Cuando
escucho, o pienso, plantear hipótesis sobre lo que va o ocurrir en el futuro,
especialmente en cuestiones políticas, siempre me acuerdo de la infeliz
pitonisa parisina, de gran éxito entre la alta burguesía de la Belle Epoque, de la que nos habla Guy Bechtel en su libro Los
Grandes libros misteriosos (Plaza y Janés, 1977). Este autor, a la hora de
analizar los libros proféticos, recordaba el pronóstico de la adivinadora
publicado por un periódico de la capital francesa en los primeros días de la
Gran Guerra, en el que afirmaba que la misma duraría apenas unos meses y
terminaría con la entrada triunfal de las tropas galas en un Berlín derrotado y
humillado. Bechtel nos advierte que la mayoría de las proyecciones o adivinaciones, son más útiles para saber
lo que piensa la persona que las emite que para conocer el futuro.
Por
eso siento mucho pudor de aventurar escenarios, especialmente los políticos. Pero una mezcla de narcisismo
(por aquello de poder decir “ya lo dije”)
como necesidad de ordenar ideas, me ha animado a escribir este post sobre lo
que puede ocurrir políticamente en Andalucía en los próximos meses tras las
elecciones autonómicas del 22 de marzo, en el que intentaré separar mi
análisis de lo que creo que sería la estrategia oportuna de los distintos
partidos y de lo que me gustaría que pasara.
El
mantenimiento de parlamentarios por parte del PSOE respecto a 2012, que no de
votos, y el pinchazo de las expectativas de PP y PODEMOS, noqueó a los que
esperaban un descalabro de los socialistas y la euforia de quienes lo temían.
Pero pasadas algunas semanas, la realidad se impone, y el panorama se antoja
mucho más complejo de lo muchos pensaron la misma noche de las elecciones.
La
primera pregunta a responder sería si Susana Díaz acertó o no en disolver el
Parlamento y convocar elecciones anticipadas, habida cuenta que disponía de una
mayoría más o menos estable y un presupuesto para el año 2015. Soy de la
opinión que la convocatoria fue un coctel en el que se mezclaban muchos
factores, de interés general y particular, de cálculo electoral pero también de
estabilidad.
El
discurso que cuestionaba la legitimidad de la presidenta, al no ser el PSOE la
fuerza más votada en 2012 y haber recibido la responsabilidad tras la dimisión
de José Antonio Griñán, había calado no sólo entre gran parte del electorado
socialista sino que percibo también había llegado a San Telmo. Además, la
instrumentalización de la corrupción hacía necesaria visualizar la mayor
ruptura, dentro de lo posible, con los gobiernos anteriores, ya que la gestión
política diaria, y cualquier éxito de la misma, estaba lastrada por el pasado.
La
estabilidad gubernamental dependía de una fuerza muy inestable, Izquierda
Unida, cuya dirección en Andalucía estaba cuestionada constantemente en lo
interno por la posición de la CUT y muchos militantes que había aceptado a las
trágalas el referendo interno celebrado en su día, y las cada vez más evidentes
maniobras de la dirección federal de IU, o una parte de ella, incómoda con el
bipartito andaluz, que a tenor de lo expresado por la fuerza emergente PODEMOS,
dificultaba cualquier confluencia con el PCE y sus socios.
A
la postre se ha demostrado que este argumento era sólo parte de la estrategia de
los de Iglesias y los suyos para socavar una de las fortalezas de IU (como se
ha demostrado en los movimientos de confluencia para las municipales donde
PODEMOS ha demostrado que su único interés es arrebatar espacio electoral y
cuadros a IU, hecho que ha sido denunciado en los últimos días con gran enfado
por Cayo Lara) pero que hasta marzo había calado en la federación de izquierdas,
especialmente entre los más próximos a Alberto Gazón. Contra lo que sostienen
muchos, especialmente desde IU, la consulta a las bases en verano sobre la
continuidad del pacto, que tengo la convicción de que era una patada hacia delante
de la dirección andaluza de IU que no reflejaba ninguna intención real de
provocar la ruptura con el PSOE, colocaba a Susana Díaz es una de las
posiciones políticas que menos le gusta: estar a merced de acontecimientos
sobre los que no puede ejercer ninguna influencia.
El
cálculo político de los beneficios y perjuicios de ser la primera o la última
en enfrentarse a PODEMOS también creo que influyó en el ánimo de Susana Díaz a
la hora de tomar una decisión.
Por
último, también creo que pesó su intención de reforzar su papel dentro del PSOE
(con su postulación o no a las primarias que se convocará en verano para elegir
al candidato socialista), ya que su previsible victoria adquiriría mayor
relevancia antes de una posible victoria de Pedro Sánchez que después. En estos
momentos, el liderazgo electoral del PSOE es Susana Díaz, pero si se hubieran
celebrado las elecciones en 2016 con Pedro Sánchez en la presidencia del
gobierno, los mismos resultados, o incluso mejores, no tendrían la misma virtud
en el corazón de la mayoría de los y las socialistas.
Estoy
seguro que influyeron muchos más factores, algunos de los cuales nos iremos
enterando en los próximos meses y años, y algunos de los cuales no nos
enteraremos nunca. Pero el resultado de todo ello ha sido que los resultados
del 22 de marzo han provocado una foto fija política, muy alejada de las expectativas
de las fuerzas que concurrieron, por defecto en la mayoría de los casos, pero
también por exceso en el caso de CIUDADANOS.
El
PSOE ganó las elecciones, y repetir escaños, con la que está cayendo, ha sido
todo un éxito, pero parece insatisfactorio si lo que se pretendía era rozar la
mayoría absoluta. ¿Tenía la convicción Susana Díaz que podía rozar o superar
los 50 escaños? No tengo información cierta, pero tengo la impresión de que sí
podría creer que lo rozaría (¿49 era la cifra mágica?) pero que no lo
superaría. Por lo tanto, su satisfacción el día de la noche electoral vendría
más por saber el descalabro del anterior ganador, el PP y lo alejado que quedaba
el PSOE del resto de fuerzas, que por haber alcanzado su objetivo.
El
PP, PODEMOS e IU fueron los grandes perdedores, y eso suele llevar a dos
estados emocionales, muchas veces no excluyentes: el decaimiento o la necesidad
de venganza. Y en ello andan. El PP andaluz y su electorado se siente víctima
de todos, de la dirección del Partido, del presidente del gobierno de la
Nación, de una aviesa Susana Díaz, y de su propio candidato. PODEMOS, pero
sobre todo parte de su militancia, habían caído en las fantasías de sus propios
orgasmos demoscópicos aderezados convenientemente por las redes y ciertos
medios de comunicación, que les llevó a soñar, más allá de cualquier elemento
racional, en el sorpasso, quedando el
partido de Teresa Rodríguez por delante del de Susana Díaz. Por ello, el
magnífico resultado obtenido ha sabido a ceniza en el paladar de muchos de los
suyos.
IU,
por su parte, ha sido realmente la que más ha perdido en estas elecciones.
Ni los favorables al pacto con el PSOE han salido satisfechos con la
experiencia, ni los de la CUT, que apostaron desde el principio por no suscribirlo y que antes de las elecciones
habían abandonado IU, por más que posteriormente Sánchez Gordillo, tras ser
menospreciado por los de PODEMOS, haya afirmado que se siente primo (esperemos que sea en el sentido
familiar) de la federación de izquierdas. Y los 5 escaños alcanzados se antoja
una verdadera tragedia a una formación que aspiraba a ser determinante en la
nueva legislatura y que queda reducida a la nada porque ni siquiera Susana Díaz
los necesita para convertirse en la primera presidenta electa andaluza.
Para
mí, el único vencedor de las elecciones ha sido una fórmula exógena como CIUDADANOS,
que con un candidato desconocido, un presidente impresentable como Albert Rivera,
y un programa electoral claramente anti-autonomista, han conseguido 9 escaños.
Tengo la convicción que en Andalucía la buena racha de este partido alcanzará
su clímax en las elecciones municipales de mayo, pero que para las generales de
noviembre ya se verá su declive.
He
dejado escrito que este tipo de derrotas llevan al decaimiento o la venganza. Y
parece que éste es el sentimiento que se ha impuesto en gran parte de las
direcciones del PP e IU, menos en la de PODEMOS, pero sí entre su
electorado: al enemigo, ni agua, parece ser el leitmotiv entre las bases y una
parte significativa de los votantes de las tres formaciones.
Todos
parecen coincidir que hasta después de las municipales del 24 de mayo ninguna
fuerza se planteará su abstención en el Parlamento para facilitar la elección
de presidenta a Susana Díaz.
Entre
los favorables a PODEMOS e IU parece cundir la convicción, que sería la
profecía auto-cumplida promovida desde sus filas, que la responsabilidad de
Estado del PP o el pacto secreto entre PP y PSOE de apoyarse mutuamente en
Sevilla y Madrid, llevará a los conservadores-liberales (¡que engendro
conceptual!) a abstenerse antes o después, de forma que se evite la repetición
de elecciones.
Para
los que hayan tenido la preocupación de analizar la trayectoria de Susana Díaz
desde sus tiempos de Juventudes Socialistas, la lideresa andaluza del PSOE ha
demostrado una gran capacidad de llegar a acuerdos incluso desde posiciones
antagónicas, pero sobre todo para ganar en los escenarios más complicados. Como
dicen un líder sevillano del PSOE, “se enfrenten quienes se enfrenten, al final
siempre gana Susana”.
