Postal de los años 20 del siglo XX del claustro del Monasterio de Buenavista de Sevilla
El
monasterio de Buenavista de Sevilla, de la orden de los jerónimos, fue el núcleo
inicial del actual barrio sevillano de San Jerónimo. Más tarde, las industrias
instaladas a lo largo de la vía ferroviaria de Sevilla-Córdoba (construida por
la empresa MZA -Madrid-Zaragoza-Alicante-) junto a las instalaciones
ferroviarias de esta compañía, conformaron un barrio obrero y popular, sobre el
que siempre pesó las ruinas del convento desamortizado en el siglo XIX.
Tras la exclaustración fue colegio
primero, y luego fue mudando de usos mientras se derrumbaba (fábrica de vidrio, lazareto), hasta terminar siendo un
cebadero de cerdos hasta mediados del siglo XX. Finalmente el ayuntamiento de Sevilla lo
adquirió en los años 80 del siglo XX.
Hogar
primigenio del “San Jerónimo penitente” de Torrigiano, considerado por algunos escultura cumbre universal junto al David de Miguel Ángel, actualmente
presenta un aspecto adecentado pero muy lejos de su antiguo esplendor.
El
poeta sevillano Javier Lasso de la Vega dedicó al cenobio de Buenavista un
poema, que fue premiado con la Flor Natural de los Juegos Florales de Zaragoza en
1901. Un poema del que no tenía noticias, hasta que lo he encontrado publicado
en el periódico jerezano “El Guadalete”, que lo incluyó en su número 14.383 del
16 de marzo de 1902.
Lasso de la Vega fue médico, catedrático, presidente de la Real Academia de Medicina,
pero también literato. Su prestigio llevó al ayuntamiento de la ciudad a
dedicarle una calle céntrica, muy próxima a La Campana.
Al
tratarse de una obra muy poca conocida, transcribo, tal y como fue publicada
por “El Guadalete”, como post para su difusión entre los amigos de este blog y
los y las vecinas de San Jerónimo de Sevilla.
POESÍA NOTABLE
Honramos hoy nuestras
columnas publicando la del distinguido médico sevillano y cultísimo escritor D.
Javier Lasso de la Vega, galardonada con el Premio de honor en los Juegos
Florales de Zaragoza:
ANTE LAS RUINAS DEL MONASTERIO
DE SAN JÉRONIMO DE SEVILLA
¡Oh grat soledad, o te
bendigo!
NUÑEZ DE ARCE
A mi querido amigo D.
Cándido Ruiz Martínez
En este inmenso valle de
amargura
Por donde á errar te
obliga ley suprema;
Donde en vano tu mente
conjetura
La esquiva solución del
gran problema
Qué á sabios y á filósofos
tortura,
Siempre verán tus
consternados ojos,
Como presagios de la
suerte humana,
Flores marchitas, fúnebres
despojos,
Verjeles invadidos por
abrojos
Gusano corroedor, guerra
inhumana,
Sien que sueña laurel y
ciñe espinas,
Ensangrentadas huellas de
la muerte,
Y luto y destrucción,
polvo y ruinas.
Que esta fatal devastación
se advierte,
Lo mismo en la región del
pensamiento
De cuyas cimas ruedan los
altares
Que idolatrara ayer el
sentimiento;
Lo mismo en el Océano
pavoroso
Donde en inícuas luchas
seculares
Devora al indefenso el
poderoso,
Que en los vastos imperios
esterales
Donde el cadáver de la
casta Diana
Flota insepulto á nuestra
vista ansiosa,
Como anunciando que la
Tierra hermosa
También cadáver flotará
mañana.
