Esta tesis contrasta con un estado de opinión que el propio articulista reconoce (“El consenso goza hoy de buena prensa” escribe) pero que cuestiona (“No estamos ante una confrontación ideológica que resolver acercando posiciones ni nos persigue el fantasma de una guerra civil”), y que estaría en la antítesis de lo expresado, por ejemplo, por Gregorio Marañón y José Juan Toharia en el artículo publicado por EL PAIS con el título “De la angustia cívica al pacto político”, del cual expresé mi opinión en el post de este blog, titulado “De Pactos y Lideragos. Respuesta a Marañón y Toharia desde la base socialista”.
En mi respuesta a Marañón y Toharia, escribía que “la actual derecha neoliberal no cree en el pacto, en el acuerdo”, afirmación que se verifica en las palabras de Ysart “La falta de un sistema representativo consolidado hizo inevitable el recurso al consenso, encelar a los representantes de la flamante soberanía popular en la construcción de un futuro sobre bases lo más anchas posibles. […] Pero a diferencia de lo ocurrido hace treinta y cinco años, el país cuenta ahora con un sistema establecido en el que los ciudadanos han dado plenos poderes a un partido para que se haga cargo de la situación.”
En un reduccionismo realmente peligroso, la neoderecha se empeña en calificar de “reformas” lo que en puridad significa la demolición del pacto constitucional de 1978 en materias tan importantes como trabajo y estructura política. Para Federico Ysart, y que creo puede representar dignamente a todo el espectro neoliberal y radical de la ultraderecha española, no es posible ni deseable un pacto porque ya se ha fijado una hoja de ruta que no admite modificación alguna.
Por ello, la necesidad imperiosa de, por una parte, restar carácter ideológico a sus “reformas” presentándola como cambios necesarios para mejorar la competitividad de la Nación y, por otra, culpabilizar al adversario de estar ideologizados en extremo. O como dice Ysart “El riesgo está en la reacción de quienes hacen de la reivindicación identitaria su ser político, aunque finalmente acaten las leyes por imperativo legal”. Estrategia, por otra parte, ensayada por el neoliberalismo español en relación a la Memoria Histórica y su acusación de “guerracivilista” una política que a nivel mundial se conoce como de políticas de verdad y reconciliación.
Para la neoderecha española, la victoria del 20 de noviembre de 2011 es lo que al franquismo el 1 de abril de 1939, y las palabras del felón Mola (ni rendimientos, ni abrazos de Vergara, ni pactos, ni nada que no sea la victoria aplastante y definitiva) pueden describir perfectamente su posición ante un pacto de consenso: no aceptarán nada que no pase por sus “reformas”, es decir, la derogación total del Estatuto de los Trabajadores y su sustitución por el Código Civil, la externalización por privatización de todos los servicios públicos y la reforma de la organización territorial del estado con una fuerte recentralización y eliminación de autonomías y diputaciones, y fusión de municipios.
Por ello, Federico Ysart es consciente de lo indeseable del consenso, y propone un pacto directamente con la sociedad, una especie de nuevo “contrato social” al margen de los representantes políticos: “Quizá el único consenso hoy factible sea el que el Gobierno alcance a establecer con la sociedad, convenciéndola de que sabe cómo salir de esta y de que no vacilará en poner los medios necesarios.”
Esta actitud, que podemos calificar de fascista, no en sentido peyorativo sino ideológico, explica actitudes como la de Mariano Rajoy, presidente del gobierno de la Nación, que, tras meses de silencio, utilizó la sede de su partido para dirigirse a la Nación.
Silencio. Se acabó la función de la democracia. España, su España, ha vuelto.
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