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jueves, 26 de septiembre de 2019

El poema de Lasso de la Vega al Monasterio de Buenavista de San Jerónimo

Postal de los años 20 del siglo XX del claustro del Monasterio de Buenavista de Sevilla


El monasterio de Buenavista de Sevilla, de la orden de los jerónimos, fue el núcleo inicial del actual barrio sevillano de San Jerónimo. Más tarde, las industrias instaladas a lo largo de la vía ferroviaria de Sevilla-Córdoba (construida por la empresa MZA -Madrid-Zaragoza-Alicante-) junto a las instalaciones ferroviarias de esta compañía, conformaron un barrio obrero y popular, sobre el que siempre pesó las ruinas del convento desamortizado en el siglo XIX.

Tras la exclaustración fue colegio primero, y luego fue mudando de usos mientras se derrumbaba (fábrica de vidrio, lazareto), hasta terminar siendo un cebadero de cerdos hasta mediados del siglo XX. Finalmente el ayuntamiento de Sevilla lo adquirió en los años 80 del siglo XX.

Hogar primigenio del “San Jerónimo penitente” de Torrigiano, considerado por algunos escultura cumbre universal junto al David de Miguel Ángel, actualmente presenta un aspecto adecentado pero muy lejos de su antiguo esplendor.

El poeta sevillano Javier Lasso de la Vega dedicó al cenobio de Buenavista un poema, que fue premiado con la Flor Natural de los Juegos Florales de Zaragoza en 1901. Un poema del que no tenía noticias, hasta que lo he encontrado publicado en el periódico jerezano “El Guadalete”, que lo incluyó en su número 14.383 del 16 de marzo de 1902.

Lasso de la Vega fue médico, catedrático, presidente de la Real Academia de Medicina, pero también literato. Su prestigio llevó al ayuntamiento de la ciudad a dedicarle una calle céntrica, muy próxima a La Campana.

Al tratarse de una obra muy poca conocida, transcribo, tal y como fue publicada por “El Guadalete”, como post para su difusión entre los amigos de este blog y los y las vecinas de San Jerónimo de Sevilla.

POESÍA NOTABLE

Honramos hoy nuestras columnas publicando la del distinguido médico sevillano y cultísimo escritor D. Javier Lasso de la Vega, galardonada con el Premio de honor en los Juegos Florales de Zaragoza:

ANTE LAS RUINAS DEL MONASTERIO DE SAN JÉRONIMO DE SEVILLA

¡Oh grat soledad, o te bendigo!
NUÑEZ DE ARCE

A mi querido amigo D. Cándido Ruiz Martínez

En este inmenso valle de amargura
Por donde á errar te obliga ley suprema;
Donde en vano tu mente conjetura
La esquiva solución del gran problema
Qué á sabios y á filósofos tortura,
Siempre verán tus consternados ojos,
Como presagios de la suerte humana,
Flores marchitas, fúnebres despojos,
Verjeles invadidos por abrojos
Gusano corroedor, guerra inhumana,
Sien que sueña laurel y ciñe espinas,
Ensangrentadas huellas de la muerte,
Y luto y destrucción, polvo y ruinas.

Que esta fatal devastación se advierte,
Lo mismo en la región del pensamiento
De cuyas cimas ruedan los altares
Que idolatrara ayer el sentimiento;
Lo mismo en el Océano pavoroso
Donde en inícuas luchas seculares
Devora al indefenso el poderoso,
Que en los vastos imperios esterales
Donde el cadáver de la casta Diana
Flota insepulto á nuestra vista ansiosa,
Como anunciando que la Tierra hermosa
También cadáver flotará mañana.

--

Aquel desmantelado campanario
Que ceniciento y taciturno asoma
Vecino del ruinoso santuario;
Aquellos prados que el nopal circunda
Y en que la maleza sin verdor ni aroma
Inextricable y montaraz abunda;
Esos muros que el liquen oscurece,
De livianos reptiles madriguera,
A cuyo pié la parientaria crece,
Y en cuyos frisos arraigó la higuera;
Esas vetustas puertas agrietadas
Que en rotas hornacinas desiguales
Sustentan esculturas mutiladas;
Estos peldaños de musgosa piedra;
Desgastados, decrépitos umbrales;
Melancólicos claustros ojivales,
Hendidos arcos donde el ave anida,
Y herboso patio en que la zarza medra,
Fueron ¡oh amigo! Tierra prometida
Donde el varón prudente y estudioso,
La virtud calumniada ó desvalida,
Los náufragos del siglo borrascoso,
Lograron puerto en que abrigar su nave,
Y aquí gozó su espíritu tranquilo
La única dicha que en el mundo cabe:
¡Vivir creyente en apartado asilo!

