sábado, 15 de enero de 2011

Nuestras ignorantes élites


La estulticia de nuestras élites sevillanas no es nueva. De hecho, ya encontramos antecedentes en la actitud del Cabildo Catedral del siglo XVI que en vez de cumplir el mandato testamentario de Hernando de Colón, lo que habría supuesto para Sevilla poseer una de las mejores bibliotecas de todos los tiempos, prefirió hacer el “paripé”, que hoy se llama Biblioteca Colombina, y repartirse los caudales depositados para la compra y conservación de su biblioteca. O también en la actitud de la sevillanía del siglo XVIII durante el proceso de la Santa Inquisición a Pablo de Olavide, antecedente de la persecución judicial a la biblioteca de Zaha Hadid (que la Universidad de Sevilla quiere construir en el Prado de San Sebastián), que consiguió encarcelar, juzgar y condenar al Intendente cuyo pecado fue intentar llevar a nuestra ciudad del antiguo régimen a la modernidad.
Esta variante de idiotez patria, que casi podríamos calificar de congénita, la encontramos desde los años treinta en el campo de la arquitectura. Tras la Exposición Iberoamericana de 1929, el regionalismo arquitectónico pasa, poco a poco, a convertirse en la arquitectura natural de la ciudad, hasta el punto que la doctora María del Valle Gómez de Terreros afirma, en relación a la posguerra, que “Los arquitectos del momento saben perfectamente que no es esa la esencia de nuestro casco histórico, pero son incapaces de evitar el rechazo, a veces también popular, a las nuevas tendencias”.
De esta forma la mejor arquitectura del casco antiguo de Sevilla, la almohade de la Giralda, la gótica-mudéjar de las iglesias fernandinas, la gótica de la catedral y el Real Alcázar, la renacentista de la Casa de los Pinelos, de Riaño en el Ayuntamiento, la barroca de San Telmo, del Divino Salvador y San Luis de los Franceses, la ecléctica de la Casa de las Sirenas y la Casa Rosada, la popular de todos las collaciones, queda directamente subsumida en el historicismo regionalista de Aníbal González.
Aunque parezca increíble, adentrados una década en el siglo XXI, esa imagen congelada de una falsa Sevilla de ladrillo, cerámica y cerrajería, sigue hoy en día condicionando las mentes de nuestras élites. Un ejemplo claro lo encontramos en la falta de cuestionamiento público de todo lo que se construya con esos elementos, como ocurre en el amanerado jardincillo de Cristo de Burgos, el espantoso ordenamiento jardinero de la calle Josefa Reina Puerto (entre La Magdalena y San Eloy) y el absurdo de los Jardines del Prado de San Sebastián, paradigma de ese falsa esencia de la que hablaba la doctora Gómez de Terreros, y por el contrario la inquina cainita contra el proyecto de la “Piel Sensible” en la Alfalfa y alrededores, que tuvo la osadía de usar acero en vez de hierro forjado, granito en vez de cerámica, y madera en vez de ladrillo.
Es cierto que esa “esencia” se reserva para el casco antiguo, ya que todo lo que hay más allá de la muralla almohade debe considerarse en esas mentes deformadas por la sevillanía, como “terra incógnita” inmune al contagio de su esencia. Igualmente, esta actitud no es nueva. Basta recordar la movilización de las élites de la posguerra contra el edificio adscrito al Movimiento Moderno llamado despectivamente “Cabo Persianas” (actual número 2 de la calle San Pablo) con exigencia de demolición incluida, y la tolerancia hacia el Instituto Anatómico Forense, de promoción municipal, diseñado igualmente en esa corriente arquitectónica, pero construido en el arrabal macareno (actual calle Don Fabrique), que consiguió el apoyo público para ser inaugurado por el jefe del Estado, general Franco.
