sábado, 7 de julio de 2018

El triunfo del independentismo catalán: reflexiones sobre la entrevista de Amador Fernández-Sabater a Edgar Straehle.



En la sección Interferencias, del digital eldiario.es, se ha publicado una entrevista de Amador Fernández-Sabater al escritor y filósofo Edgar Straehle, el cual ha publicado recientemente Claude Lefort, la inquietud de la política, con el siguiente título Independentismono independentista, la complejidad del 'procés' y sus estereotipos.

Durante la entrevista, que recomiendo vivamente, Straehle realiza dos reflexiones que me han llamado poderosamente la atención.

La primera es cuando respondiendo a la pregunta Cuáles te parecen que son entonces las razones y los deseos que animan mayoritariamente el independentismo, realiza el siguiente comentario: Además, eso se nota a nivel cotidiano, pues muchos de los independentistas más radicales, aunque no lo reconozcan, no dejan de pensar y pensarse implícitamente desde un marco territorial español. De ahí por ejemplo que, durante las manifestaciones en contra de la sentencia contra la Manada, la Plaça Sant Jaume de Barcelona se llenara de independentistas con el lazo amarillo. ¿Habría tenido la misma trascendencia si la violación de Pamplona hubiera ocurrido en Perpiñán, en la histórica Cataluña septentrional y reivindicada como parte de los Països Catalans ? Lo dudo mucho. En Cataluña estamos mucho más al tanto de lo que sucede en Madrid o en Sevilla de lo que pasa en Perpiñán.

La otra, es cuando a la pregunta Lo más sorprendente es que en el amplio campo de la izquierda también hayan calado los estereotipos con respecto a lo que pasa en Cataluña y la indiferencia haya sido tan alta. ¿Cómo percibes esto? la respuesta de Straehle comienza con esta afirmación: Es un tema interesante que ha generado no pocos debates y desilusiones en Cataluña. Uno de los mayores ejemplos de esto vino el 1 de octubre: muchos de los que fuimos a votar ese día recibimos mensajes de gentes de muchos países del mundo que nos preguntaban si estábamos bien, pero no del resto de España. Ese día, pienso, se alzó una barrera, cuando menos comunicativa, entre muchos de nosotros.

Y continúa:

Mucha gente se ha sentido traicionada por la reacción de buena parte de una izquierda a la que suponían amiga y a la que votaban (no hay que olvidar que muchos independentistas votaban a un Podemos que ganó holgadamente en Cataluña en las dos últimas elecciones generales).

Lo más curioso es que la respuesta a esta contradicción, es decir, de una sociedad catalana que sigue viviendo lo español como suyo y una sociedad, la del resto del país, que ha vivido lo sucedido en Cataluña con desapego, la ofrece el propio Straehle, sin darse cuenta de que está señalando la clave social de todo el proceso, al finalizar la pregunta con la siguiente afirmación:

Paradójicamente, se han comportado como si lo sucedido en Cataluña fuera un problema ajeno y no transcurriera en su propio país.

Porque precisamente esa es mi percepción desde hace años, mucho antes de que entrásemos en esta dinámica territorial centrífuga: que el mayor triunfo del nacionalismo catalán primero, y del independentismo después, ha sido convencer emocionalmente al resto del país que se nos rechaza, que no se quiere saber nada de nosotros.

Como he recordado varias veces en este blog, ya Américo Castro señalaba lo contradictorio de la respuesta castellana a la independencia portuguesa en el siglo XVII, cuando en vez de enviar tropas, la corona de los Austrias y la sociedad de sus reinos enviaron su indiferencia, que aún dura.

Los habitantes de los antiguos reinos castellanos y algunos de los aragoneses, llevamos muy mal el rechazo de quienes consideramos nuestros iguales. Hemos soportado las difamaciones de anglicanos y protestantes con la Leyenda Negra, hemos superado el desprecio francés que consideraba que África comenzaba en los Pirineos. Pero no somos capaces de gestionar el rechazo de los que consideramos los nuestros, portugueses hace más de trescientos años, y ahora catalanes.

Y la reacción emocional ha sido la misma. La indiferencia. Instintivamente, la sociedad española que vive fuera de Cataluña ya da por independizado el Principado. Es consciente que será una ruptura dolorosa, traumática en muchos sentidos, incluso larga en el tiempo, pero inevitable.

Porque,  si me permiten el retruécano, a estas alturas para madrileños y sevillanos ya es más importante lo que pase en Perpiñán (parte de un país que nos quiere a su lado) que lo que pase en Barcelona (parte de un país que nos rechaza).

Uno no invierte emocionalmente en una relación que sabe rota e inviable, provocada por el rechazo del otro. La sociedad que vive fuera de Cataluña hará lo que hizo en relación a la independencia de Portugal: encogerse de hombros y pensar que más allá de la Raya lo que se extiende es el Atlántico infinito.

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