En mi casa, Victoria Kent siempre ha tenido buena prensa.
Posiblemente mis orígenes malagueños contribuían a ello, pero incluso a finales
de la dictadura franquista mis padres ponían como ejemplo a Kent como la mujer
que había llegado a la complicada dirección de prisiones durante la República.
Esa imagen de mujer de carácter, que siempre me han atraído,
se reforzó cuando escuché por primera vez el cuplé Pichi, cuando dice la letra
“Se lo pués pedir / a Victoria Kent / Que lo que es a mí / no ha nacido quién”
(aunque luego la paranoica censura del totalitarismo franquista cambiara la
letra por “a un pollito bien”) y mis lecturas de Tiempo de Historia, a finales
de los setenta y principios de los ochenta.
Pero en esas lecturas, descubrí el enfrentamiento en el
parlamento republicano entre mi Victoria y Clara Campoamor a cuenta del
reconocimiento del derecho a sufragio activo de las mujeres. Y reconozco que
Kent, admirable en muchas cosas, se equivocaba cuando invocaba aquello de
primero República, y que Clara Campoamor llevaba razón.
En estos días, tengo la impresión de que hay una parte del
feminismo patrio, no mayoritaria afortunadamente, que se han Kentanizado a
cuenta de PODEMOS, aceptando que el discurso feminista quede postergado, e
incluso defendiendo el perceptible tufillo machista de las filas de Iglesias,
Monedero y Errejón.
Eso hablando de mujeres concienciadas, porque las hay, y
muchas, que sin ella aplauden y jalean la deriva patriarcal con un entusiasmo
digno de mejor causa, en una dinámica que me recuerda el grito de otro periodo
español de reacción, cuando las masas gritaban “¡vivan las cadenas!”.
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