Tras la muerte de
la serpiente de verano gibraltareña, por inanición debido a otros folclores
patrios como el desafío nacionalista catalán, creo que toca hablar en serio de
Gibraltar.
Pero ello me
obliga previamente a hacer una confesión: mi condición de socialista me hace
internacionalista, mi formación intelectual me hace iberista y mi formación
emocional me hace andalucista, por lo que mi análisis sobre la cuestión
gibraltareña no está teñida por ninguna formulación territorialista.
Ya he argumentado anteriormente, en este mismo blog, que tengo la convicción que uno de los
mayores problemas para diseñar y ejecutar una política de Estado para el
estrecho de Gibraltar hacia abajo, incluidas Ceuta y Melilla, es la visión mesetaria, atlántica y septentrional de
las élites estatales.
La propia
cuestión de Gibraltar de este verano es la prueba más palmaria, ya que no se
trata de establecer una política coherente sobre una demanda histórica, sino la
excusa transitoria de una cuestión de política interna del partido mayoritario
en las Cortes Generales. Pero esto ha sido así con Rajoy, con Aznar, pero
también con Franco. Esas episódicas exaltaciones patrióticas que en su
paroxismo llevó al ex general a ordenar el cierre de la verja, es decir
de la frontera, en 1969, para ahogar a la pérfida Albión. Cosa que sólo
consiguió llenar de marroquíes el Peñón (contra la intención de los españoles
firmantes del Tratado de Utrecht), reforzar el espíritu nacional gibraltareño, y provocar la hambruna en el Campo de
Gibraltar, a pesar de la Zona de Preferente
Localización Industrial y el desarrollo turístico de la Costa del Sol, que tuvo que
absorber gran parte del paro producido por la decisión del Estado franquista.
Se puede discutir
hasta la extenuación si Gibraltar debe ser o no española. Razones y argumentos
los hay en todos los sentidos. Pero si la sociedad
española se fija el objetivo de integrar (o reintegrar) el actual territorio de
Gibraltar, lo primero que debe establecer es un programa a largo plazo,
consensuado por todas las fuerzas políticas de la Nación con opciones a
gobernar (como mayorías o como minorías), y sacado de la actualidad política. Un plan, con todas las diferencias que se quiera, como el que realizó China para recuperar Honk Kong.
En segundo lugar, debe establecer una
política de seducción de la sociedad gibraltareña que por razones históricas
(tanto internas tras el reforzamiento de la identidad gibraltareña provocada
por la decisión mesetaria de cerrar
la verja, como por la imposibilidad actual de anexionarse un territorio en
contra de la voluntad de sus habitantes), y económicas, se sienten seguras de
su estatus actual.
A mi entender,
ello pasaría por una oferta formal de las Cortes Generales a la sociedad
gibraltareña basada en el respeto a su integridad territorial (no anexándose a
Andalucía, por ejemplo), al uso de la lengua inglesa como co-oficial, la
posibilidad de la doble nacionalidad anglo-española y un estatus económico
transitorio (de 50 años, por ejemplo) suficientemente generoso. También sería
pertinente una generosa política de becas para estudiantes gibraltareños en España,
y reducir el número de estudiantes de la Roca que acuden a universidades británicas.
Pero además de
ofrecer una zanahoria, hay que dar el palo, mediante una férrea política de
inspección fiscal y control aduanero, que debería durar lustros e incluso
décadas, que impida el uso de Gibraltar por parte de residentes en España como
paraíso fiscal. Se debería además crear un cinturón de riqueza alrededor de la
colonia británica, tanto en el Campo de Gibraltar como en las zonas aledañas de
Cádiz y Málaga, ya que ¿quién querrá sumarse a un Hinterland mucho más pobre, con graves problemas de marginalidad,
drogadicción, tráfico de drogas, etc.
En cambio, el
desarrollo industrial y tecnológico de la zona, que aumentara
significativamente la renta per cápita, la instalación en la zona de grandes
equipamientos públicos como hospitales de referencia nacional, universidad,
etc. llevaría a los llanitos a ver como deseable sumarse a esa riqueza. Para
ello sería fundamental un pacto igualmente de Estado entre el gobierno de la Nación y el de la Junta de Andalucía, que
potenciara toda la riqueza endógena (que las hay) con aportaciones
fundamentales de proyectos exógenos.
Y por último,
faltaría una inteligente estrategia en el corazón del imperio inglés, desde la
embajada española en Londres, para que la sociedad inglesa no visualice a los
gibraltareños como las víctimas del toro español, sino como unos caprichosos
que quieren vivir fastuosamente a costa del contribuyente británico.
Pero, ¿cuál es la
realidad? Una política histórica que ha conseguido insuflar una identidad que
ni los galos de la aldea de Asterix; una política nacional actual que usa
Gibraltar, como el peñón del Perejil, como Ceuta, como Melilla, con exclusivo
interés de fervor nacional; una deriva nacional-centrípeta que desprecia y atosiga la singularidad de sus propios territorios con lengua propia; una permisividad escandalosa en materia fiscal y aduanera, en concomitancia con
las élites económicas de la
Costa del Sol y las mafias locales; un Hinterland pobre,
pobrísimo, con una economía fuertemente dependiente del tráfico del tabaco y
del hachís; y con una sociedad española que su último problema es lo que pase
en una rocalla más allá de Sierra Morena.
Porque si el
problema fuera realmente el futuro de los pescadores de Algeciras o la Línea, con ofrecerles un
plan de jubilación como a Bárcenas, seguro que estarán encantados con los
arrecifes artificiales colocados por el gobierno de Gibraltar.