Dentro
de siete días, la cita electoral en Andalucía marcará el inicio de un año
político lleno de fascinación, aunque sólo sea por el morbo de las combinaciones
gubernamentales que pueden deparar parlamentos muy fragmentados, al menos en
una proporción desconocida desde 1978.
Una
cita electoral de ámbito autonómico que, una vez más, es mucho más que la
elección del gobierno de la Comunidad más poblada del país y la segunda más
extensa. Porque, para qué engañarnos, desde la Constitución Española del 78, el
voto de Andalucía ha conseguido modelar el Estado con una profundidad que en la
historia de nuestra tierra sólo es comparable con el levantamiento de Riego en Cabezas
de San Juan en 1820 y la batalla del Puente de Alcolea en 1868.
Y
si algo llama la atención en la Andalucía política desde el regreso de la
democracia a España tras los infaustos años del totalitario ex general Franco,
es la estable mayoría conseguida por el PSOE durante más de 35 años, que le ha
permitido mantener el gobierno de la Comunidad Andaluza desde la creación de la
Junta pre-autonómica encabezada por el tangerino Plácido Fernández Viagas. Una
mayoría que ha sido objeto de un ataque constante tanto por la derecha como por
la izquierda del PSOE, argumentalmente descrito en la supuesta existencia de un
régimen basado en el clientelismo político, sobre todo en los pequeños y
medianos municipios de Andalucía.
Pero
lo que realmente me llama la atención es que tan pertinaces mayorías durante
décadas, algunas absolutas, sólo haya generado desde el ámbito estatal una pléyade
de descalificaciones y escasos análisis rigurosos que expliquen esta anomalía
política electoral en el conjunto de la Nación.
Y
achaco esta dinámica a la mirada histórica absolutamente colonial y xenófoba de
las élites estatales, en convivencia con las élites regionales, hacia la
realidad andaluza. Educadas en un tradicional desprecio a lo andaluz,
caricaturizada su esencia en el más funesto de los tópicos, las dirigencias
políticas nacionales a la derecha y a la izquierda del PSOE, el establishment económico de Madrid,
Barcelona y Bilbao, y la burocracia intelectual de las grandes universidades e
instituciones académicas solo encuentran explicación al cerril entorpecimiento
a sus deseos y sus proyecciones, en la ensoñación de un supuesto neo-caciquismo
engrasado por los fondos europeos, el PER y los EREs.
Ni
siquiera el voluntarioso ejercicio de análisis de uno de los más destacados
filósofos españoles del pasado siglo, José Ortega y Gasset, pudo escapar de esa
mirada despectiva y chauvinista al escribir aquello de que “ser andaluz es convivir con la tierra
andaluza, responder a sus gracias cósmicas, ser dócil a sus inspiraciones
atmosféricas”.
Tan
apresurados han sido sus análisis que ni siquiera han caído en la cuenta que a
pesar de ser Andalucía un territorio claramente identificado y auto-identificado
desde hace siglo como un todo, carece de las más elementales instituciones que
en cualquier parte del mundo se consideran necesarias para constituirse en
pueblo: un lengua propia, un religión específica, instituciones políticas particulares
o al menos un territorio homogéneo étnica o geográficamente.
Tan
condicionados por sus prejuicios coloniales y xenófobos que no han caído en la
cuenta que, como afirma el profesor Juan Fernando Ortega Muñoz, el elemento
fundamental que identifica a lo andaluz no es una etnia, ni una tradición, ni
un folclore ni unos orígenes mitológicos. Es algo mucho más profundo, vigoroso
y pertinaz: una filosofía de vida que puede seguirse desde Séneca a María
Zambrano, pasando por Maimónides y Averroes. Un estoicismo vital convertido en
urdimbre que cose a poblaciones de usos lingüísticos dispares, folclores
distintos, instituciones propias diferentes, incluso Historias separadas
durante siglos.
Tan
inaprensible ha sido para el resto de la Nación el carácter de lo plenamente
andaluz, que han tenido que reducirlo a lo meramente folclórico o lo
directamente paródico. Esta incapacidad alcanza su mayor cota en aquel que por
su formación y capacidad debería haberlo conseguido, y que se despachó tan
ricamente con la siguiente sentencia: Mientras
otros pueblos valen por los pisos altos de su vida, el andaluz es egregio en su
piso bajo: lo que se hace y se dice en cada minuto, el gesto impremeditado, el
uso trivial…
Tampoco
ahora esas mismas élites llegan a comprender por qué el PSOE se ha erigido en
el partido andaluz, sobre todo en los pequeños y medianos municipios de la Comunidad.
A
partir de 1978 varios hechos independientes se coadyuvaron para crear la
conciencia de que el PSOE era el partido del pueblo andaluz. Más por demérito
de los demás partidos que por méritos propios, más por decisiones aparentemente
intrascendentes que volitivas, pero que unidas han ido tejiendo esa convicción
en amplias capas de la sociedad andaluza.
No
poco contribuyó que el partido hegemónico en España a partir de 1981 estuviera
liderado, no por uno, sino por dos andaluces, Felipe González y Alfonso Guerra.
Aunque andaluces habían sido algunos de los jefes de Estado o de Gobierno en
los últimos doscientos años (Narváez, Salmerón, Primo de Rivera, Alcalá Zamora)
siempre habían sido contemplados como elementos de las élites locales subordinadas
a los intereses de las élites madrileñas. Era la primera vez que dos “descamisados”
andaluces conseguían llegar a las más altas magistraturas de la Nación. La
reacción de las élites de la derecha era la previsible, y tirando de manual,
comenzaron a reírse de sus acentos, de sus particularidades andaluzas.
Otro
hecho que vino a reforzar esa identificación del PSOE como partido del pueblo
andaluz fueron los errores del entonces Partido Socialista de Andalucía,
actualmente Partido Andalucista. El primero fue la funesta decisión del PA tras
las municipales de 1979 de cambiar su supremacía en algunas ciudades andaluzas
por la alcaldía de Sevilla para Luis Uruñuela.
El
otro fueron los acuerdos a los que llegarían tras las generales de 1979 el PSA con
la UCD entorno a la consecución de la autonomía andaluza, acuerdos que fueron
utilizados por el PSOE para desgastar al partido nacionalista y que la
oposición del partido de Suárez a la vía rápida y su solicitud de abstención (con
el injurioso lema de “Andaluz, este no es tu referéndum”) certificó la traición
en la mente de muchos andaluces y andaluzas.
Estos
dos hechos, junto a otros de menor entidad, descalificaron al PA para
convertirse en el partido nacionalista de Andalucía, comparable al PNV, CIU e
incluso ERC, hasta convertirlo en un partido extra parlamentario. El espacio emocional
dejado por el PA fue rápidamente ocupado por el PSOE en el imaginario
colectivo.
El
triunfo del PSOE en las elecciones autonómicas de mayo de 1982 y en las generales
de octubre del mismo año, unió los significativos avances producidos a partir
de ese momento en Andalucía a las políticas socialistas. Avances que si fueron
importantes en todo el país, en Andalucía fueron especialmente significativos,
y aún más en las medianas y pequeñas localidades.
Territorios
históricamente castigados, empobrecidos, desbastados, aislados y masacrados por
la Guerra Civil y por la emigración durante el franquismo, empezaron a
disfrutar de políticas que ayudaron a fijar las poblaciones rurales, a dotar de
recursos a sus ayuntamientos, a industrializarse, a mejorar su agricultura y a
elevar a niveles inimaginables la salud, la educación y las pensiones.
Pero
han sido dos los elementos que han consolidado desde los ochenta la
identificación del PSOE como el partido de Andalucía. Por una parte, la
especial capacidad mostrada por los y las socialistas para adaptarse a los
tiempos cambiantes y reactualizar ese discurso. Y por otra parte, la
incapacidad de la derecha y de la izquierda proveniente del PCE para crear un
discurso nuevo en contra del PSOE, alejado de los discursos tradicionales que
han sido utilizados por las élites madrileñas para atacar y despreciar lo
andaluz.
Ese
fue el gran error de la “pinza andaluza” de Rejón y Arenas en 1994, expresión
parlamentaria de la teoría de las dos orillas de Anguita, y que fue vivida por
una amplia parte de la ciudadanía andaluza como una reedición de los acuerdos
de la UCD con el PSA, lo que devolvió la mayoría suficiente al PSOE en 1996. Y
también lo fue el uso del término de “régimen” utilizado por el PP de Arenas a
finales de los 90. Porque atacar al PSOE con argumentos que recordaban a los
utilizados desde hacía siglos para descalificar lo andaluz, era atacar a
Andalucía y al derecho conseguido por los andaluces el 28 de febrero de 1981.
Y
en la actualidad, el discurso de las supuestas redes clientelares tejidas por
el PSOE en estos 35 años tropieza en la misma piedra, ya que en la mente de
muchísimos andaluces tiene la misma música del caciquismo que sí sufrió esta
tierra. Como lo son las afirmaciones del catalán Albert Rivera diciendo que van a
enseñar a los andaluces a pescar, o del madrileño Carlos Monedero afirmando que
ellos van a venir a Andalucía a barrer debajo de las alfombras. Son discursos
especialmente desacertados si lo que se pretende es la alternancia necesaria en
el gobierno de la Junta de Andalucía.
Alguien
tan poco sospechoso de apoyar al PSOE como José Chamizo en una entrevista de
esta misma semana, a la pregunta sobre si creía que en Andalucía quedaba algo
del espíritu andalucista que se vivió en la manifestación de 1977, respondió: “Queda mucho. Yo participé en aquella manifestación en
Algeciras. Estaba de vuelta ya de Roma. Era diácono, daba clases de Ecumenismo
en el Seminario y aún no había sido ordenado sacerdote. Insisto en que queda
mucho del sentimiento andaluz, pero sobre todo en los pueblos. La esencia
andaluza está en los pueblos. En la ciudad es distinto, las maquinarias de las
ciudades lo engullen todo. Pero conozco bien todos los pueblos de Andalucía,
los he visitado entre una y tres veces cada uno, y puedo decir que Andalucía y
su bandera están muy presentes. He visto a vecinos sacar sus banderas andaluzas
de los armarios el 28 de febrero.”
Lo que condiciona el voto mayoritario del PSOE, sobre todo en
los pequeños y medianos municipios de Andalucía, no son las supuestas redes
clientelares, sino la íntima y profunda convicción de que el PSOE sigue siendo,
35 años después, el partido que mejor defiende lo andaluz.
Magnífico análisis Pablo, aunque podiamos debatir sobre lo que es hoy y sera mañana Andalucia y sus representantes
ResponderEliminar