En el debate social de hoy nos encontramos en una situación similar. El proyecto “Metrosol Parasol” ha concitado la misma inquina de nuestras élites, llamadas por su formación y capacidad a liderar la ciudad. Leyendo la prensa local podemos encontrar a muchos intelectuales de nuestras élites, poseídos por el síndrome que llamo de “Romero Murube”, que les lleva a despotricar contra las “Setas de la Encarnación” con descalificaciones más próximas al paroxismo trastornado que a un debate de altura que se les presupone. Calificar de “chorrada” (Antonio Burgos) o “carnicería arquitectónica” (Carlos Colón) a las Setas, nos recuerda a la denuncia de José Pemartín ante la Dirección General de Bellas Artes contra el edificio “Cabo Persianas”, por los daños que producía a la ciudad su existencia, y de Romero Murube pidiendo la demolición del mismo. En aquellos años la cordura la impuso el arquitecto Juan Talavera y Heredia, al que se le pidió un informe sobre dicho edificio. En el mismo consideró que el estilo arquitectónico del edificio “es hoy generalmente admitido en todas las ciudades españolas”, “con harto desagrado de muchos pero también con altos elogios de otros”. Y hoy, ¿quién pone cordura en el debate?, ¿qué caso debemos hacer a nuestros “romeromurubistas” de hoy? Ninguno, como en el pasado.
Para ello quiero analizar uno de los movimientos organizados de este síndrome, la Asociación Ben Baso, que con un patriotismo de mejor causa publicó el pasado 1 de junio de 2010 un Comunicado sobre su posición sobres las Setas, y que recomiendo leer con detalle. Excepto en lo referente a la afectación del patrimonio arqueológico, que según sus redactores ha quedado eliminado por los cimientos de los pilares de las Setas, hecho que desconozco, el resto de argumentos están transidos del síndrome "Romero Murube”.
Así, en relación al patrimonio histórico y urbano, califican de “falta total de respecto al entorno”. ¿Pero, santo dios, que patrimonio? La Iglesia de la Anunciación señalan, y añaden: "entre otros". Claro, es que no hay más. Pero es que la Anunciación, espléndida iglesia, lo es tan sólo en su interior, ya que su exterior es de lo más anodina y discreta, con la excepción de su sobria portada que da a la calle Laraña. Y por ello precisamente las Setas se han alejado lo suficiente para no obstaculizar ni la visión de la portada ni del edifico en su conjunto. ¿A qué otro patrimonio se refiriere la asociación Ben Baso? Los edificios que dan a la plaza de la Encarnación van de finales del siglo XIX a la década de los ochenta del siglo XX, ninguno de valor, muchos de ellos realmente espantosos en cuanto al gusto y anodinos en cuanto a sus trazas arquitectónicas. ¿O tal vez se refieran a los edificios de la calle Imagen? ¿O a la obra de la Facultad de Bellas Artes, un trasnochado edificio “historicista” de los años setenta bastante burdo?
Con respecto a la ciudad, Ben Baso afirma que “ha roto con el perfil y el modelo urbano tradicional de Sevilla”. ¡Ay, "pare", que ya ha aparecido el síndrome! Romper no ha roto nada, ya que el “skyline” no se ha tocado, como se puede comprobar tanto desde cualquier azotea del casco histórico como desde las calles Regina, José Gestoso y Puente y Pellón. Y el modelo urbano tradicional, a la vista de los doctos profesores para la difusión y protección del patrimonio histórico, me temo que se trata del hierro forjado, la cerámica y el ladrillo visto. En Sevilla no existe un modelo urbano tradicional, y la misma plaza de la Encarnación es la prueba de ello: un solar producto del derribo de un convento, al que se accede por dos calles, Imagen y Laraña, producto de políticas de ensanche y ornato público que destruyeron el caserío tradicional. Por eso, cuando Ben Baso escribe “modelo urbano tradicional” se refiere al modelo regionalista que se convirtió contra todo pronóstico y absurdamente en el cliché mental que las élites tienen del casco histórico.
