Hoy
es uno de esos días en que a uno le gustaría buscar una piedra llorosa como
el alcalde de Sevilla García de Vinuessa y llorar amargamente. O entonar el
grito de Ortega y Gasset no es eso, no es eso.
Y
no sólo por los abucheos de algunos en la manifestación de anoche en Madrid
contra los desahucios contra algunos dirigentes del PSOE, que siempre los
encuadro, venga de donde vengan, como una forma más de libertad de expresión,
sino también por los comentarios que sobre tal hecho voy leyendo en la prensa
digital por algunos lectores.
Sobre
manifestaciones, pocas personas en España pueden darme lecciones: desde las
manifestaciones estudiantiles de 1987, hasta ayer contra el cierre de la
factoría de Cargill en San Jerónimo, he participado en centenares de ellas,
contra todos los gobiernos de la Nación (Felipe González, José María Aznar,
José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy), por la paz, contra la guerra,
contra los abusos empresariales, contra los desahucios, contra las violaciones,
contra la discriminación hacia las mujeres, por los derechos de gays,
lesbianas, bisexuales y transexuales, por el empleo de los trabajadores del
campo, etc.
Y
nunca me he considerado con autoridad moral para decidir quien debía estar en
ella y quien no. Posiblemente, algunos de los que ahora andan indignados por el
mundo, hasta que la crisis no les tocó eran los que miraban desde la acera
con desprecio a los que andábamos por la calzada. Y ahora esos mismos se creen
con derecho a convertirse en jueces y verdugos, repartiendo urbi et orbi carné
de manifestante.
Porque
en el fondo, esos mismos que van de izquierdosos han interiorizado la santa
intransigencia católica, rechazan la razón y aplauden la simplificación más
radical. Para mí, en estos momentos, esos que descuartizan al PSOE en su
conjunto no tienen más autoridad moral que Millán Astray y su viva la muerte,
abajo la inteligencia. Dios los cría y la sangre española los une.
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