--

¡Triste de aquel que cuando á Dios implora
Ante el lecho del hijo moribundo,
Mira llegar con júbilo profundo
La ansiada medicina salvadora
Que al yerto labio aplica diligente,
Para hallar que el remedio es ya tardío,
Para hacer su infortunio… más patente,
Y más punzante su dolor impío!
¡Triste de aquel que en vespertina hora,
Brega, fluctuando sobre mar sombría,
Mientras, en su aflicción desgarradora,
Demanda auxilio á la extensión vacía;
Y cuando ya su voz, ronca, se extingue,
Leve punto que surge en lontananza,
Con inefable gratitud distingue;
Reanímase engreída su esperanza,
La blanca vela sus pupilas hiere;
Prorrumpe en grito prolongado y grave,
Pero débil su voz… para la nave
La noche cierra y la esperanza muere!

--

¡Triste de mí que empiezo mi existencia
Cuando endiosado el pensamiento humano,
Pretende con satánica tendencia
Mostrar desnudo el misterioso arcano.

Hechura de mi siglo, á la corriente
De sus olas titánicas me entrego,
Que en su espuma me elevan triunfalmente,
En hondas simas me derrumban luego,
Y aunque, obstinado, la verdad evoco,
Ni á las coronas de los astros llego,
Ni las entrañas del abismo toco!

Y hoy el náufrago, ya desfallecido,
Busca en la soledad reposo caro,
Y al claustro pide la quietud y amparo
Que alivio son del adalid vencido,
Con alborozo vé francas las puertas,
Y tras esta ficción que le alucina,
Estancias profanadas y desiertas,
Y luto y destrucción, polvo y ruina.
¡Oh, infausta suerte pérfida y sañuda!
¡Oh, de la realidad funesto estrago!
¡Oh, amables fluctuaciones de la duda,
Solas estrellas de mi rumbo aciago!

--

¡Cuán graves reflexiones provechosas
Sugieren, buen amigo, al pensamiento
Estas nobles ruinas lastimosas!
¡Cuán docto, qué sagaz conocimiento
Denota de los hombres y la vida
Quien el aplauso seductor olvida,
Desdeña peligroso encumbramiento,
Y en rústico paraje solitario,
Reduce sus dominios y ornamento,
A un sayal, una celda, un santuario,
La heredad productora del sustento,
Y el libro, del saber depositario!

¡Cómo aquí florecieron sigilosas,
En tiempos apartados y mejores,
Aquellas vocaciones industriosas,
Que, exentos de abstracciones jactanciosas,
Supieron alentar nuestros mayores!

Aquí hallaba refugio la inocencia,
Tregua el dolor, bondad el descreído,
El arte inspiración, alas la ciencia,
Perdón la culpa y el culpable olvido.

Y las cruentas heridas que la injuria,
La ingratitud ó el egoísmo abrieron,
Con astucia ruín ó airada furia,
Detrás de este dintel desaparecieron,
Cual desaparece en la feraz pradera
La crepitante y quebradiza hoja,
De que el álamo altivo se despoja,
Presitiendo fecunda primavera.
Todo lazo terreno se rompía;
La vida en esas lindes concluía;
La tumba en estas celdas comenzaba;
Y el monje para el mundo fenecía,
Y el mundo para el monje se acababa.

--

El hombre; el rival; el adversario:
El que en las lides mundanales rudas
Es Nerón parricida é incendiario,
Envidioso Caín, ó aleve Judas,
Era aquí reflexivo confidente,
Que nuestras cuitas íntimas oía,
Y con juiciosa plática indulgente,
Fortaleza, benéfico, infundía.

¡Cuanta unción en el ánimo infiltraba
Aquel afán de ultraterrenos fines
Que el acortado sueño aminoraba!
Aquel nocturno rezo de maitines
Que en las naves del  templo congregaba,
Al fugor del cirial amarillento,
Vagas figuras rígidas y asteras;
Ropas talares; mudo arrobamiento;
Hierático además; caras sinceras,
Y en el coro, contritas y severas,
Pardas formas de gótico contorno,
Salmodiando sus preces lastimeras
Del plateresco facistol en torno.

¡Cuán excelsas, gloriosas potestades,
Las de aquellos magnánimos varones,
Que vencieron tiránicas pasiones
Con sólo sus heróicas voluntades!

¡Con cuánta mansedumbre el cenobita
Rechazaba las torpes tentaciones
Que la carnal perversidad concita!

Al resplandor de lámpara humeante,
Que, ténue y sepulcral!, la efingie alumbra,
De Jesús enclavado y expirante,
Viéraslo confundido en la penumbra
De exigua celda que parece fosa,
Dedicado á expiación edificante;
Sordo al trueno de noche tormentosa:
Postrado, humilde, sobre duro suelo;
Inclinada la faz hacia la tierra;
Las flacas manos elevando al cielo;
Visible en su actitud impetradora,
Todo el rubor de la virtud que yerra,
Todo el anhelo de la fé que implora;
Envuelto en amplia túnica que abulta
Los miembros que el cilicio ha macerada,
Mientras la sombra del capuz oculta
El pálido semblante demacrado;
Su expresión de dolor inextinguible;
La frente que surcó pena infinita;
El labio cadavérico que agita
El veloz movimiento imperceptible
Con que salmos davídicos recita,
Y la elocuente lágrima que escapa
Del párpado en que límpida rebosa,
Recorre la mejilla y silenciosa,
La tosca urdimbre del sayal empapa.

