En este rosario de situaciones que me sorprende, escandaliza
o deprime en que se ha convertido este blog por mor de la crisis, se encuentra
la firme convicción de que el tiempo actual es el peor para la juventud.
Esta afirmación, muchas veces promovida y validada por
personas de mi edad e incluso mayores, viene a certificar que en el pasado la
juventud no se enfrentaba a desafíos tan dramáticos como los que actualmente se
enfrenta la juventud española, entendida como tal incluso los que superan los
30 años.
Pero esa afirmación, por mucho que se dé por cierta, no deja
de tener tantos matices que casi la hacen incierta.
En las geniales tiras de Mafalda, del insuperable Quino,
encontré de nuevo unas viñetas, de finales de los sesenta, que nos desenmascara esta realidad. En la misma,
Miguelito le pregunta a Mafalda: Decime,
la “generación quemada” de la que se habla tanto… no tiene nada que ver con la
nuestra ¿no? A lo que la niña más famosa de Argentina le responde: No, nosotros venimos después, lo que
lleva al niño a repreguntar: Ah, ¡y
cuando se supone que nos falta para empezar a chamuscarnos? Cada
generación, posiblemente desde los sesenta, se ha auto considerado quemada o perdida
y ha pensado que no vivirían mejor que la anterior.
Hasta mediados de los 70, la emigración a Europa era la
válvula de seguridad que impedía que la insuficiencia de oferta laboral para el
baby boom de finales de los cincuenta provocara la implosión del régimen franquista.
La crisis del petróleo disparó en España el desempleo en general y el juvenil
en particular, ya que los mercados europeos se cerraron a la mano de obra
barata española. Fue entonces cuando Felipe González llegó al gobierno en 1981 prometiendo
800.000 puestos de trabajo, que desde luego no llegaron hasta finales de la
década. Es la generación quemada de mis hermanos mayores, para los cuales el
futuro laboral en España era negro, muy negro.
Mi generación quemada llegó de mano de las movilizaciones estudiantiles
de 1986/87, las del Cojo Manteca, en las que ya participé activamente, al punto
que en los últimos días tres compañeros y amigos míos y yo conseguimos desalojar de
alumnos los Salesianos de Málaga, cosa que según los profesores nunca había
ocurrido en tal centro, y que me consta que no ha vuelto a pasar. Ya entonces
sentía que para mí había poco futuro en España y de hecho en la Universidad estuve buscando becas
para estudiar fuera de España. Pero me enrolé en las movilizaciones sindicales de
1988 contra el Plan de Empleo Juvenil, a través del cual pretendía imponer
Felipe González un contrato para jóvenes con salarios más bajos, y que finalizó
en la Huelga General del 14-D.
En mi caso continué participando en movimientos juveniles y
viví la crisis de 1993, que disparó nuevamente el paro juvenil tras los años
intensos de la entrada en la Comunidad Europea y la celebración de la Expo92 y
las Olimpiadas de Barcelona. En aquellos años los jóvenes nos preguntábamos
como diablos nos íbamos a emancipar y llegó James Petras y su famoso Informe,
en el que afirmaba en 1996: Lo más
importante para mi investigación era el rostro humano de la
"modernización" de Felipe... Descubrí otro mundo que las estadísticas
del gobierno y la
investigación académica pasaban por alto: los millones de jóvenes trabajadores españoles que quedaban
marginados del empleo estable y bien pagado... de por vida.
Pero precisamente fue unos años después, a finales de la
década, cuando la economía española empezó a inflarse gracia a los bajos tipos
de interés provocados por la llegada del euro y la necesidad de Alemania de
digerir la fagocitación de la República Democrática Alemana. Fueron los alegres
años 2000, pero no para los jóvenes, ya que hacia la mitad de la década se
hicieron tristemente famosos los mileuristas, jóvenes muy cualificados con contratos
precarios e ingresos por debajo de la media.
Y la década finalizó con la crisis de Lehman Brothers, la
explosión de la burbuja inmobiliaria y los reformazos laborales donde una vez
más los jóvenes lo han vivido con especial virulencia.
¿Alguien puede decirme cuando la juventud española ha dejado
de ser la generación quemada?
Por eso me irrita sobremanera escuchar los discursos
catastrofistas, no de los jóvenes que tienen derecho a construir su propio
discurso auto-referencial, sino de los adultos de mi edad o mayores, porque
mienten. Nunca España, aquejada de una endémica falta de empleo, ha sido la
madre sino la madrastra de su juventud. Por eso, la actual juventud podrá
asumir su protagonismo de la misma manera que las anteriores.
Imagino que la fotografía de una juventud sin futuro en la
que se empeñan los adultos, y que refuerza la autoimagen de la juventud sobre
su futuro, tiene algo de catártico para muchas personas de mi edad. Pero es
falsa la idea de que hoy un joven lo tiene mucho peor que un joven de mi época.
Y convencerles de lo contrario, aunque sea para mostrar empatía, es el peor
regalo que podemos hacerles.
La juventud actual tiene un desafío enorme y una misión
ilusionante: conseguir que la próxima generación de españoles no se consideren
la generación quemada. Algo que desafortunadamente nosotros no conseguimos.
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