Pero
esta vez creo que Susana Díaz no sólo tiene pocas cosas que ofrecer para llegar
al pacto, sino que además puede tener un interés sincero de no llegar a él. Todos
parecen dar por hecho que la repetición de las elecciones es un mal escenario para
Andalucía pero que es inevitable.
¿Qué
gana o pierde el PSOE de Susana Díaz si no consigue que algunas de los grupos
relevantes (todos menos IU) se nieguen a abstenerse en las votaciones de
investidura y se tiene que convocar elecciones? En el día a día hasta la nueva cita electoral gana más que pierde: con un presupuesto aprobado y la excusa de
la ingobernabilidad, puede mantener sus estructuras gubernamentales durante
seis meses más (es decir, sus cuadros, asesores, etc.), seguir usando el
presupuesto sin control parlamentario y desarrollando políticas sociales en un
entorno económico más favorablemente que le permite gastar más en sanidad,
educación y servicios sociales, etc. En cuanto al resultado de una nueva cita
electoral, la gestión de estos meses y un manejo adecuado del victimismo, puede
llevar a muchos votantes que no lo han hecho en marzo, desencantados con
PODEMOS y CIUDADANOS, a dar su apoyo al PSOE.
El
PP tiene poco que ganar absteniéndose en las votaciones de investidura de
Susana Díaz y mucho que perder. La sangría que ha sufrido y que tanto ha
beneficiado a CIUDADANOS, ha sido la percepción de que es necesaria la ruptura
de un status quo, conformado por dos
grandes fuerzas (un bipartidismo imperfecto que no está llamado a ser derrotado
sino sustituido por las fuerzas emergentes). Por eso, favorecer la elección de
Susana Díaz, aunque sea con la abstención, podría no ser lo más recomendable.
Y
no sólo por la necesidad de venganza, que tras la derrota sin paliativos del 22
de marzo es el sentimiento más extendido entre sus cuadros y votantes, sino
porque dando por hecho que esos 30 parlamentarios son su suelo electoral a
prueba de bombas, unas nuevas elecciones autonómicas en medio de un nuevo ciclo
económico expansivo (que tardará en ser percibido pero que lo hará antes que
después), la posibilidad de dar a conocer más un candidato tan encantador en lo
personal como desconocido y extraño en lo político, y la explosión de la burbuja
de CIUDADANOS, puede llevar a recuperar en seis meses algunos de los 17 escaños
perdidos respecto a 2013.
Y
es que el argumento del gran pacto PP-PSOE difundido interesadamente por
algunos desde posiciones de izquierdas o desde la centralidad del tablero, es
tan falso como creíble. El PP ya ha demostrado en el pasado que poner en riesgo
la estabilidad del Estado es un costo asumible si el premio es el liderazgo y
la gobernanza, como confesó José María García respecto a la estrategia
desarrollada, en tiempos de Felipe González, por José María Aznar como
presidente del PP.
PODEMOS,
que puede desarrollar estrategias arriesgadas sin perder la comprensión de los
suyos, está atrapado en su propia envolvente antes de las elecciones generales.
Sus votantes se distribuyen entre los que odian al PSOE, entres los cuales la
frustración por el resultado del 22 de marzo no ha ayudado precisamente a
superarlo, y los que esperan que los de Iglesias oxigenen un gobierno de
izquierda. Desde la oposición y con un gobierno del PSOE en minoría, el grupo
parlamentario de Teresa Rodríguez podría visualizar su estrategia de ruptura
desde la izquierda. Y como parecen estar convencidos, según me comentan, que el
PP se va a abstener y que Susana Díaz no será capaz de aceptar sus cuatro
líneas rojas, tienen la convicción de que lo más correcto para sus intereses
electorales de las próximas generales es permanecer en sus treces.
Pero
a mi entender, esta estrategia adolecería de varias debilidades. Primera es la
convicción de que el PP finalmente se abstendrá, cosa que creo que no ocurrirá.
La segunda, la certeza de que Susana Díaz no aceptará las líneas rojas. Y es
que de las cuatro sólo una no puede aceptar en este momento pero que en los
próximos meses, posiblemente antes de junio, estará resuelta. Tengo la
convicción que tras el pronunciamiento del Tribunal Supremo los ex presidentes
Chaves y Griñán renunciarán a sus actas. Si son imputados, cosa que no creo, porque
es el compromiso de Pedro Sánchez y Susana Díaz, es decir, de todo el PSOE. Y
si no son imputados, porque ya no hay nada que temer de la jueza Alaya, y
seguirán el ejemplo de Alfonso Guerra abandonando la actividad política
parlamentaria.
