En un post anterior titulado
Sociedad sin Nobleza, ya apuntaba mi opinión que tan importante, e incluso más, que los cambios colectivos son los cambios personales. Creo que fue Descarte en su
Método el que empezaba utilizando el ejemplo del muro, resaltando la importancia de empezarlo bien desde sus cimientos. De igual modo, si los
ladrillos sociales que somos las y los ciudadanos no somos emocional y éticamente sólidos, es absurdo esperar que el
muro social sí lo sea. Traigo esto a colación en relación al debate que hoy se está produciendo principalmente fuera del sistema, en redes sociales y correos electrónicos, en contra del que afirman bipartidismo político español.
No tengo claro que en España exista un bipartidismo aunque a veces lo parezca. Bipartidismo existe en Estados Unidos e Inglaterra desde la fundación de sus sistemas parlamentarios, de carácter mayoritario que imponen un marco político donde no existe la posibilidad real de la entrada en liza de un tercer jugador. En Inglaterra esta circunstancia se ha dado desde el siglo XVIII, primero con los partidos conservadores y liberales, y tras los años 20 del siglo XX, entre conservadores y laboristas. En Estados Unidos ni siquiera ha sido posible esa evolución, por lo que el cambio se produjo en el seno de las formaciones republicanas y demócratas, donde en este siglo cambiaron la polaridad ideológica.
Es cierto que en España existe un marco electoral que favorece mayorías parlamentarias, pero casi en la mitad de las legislaturas desde 1978 se han producido gobiernos con apoyos de minorías. El hecho diferencial español es que los partidos bisagras han sido nacionalistas periféricos, y no formaciones nacionales.
Cualquiera puede compartir que después de más treinta años de democracia, nuestro sistema electoral debe ser corregido. Pero este debate no es nuevo. Los que promueven el debate desde las redes sociales no han sido deslumbrados por la verdad en su particular camino a Damasco. También es cierto, lógico y muy humano, que los que más empeño ponen en el debate son aquellos que no consiguen alcanzar cuotas de poder con la actual legislación, y hacen depender de un cambio normativo su acceso al poder parlamentario. E igualmente lógico es que aquellos que en la situación actual consiguen mayorías suficientes no tengan ningún interés en promover su cambio.
Por ello deberemos buscar, cual arquitectos, un
testigo que nos indique el movimiento real del debate sobre el supuesto bipartidismo español. Y éste no es otro que Izquierda Unida, como heredera del Partico Comunista Español. Uno de los hechos que consideraron problemáticos los dirigentes de la Transición, así en masculino ya que por aquella época la mujer seguía excluida de los procesos de toma de decisión política, era la enorme cantidad de partidos que pretendía entrar en liza electoral. Ello aventuraba un parlamento muy fragmentado que impedía una gobernanza del cambio. Y por ello la derecha nucleada entorno al presidente del gobierno Adolfo Suárez, lo que sería la UCE, el PSOE y el PCE, apostaron por un sistema que fomentara una concentración parlamentaria suficiente. Hecho importante es la decisión del Partido Comunista que en aquella época aspiraba a ser el referente español de la época y por lo tanto muy interesado en eliminar de la escena parlamentaria a toda la pléyade de micropartidos marxistas y socialistas.
La historia nos enseña que fue el PSOE y no el PCE quien encarnó las aspiraciones políticas de una amplia mayoría de la sociedad española de izquierda, por lo que la ventaja que esperaban conseguir desde el Partido Comunista se convirtió en un hándicap imposible de superar. Y por ello, desde hace lustros IU, su heredera ideológica, apuesta por una modificación legal.
Pero más allá de este sector que reclama una modificación del marco electoral, han aparecido grupos outsiders, desencantados del sistema, e incluso los nunca encantados con él, que cifran sus esperanzas de cambio en una transformación del sistema electoral al que acusan de bipartidista. Y con este discurso están arrastrando a una parte importante de la sociedad, que puede ser el futuro fermento de un descontento que termine desestabilizando el sistema democrático hacia salidas que nadie puede controlar.
Yo soy de los que piensan, no ahora sino desde hace casi veinte años, que el sistema electoral español es francamente mejorable con, por ejemplo, la introducción de una nueva circunscripción nacional que equilibre la dispersión del voto y aproxime la representación electoral con la suma de votos conseguido. También creo en la virtud de promover una relación más directa entre elector y elegido, pero con cierto protagonismo de los propios partidos políticos, ya no existe prueba empírica que demuestre que la ausencia de cierto control de los aparatos de los partidos de mejor resultado que su existencia.
Pero que mi opinión política cuestione desde hace años el actual marco electoral no significa que comparta los discursos contra el supuesto bipartidismo. Habría que preguntar a los que claman contra él, si prefieren un sistema multipartidismo a la italiana. Esta sería la primera gran prueba de dicha argumentación. Que exista la posibilidad de múltiples mayorías parlamentarias en la república itálica no ha devenido en mayores niveles de democracia y ética. Bien al contrario, ha derivado hacia mayores niveles de corrupción e inmoralidad democrática.
Pero no hay que cruzar medio Mediterráneo para comprobarlo. El acceso de pequeñas formaciones a los ayuntamientos españoles no asegura mayores niveles de salud democrática. Lo que favorece es la aparición de personajes de dudosa ética democrática que aprovechan la necesidad de sus votos para conseguir o mantener negocios de dudosa legalidad.
Por ello, defiendo que el esfuerzo que se pone en demandar un cambio electoral se comparta con la autoexigencia colectiva de mayores niveles de ética democrática. Como los ladrillos de Descartes, de nada nos sirve centrar todos nuestros esfuerzos en una lucha contra el sistema electoral si cuando se consiga lo que hayamos hecho haya sido abrir la puerta de las instituciones a virus antidemocráticos más peligrosos de los que pretendíamos erradicar.
En ocasiones veo fantasmas, posiblemente. Pero leyendo y escuchando los discursos sobre el bipartidismo español recuerdo al doctor Abronsius, en El Baile de los Vampiros. Soy consciente que mi argumentación puede sonar al de Victoria Kent en las Cortes Constituyentes de la II República sobre el voto femenino, pero mi posición es que siendo importante que el voto de cada persona valga lo mismo, independientemente de la circunscripción en la que viva; que el valor de un voto sea el mismo independientemente de que en su vecindario vivan más o menos personas de su misma elección electoral; que la ciudadanía debe tener la posibilidad de elegir no sólo las siglas sino también el nombre y apellido de su representante; compartiendo todo ello, soy consciente también que hasta que los y las españolas no recuperemos valores éticos de austeridad, frugalidad, honradez, esfuerzo, empatía y respeto emocional, cualquier cambio terminará por ser puramente cosmético.