Sería imposible
comprender la historia la lucha de la izquierda española a lo largo de todo el
siglo XX sin entender las bases sobre las que Pablo Iglesias (el de verdad, no
el trucho, dicho con todo el cariño) estableció el proyecto de socialismo
marxista: dos pilares sobre los que descansaba su proyecto revolucionario. Por una parte, el
Sindicato Obrero de la UGT ,
como organización de masas, y por otra el Partido Socialista Obrero Español, como la
inteligencia que estaba llamada a
ejecutar la lucha de clases y el fin de las mismas.
Siempre se trató
de una unión no sólo fraterna, sino casi biológica. La doble militancia (la
obligación de los militantes del PSOE a militar sindicalmente en la UGT , aunque no lo contrario),
el vivero ideológico y de formación que suponía el Sindicato para la formación
de cuatros del Partido, y la férrea voluntad y la inteligencia de una
dirigencia consciente de que el distanciamiento entre ambas sólo podía provocar
la desorientación más absoluta, la pérdida de protagonismo social y, en
definitiva, el crisis del proyecto socialista, impidió que, a pesar de las
tensiones, ambas organizaciones socialistas rompieran sus vínculos natales.
La comprensible
aspiración de los jóvenes socialistas del interior, que tanto dolor como
resignación provocó en Luis Gómez Llorente a partir de los años 80, de trabajar para que el Partido fuese un partido de mayorías parlamentarias (o como ha dicho recientemente Felipe González, con hambre de mayorías), obligó a la conversión del PSOE en
un partido interclasista, buscando recabar el apoyo de ciudadanos de muy
diversos orígenes ideológicos.
Naturalmente, y
así lo entendió Gómez Llorente (y por eso se refugió políticamente en la FETE en los últimos años de
su vida política), esta apuesta llevó inexorablemente a la ruptura de esos lazos
biológicos entre el PSOE y la UGT
a partir del segundo gobierno de Felipe González, y que culminó con la Huelga General del 14-D.
Pero es un error
pensar que a partir de tan mítica fecha en el imaginario socialista español (que tanto sufrimiento produjo, tantas rupturas emocionales y el fin del
proyecto socialista que Pablo Iglesias inició a finales del siglo XIX), la realidad
de ambas organizaciones han mutado de forma que hoy se parezcan lo que un huevo
a una castaña.
En absoluto. A
pesar de no exigirse la doble militancia, muchos de sus militantes y dirigentes
comparten carné. A pesar de las discrepancias, a veces insalvables, entre sus
proyectos políticos y económicos, la base social de UGT sigue viendo al PSOE
como el Partido que es o debiera ser su referente electoral, y la base social
del PSOE sigue percibiendo a la UGT
como su referente sindical.
Por ello, los
debates que se producen en el seno de cualquiera de las dos organizaciones,
antes que después, tendrá su eco en la otra. Aunque no miméticamente.
Uno de esos temas
es la elección directa del secretario general del PSOE por
parte de sus militantes. Si desde hace varios años algún que otro dirigente
regional de las federaciones de UGT Andalucía han planteado la conveniencia de
que los secretarios generales fuesen elegidos directamente por parte de la
militancia, con el contundente argumento que “más legitimidad tienes si te votan 10.000 que 400” , su aprobación en el PSOE (aunque sea mediante el
atajo gallego utilizado por la Comisión
Ejecutiva Federal) para que el Partido elija el 13 de julio
su secretario o secretaria general por elección directa de la militancia,
obligará a la dirigencia sindical a planteárselo.
Se engaña la actual dirigencia de la Unión General de Trabajadores si piensa que puede resistirse numantinamente a los aires de apertura que impulsa el proyecto socialista del PSOE. En Madrid no hay playa, pero las olas que asedian Ferraz terminarán por inundar Hortaleza.
Se engaña la actual dirigencia de la Unión General de Trabajadores si piensa que puede resistirse numantinamente a los aires de apertura que impulsa el proyecto socialista del PSOE. En Madrid no hay playa, pero las olas que asedian Ferraz terminarán por inundar Hortaleza.
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