viernes, 4 de agosto de 2023

Un asesinato nunca es agua pasada

 

En la versión televisiva de “El templete de Nasse-House”, protagonizado por David Suchet en el papel de Hercules Poirot, conversando con la anciana dama, anterior titular de la hermosa propiedad de Devonshire, le reprocha:

  • ¿Tan terrible como lo que pasó aquí hace cinco semanas? ¿Tan terrible como matar a una niña que solo tenía catorce años?

La anciana le responde enfadada:

  • Déjelo ya. Es agua pasada. Se acabó.

Entonces el detective belga le responde lapidario:

  • No, madame. Un asesinato nunca es agua pasada.

Y es cierto: nunca lo es.

Se proyecta a su alrededor y su eco resuena durante años, décadas, siglos, mientras hayan personas que fueron víctimas directas o indirectas.

Por eso es tan repugnante clasificar la importancia de los asesinatos, y de sus víctimas, en función del tiempo transcurrido, o en función de nuestra cercanía ideológica con los muertos.

Una repugnancia que aumenta cuando no parte de un individuo aislado, cuando no es una opinión personal, sino que se inserta en un discurso ideológico y político, para priorizar unas víctimas sobre otras, en función de su utilidad política en el presente.

El asesinato de una persona en el año 36 de manos de un pelotón de fusilamiento ordenado por Queipo de Llano es tan insoportable como el asesinato de Miguel Ángel Blanco por parte de ETA, el asesinato de Ana Orantes en manos de su marido, o el asesinato de Marta del Castillo. Todos ellos merecen nuestra compasión, y comprensión al dolor de sus familias, dando igual que hayan pasado hace 100, 50, 10 años.

Cualquier asesinato (incluso los “legales” en aplicación de la pena de muerte en algunos Estados) es insoportable.

Freidrich Schiller, en su opúsculo “Sobre lo sublime”, nos advertía que

Nada es tan indigno del hombre, pues, como sufrir violencia: la actitud violenta lo aniquila. El que la ejerce nos disputa nada menos que la humanidad. El que la sufre cobardemente se despoja de su humanidad.

Y si hay algo que me indigna sobremanera es la manipulación de aquellos que establecen una jerarquía de víctimas buenas y malas, que se burlan de los hijos y nietos de aquellos asesinados y asesinadas que buscan justicia, mientras exigen violentamente compasión hacia sus muertos.

Son los degenerados de siempre, los que están acostumbrados a utilizar a los muertos en su beneficio económico, los que históricamente se han lucrado con los asesinatos y la violencia.

Asqueroso, desde luego.


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