Lo
poco agrada y lo mucho espanta. Soy hombre refranero (maricón o mamporrero,
dicen) y este es uno de mis preferidos, aprendido de labios de mi progenitora
en mis dulces días tangerinos. Al principio interesa, luego uno aguarda
educadamente a que termine, y al final, con cara de pocos amigos, espera que el
dichoso energúmeno nos deje en paz.
Suele
ocurrir con las gracietas de los niños, pero también con personas que nos
enamoran por su gracejo, su cultura o su belleza. Permanecer imperturbable e
inmutable en un papel produce aburrimiento primero y hartazgo al final. Y en
ello andamos con la cuestión catalana.
No
tengo duda que el debate sobre Catalunya es un debate trucado, muy al gusto de
nuestro carácter mediterráneo de la impostura y el postureo. Tengo la
convicción de que en el fondo nadie es consciente de la transcendencia del
debate, de sus repercusiones a medio y largo plazo, y todos y todas lo reducen
a un par de variables adscribiéndose a la que más coincide con sus prejuicios. Pero
la realidad es tozuda, y lo complejo no se simplifica porque nosotros nos
neguemos a tomarlo en consideración.
Pase
lo que pase, se quede o se vaya, los y las ciudadanas de lo que hoy conocemos
como Reino de España seguirán con sus vidas, descubriendo lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno. Como ocurrió cuando el sueño
iberista de la corona castellana salió hecho pedazos en 1640, cuando Bolívar y
San Martín independizaron los virreinatos americanos, o cuando los trust
americanos decidieron que España no necesitaban para nada Cuba, Puerto Rico y
Filipinas.
Pero
de lo que estoy convencido es que la comedia catalana ya ha pasado de divertir
a aburrir, y pronto pasará a causar hartazgo. La bufonada de ayer 9 de enero (ese
pacto medievalista donde se dejan en prenda a representantes democráticos como
cuando Francisco I envió a sus hijos a Carlos V como garantía de cumplimiento
del Tratado de Madrid) muestra que la cultura democrática apenas es un barniz
en nuestra piel de toro. Y lo que es peor, lleva al cansancio de todos, aquende
y allende el Ebro.
Como
español, no estoy en contra de una consulta o referéndum; como socialista no
rechazo que un territorio por las buenas o por las malas se independice. Lo que
sí rechazo de plano es que el Estado español ofrezca el Concierto a cambio de
un par de décadas de sosiego independentista catalán, o la doble nacionalidad a
una novísima República Catalana.
Esto
ya ha pasado de castaño a oscuro, y el niño malcriado ya no hace maldita la
gracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario