejarse, sin rumbo, bordeando un enorme cráter abierto por un misil junto al edificio.

Horas más tarde, sin embargo, uno de sus estudiantes de historia dio sentido a su frase cuando se acercó y me abordó, con ese aire de autoridad que da el sufrimiento. Llevaba una bata marrón, sandalias, usaba gafas y, a pesar de la barba recortada, era bastante joven, tal vez veinte o veintidós años, una excelente edad para quejarse. No miraba de frente, ni hacia ningún lado, y de hecho ni siquiera sé si miraba. Me preguntó por qué el hombre destruye tantos libros.

Hizo su planteamiento con calma, prosiguió con una cita que no parecía recordar bien, hasta que se le agotaron los adverbios y dijo que durante siglos Irak había sufrido expolio y destrucción culturar. <<¿Usted no es el experto?>>, me preguntó con ironía.

[…]

No sé por qué me sentí tan impotente y por qué ahora, pasados los meses, persiste aquel incidente en mi memoria, lo cual, en el fondo, corrobora que acaso no entendí nada y que todo esfuerzo de razonar ante el horror es inútil y equívoco. Pero, aún así, pienso que debería esbozar una justificación que recupere el valor de esa pregunta del estudiante bagdadí a partir de mi propia experiencia. Esta introducción no pretende nada más. Ni nada menos.

Hay destrucciones de bibliotecas fortuitas, otras criminales por la intención o por la indiferencia de los que están llamados a protegerlas. Según Baez, a lo largo de la historia, la destrucción voluntaria de libros ha acusado la desaparición de un sesenta por ciento de los volúmenes, y el otro cuarenta por ciento debe imputarse a factores heterogéneos como desastres naturales, accidentes, animales, cambios culturales y los materiales sobre los que se han editado.

En Sevilla tenemos algunos ejemplos por los que la desidia, la avaricia o la incultura han impedido que nuestra ciudad disfrute de un patrimonio bibliográfico único.

Sin duda uno de los más sangrantes lo encontramos en la biblioteca de Hernando Colón, hijo del Almirante, que dedicó toda su vida a atesorar una maravillosa biblioteca en su casa palacio situada junto a la puerta de Goles, al poniente de la ciudad. Según Klaus Wagner,  la intención de Colón fue la de crear en Sevilla una biblioteca del saber universal de su tiempo. Para ello dejó en su testamento unas instrucciones muy claras para su mantenimiento, organización y uso, pero la avaricia y la estulticia de sus herederos provocaron su destrucción, que por cierto Báez no recoge en su obra. Sólo se conserva una quinta parte de sus fondos con el nombre de Biblioteca Colombina bajo gestión de la Iglesia Católica.

Otro caso lo encontramos en la magnífica biblioteca del marqués de Jerez de los Caballeros, considerada la segunda mejor de España tras la Biblioteca Nacional y que fue vendida a Archer Milton Hintington, y si bien gracias a esa venta se evitó su dispersión como ocurriera con la de su hermano duque de T´Serclaes, significó una pérdida irreparable para la ciudad y una enorme suerte para la de Nueva York, destino final de miles de libros que engrosaron el magnífico patrimonio de la Hispanic Society. Fue en la década de los 20 del siglo XX, y la ciudad ensimismada fue incapaz de sacar músculo y asegurar que se quedara en Sevilla, nutriendo la de su Universidad o alguna nueva creada ex profeso.

Pero esa apatía, esa estulticia social y política se mantiene hoy en día. Y recientemente lo podemos comprobar en la inane gestión de las bibliotecas municipales de Sevilla por parte del actual gobierno municipal, que mantiene cerradas y con falta de personal alguna de ellas, habiendo metido por sectarismo en un cajón el Plan Director del anterior equipo de gobierno, dejándolas abandonadas a su suerte.
            
Incluso en la era digital, una sociedad sin libros y sin bibliotecas es una sociedad sin futuro. Y muchos aún se preguntan del retraso secular de Sevilla.

sábado, 22 de noviembre de 2014

El pequeño Nicolás

Si soy sincero, el affair del pequeño Nicolás, esa impostura mediática que responde al civil nombre de Francisco Nicolás Gómez Iglesias (dos nombres muy de familia franquistas, ¿nadie ha reparado?), lo he seguido con desgana. No es algo que me haya llamado especialmente la atención, más allá de las socorridas bromas que empedrean las conversaciones intranscendentes del café laboral de media mañana.

Pero de chusco y carpetovetónico escándalo, pasa a mayores cuando medios como El Mundo ofrecen entrevista al joven, como ha hecho hoy este periódico con la titulada Yo colaboraba con el CNI,Moncloa y Zarzuela, o la programada para esta noche y que emitirá el grupo  MEDIASET.

Algunos se pueden escandalizar por el hecho de que un pequeñajo pueda haber tenido contactos con los servicios de información y las más altas magistraturas de la Nación, lo que demostrarías, como afirma un forero de la noticia de EL MUNDO, que Al final va a ser que el gobierno no solo es el mas inepto de la democracia y presuntamente corrupto en extremo sino ademas de bobos solemnes. De estos del PP me lo creo.

No tengo claro que todo lo dicho por Fran Gómez, como al parecer quiere que le llamen, no corresponda exclusivamente a los delirios narcisista de un joven caradura, que ha conseguido mantenerse el tiempo suficiente en la ambigüedad que generan las relaciones humanas, y que permite que, por ejemplo, otros caraduras se incorporen a los festines propios de bodorrios y comuniones sin que nadie les pregunten de parte que quien van. Pero nada me sorprendería de que fuera cierta su utilización por parte de las cloacas del Estado.

Desde que leí en los 80, en la revista HISTORIA16, que el zar Alejandro II de todas las Rusias había volado por los aires gracias al explosivo entregado a los terroristas por parte de los servicios secretos zaristas, que con esta maniobra intentaban introducirse entre los mismos, o tras la lectura de la entrevista en EL PAIS en los noventas, donde Fernando Morán compartió con los lectores de ese diario que desde la embajada norteamericana le habían confirmado que los chistes sobre su persona era parte de una campaña de la CIA para socavar su autoridad frente a Felipe González, y que afortunadamente no había tenido la efectividad que si había obtenido en otros países sudamericanos, estoy convencido de que el dinero incontrolado de los servicios secretos riegan generosamente la idiotez de sus dirigentes y ejecutores.

Pero esto no me lleva a dudar del eficaz control que nuestros servicios secretos ejercen sobre los más triviales actos de nuestra vida diaria. Al contrario. Estoy convencido que las antenas del CNI llegan a los lugares más insospechados a través de los personajes menos sospechosos. Tengo la convicción de que el Centro Nacional de Inteligencia tiene fichados a personas con las que me codeo habitualmente, con las que tomo café o debaten conmigo en la UGT, en el PSOE o en cualquier otro espacio informal.

Personas que posiblemente ignoren incluso que trabajan para dicho organismo, pero que tiene un amigo en la policía que a cambio de pequeños favores (quitar una multa, facilitar un trámite, etc.) reciben cotilleos más o menos banales que terminan en los despachos más insospechados.

Esto me parece casi normal. El poder del Estado está obligado a preveer todas las acciones que pueden actuar contra él. El problema es que la propia estupidez de los dirigentes de los servicios secretos les llevan finalmente a ocuparse y preocuparse por las más absurdas de las cuestiones, mientras dejan, por ejemplo, que terroristas islámicos dinamiten nuestros trenes de cercanías.

Por eso no me extraña que algún lumbreras del amplio escalafón de las cloacas del Estado decidiera que Fran Gómez, nuestro pequeño Nicolás, un joven narcisista enfatuado, era susceptible de ser utilizado en algún oscuro proyecto que el propio chaval desconozca.

Como en el viejo relato de Agatha Cristie, El caso del empleado de la City, donde para pasar unos comprometidos papeles de Londres a París y que son buscado por los servicios secretos de un país de la Europa central (¿la Alemania nazi?), el sagaz Parker Pyne manda a la capital francesa a un aburrido oficinista convencido de que lleva unos papeles fundamentales para una noble rusa perseguida por los malditos bolcheviques. Los supuestos espías nazis no reparan en el gris oficinista paranoico que no deja de explicar a todo el mundo que estaba siendo vigilado por los malvados espías rusos que querían apoderarse de unos papeles fundamentales para una exótica y atractiva dama rusa.

Si alguien en la CIA cobró un pastón por difundir unos malos chistes sobre Morán, ¿qué tendría de extraño que alguien lo cobre ahora por leer a la prolífera escritora inglesa y aplicarlo en Fran, nuestro pequeño Nicolás?

domingo, 16 de noviembre de 2014

El inquilino de la Casa Blanca no nos quiere

Como ya he comentado en algún otro post, como en El vínculo que llegó del frío, es escandalosa la impostura del neoliberalismo español cuando intenta engancharse a la lucha de Estados Unidos y Europa Occidental en la II Guerra Mundial contra los totalitarismos, para así obviar la convivencia de nuestras élites económicas, políticas y culturales con el régimen fascista más longevo del mundo, el protagonizado por el felón ex general Francisco Franco.

De ahí que cuando la derecha neoliberal española parece orgasmar cuando hablan del vínculo transatlántico, y cualquier ataque al mismo se vive como si se les hubiera mentado a sus muertos.

En mi opinión, el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero se ganó el odio furibundo cainita, como sólo pueden sentirlo los españoles, cuando durante un desfile militar, el entonces secretario general del PSOE permaneció sentado al paso de la bandera de franjas y brillantes estrellas.

Para nuestros neocon, agrupados aquí y allá en think tank como Real Instituto Elcano, medios como El Mundo, ABC o Libertad Digital, y organizaciones empresariales como Amcham Spain, y toda la pléyade de los generosamente pagados ex becarios Fulbright el gesto fue como pegarle una patada en las santas partes de su fantasía, y por eso, al alcanzar la presidencia el secretario general de los y las socialistas españolas, se movilizaron en conseguir que la administración de Bush hijo ninguneara a ZP.

De ahí el indisimulado gozo manifestado por la derecha mediática española por la frialdad del mandatario norteamericano, cuando 25 de septiembre de 2007, tras tres años evitando invitarle a la Casa Blanca, Bush saluda a Zapatero con un rápido "hola ¿cómo está?" durante la cena de la ONU.

Pero lo que son las cosas, siete años después, otro inquilino de la Casa Blanca ha ninguneado al presidente Rajoy, hecho que naturalmente ningún medio de la derecha neoliberal ha recogido pero que sí lo ha hecho la prensa más alejada de él.

Me refiero al robo saludil del gallego, que PUBLICO ha titulado como Rajoy le sablea un saludo forzado a Obama en el G-20 con el mismo indisimulado alborozo que exhibió LIBERTAD DIGITAL en 2007.

Pero lo que estos análisis obvian es lo que para mí resulta más importante: España no es querida ni respetada por el gigante americano. Toda nuestra política exterior se basa en la impostura de que es posible el cariño de las élites norteamericanas, y nada más lejos de la realidad. Somos demasiados latinos para tenernos como socios privilegiados en Europa, y estamos demasiado lejos de su patio trasero para tener algún interés en contar con nosotros. Somos un país periférico, poco poblado, sin grandes recursos, con una economía estadísticamente menguante frente a los gigantes asiáticos, con poco peso en Europa, un cada vez menor peso en la comunidad iberoamericana y unas élites completamente idiotizadas. ¿A quien queremos engañar, si hasta muchos de los nuestros quieren abandonar el barco?

No. Los inquilinos de la Casa Blanca no nos quieren. Nunca nos han querido. Han oscilado entre el desprecio y la indiferencia, con los justos gestos de cariño para asegurarse el negocio de sus compañías, suelo para sus instalaciones, e inmunidad para sus desmanes planetarios contra los comunistas primero y contra los islamistas después.
      
Y como español, ni la frialdad de Bush ni el ridículo de Rajoy me hacen gracia. Ni maldita la gracia.

viernes, 14 de noviembre de 2014

In Vigilando

Hay que reconocerlo. Lo único de bueno que nos ha traído el caso de los EREs ha sido la ampliación de vocabulario de la sociedad española, cosa que, por otro lado, no está nada de mal visto la pobreza lingüística que se gasta el personal.

Tras la noticia de la decisión del Tribunal Supremo de asumir la investigación de los EREs en lo que afecta a aforados (tanto a los diputados y senadores, como parlamentarios andaluces) el lector de un diario digital se despachaba tan a gusto, afirmando que “aunque Griñán o Chaves, no se hubieran enriquecido directa o indirectamente de la trama corrupta, por culpa "in vigilando" e "in eligendo", responsabilidad política tienen”.

¡Toma ya! ¡Que nivelazo! Dígame, querido lector o lectora, si antes había leído a un simple lector de periódicos utilizar con tanta soltura los latinajos jurídicos. ¡Que arte!

Claro que popularmente también tenemos conceptos similares casi tan antiguos, pero no tanto, como éstos. Me refiero a los castizo refranes “el ojo del amo, engorda el ternero”, y “a pastores dormidos, ovejas descarriadas”.

Pero es bueno que la sociedad española asuma que hay una responsabilidad “in eligendo” y también “in vigilando”. Es decir, también los y las españolas somos responsables de lo que elegimos en las elecciones, o permitimos que se elijan quedándonos en casita, y que una vez elegidos hay que estar “in vigilando”, es decir, nada de entretenidos en las cosas de la vida y dejando hacer.

Claro que este “in eligendo” e “in vigilando” no afecta sólo a la política. De hecho, cada padre y cada madre debe asumir su responsabilidad “in vigilando” si su retoño pasa de las travesuras infantiles a los gamberrismos adolescentes, pintando fachadas, estropeando el ascensor de la comunidad, o dejando o dejándose embarazar. Una responsabilidad que debe recaer no sólo patrimonialmente sino penalmente en los padres.

Claro que me temo que este “in vigilando”, que no “in eligendo” que de ello se encarga la madre naturaleza, gusta menos del que reprochamos a Manuel Chaves y José Antonio Griñán.

Y hay otras facetas de la vida donde el “in eligendo” e “in vigilando” nos exige estar ojo avizor, desde qué ocurre en nuestros colegios y parroquias, hasta lo que pasa en nuestros centros de trabajo o en nuestra comunidad de propietarios.

En fin, parece que en España realmente orientamos mal nuestro indisimulado gusto por el cotilleo, y nos dedicamos a estar “in vigilando” la vida de nuestros famosos, en vez de “in eligendo” correctamente lo que hay que estar “in vigilando"

Que somos unos pamplinosos, vamos.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Ya nos volvemos a calentar

A los y las españolas nos va la jarana. Parece que la única manera de librarnos de nuestra secular indolencia moral, es con espasmódicos periodos de convulsiones. Claro que hay quien empiedra el camino: unas élites corruptas y corruptoras, unos nacionalistas sectarios y reaccionarios, una colectividad pasiva y absentista de sus derechos.

Y en ello andamos ahora, con el lío catalán, y con los líos de falda, drogas y corrupción.

Y reconozcámoslo: los nacionalismos españolistas (que a mí me gusta llamar mesetario) y catalanistas se retroalimentan. Los unos ninguneando a la periferia costera (violentando el régimen de competencias, usando el presupuesto del Estado en su vertiente pavloviana, e incendiando las ondas y los papeles con discursos sectarios) y los otros justificando sus desmanes y corruptelas azuzando las más peligrosas de las pasiones humanas: el amor al terruño y el campanario.

Que haya palabras totem es inevitable, y no hay que obsesionarse con ello. Pero hay veces que las mayores de las luchas se basan en palabras y conceptos totem que pasados los años nos parecen ridículos. Una de las personas que parecen librarse de la pozoña intelectual de nuestras clases dirigentes, la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, ha afirmado recientemente que el término nación le da igual, siempre que se tenga claro que la soberanía nacional es indivisible y que todos los ciudadanos y las ciudadanas españolas son iguales allí donde nazcan o residan.

Por otro lado, las vomitivas corruptelas que hoy estamos conociendo de manos de nuestros políticos, y que son incomprensibles sin la activa colaboración de las elites económicas e intelectuales españolas y la pasividad de una sociedad que intuía pero prefería mirar hacia otro lado porque pensaba que en el fondo todo ello le beneficiaba, está rompiendo las costuras del proyecto democrático alumbrado en el dificilísimo parto que sucedió a la muerte del genocida.