La afirmación de Ben Baso sobre que “el aspecto del casco histórico hasta ese momento y en esa zona era coherente en cuanto a su morfología, el viario y la textura de los edificios”, raya lo ridículo. Ni la morfología de la plaza era coherente con su entorno (un entramado medieval violentado por un brutal derribo en el siglo XIX), ni el viario es el tradicional sino que es producto de la destrucción del siglo XX para abrir paso a las calles Laraña (Plan de "Reformas de Sevilla y de obras conexas al certamen" de 1927) e Imagen (Plan General de 1946) ni la textura de los edificios era coherente. ¿Qué tendrá que ver la Anunciación con el edificio frontero (número 2 de la calle Laraña), ni los dos edificios que dan paso a la calle Puente y Pellón (uno de los años 20 y el municipal de los años setenta), por no hablar de los números 1 y 2 de la calle Imagen con el resto de la plaza? Recomiendo la función Street View de Google Earth , la lectura del post que le dedica el blog "Cultura de Sevilla" al análisis del impacto del proyecto, o incluso mejor, el paseo por la plaza de la Encarnación para comprobar la veracidad de lo escrito.
En relación a la actividad económica, las Setas nacen como un revulsivo cuyos efectos veremos a medio plazo. Pero la rehabilitación privada y pública de viviendas en la zona, que si bien no ha evitado al menos ha limitado los efectos de gentrificación de las collaciones al norte de la Encarnación, aseguran la demanda y el mantenimiento de un comercio tradicional y de proximidad, tanto en el propio mercado como en las calles de los alrededores, José Gestoso, Regina, etc.
Y lo que no dice Ben Baso es que, a diferencia de los proyectos que destruyeron infinidad de edificios de valor artístico por todo el casco antiguo de Sevilla con el silencio o el aplauso de sus élites (Plaza Nueva, Avenida de la Constitución, Plaza de la Virgen de los Reyes, Puerta de Jerez, Plaza de la Gavidia, El Corte Inglés, Galerías Preciados, Ocaso, Burguer King, etc. en la mayoría de los casos para ser sustituidos por espacios públicos o edificios arquitectónicamente mediocres), la decisión política para levantar las Setas no estuvo acompañado del derribo de ninguno.
La oposición frontal a las Setas de la Encarnación podría suponer que Sevilla dispone de un músculo intelectual de élites dispuestas a defender la cultura con mayúsculas. Lamentablemente no es así. La batalla de las Setas es tan solo uno de los síntomas del síndrome “Romero Murube” (la batalla de la biblioteca del Prado sería otro) y no la señal de unas élites cultas y formadas que abanderan la ciudad.
Y para ello señalaré un sencillo pero bochornoso ejemplo. Para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, en 1916 (hace casi cien años) el Ayuntamiento mandó colocar una serie de azulejos en edificios, calles y plazas incluidos por el genio en sus libros, especialmente en sus Novelas Ejemplares.
En la calle Huelva, esquina con la calle Jesús de las Tres Caídas, se colocó la siguiente placa, que aún hoy se puede leer in situ: “EL PRINCIPE DE LOS INGENIOS ESPAÑOLES / MIGVEL DE CERVANTES SAAVEDRA / MENCIONA ESTA CALLE NOMBRADA VN TIEMPO DE LA CAZA / ANTES DE LA GALLINERIA COMO VNA DE LAS TRES COSAS / QVE EL REY TENIA POR GANAR EN SEVILLA / EN LA NOVELA EJEMPLAR / RINCONETE Y CORTADILLO”.
Durante casi cien años, autoridades, intelectuales, ciudadanos de toda clase y condición han leído dicha placa, que contiene un error garrafal, monumental, bochornoso: las tres cosas que tenía el rey por ganar en Sevilla, la calle de la Caza, la Costanilla y el matadero, lo escuchó Berganza de un hombre discreto, en la novela “Coloquio de los Perros” y no en “Rinconete y Cortadillo”.
