Si soy sincero, el affair del pequeño Nicolás, esa impostura
mediática que responde al civil nombre de Francisco Nicolás Gómez Iglesias (dos
nombres muy de familia franquistas,
¿nadie ha reparado?), lo he seguido con desgana. No es algo que me haya llamado
especialmente la atención, más allá de las socorridas bromas que empedrean las conversaciones
intranscendentes del café laboral de media mañana.
Pero de chusco y carpetovetónico escándalo, pasa a mayores
cuando medios como El Mundo ofrecen entrevista al joven, como ha hecho hoy este periódico con la titulada Yo colaboraba con el CNI,Moncloa y Zarzuela, o la programada para esta noche y que emitirá el
grupo MEDIASET.
Algunos se pueden escandalizar por el hecho de que un pequeñajo pueda haber tenido contactos
con los servicios de información y las más altas magistraturas de la Nación , lo que
demostrarías, como afirma un forero de la noticia de EL MUNDO, que Al final va a ser que el gobierno no solo es
el mas inepto de la democracia y presuntamente corrupto en extremo sino ademas
de bobos solemnes. De estos del PP me lo creo.
No tengo claro que todo lo dicho por Fran Gómez, como al
parecer quiere que le llamen, no corresponda exclusivamente a los delirios
narcisista de un joven caradura, que ha conseguido mantenerse el tiempo
suficiente en la ambigüedad que generan las relaciones humanas, y que permite que, por ejemplo, otros caraduras se incorporen a los festines propios de bodorrios y comuniones
sin que nadie les pregunten de parte que quien van. Pero nada me sorprendería de
que fuera cierta su utilización por parte de las cloacas del Estado.
Desde que leí en los 80, en la revista HISTORIA16, que el
zar Alejandro II de todas las Rusias había volado por los aires gracias al
explosivo entregado a los terroristas por parte de los servicios secretos
zaristas, que con esta maniobra intentaban introducirse entre los mismos, o
tras la lectura de la entrevista en EL PAIS en los noventas, donde Fernando
Morán compartió con los lectores de ese diario que desde la embajada
norteamericana le habían confirmado que los chistes sobre su persona era parte
de una campaña de la CIA
para socavar su autoridad frente a Felipe González, y que afortunadamente no
había tenido la efectividad que si había obtenido en otros países
sudamericanos, estoy convencido de que el dinero incontrolado de los servicios
secretos riegan generosamente la idiotez de sus dirigentes y ejecutores.
Pero esto no me lleva a dudar del eficaz control que
nuestros servicios secretos ejercen sobre los más triviales actos de nuestra
vida diaria. Al contrario. Estoy convencido que las antenas del CNI llegan a los lugares más insospechados a través de
los personajes menos sospechosos. Tengo la convicción de que el Centro Nacional
de Inteligencia tiene fichados a personas con las que me codeo habitualmente,
con las que tomo café o debaten conmigo en la UGT , en el PSOE o en cualquier otro espacio
informal.
Personas que posiblemente ignoren incluso que trabajan para
dicho organismo, pero que tiene un amigo en la policía que a cambio de pequeños
favores (quitar una multa, facilitar un trámite, etc.) reciben cotilleos más o
menos banales que terminan en los despachos más insospechados.
Esto me parece casi normal. El poder del Estado está
obligado a preveer todas las acciones que pueden actuar contra él. El problema
es que la propia estupidez de los dirigentes de los servicios secretos les llevan finalmente a ocuparse y preocuparse por las más absurdas de las cuestiones, mientras dejan, por ejemplo, que
terroristas islámicos dinamiten nuestros trenes de cercanías.
Por eso no me extraña que algún lumbreras del amplio escalafón de las cloacas del Estado decidiera
que Fran Gómez, nuestro pequeño Nicolás, un joven narcisista enfatuado, era
susceptible de ser utilizado en algún oscuro proyecto que el propio chaval
desconozca.
Como en el viejo relato de Agatha Cristie, El caso del empleado de
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