Una
vez que ocurra esto, es decir que Chavez y Griñán ya no tengan aforamiento, el
resto de exigencias son asumibles para una Susana Díaz curtida en los pactos más extraños y difíciles. La incorporación de funcionarios
interinos, va en línea con lo planteado con el PSOE y es posible gracias al
cambio de ciclo económico; trabajar con entidades bancarias que no desahucien
(es decir, con banca ética) tampoco será un obstáculo para quien prioriza su
supervivencia política sobre las ganancias de los accionistas de las entidades
bancarias clásicas; y reducir el número de asesores no sólo no es un obstáculo
sino que puede ser una oportunidad para Susana Díaz para “limpiar” la casa sin coste en lo interno, ya
que es consciente de las propias limitaciones de sus responsabilidades, tanto
al frente del gobierno y del PSOE de Andalucía, para desembarazarse del colesterol orgánico adherido tras 32
años de gobierno.
Por
eso, la seguridad de PODEMOS de que su estrategia de líneas rojas le protege de
tener que mojarse, se me antoja
inocente. Si Susana Díaz acepta el envite, por estrategia de gobierno (esto es,
ser elegida presidenta) o electoral (poner contras las cuerdas a PODEMOS antes
de unas nuevas elecciones), ¿cuál va a ser la reacción de los 15 parlamentarios
del grupo de Teresa Rodríguez? ¿Nuevas líneas rojas? ¿Aceptar la investidura?
Sea cual sea, se me antoja un escenario muy alejado de la zona de confort de
los seguidores de Pablo Iglesias.
Por
su parte, tengo la convicción de que CIUDADANOS vive su particular vía crucis
esquizofrénico. Por un lado, la dirección andaluza, representada por
Juan Marín, tiene un interés real por entrar en el gobierno andaluz. Por otro,
Albert Rivera no. Y es que las diferencias son más profundas de lo que pueda
parecer. El catalán Rivera es profundamente antinacionalista lo que le lleva
a ser anti-autonomista. Juan Marín al contrario, como casi la mayoría de los
andaluces, es una autonomista al que le gustaría mayores dosis de autogobierno.
Este enfrentamiento, que posiblemente aún no es percibido por casi nadie,
podría suponer a medio plazo una crisis importante dentro de la formación
naranja.
Y
a corto plazo, la nueva formación de derechas no tiene ningún aliciente
electoral de visualizarse a nivel nacional como el tonto útil socialista para mantener el feudo andaluz, y prefiera
mantenerse en la opción de votar en contra. Pero es cierto que la exigencia que
plantean los de Marín a Susana Díaz es aceptable: asumir su Código Ético. Pero
creo que si bien el PSOE hará esfuerzos en aceptar la propuestas de PODEMOS,
con la convicción de que no se llegará al pacto, evitará aceptar las de
CIUDADANOS, cada día más visualizado como una fuerza de derechas centralista,
que daría la impresión de que prefiere las muletas de la derecha que de la
izquierda.
Por
su parte IU sigue dando respuestas equivocadas a preguntas erróneas. Parecía en
2013 que habían aprendido las lecciones de 1996, cuando la pinza de Luis Carlos
Rejón, plasmación práctica de la teoría de las dos orillas de Anguita, llevó al
despeñadero a la formación de izquierdas. Pero no. La lección no se había
socializado, y ni por parte de las bases ni por parte de la dirigencia habían aprendido
algo. Abrazar al oso, es decir al PSOE, es peligroso. Pero abstenerse de
hacerlo o pactar con el cazador aún lo es más. La irrupción de PODEMOS, y una
dirigencia y militancia más pendiente de los odios que de las oportunidades, ha
impedido rentabilizar en términos electorales ha sido una buena gestión
política.
Pero
sobre todo, lo que ha quedado claro es que para construir una alternativa
eficaz al PSOE en Andalucía hay que aceptar dos hechos: que el 28 de febrero
fue un éxito colectivo del pueblo andaluz y que por mucha corrupción que pueda
haber, la gestión de 32 años de autogobierno no puede reducirse a cuatro hechos
paródicos (corrupción, redes clientelares, mediocridad y atraso). Porque además
de ser falso, es un insulto a la inteligencia y/o a la dignidad de quienes
durante décadas ha sostenido un gobierno del PSOE. Con esos argumentos no se
puede esperar el voto de quienes han vivido los mejores años de la historia de
Andalucía. Con esas descalificaciones no puedes esperar los votos a los que acusas
de haber permitido un escenario de terror.
¿Cuál
es mi opinión sobre lo que deberían hacer los partidos políticos con
representación en el Parlamento de Andalucía? Cumplir el mandato del pueblo
andaluz. El PSOE gobernar, por mucho que su secretaria general pueda tener la
tentación de provocar unas nuevas elecciones. Y al resto de partidos, permitir
el gobierno de Susana Díaz mediante la abstención de todos los grupos
parlamentarios de la oposición. Esta sería, por lo tanto, mi deseo racional.
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