Como he dejado escrito en otro post, la aparente tranquilidad social tras 1978, convenció a las élites económicas españolas que había llegado el momento de recuperar todo el espacio perdido (que sí, que también la derecha económica y política se dejaron pelos en la gatera de la Transión) y poco a poco, con las mayorías absolutísimas de Aznar y Rajoy, han ido eliminando de facto la negociación colectiva, el derecho a huelga y los derechos laborales.

Pero ¿cuál ha sido la reacción a todo ello? Pues no la firmeza democrática de un pueblo maduro, no la voluntad serena pero radical de parar los desmanes. En absoluto. Ha saltado el “sálvese quien pueda” de los catalanes, y la furia indisimulada contra todo lo que huela a la Transición en el resto del Estado.

Un hombre muy perspicaz, Manuel Azaña (que parecía que si no nos había parido, nos había criado), ya nos advirtió en su discurso de despedida en el ayuntamiento de Barcelona, el 18 de julio de 1938, que antes que después se nos volvería a calentar la sangre, cuando afirmó: cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, añadiendo, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad, perdón.

Y los líos en los que nos estamos enredando en este momento los españoles (se sienta o no como tal, que para eso es nuestro hecho diferencial ante el mundo), y que periódicamente venimos repitiendo en los últimos siglos, parece que justifica a aquellos que afirman que los y las españolas solo pueden ser gobernados con una bota en el cuello. Militar, naturalmente.
     
Y eso no. Rotundamente No.

sábado, 11 de octubre de 2014

Bye, bye, Catalonia!

Decía Ángel Ganivet que cuando se acaban las certezas hay que armarse de prejuicios. Pero a mí aún me quedan un par de docenas, entre ellas que en la actualidad ningún gobierno puede imponer su voluntad frente a la férrea voluntad de una sociedad, y que como dejó escrito Joaquín Salvador Lavado en esa ejemplar obra de filosofía titulada Mafalda, el patriotismo tiene mucho de comodidad. Porque no tiene mérito ser patriota de donde se nació. El mérito está en ser patriota de aquel lugar que ni siquiera se ha visitado.

Los nacionalismos hispanos, el llamado español (pero que a mí me gusta denominar mesetario), y el llamado catalán, andan subido a una bestia incontrolable del que sus dirigentes intentan no caerse, aunque en la operación la hagan avanzar más deprisa hacia el precipicio.

Me horroriza esa necesidad imperiosa de acumular justificaciones para ejercer derechos, necesidad que lleva en muchas ocasiones a inventárselos directamente. Lo he dejado escrito en algún lugar, que soy internacionalista, a lo más iberista. Los patriotismos textiles y musicales no son lo mío. Reescribir la historia para acomodarla a nuestro proyecto personal o político, para dividir y cercenar, para establecer una lista de buenos y malos, o para justificar el sacrificio de unos por otros, me produce repugnancia.

Pero si en el futuro la sociedad que habita la Comunidad Autónoma de Cataluña deciden, por las buenas o por las malas, hacer zarpar su territorio hacia la aventura de la independencia, tendrá toda mi comprensión.

Y no por aquello de que tanta paz lleven, como descanso dejan. Como bien dice un amigo mío, si algún día hay que levantar la valla entre Fraga y Alcarrás, lo primero que viviremos aquende la frontera, será la mayor ola de patriotismo rojigualda de la historia, (ríete de la resaca mundialista), que deberemos padecer todos los curritos de la descuartizada Nación española.

Siempre que he visitado Cataluña me he sentido como en casa, cómodo y bien tratado. Y eso que nunca he sentido esa barcelonafilia que disfrutan muchas de mis amistades, y urbanísticamente sigo prefiriendo la recia y mesetaria Madrid a la mediterránea capital del Principat. No tengo especial estima al poble català, pero tampoco se la tengo al madrileño, al murciano o al riojano, por poner varios ejemplos.

Sin embargo, sí tengo la seguridad de que si nuestra Cataluña, si su Catalunya, deja de compartir nuestro afligido proyecto nacional, necesitaré vivir el duelo de la pérdida.

Aún recuerdo la carta emocionada del diputado nacional por CIU, Carles Campuzano i Canadés, en respuesta a una enviada por mí en catalán como presidente del Consejo de la Juventud de Andalucía. Por mi parte fue el gesto de decir “Andalucía también es catalana”.