--

¡Ocioso lamentar el bien perdido!
Mas en signo cruel hemos nacido
Los que sólo aventamos la ceniza
De la fé cuyo fuego se ha extinguido!

¿Por qué en la edad creyente no he vivido
Que Pedro el Ermitaño simboliza?

¡Cuán venturosa mi existencia veo,
Pinta por la mente linsojera
Con los colores que eligió el deseo!

¡Cuán serena, qué plácida alegría
Mi lacerado corazón sintiera,
Cuando en el huerto, al despuntar el día,
Manejase solicito la azada,
Desvaneciendo mis agudas penas
El relamo de alondra enamorada
Y el ardor de mis rústicas faenas!

Y ¿quién aquilatara mi contento,
Entregado á libar hora, tras hora,
Las sabias enseñanzas que atesora
La rica biblioteca del convento?

¡Cuánta dicha tus techos cobijaron!
¡Oh alcázar ceslestial! ¡oh mansión caral
Reino de perfección en que imperaron,
La soledad, donde con voz mas clara
Acrimina roedor remordimiento;
Olvido que del mundo nos separa;
Meditación, que eleva el pensamiento;
Bendita paz, venero de clemencia;
Silencio, que precave indiscreciones;
Ayuno, precursor de continencia;
Templanza, que refrena las pasiones;
Oración, que con Dios nos comunica,
Y un constante recuerdo de la muerte,
Que en toda adversidad nos fortifica,
Y nuestro fin más alto nos advierte….!

--

¡Oh apacible cultivo de la ciencia!
¡Oh verdadera libertad preciosa!
¡Oh ansiada posesión de una creencia!
¡Oh sola dicha, soledad dichosa!

¡Cuánta imaginación meditabunda!
¡Cuánto espíritu recto y desgraciado!
¡Cuánta frente rugosa y pudibunda!
¡Cuánto pecho sencillo y generoso,
Por amargas memorias abrumado,
Con intensa efusión habrá llorado
En este erguido mirador ruinoso!

--

¿Quién de tal conmoción se eximiría?
Cuando al hundirse en Occidente el día,
Del ascético infolio en pergamino
Mis fatigados ojos apartara,
Y escudriñando mi último destino,
Desde la enhiesta torre contemplara
La uniforme llanura siempre verde,
Que á la luz indecisa del paisaje
En azulado término se pierde;
La majestad con que la tarde expira;
En el rojo horizonte algún celaje
Que reflexiones tétricas inspira;
La augusta sombra que siniestra crece
Y colores, matices y follaje,
Como absurda esperanza desvanece;
El silencio imponente de natura,
Turbado por la lúgubre corneja
Que sucesos fatídicos augura,
O por distante vibración que azora,
De algún reloj que con pausada queja
Del sol que muere se despide y llora;
Allá lejos, el siglo y su locura,
La ciudad, el hogar abandonado,
La mujer que en secreto he adorado,
Y el hombre que causó mi desventura;
A mis pies, el convento penitente;
La fé que espera en Dios vida futura
Consagrándole toda la presente;
Las vidrieras del templo, destacadas
Del negro fondo de la noche oscura
Por caridad interna iluminadas;
El patético canto invitatorio
Que entre flébiles notas del salterio
Solloza bajo el cóncavo cimborio;
Los sauces del callado cementerio;
La fosa que cavó mi propia mano;
La lápida que no dirá mi nombre,
Sepultando á la par del polvo vano,
Hazañas, santidad, genio y renombre,
Y en el cenit los mundos inmortales
Donde innúmeras frágiles criaturas,
Frustrados sus risueños ideales,
Recorren los espacios eternales
Lamentando sus trágicas torturas,
Bajo la angustia de emociones tales,
¡Ay! yo también gimiendo, acongoja
El duelo universal abarcaría,
Y ante el cielo infinito prosternado,
Por tremenda intuición anonadado,
¡Misericordia, oh Dios! exclamaría,
……………………………………………………
……………………………………………………
……………………………………………………

¡Hilos que transmitís el pensamiento!
¡Férreo corcel, de nuestro siglo emblema!
¡Portentosas creaciones del talento!
¡Luz del progreso que deslumbra y quema!
¡Apartáos del yacente monumento!
¡No violéis de estos campos la tristura!
¡Respetad las reliquias venerables
De una edad que aquí halló su sepultura!

Que estas viejas ruinas deleznables
Son, para el errambundo pasajero,
Faro consolador, piedra miliaria
Que indica un rumbo donde no hay senderos
Son la mística urna cineraria
Do reclina su frente pesarosa
El dolor que murmura una plegaria,
¿Qué guardáis para el alma candorosa
Que ve en la ciencia sombras y desierto…?
Ya que la santa religión ha muerto….
¡Guardar la tumba en la que la fe reposa!

Javier Lasso de la Vega