Desde una posición firmemente republicana, defiendo que
existen tres razones de peso para rechazar la propuesta extemporánea de
convocar un referéndum para elegir el modelo de jefatura del Estado, entre
república y monarquía.
La primera es de carácter ético. La república, como ya he
afirmado en varias ocasiones, se inserta en el plano moral de no ser gobernados
por nadie que no hayamos tenido la oportunidad de elegir. Al igual que era
absurdo basar el debate de la abolición de la esclavitud en si vivía mejor un
esclavo o un hombre libre, lo es plantear que una república nos proveerá de
mayores bienes materiales, será un régimen menos corrupto, etc. Se es
republicano por dignidad, pero no por interés.
Por ello, promover tal referéndum en estos momentos, aprovechando la angustia de
la ciudadanía en una situación de emergencia social, disfrazando el alcance
real del debate república/monarquía y bajo falsas promesas de un ubérrimo paraíso
terrenal, me parece deleznable.
La segunda es de carácter político. La petición de un referéndum
tiene mucho de oportunismo electoral. Su planteamiento en un momento social y
económicamente convulso, y con la idea fija de algunas formaciones políticas de
establecer dos bandos claramente diferenciados, entre el llamado bipartidismo y
la izquierda auto titulada verdadera, ha puesto en marcha una dinámica social perversa
que lleva a un callejón sin salida.
La no celebración de un referéndum refuerza la idea de que
existe un interés en no permitir que el “pueblo” (ese que es convocado varias
veces cada lustro y cuya tercera parte, cuando no más de la mitad, se queda en
su casa) se manifieste públicamente. Pero si se celebrara mañana,
supondría el desquiciamiento de este, y de cualquier, Estado Constitucional. Si
arbitrariamente, es decir, sin un procedimiento reglado, se sometiera a referéndum
un tema como este, ¿qué justificación tendríamos mañana para no convocar otro
sobre la pena de muerte, por ejemplo? ¿El sólo hecho de que aquel tema me
interesa y este otro no?
Y niego la mayor. Soy partidario de introducir constitucionalmente consultas directas mediante referéndum periódicos, pero sabiendo que éste sistema no significa
medidas más justas, simplemente significa que son las que más apoyo obtiene de la ciudadanía. No hay que
olvidar que gracias a la ausencia de referéndum, en Turquía las mujeres
obtuvieron el derecho al voto en 1930, y que en cambio, gracias a los referéndum,
las mujeres suizas tuvieron que esperar hasta 1971 para obtenerlo.
En caso que se celebrase y saliera a favor de la monarquía,
como parece ser, ¿cuanto tendríamos que esperar para promover una república?
¿Un año, diez, treinta y nueve? ¿Un referéndum cada vez que se produzca una
sucesión en el trono? ¿Nos veríamos impedidos a promover un verdadero proceso
transformador a través de un cambio reglado de la Constitución?
Y en la remota hipótesis de que fuese favorable a la
república, ¿cómo y quien afrontaría este desafío? Al romperse el procedimiento
reglado en la Constitución para su modificación, también pactado por las fuerzas
políticas y sociales en la transición, se crearía una situación ingobernable.
Lo lógico sería la abdicación de Felipe VI, pero entonces le sucedería su hija,
la princesa de Asturias, y al ser menor de edad no podría abdicar, y si lo
hiciera, aún quedarían Sofía de Borbón, y las hermanas del rey y sus
descendientes.
Cualquier otra opción será jurídicamente traumática: dar por
derogada la Constitución de 1978, lo que obviamente dejaría, en teoría, suspensos todos los poderes del Estado, pero
que de facto supondría el poder absoluto para el ejecutivo, el gobierno de la
Nación (en estos momentos del Partido Popular) el cual contaría, no lo dudemos,
con el apoyo del ejército.
El referéndum es parte de una estrategia irresponsable de
quienes se saben políticamente irrelevantes y confía en que la sensatez del que
tiene opciones de gobierno no nos embarque en un proceso convulso, y que ello les permita seguir consiguiendo políticamente masa crítica.
La tercera es de carácter práctico. Si lo que se pretende es
traer la república de forma democrática, hay que conseguir que una mayoría
social suficiente se identifique con ella. Insertarla en un debate
partidario nos aleja de ese ideal a pasos agigantados. Igual que en 1931 una mayoría
social, que iba desde la derecha de Alejandro Lerroux y Niceto Alcalá Zamora
hasta la izquierda marxista del PSOE, permitió una mayoría electoralmente suficiente, sólo una
mayoría social que abarque desde el centro derecha y la izquierda hace posible la
llegada democrática de la III República.
Estoy seguro que a algunas formaciones políticas les ha
venido bien el planteamiento de un referéndum: han encontrado un punto no
ideológico de unión que les permite no aclarar en demasía sus propuestas en materia económica o territoriales (en ocasiones irreconciliables), refuerzan la estrategia de las dos orillas
y potencian las contradicciones del PSOE entre su alma republicana y su
obsesión por ser un partido responsable.
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