Creo que la diversidad enriquece, que las diferencias existen para desafiarnos y sacar de nosotros mismos lo mejor. Denuncio a aquellos que aquí o allá sólo conciben una sociedad monolítica, todos moros o todos cristianos. Creo que el fracaso del proyecto nacional español se debió a la automutilación que nos afligimos al expulsar de nuestros países a nuestros hermanos y convecinos musulmanes y judíos, primero, y protestantes después.

Por eso, si mañana, o pasado, o el otro, un movimiento telúrico, vigoroso y mayoritario de catalanes deciden irse, no seré yo el que me considere traicionado, ni abandonado. Pero sí me sentiré triste.
      
Muy triste.

viernes, 4 de julio de 2014

Del Mies al Gloria Bendita

Comentaba hace algún tiempo mi amigo Miguel P., fino analista urbano de esta que llaman la ciudad de María Santísima, que la crisis ha llevado a la mutación de espacios emblemáticos de Sevilla, como la Alameda, donde los locales más modernos y alternativos creados bajo la hégira del ladrillazo iban cerrando o mutando en locales de aires más folclóricos y tradicionales.

Sin duda la comprobación de esta teoría la he podido certificar esta semana al visitar un bar que hacia mediados de la pasada década abrió en la avenida Marqués de Paradas, justo delante del hotel NH Plaza de Armas, con el nombre de Mies.

Cuando lo conocí me llamó la atención su sobria decoración con grandes fotografías de algunos de los edificios de Mies van der Rohe. A pesar de tratarse de un arquitecto, alemán para más señas, nacido en el siglo XIX y fallecido en 1969, era toda una declaración de principios en una sociedad donde aún no se ha sacudido el fantasma del Regionalismo como única arquitectura propia, llena de bares y cafeterías transidas de costumbrismo seudo-andaluz, vírgenes dolientes, cabezas de toros, azulejería en las paredes y ruido, mucho ruido, de camareros, clientes y televisores.

Pero esa ola reaccionaria de vuelta a los orígenes, como si la angustia de la crisis pudiera mitigarse que la seguridad de los clichés conocidos y previsibles, también ha tocado al Mies, y desde hace poco ha pasado a llamarse, a la sevillana manera, Gloria Bendita.

Al entrar, comprobé que con la ola reaccionaria, no sólo había perdido el nombre sino también aquellas fotografías de la obra de Ludwig, habiéndose sustituido por otras, de igual tamaño, de la Sevilla eterna: la Giralda, la Torre del Oro, la ribera del Guadalquivir a su paso por Triana. Pero, debo reconocerlo, me impactó sobremanera una gran fotografía de las Setas de la Encarnación.

¡Con la escandalera que supuso su construcción, ahora en ese imaginario colectivo que representa en Sevilla los bares, tascas y garitos, se igualaba la Giralda y la Torre del Oro con las Setas, obra de Jünger Mayer, otro alemán como Mies!

Desde su construcción lo tenía claro: las Setas llegaron para quedarse. Y la rapidez con la que el ADN de la sevillanía lo está asimilando me confirma otra de mis hipótesis: a pesar de su factura contemporánea, en el fondo las Setas son la más clásicas de las obras sevillanas. Puro barroquismo.

viernes, 27 de junio de 2014

Generación quemada

En este rosario de situaciones que me sorprende, escandaliza o deprime en que se ha convertido este blog por mor de la crisis, se encuentra la firme convicción de que el tiempo actual es el peor para la juventud.

Esta afirmación, muchas veces promovida y validada por personas de mi edad e incluso mayores, viene a certificar que en el pasado la juventud no se enfrentaba a desafíos tan dramáticos como los que actualmente se enfrenta la juventud española, entendida como tal incluso los que superan los 30 años.

Pero esa afirmación, por mucho que se dé por cierta, no deja de tener tantos matices que casi la hacen incierta.

