Sin duda, el
ruido mediático y político del pasado día 9 de abril, provocado por la entrega
de llaves a los okupas de la
Corrala Utopía , empalideció otro acontecimiento, de igual o
mayor trascendencia social, que se produjo en el Salón de Plenos del Parlamento
de Andalucía. En la tarde del mismo día, los grupos parlamentarios andaluces
aprobaron por unanimidad de los tres partidos con representación parlamentaria
(PP, PSOE e IU) admitir a trámite el proyecto de Ley
integral para la no discriminación por motivos de identidad de género y
reconocimiento de los derechos de las personas transexuales de Andalucía.
La transexualidad
es, sin duda, uno de los fenómenos más incomprendidos por la sociedad y que
mayor dosis de demagogia genera entre los opositores al ejercicio de la plena
libertad individual. Incomprensión e inquina que responde a que la misma
cuestiona todas nuestras certezas en cuanto a lo que cada una y cada uno de
nosotros creemos ser.
La transexualidad,
la contradicción entre el sexo biológico, con el que se nace, y la identidad de
género, que es la que se siente, ha provocado en el pasado el sufrimiento más
inhumano a centenares, miles, decenas de miles de personas. Un sufrimiento cuya
solución es tan simple en lo objetivo, como compleja en lo cultural: que cada
persona viva plenamente con la identidad de género que siente y no con la
biológica con la que nació.
En el pasado,
ante el fracaso de funestas terapias como el electroshock o la lobotomización,
médicos como Harry Benjamin dieron la única solución terapéutica admisible a
las personas diagnosticadas como transexuales: vivir de acuerdo con la
identidad de género sentida. Unas veces con la reasignación genital, otras
veces simplemente con la adopción de roles del género percibido.
Pero ese mismo
avance, que liberó a las personas transexuales de las dudas sobre lo que les
pasaba y de terapias destructivas para devolverlas al camino correcto, les
llevó al laberinto, muchas veces frustrante, de la patologización de la
transexualidad. Test de la vida real, operaciones quirúrgicas inaccesibles y
complejísimas, hormonación de por vida, eran el peaje para su público
reconocimiento como tales.
Afortunadamente,
la lucha de las personas transexuales, la aceptación del género como un constructo en parte cultural, y la
sensibilización de la sociedad hacia aquellos colectivos que demandan su
especificidad, ha permitido avances en los últimos años, como la Ley reguladora de la rectificación registral
de la mención relativa al sexo de las personas, que orillaba, pero no eliminaba, ese complejo y doloroso camino.
Pero aún así, las
personas transexuales son obligadas a un proceso donde su identidad de género
no es el resultado del pleno ejercicio de la libertad para sentirse e
identificarse, sino de un complejo laberinto clínico y legal donde otros,
jueces, psiquiatras, médicos, etc. dictaminan lo que puede ser, o no, una
persona transexual.
En este sentido,
es de valorar la afortunada casualidad que el jurado de los premios Adriano
Antinoo, que en su tercera edición concede la asociación a la que pertenezco y
que se entregaron el pasado 26 de abril, se lo haya concedido en la activista
transexual Kim Pérez.
Kim Pérez es, sin
duda, la más sobresaliente de las activistas del movimiento transexual andaluz,
una referencia fundamental para todas aquellas personas que, transexuales o no,
hemos querido trabajar por el derecho al pleno desarrollo de la identidad de
género en Andalucía. Y este proyecto de Ley nos permite visualizar el largo,
duro y fatigoso trabajo realizado por las personas transexuales andaluzas hasta
conseguir el derecho fundamental de ser ellas mismas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario