viernes, 27 de diciembre de 2019

¿Y por qué no apagamos esa farola?



En mayo de este año 2019, Diario de Sevilla, publicaba una noticia con el siguiente titular: “Sevilla es la tercera ciudad española con mayor potencia en iluminación[1] En este artículo se señalaba que “la capital andaluza sigue presentando déficits importantes en el ahorro energético. Así lo demuestra el ranking de la contaminación lumínica en España, publicado por el repositorio científico europeo Zenodo”.  Asimismo, el autor del artículo señalaba:

A ello ha de sumarse la bajada de la potencia, asignatura pendiente en Sevilla. "Estos dos factores cuando se cambian, por regla general, crean una sensación de inseguridad en lugares que antes han estado demasiado iluminados, de ahí que los gobiernos locales sean reacios a modificarlos", añade el investigador, quien abunda en que "para andar por las calles sólo hace falta que esté alumbrado el suelo". 

A finales de este mismo año, el diario digital publico.es, publica un artículo en el que afirma que “el gasto por habitante se sitúa en 114 kilovatios por año, casi el triple que Alemania (48-43) y muy por encima de Francia (90-77), según datos facilitados por el profesor Juan Manuel Blanco en una ponencia dictada en los cursos de verano de la Universidad de la Rioja en 2018[2].

Es decir, que las ciudades españolas en general, y Sevilla entre las capitales en particular, están excesivamente iluminadas, con el consiguiente gasto económico, que además provoca una enorme huella de carbono así como contaminación lumínica.

Una de las soluciones sería reducir el número de farolas que iluminan nuestras calles, un tercio aproximadamente para parecernos a Alemania.

Pero, como recogía Diario de Sevilla, sin duda se produciría una sensación de inseguridad, que  provocaría un levantamiento popular contra dicha reducción, a la que se le acusaría todos y cada unos de los delitos y accidentes que se produjeran en la ciudad.

Por ello, los políticos, gobernantes de lo público en nombre del pueblo, hacen por lo tanto bien en no tomar medidas para reducir el número de farolas.

Posiblemente, en poco tiempo, la opinión pública irá cambiando de opinión, y creo sinceramente que dentro de no muchos años, el rechazo a la reducción de farolas se transformará en exigencia de reducir su número para emitir menos carbono y producir menos contaminación lumínica.

Y el discurso social también es previsible: se acusará a los gobernantes de no haber reducido las farolas por sus relaciones con las compañías eléctricas, sacarán de nuevo a Felipe González de su “armario” de la historia, y se mostrarán indignados: todos son iguales.

Por eso, dado que hagan lo que hagan (tanto lo que quieran los ciudadanos o contra la opinión de los ciudadanos) los gobernantes serán acusados de desalmados y corruptos, ¿por qué no animamos a que nuestro ayuntamiento reduzca un tercio las farolas públicas de la ciudad?.

Por lo menos, ayudaremos a paliar al cambio climático, que no al cambio de la mentalidad popular. Que está visto que es imposible.