En la sección Interferencias, del digital
eldiario.es, se ha publicado una entrevista de Amador Fernández-Sabater al
escritor y filósofo Edgar Straehle, el cual ha publicado recientemente Claude Lefort, la inquietud de la política,
con el siguiente título Independentismono independentista, la complejidad del 'procés' y sus estereotipos.
Durante la entrevista, que recomiendo vivamente,
Straehle realiza dos reflexiones que me han llamado poderosamente la atención.
La primera es cuando respondiendo a la pregunta Cuáles te parecen que son entonces las
razones y los deseos que animan mayoritariamente el independentismo,
realiza el siguiente comentario: Además,
eso se nota a nivel cotidiano, pues muchos de los independentistas más
radicales, aunque no lo reconozcan, no dejan de pensar y pensarse
implícitamente desde un marco territorial español. De ahí por ejemplo que,
durante las manifestaciones en contra de la sentencia contra la Manada, la
Plaça Sant Jaume de Barcelona se llenara de independentistas con el lazo
amarillo. ¿Habría tenido la misma trascendencia si la violación de Pamplona
hubiera ocurrido en Perpiñán, en la histórica Cataluña septentrional y
reivindicada como parte de los Països Catalans ? Lo dudo mucho.
En Cataluña estamos mucho más al tanto de lo que sucede en Madrid o en Sevilla
de lo que pasa en Perpiñán.
La otra, es cuando a la pregunta Lo más sorprendente es que en
el amplio campo de la izquierda también hayan calado los estereotipos
con respecto a lo que pasa en Cataluña y la indiferencia haya
sido tan alta. ¿Cómo percibes esto? la respuesta de Straehle
comienza con esta afirmación: Es un tema
interesante que ha generado no pocos debates y desilusiones en Cataluña. Uno de
los mayores ejemplos de esto vino el 1 de octubre: muchos de los que fuimos a
votar ese día recibimos mensajes de gentes de muchos países del mundo que nos
preguntaban si estábamos bien, pero no del resto de España. Ese día, pienso, se
alzó una barrera, cuando menos comunicativa, entre muchos de nosotros.
Mucha gente se ha sentido traicionada por la reacción de buena parte de
una izquierda a la que suponían amiga y a la que votaban (no hay que olvidar
que muchos independentistas votaban a un Podemos que ganó holgadamente en
Cataluña en las dos últimas elecciones generales).
Lo más curioso es que la respuesta a esta
contradicción, es decir, de una sociedad catalana que sigue viviendo lo español
como suyo y una sociedad, la del resto del país, que ha vivido lo sucedido en
Cataluña con desapego, la ofrece el propio Straehle, sin darse cuenta de que
está señalando la clave social de todo el proceso, al finalizar la pregunta con
la siguiente afirmación:
Paradójicamente, se han comportado como si lo sucedido en Cataluña fuera
un problema ajeno y no transcurriera en su propio país.
Porque precisamente esa es mi percepción desde
hace años, mucho antes de que entrásemos en esta dinámica territorial centrífuga:
que el mayor triunfo del nacionalismo catalán primero, y del independentismo después,
ha sido convencer emocionalmente al resto del país que se nos rechaza, que no
se quiere saber nada de nosotros.
Como he recordado varias veces en este blog, ya Américo
Castro señalaba lo contradictorio de la respuesta castellana a la independencia
portuguesa en el siglo XVII, cuando en vez de enviar tropas, la corona de los
Austrias y la sociedad de sus reinos enviaron su indiferencia, que aún dura.
Los habitantes de los antiguos reinos
castellanos y algunos de los aragoneses, llevamos muy mal el rechazo de quienes
consideramos nuestros iguales. Hemos soportado las difamaciones de anglicanos y
protestantes con la Leyenda Negra, hemos superado el desprecio francés que
consideraba que África comenzaba en los Pirineos. Pero no somos capaces de
gestionar el rechazo de los que consideramos los nuestros, portugueses hace más de trescientos años, y ahora
catalanes.
Y la reacción emocional ha sido la misma. La
indiferencia. Instintivamente, la sociedad española que vive fuera de Cataluña
ya da por independizado el Principado. Es consciente que será una ruptura
dolorosa, traumática en muchos sentidos, incluso larga en el tiempo, pero
inevitable.
Porque, si
me permiten el retruécano, a estas alturas para madrileños y sevillanos ya es más importante lo que pase en Perpiñán (parte de un país que nos quiere a su lado) que lo que pase en
Barcelona (parte de un país que nos rechaza).
Uno no invierte emocionalmente en una relación
que sabe rota e inviable, provocada por el rechazo del otro. La sociedad que
vive fuera de Cataluña hará lo que hizo en relación a la independencia de
Portugal: encogerse de hombros y pensar que más allá de la Raya lo que se
extiende es el Atlántico infinito.
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