Algo que siempre me ha indignado (sí, sí, yo tengo el
hábito de indignarme desde mucho antes de que se pusiera de moda) ha sido la
tradición de algunos, muchos para mi gusto, de los y las dirigentes del partido
en el que milito, de mantener un periodista de cabecera al que utilizar partidistamente
en su beneficio, filtrándole noticias para que al día siguiente sean publicadas
y trabajen en su favor.
No se trata de un hábito exclusivo de las filas
socialistas, ni especialmente novedoso, ya que las denuncias del extraño
maridaje entre periodistas y políticos recuerdo haberlas leído durante la
Transición.
Por desgracia, esta fue una práctica extendida entre la
dirigencia socialista de la ciudad de Sevilla en los últimos años del mandato
de Alfredo Sánchez Monteseirín, cuando los debates de los órganos del partido,
incluidas las reuniones de la Comisión Ejecutiva Provincial, eran conocidos
antes por esos periodistas de cabecera que por los cuadros de las Agrupaciones
Locales, entre los que me encontraba.
Y me indignaba, y me indigna, porque tengo la convicción
de que los compañeros y compañeras filtradoras piensan que utilizan a esos
periodistas en su beneficio, sin comprender la terrible verdad: que son esas
compañeras y compañeros dirigentes los que son utilizados por los periodistas y
las empresas para las que trabajan, en detrimento fundamentalmente del partido
y su ideario. Por ello, mi indignación por las grabaciones filtradas del Comité
Federal ha alcanzado la máxima intensidad.
Aún no se ha sabido a ciencia cierta si las mismas se han
realizado por parte de algún miembro del Comité Federal, de los servicios
administrativos del partido o por parte de personas ajenas al PSOE. Pero en
caso de confirmarse de que mi partido no ha sido víctima de un contubernio
externo para dinamitar su imagen, la confianza de sus militantes y el apoyo de
sus votantes, se trataría de una de las acciones en la vida orgánica más
despreciables de las que soy capaz de imaginar.
Sin duda hay otras aún más despreciables (la corrupción y
la violencia física o psíquica hacia compañeros, por ejemplo) pero a efectos
orgánicos se trata de una de las más graves.
La repugnancia que me produce me ha llevado a negarme a
escuchar las grabaciones publicitadas por la cadena Ser, e incluso a cambiar de
canal de TV cuando se han emitido fragmentos de las mismas. No me interesa lo
más mínimo conocer el debate del máximo órgano socialista entre congresos,
robado de forma tan infame.
Porque dicha filtración es una agresión al conjunto de la
militancia, ya que la democracia interna descansa sobre la posibilidad real de
un debate sin cortapisas allí donde debe producirse. La filtración de la semana
pasada colapsa la confianza mutua que permite el mayor grado de sinceridad
entre dirigentes, donde debatir las diferencias, y alcanzar los consensos
básicos.
Lo único positivo que soy capaz de encontrar a esta
acción que concita mi mayor desprecio es que sirva de revulsivo y lleve a la
convicción a los y las compañeras dirigentes del partido, sea cual sea su
nivel, de que un periodista nunca será un aliado, ya que sirve a otros
intereses: el interés general en el mejor de los casos, a su carrera
profesional o los intereses de la empresa que le paga el salario, en el caso
más habitual.
Como socialista me siento injuriado en lo más profundo de
mi militancia. Como ciudadano, siendo el mayor de los desprecios hacia el que
ha producido la filtración.
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