Lo
sé. El título de este post, trasunto de la famosa frase de Concepción Arenal
(odia el delito y compadece al delincuente) puede causar ampollas a más de uno.
Pero no será por lo que sugiere, sino debido a la deriva moral de una parte
importante de la sociedad española que está regresando a la ley de Talión.
Sobre
las víctimas y su dolor, ya manifesté mi opinión en el post Victimización de la sociedad. Pero lo
sucedido en la última semana, que comenzó con la más que justificada, en lo
moral y en lo jurídico, sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de
Estrasburgo sobre la aplicación retroactiva del cómputo de los beneficios
penitenciarios, hasta la manifestación de asociaciones de víctimas (bueno, sólo
de víctimas de ETA, no de todo el terrorismo, no de todas las víctimas) contra
dicho Tribunal, pasando por la aprobación del Estatuto de la Víctima por parte
del Consejo de Ministros, me lleva a continuar con dicha reflexión.
La
única reparación justa para una víctima es que el crimen que le llevó a tal
situación no se hubiera producido nunca. Pero eso las leyes no pueden
conseguirlo porque la Justicia, así en mayúsculas, o es divina o es imposible.
A lo más que pueden aspirar las sociedades emocionalmente sanas, construidas
sobre los paradigmas de la igualdad, la libertad y la fraternidad, es dotarse
de leyes, que deben ser pocas y bien hechas, de un sistema eficaz que persiga
al infractor, y un sistema judicial capaz de sancionarlo.
La
demagogia política lleva a pensar que la firmeza moral es proporcional a la
cantidad y dureza de las penas contempladas en las leyes. Pero la realidad no
es esta. Muchas leyes, hechas de forma apresurada, cambiadas a golpe de
acontecimientos, terminan semejándose a un monstruo de frankenstein con penas
divergentes para delitos semejante, sin un sistema policial que asegure su
cumplimiento, con juzgados colapsados y sin prisiones suficientes, terminan por
generar aún mayor frustración social ya que ni se puede perseguir el delito, ni
juzgarlo ni hacer cumplir las penas.
Pero
la última vuelta de rosca es el perverso principio sobre el que se asienta el
inmoral Estatuto de la Víctima. Si a la justicia se le ha representado
históricamente como una dama con los ojos tapados, es precisamente para señalar
la necesidad de que la persona encargada de juzgar (que no de impartir
justicia, que es cosa imposible) esté liberada del dolor de la víctima.
En
el plano moral, abrir la senda de que la víctima participe en la sentencia y su
ejecución, es una barbaridad. En el plano práctico, es un dislate. Ante el
asesinato de una persona, ¿quién es la víctima, el padre, la madre, el esposo,
la esposa, los hijos, los nietos? ¿Qué pasará si dos familiares cercanos, un
hijo y el esposo pongamos por caso, manifiestan dos posiciones diferentes, una
hacia la clemencia y otro hacia la venganza? ¿A quien deberá hacer caso la
justicia?
Pero
es que además, esta filosofía no sólo no beneficia a la víctima sino que la
destruye como persona al cosificarla, obligándola a auto identificarse eternamente
como tal, obligándole a vivir pendiente de su agresor. Con este sistema, el
vencedor será siempre el criminal, el terrorista: no sólo habrá destruido a la
persona, sino que además conseguirá que nunca más supere tal situación.
Por
la parte del criminal (el violador, el asesino, el terrorista) centrar todos
los esfuerzos en su castigo sin intentar solucionar sus causas, impide ver
que la mayoría de los crímenes tienen su origen o en trastornos mentales o en
problemas sociales. Y que sin solucionar éstos, es imposible atajar aquellos de
forma real.
Estados
Unidos es la prueba: un país con un sistema judicial y penitencial durísimo,
donde la libertad de armas de fuegos es escandalosa, pero que cuirosamente la
tasa de criminalidad y población penitenciaria es altísima. Lo que no se tiene
en cuenta que todo ello depende más de una sociedad con una gran injusticia
social, sin servicios públicos que cohesionen a la ciudadanía, y con una
fractura familiar y social insostenible, que de las leyes, los juzgados y las
prisiones.
Con
demasiada rapidez, la sociedad española está olvidando que la firmeza moral de
una sociedad como la nuestra es la defensa de la ley por encima de la venganza,
de la preeminencia de la compasión sobre el rencor. Y el argumento que están
usando es una falsa empatía con las víctimas.
La
frase de alguna asociación de víctimas de ETA de que debe haber vencedores y
vencidos es estremecedora por su parecido a la afirmación del ex general
golpista Mola al inicio de la Guerra Civil: “Ni pactos de Zanjón,
ni abrazos de Vergara, ni pensar en otra cosa que no sea una victoria
aplastante y definitiva”.
¡Que
diferencia, que abismo moral, de aquellos republicanos que a punto de ser
asesinados, durante la Guerra Civil, durante la durísima posguerra, escribían a
sus esposas pidiendo que no educara a sus hijos en el rencor, el odio y la
venganza!
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