¡Qué horror, qué vergüenza! El príncipe de la República de las Letras Castellanas honrado con una placa que deja desnuda las vergüenzas de nuestras élites. Ni Carlos Colón, ni Antonio Burgos, ni la Asociación de Profesores para la Difusión y Protección del Patrimonio Histórico Ben Baso, ni la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras, ni la Facultad de Filosofía y Letras de la vetusta Universidad de Sevilla, ni el Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados de Filosofía y Letras de Sevilla, ni siquiera Romero Murube, ese defensor a ultranza del “espíritu” de la ciudad, se percataron del error mayúsculo, que durante décadas ha llenado de oprobio y vergüenza a cualquier amante de la ciudad y de las letras castellanas. Pero al menos Romero Murube tenía sin duda una buena justificación: el gazapo está escrito sobre cerámica. La buena cerámica del espíritu de la ciudad.

miércoles, 5 de enero de 2011

La solidaridad de los inmigrantes

Cuando alguien de mi entorno me comenta como puede la sociedad española ser xenófoba cuando durante más de un siglo ha sido un país de emigrantes, suelo responderle que precisamente son los descendientes de los que decidieron no emigrar los que rechazan la inmigración, ya que la mayoría de los y las españolas que se fueron desde los años setenta del siglo XIX nunca regresaron. En España se quedaron los más pudientes y los más pusilánimes, los que no tuvieron reaños de enfrentarse al dolor de la emigración.
Como hijo de la emigración y como descendiente de familias que durante más de un siglo se han desplazado por todo el país en búsqueda de oportunidades para sobrevivir, conozco eso dolor de no ser de aquí ni de allá, de tener tantos muertos enterrados en tantos lugares que al final te sientes de todas partes y de ninguna.
Ser inmigrante y emigrante (dolor en donde llegas, incomprensión de donde te fuiste) es un proceso complejo que a falta de referencias intentas solucionarlo como puedes. Los hay que en la segunda o tercera generación se vuelven más papistas que el papa y se convierten en ultra del país que los acogió (como los hijos de andaluces en el País Vasco convertidos en abertzale), los hay que intenta recuperar un origen falsificando su pasado y su presente (como las y los jóvenes andaluces en Cataluña que aprenden sevillanas aun cuando sus padres o sus abuelos eran de Almería donde nunca se bailó tal cosa o como los jóvenes musulmanes de Europa que abrazan un integrismo islámico que espanta a sus padres y abuelos). Aunque la mayoría lo resuelven intentando integrarse lo mejor posible en la sociedad que los acoge. Si los dejan, claro.
En la edición digital de EL MUNDO aparece hoy una noticia que debería alegrar a todos y todas las andaluzas: Andalucía supera a Estados Unidos en supervivencia de trasplantados renales. No en número, que por la falta de sanidad pública en la gran república norteamericana es muy inferior a la española, sino en calidad de los que se practican.
Pero lo que más me ha sorprendido ha sido el final de la noticia, que afirma: “En cuanto a los inmigrantes, que proceden de países donde se es más reacio a la donación que en España, el porcentaje de donación de órganos es idéntico al de la población andaluza, ya que en 2010 hubo 25 donantes inmigrantes.” A todos esos descerebrados, mutilados emocionales que argumentan que los inmigrantes vienen a abusar de nuestro sistema social y sanitario, y olvidan que la falta de recursos es producto de una mala gestión política y no por culpa de los usuarios, les leería este párrafo para recordarles que también nuestros familiares y amigos se han beneficiado de la inmigración con el regalo más importante que pueda recibir una familia: corazones, riñones y pulmones.

domingo, 2 de enero de 2011

Demetrio, o el mérito de la estulticia católica

Demetrio Fernández, obispo de Córdoba y uno de los “niños” mimados del radicalismo católico español, ya nos prometía momentos de hilarante diversión cuando propuso, no hace mucho, eliminar el término de “mezquita” del mobiliario urbano y en los carteles de información y promoción turística del complejo catedralicio de su ciudad, con el argumento de que "llamarla simplemente Mezquita siembra por lo menos confusión, en algunos casos intencionada, y se presta a no saber de quién es y para qué sirve hoy".