En las geniales tiras de Mafalda, del insuperable Quino, encontré de nuevo unas viñetas, de finales de los sesenta, que nos desenmascara esta realidad. En la misma, Miguelito le pregunta a Mafalda: Decime, la “generación quemada” de la que se habla tanto… no tiene nada que ver con la nuestra ¿no? A lo que la niña más famosa de Argentina le responde: No, nosotros venimos después, lo que lleva al niño a repreguntar: Ah, ¡y cuando se supone que nos falta para empezar a chamuscarnos? Cada generación, posiblemente desde los sesenta, se ha auto considerado quemada o perdida y ha pensado que no vivirían mejor que la anterior.

Hasta mediados de los 70, la emigración a Europa era la válvula de seguridad que impedía que la insuficiencia de oferta laboral para el baby boom de finales de los cincuenta provocara la implosión del régimen franquista. La crisis del petróleo disparó en España el desempleo en general y el juvenil en particular, ya que los mercados europeos se cerraron a la mano de obra barata española. Fue entonces cuando Felipe González llegó al gobierno en 1981 prometiendo 800.000 puestos de trabajo, que desde luego no llegaron hasta finales de la década. Es la generación quemada de mis hermanos mayores, para los cuales el futuro laboral en España era negro, muy negro.

Mi generación quemada llegó de mano de las movilizaciones estudiantiles de 1986/87, las del Cojo Manteca, en las que ya participé activamente, al punto que en los últimos días tres compañeros y amigos míos y yo conseguimos desalojar de alumnos los Salesianos de Málaga, cosa que según los profesores nunca había ocurrido en tal centro, y que me consta que no ha vuelto a pasar. Ya entonces sentía que para mí había poco futuro en España y de hecho en la Universidad estuve buscando becas para estudiar fuera de España. Pero me enrolé en las movilizaciones sindicales de 1988 contra el Plan de Empleo Juvenil, a través del cual pretendía imponer Felipe González un contrato para jóvenes con salarios más bajos, y que finalizó en la Huelga General del 14-D.

En mi caso continué participando en movimientos juveniles y viví la crisis de 1993, que disparó nuevamente el paro juvenil tras los años intensos de la entrada en la Comunidad Europea y la celebración de la Expo92 y las Olimpiadas de Barcelona. En aquellos años los jóvenes nos preguntábamos como diablos nos íbamos a emancipar y llegó James Petras y su famoso Informe, en el que afirmaba en 1996: Lo más importante para mi investigación era el rostro humano de la "modernización" de Felipe... Descubrí otro mundo que las estadísticas del gobierno y la investigación académica pasaban por alto: los millones de jóvenes trabajadores españoles que quedaban marginados del empleo estable y bien pagado... de por vida.

Pero precisamente fue unos años después, a finales de la década, cuando la economía española empezó a inflarse gracia a los bajos tipos de interés provocados por la llegada del euro y la necesidad de Alemania de digerir la fagocitación de la República Democrática Alemana. Fueron los alegres años 2000, pero no para los jóvenes, ya que hacia la mitad de la década se hicieron tristemente famosos los mileuristas, jóvenes muy cualificados con contratos precarios e ingresos por debajo de la media.

Y la década finalizó con la crisis de Lehman Brothers, la explosión de la burbuja inmobiliaria y los reformazos laborales donde una vez más los jóvenes lo han vivido con especial virulencia.

¿Alguien puede decirme cuando la juventud española ha dejado de ser la generación quemada?

Por eso me irrita sobremanera escuchar los discursos catastrofistas, no de los jóvenes que tienen derecho a construir su propio discurso auto-referencial, sino de los adultos de mi edad o mayores, porque mienten. Nunca España, aquejada de una endémica falta de empleo, ha sido la madre sino la madrastra de su juventud. Por eso, la actual juventud podrá asumir su protagonismo de la misma manera que las anteriores.

Imagino que la fotografía de una juventud sin futuro en la que se empeñan los adultos, y que refuerza la autoimagen de la juventud sobre su futuro, tiene algo de catártico para muchas personas de mi edad. Pero es falsa la idea de que hoy un joven lo tiene mucho peor que un joven de mi época. Y convencerles de lo contrario, aunque sea para mostrar empatía, es el peor regalo que podemos hacerles.
           
La juventud actual tiene un desafío enorme y una misión ilusionante: conseguir que la próxima generación de españoles no se consideren la generación quemada. Algo que desafortunadamente nosotros no conseguimos.