--
Aquel desmantelado
campanario
Que ceniciento y taciturno
asoma
Vecino del ruinoso
santuario;
Aquellos prados que el
nopal circunda
Y en que la maleza sin
verdor ni aroma
Inextricable y montaraz
abunda;
Esos muros que el liquen oscurece,
De livianos reptiles
madriguera,
A cuyo pié la parientaria
crece,
Y en cuyos frisos arraigó
la higuera;
Esas vetustas puertas
agrietadas
Que en rotas hornacinas
desiguales
Sustentan esculturas
mutiladas;
Estos peldaños de musgosa
piedra;
Desgastados, decrépitos
umbrales;
Melancólicos claustros ojivales,
Hendidos arcos donde el
ave anida,
Y herboso patio en que la
zarza medra,
Fueron ¡oh amigo! Tierra prometida
Donde el varón prudente y
estudioso,
La virtud calumniada ó
desvalida,
Los náufragos del siglo
borrascoso,
Lograron puerto en que
abrigar su nave,
Y aquí gozó su espíritu
tranquilo
La única dicha que en el
mundo cabe:
¡Vivir creyente en
apartado asilo!
--
¡Triste de aquel que
cuando á Dios implora
Ante el lecho del hijo
moribundo,
Mira llegar con júbilo
profundo
La ansiada medicina
salvadora
Que al yerto labio aplica
diligente,
Para hallar que el remedio
es ya tardío,
Para hacer su infortunio…
más patente,
Y más punzante su dolor
impío!
¡Triste de aquel que en
vespertina hora,
Brega, fluctuando sobre
mar sombría,
Mientras, en su aflicción
desgarradora,
Demanda auxilio á la
extensión vacía;
Y cuando ya su voz, ronca,
se extingue,
Leve punto que surge en
lontananza,
Con inefable gratitud
distingue;
Reanímase engreída su
esperanza,
La blanca vela sus pupilas
hiere;
Prorrumpe en grito
prolongado y grave,
Pero débil su voz… para la
nave
La noche cierra y la
esperanza muere!
--
¡Triste de mí que empiezo
mi existencia
Cuando endiosado el
pensamiento humano,
Pretende con satánica
tendencia
Mostrar desnudo el
misterioso arcano.
Hechura de mi siglo, á la
corriente
De sus olas titánicas me
entrego,
Que en su espuma me elevan
triunfalmente,
En hondas simas me
derrumban luego,
Y aunque, obstinado, la verdad
evoco,
Ni á las coronas de los
astros llego,
Ni las entrañas del abismo
toco!
Y hoy el náufrago, ya
desfallecido,
Busca en la soledad reposo
caro,
Y al claustro pide la
quietud y amparo
Que alivio son del adalid
vencido,
Con alborozo vé francas
las puertas,
Y tras esta ficción que le
alucina,
Estancias profanadas y
desiertas,
Y luto y destrucción,
polvo y ruina.
¡Oh, infausta suerte
pérfida y sañuda!
¡Oh, de la realidad
funesto estrago!
¡Oh, amables fluctuaciones
de la duda,
Solas estrellas de mi
rumbo aciago!
--
¡Cuán graves reflexiones
provechosas
Sugieren, buen amigo, al
pensamiento
Estas nobles ruinas lastimosas!
¡Cuán docto, qué sagaz conocimiento
Denota de los hombres y la
vida
Quien el aplauso seductor
olvida,
Desdeña peligroso
encumbramiento,
Y en rústico paraje
solitario,
Reduce sus dominios y
ornamento,
A un sayal, una celda, un
santuario,
La heredad productora del
sustento,
Y el libro, del saber
depositario!
¡Cómo aquí florecieron
sigilosas,
En tiempos apartados y
mejores,
Aquellas vocaciones
industriosas,
Que, exentos de
abstracciones jactanciosas,
Supieron alentar nuestros
mayores!
Aquí hallaba refugio la
inocencia,
Tregua el dolor, bondad el
descreído,
El arte inspiración, alas
la ciencia,
Perdón la culpa y el
culpable olvido.
