¿Es posible, desde un republicanismo
pertinaz, imponer un poco de cordura al sarampión republicano que estos días
sacude nuestra Nación?
En un torrente atropellado de argumentos,
emociones e instintos, como los que estamos viendo actualmente, muchos
ciudadanos han abrazado la causa republicana como si de un bote salvavidas se
tratase.
Repúblicas las hay de todos los pelajes:
totalitarias, teocráticas, hereditarias y democráticas. Repúblicas que han
abrazado la causa neoliberal, también: desde las mediterráneas como Portugal,
Italia y Grecia, hasta sudamericanas, como Chile, Brasil o Mexico, pasando por
las norteamericanas, coreanas e indonesias.
Me temo que, una vez más, el ideal
republicano está siendo secuestrado por un fervor místico, cual tótem mágico, y
con cuyo sólo nombre la tierra se convertirá en el paraíso de la humanidad.
Pero esto pasó no hace demasiado tiempo, unas cuantas décadas atrás, donde las
palabras tótem eran democracia, libertad, amnistía y autonomía.
Posiblemente muchos, pero no todos, al
pedir república estos días, consideran innecesario explicar que a lo que
aspiran es a una tercera República continuista de la segunda. Pero aún así, no
todo lo que trajo la II República fue bueno, además de no haber tenido tiempo de
mostrar las miserias en las que derivan los sistemas políticos maduros. Habría
que rescatar lo mejor de la
República asesinada en 1936 y prevenirnos de lo peor que
tuvo.
Pero movidos por la pulsión de la crisis,
el hartazgo y la indignación, se pretende tomar el atajo del referendum para
llegar a un puerto que nadie conoce, en unas condiciones imposibles de prever y
con unas consecuencia que ya se advierten complejas, tanto si la opción republicana
fuese derrotada como si fuese elegida por la gran mayoría de la Nación.
Pero vemos como, lamentablemente, la admonición de Azaña vuelve a caer en saco roto ochenta años después.
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