Por
cosas de la vida, ayer terminé debatiendo sobre el proceso catalán en una
fiesta de cumpleaños con un catalán de primera generación bastante centrado,
con el que, obviamente, tenía serias discrepancias. Pero no por él, sino porque suelo tener posiciones lo bastante excéntricas para no coincidir incluso con
el más razonable de los seres humanos.
Esa
conversación, educada y respetuosa, no sólo no me apartó de mi interpretación
de lo que está sucediendo en España (Cataluña incluida) sino que además reforzó
mi juicio previo.
Por
discreción no revelaré los extremos de la conversación, pero sí quiero
compartir contigo, querida o querido lector, una convicción que vengo
arrastrando desde hace semanas y que, aunque de forma tangencial, la analiza
Carlos Carnicero en su recomendable post Al final llegó el lobo y cundió el pánico.
Porque
parece que hay una amplia mayoría en Cataluña cuyos sentimientos se dividen
entre aquellos que votar a las candidaturas independentistas se vive como un
corte de mangas al PP y la derecha española (mejor sería decir estatalista) y
los que creen sinceramente en la necesidad de la independencia, amasados todos
ellos en un principio general del órdago a lo grande: pidamos todo para que nos
den lo suficiente. Es decir, pidamos la independencia para que nos den el
Concierto Económico.
Pero
la ecuación catalana tiene sus debilidades. La psicología española es muy
peculiar, como nos advertía Amércio Castro, al hablar de la independencia de Portugal.
De hecho, la sociedad española reacciona al rechazo con indiferencia, la
perfecta socialización del principio descrito en la fábula de la zorra y las
uvas.
La
intel-ligència nacionalista catalana no parece tener preparado un plan B por si cuando inicien el procés, la respuesta
del Estado no sea mandar ni al Tribunal Constitucional, ni al ejército ni a la Guardia Civil, y mucho menos un contrato de Concierto.
Post
scriptum. A este post ha respondido M.P., un amigo al que no sólo estimo en lo
personal sino respeto en lo intelectual. Y he creído que su comentario en
facebook merecía incluirse como colofón
de este post, y por ello lo transcribo:
Es que no se
dan cuenta (los soberanistas) que el "tema" termina en el Ebro. Es
más, ni definiría siquiera como "resignación" la mezcla de
sentimientos (y ausencia de los mismos) que suscita (más bien, no suscita) la
cuestión.
Se da una circunstancia curiosa: España sí se ha independizado de Cataluña. Lo
ha hecho, en el sentido de que cómo derive la cuestión no importa mucho (y el
precio por un entendimiento es dudoso que se pague o se entienda). En cambio,
Cataluña no se ha independizado y, aunque se convierta en Estado, dudo que
mentalmente lo hagan. Pasa como Portugal: no pueden librarse de nosotros. Lo
cual hará un Estado Catalán tan tan entretenido como la España de la que salen.
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