Y las cruentas heridas que
la injuria,
La ingratitud ó el egoísmo
abrieron,
Con astucia ruín ó airada
furia,
Detrás de este dintel
desaparecieron,
Cual desaparece en la
feraz pradera
La crepitante y quebradiza
hoja,
De que el álamo altivo se
despoja,
Presitiendo fecunda
primavera.
Todo lazo terreno se
rompía;
La vida en esas lindes
concluía;
La tumba en estas celdas
comenzaba;
Y el monje para el mundo
fenecía,
Y el mundo para el monje
se acababa.
--
El hombre; el rival; el
adversario:
El que en las lides
mundanales rudas
Es Nerón parricida é
incendiario,
Envidioso Caín, ó aleve
Judas,
Era aquí reflexivo
confidente,
Que nuestras cuitas
íntimas oía,
Y con juiciosa plática
indulgente,
Fortaleza, benéfico,
infundía.
¡Cuanta unción en el ánimo
infiltraba
Aquel afán de
ultraterrenos fines
Que el acortado sueño
aminoraba!
Aquel nocturno rezo de
maitines
Que en las naves del templo congregaba,
Al fugor del cirial
amarillento,
Vagas figuras rígidas y
asteras;
Ropas talares; mudo
arrobamiento;
Hierático además; caras
sinceras,
Y en el coro, contritas y
severas,
Pardas formas de gótico
contorno,
Salmodiando sus preces
lastimeras
Del plateresco facistol en
torno.
¡Cuán excelsas, gloriosas
potestades,
Las de aquellos magnánimos
varones,
Que vencieron tiránicas
pasiones
Con sólo sus heróicas
voluntades!
¡Con cuánta mansedumbre el
cenobita
Rechazaba las torpes
tentaciones
Que la carnal perversidad
concita!
Al resplandor de lámpara
humeante,
Que, ténue y sepulcral!,
la efingie alumbra,
De Jesús enclavado y
expirante,
Viéraslo confundido en la penumbra
De exigua celda que parece
fosa,
Dedicado á expiación
edificante;
Sordo al trueno de noche
tormentosa:
Postrado, humilde, sobre
duro suelo;
Inclinada la faz hacia la
tierra;
Las flacas manos elevando
al cielo;
Visible en su actitud
impetradora,
Todo el rubor de la virtud
que yerra,
Todo el anhelo de la fé
que implora;
Envuelto en amplia túnica
que abulta
Los miembros que el
cilicio ha macerada,
Mientras la sombra del
capuz oculta
El pálido semblante
demacrado;
Su expresión de dolor
inextinguible;
La frente que surcó pena
infinita;
El labio cadavérico que
agita
El veloz movimiento
imperceptible
Con que salmos davídicos
recita,
Y la elocuente lágrima que
escapa
Del párpado en que límpida
rebosa,
Recorre la mejilla y
silenciosa,
La tosca urdimbre del
sayal empapa.
--
¡Ocioso lamentar el bien
perdido!
Mas en signo cruel hemos
nacido
Los que sólo aventamos la
ceniza
De la fé cuyo fuego se ha
extinguido!
¿Por qué en la edad
creyente no he vivido
Que Pedro el Ermitaño
simboliza?
¡Cuán venturosa mi
existencia veo,
Pinta por la mente
linsojera
Con los colores que eligió
el deseo!
¡Cuán serena, qué plácida
alegría
Mi lacerado corazón
sintiera,
Cuando en el huerto, al
despuntar el día,
Manejase solicito la
azada,
Desvaneciendo mis agudas
penas
El relamo de alondra
enamorada
Y el ardor de mis rústicas
faenas!
Y ¿quién aquilatara mi
contento,
Entregado á libar hora,
tras hora,
Las sabias enseñanzas que
atesora
La rica biblioteca del
convento?
¡Cuánta dicha tus techos
cobijaron!
¡Oh alcázar ceslestial!
