Ayer tarde
falleció doña Luisa Solano Guillén, a los 107 años recién cumplidos.
La conocí cuando
había rebasado los 90 años, y aún conservo la primera impresión que me causó:
una mujer menuda (tanto que para los miembros más pequeños de la familia, sus
bisnietos y tataranietos, era la abuela chica) pero con una mirada penetrante
que le hacía parecer mucho más grande.
Fue una mujer
excepcional por su experiencia vital, por más que su nombre apenas haya dejado
huella en papel y sólo se la recuerde en el futuro en el corazón de las
personas que la conocieron. Luchó por sobrevivir en una sociedad injusta, donde
la violencia se cebaba en especial sobre las mujeres, de mil maneras
diferentes. Pero ella era una sobreviviente nata.
Viuda desde muy
joven en una época, la posguerra, en la que ser cabeza de familia de una
numerosa prole era difícil. Sufrió en sus carnes casi todas las desgracias y
las humillaciones que una persona de su tiempo y su sexo podía sufrir. Pero
nunca se rindió. Trabajó y luchó por sacar a adelante a sus hijos. Cuidó y
protegió a sus nietos y bisnietos mientra le fue posible. Pudo disfrutar del
nacimiento de sus tataranietos. Y conmigo fue siempre respetuosa, incluso
cuando sus canas le daban derecho a ser impertinente.
Me trató como a
un nieto y me sentí querido. Pasé fugazmente por su vida, apenas un lustro de
sus largos cien años, pero ha dejado un recuerdo imborrable en mi memoria.
Descanse en paz,
doña Luisa. Que la tierra de su Coronil natal le sea leve.
Hola, Pablo. Soy uno de tantos sobri-nietos, nietos sobrinos, o como quiera que se diga, no importa. A pesar de vivir a 1000 km de ella, en Barcelona, y verla con mucha menos frecuencia de la que quisiera, quedé tan marcado como tú por su carácter, su vitalidad, su sonrisa.
ResponderEliminarGracias por tu homenaje.