sábado, 23 de febrero de 2013

El camino hacia la República.



El auge del republicanismo que actualmente vemos en España, me llena tanto de júbilo como de estupor. Júbilo, porque criado en una familia de larga tradición republicana nunca he sentido ese juancarlismo que se le presupone a la izquierda en la que me alineo. Estupor porque de nuevo llega la inspiración republicana no desde el corazón y la mente, sino desde las tripas.
          
Que si me queda un tiempo razonable de vida veré la III República Española es tan innegable como que mañana amanecerá. Claro que por republicanos nos definimos los que aspiramos a un revival, en lo positivo, de la filosofía de la II República Española, porque muchos parecen olvidar que repúblicas son también la de Guinea Ecuatorial, Irán, Estados Unidos, Corea del Norte y Haití, por poner algunos y dispares ejemplos.
           
Pero a nuestro concepto de republicanismo no se puede llegar desde la desesperación o el desencanto. Es injusto con el espíritu republicano adherirse a su causa por el bochorno de un sistema político colapsado y por una monarquía asesiada por sus propios errores.
               
A la república se debe llegar por el camino de la dignidad humana, de la ética de los derechos fundamentales del hombre y de la mujer: no ser gobernados por quienes no hayamos tenido la oportunidad de elegir.
                
Se trata del mismo principio filosófico que llevó a la revolución norteamericana a no aceptar impuestos de un gobierno que no habían tenido la posibilidad de elegir. Pero también de la misma lucha feminista, condensada en la expresión No taxation without representation que se negaba al pago de impuestos a esa misma República de los Estados Unidos de América, heredera de la revolución norteamericana, mientras no se permitiera votar a las mujeres.
            
Y no se trata que el gobierno de una república sea, per se, mejor que el de una monarquía, ni que sus leyes y sus políticas sean más beneficiosas para el conjunto de la sociedad que el que tenemos ahora en España. Es la imperiosa necesidad de ser gobernados por un primus inter pares, el primero entre iguales. O como escribió Francesc de Vinatea, jurat en cap de Valencia, al rey Pedro el Ceremonioso: cada uno de nos somos tanto como vos, pero todos juntos mucho más que vos.
              
Aunque sea para cambiar a Juan Carlos I, o a Felipe VII, por Aznar o Rajoy, que ya sería mala suerte.

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