¡oh mansión caral
Reino de perfección en que
imperaron,
La soledad, donde con voz
mas clara
Acrimina roedor
remordimiento;
Olvido que del mundo nos
separa;
Meditación, que eleva el
pensamiento;
Bendita paz, venero de
clemencia;
Silencio, que precave
indiscreciones;
Ayuno, precursor de
continencia;
Templanza, que refrena las
pasiones;
Oración, que con Dios nos
comunica,
Y un constante recuerdo de
la muerte,
Que en toda adversidad nos
fortifica,
Y nuestro fin más alto nos
advierte….!
--
¡Oh apacible cultivo de la
ciencia!
¡Oh verdadera libertad
preciosa!
¡Oh ansiada posesión de
una creencia!
¡Oh sola dicha, soledad
dichosa!
¡Cuánta imaginación meditabunda!
¡Cuánto espíritu recto y
desgraciado!
¡Cuánta frente rugosa y
pudibunda!
¡Cuánto pecho sencillo y
generoso,
Por amargas memorias
abrumado,
Con intensa efusión habrá
llorado
En este erguido mirador
ruinoso!
--
¿Quién de tal conmoción se
eximiría?
Cuando al hundirse en
Occidente el día,
Del ascético infolio en
pergamino
Mis fatigados ojos
apartara,
Y escudriñando mi último
destino,
Desde la enhiesta torre contemplara
La uniforme llanura siempre
verde,
Que á la luz indecisa del
paisaje
En azulado término se
pierde;
La majestad con que la
tarde expira;
En el rojo horizonte algún
celaje
Que reflexiones tétricas
inspira;
La augusta sombra que
siniestra crece
Y colores, matices y
follaje,
Como absurda esperanza
desvanece;
El silencio imponente de
natura,
Turbado por la lúgubre
corneja
Que sucesos fatídicos
augura,
O por distante vibración
que azora,
De algún reloj que con
pausada queja
Del sol que muere se
despide y llora;
Allá lejos, el siglo y su
locura,
La ciudad, el hogar
abandonado,
La mujer que en secreto he
adorado,
Y el hombre que causó mi
desventura;
A mis pies, el convento
penitente;
La fé que espera en Dios
vida futura
Consagrándole toda la
presente;
Las vidrieras del templo,
destacadas
Del negro fondo de la
noche oscura
Por caridad interna
iluminadas;
El patético canto
invitatorio
Que entre flébiles notas
del salterio
Solloza bajo el cóncavo
cimborio;
Los sauces del callado
cementerio;
La fosa que cavó mi propia
mano;
La lápida que no dirá mi
nombre,
Sepultando á la par del
polvo vano,
Hazañas, santidad, genio y
renombre,
Y en el cenit los mundos
inmortales
Donde innúmeras frágiles
criaturas,
Frustrados sus risueños
ideales,
Recorren los espacios
eternales
Lamentando sus trágicas
torturas,
Bajo la angustia de
emociones tales,
¡Ay! yo también gimiendo,
acongoja
El duelo universal
abarcaría,
Y ante el cielo infinito
prosternado,
Por tremenda intuición
anonadado,
¡Misericordia, oh Dios! exclamaría,
……………………………………………………
……………………………………………………
……………………………………………………
¡Hilos que transmitís el
pensamiento!
¡Férreo corcel, de nuestro
siglo emblema!
¡Portentosas creaciones
del talento!
¡Luz del progreso que
deslumbra y quema!
¡Apartáos del yacente
monumento!
¡No violéis de estos
campos la tristura!
¡Respetad las reliquias
venerables
De una edad que aquí halló
su sepultura!
Que estas viejas ruinas
deleznables
Son, para el errambundo
pasajero,
Faro consolador, piedra
miliaria
Que indica un rumbo donde
no hay senderos
Son la mística urna
cineraria
Do reclina su frente
pesarosa
El dolor que murmura una
plegaria,
¿Qué guardáis para el alma
candorosa
Que ve en la ciencia
sombras y desierto…?
Ya que la santa religión
ha muerto….
¡Guardar la tumba en la
que la fe reposa!
Javier Lasso de la Vega
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