A pesar del rubor de propios y las carcajadas de extraños, el bueno de Demetrio no proponía más que una actualización de la costumbre católica de eliminar el pasado que no interesa renombrando y eliminando. Porque al fin y al cabo, lo que proponía el obispo cordobés se asemejaba mucho a lo que Stalin hizo durante décadas: eliminar de las fotos todos aquellos personajes que ya no gustaban al dictador.
Y siguiendo al dicho (quien tiene un vicio, si no se mea en la puerta se mea en el quicio) Demetrio nos ha regalado, con ocasión de las fiestas de navidad, una nueva ocasión de reírnos a mandíbula batiente con otras de sus perlas pastorales. Tan surrealista me pareció al leer la noticia en facebook que comprobé que no fuera la típica broma del 28 de diciembre, día de los santos inocentes. Pero no, la web que recogía la homilía pronunciada en la catedral de Córdoba el día 26 de diciembre de 2011, infocatolica.com, era de “fiar”. Luego, periódicos con EL MUNDO han recogido la noticia, lo que asegura que no se trata de una broma.
En un extenso parlamento, el obispo cordobés hace un cántico de argumentos peregrinos insostenibles a la luz de los evangelios reconocidos por la propia Iglesia Católica. Pero estando acostumbrado a estos desatinos, un párrafo del mismo sí que sorprende, escandaliza pero termina provocando la risa. Se trata del que dice: “El “ministro” de la familia en el gobierno del Papa, el cardenal Antonelli, me comentaba hace pocos días en Zaragoza que la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual. Para eso, a través de distintos programas, irá implantando la ideología de género, que ya está presente en nuestras escuelas.
¡Ay!, ¡ay!, ¡que me da un ataque de risa! Si el bueno de Demetrio se ha inventado tan terrible bulo, demostraría que se trata de un perfecto imbécil. Pero si ha sido el cardenal Antonelli, lo que demuestra es que el imbécil es el jefe vaticano que lo ha nombrado. Si la ciencia ha demostrado la inutilidad (además del enorme sufrimiento) de técnicas psiquiátricas y quirúrgicas para convertir en heterosexuales a los homosexuales, ¿con unas “charlitas” van a conseguir lo contrario? Llevado a sus último estadios, el argumento de Demetrio nos llevaría al absurdo de aceptar que el estado “natural” de los seres humanos es la homosexualidad (ya que cualquier heterosexual se convertiría con unas cuantas charlitas) y la “contra natura” la heterosexualidad (ya que es imposible convertir en heterosexual al homosexual aunque se le lobotomice).
Si fuera factible convertir en homosexual a la mitad de la población mundial (¡2.500 millones de seres humanos!), a la Iglesia Católica debería serle mucho más fácil heterosexualizar a sus muchos sacerdotes gays, como, por ejemplo, al teólogo alemán ultraconservador, exprofesor de la Academia Pontifica de Santo Tomás de Aquino, que reciente declaró a EL PAIS que “Me fascinaba el mundo masculino de las antiguas liturgias tridentinas. Fueron para mí la droga de iniciación. Luego entre los teólogos conservadores siempre encontré tantos homosexuales que pensé que las dos cosas podían coexistir", explica.
Pero más allá de la “boutade” del supuesto programa de la UNESCO, que cualquier persona con su capacidad intelectual intacta sería incapaz de inventar o repetir, Demetrio sigue la estela de los radicales católicos españoles de confundir intencionadamente identidad de género con orientación sexual, de manipular intencionadamente igualdad de género llamándola ideología de género.
En su homilía (texto digno de ser editado por la colección "Al Monigote de Papel") Demetrio afirma “según la ideología de género, uno no nacería varón o mujer, sino que lo elige según su capricho, y podrá cambiar de sexo cuando quiera según su antojo. He aquí el último “logro” de una cultura que quiere romper totalmente con Dios, con Dios creador, que ha fijado en nuestra naturaleza la distinción del varón y de la mujer.
Puesto que la Iglesia Católica ha inventado la “ideología de género” corresponde a ella llenarla de contenido. Pero lo que afirman corrientes intelectuales como la Teoría Queer es que la identidad de género es en gran medida un constructo social, que la forma en la que nos socializamos como hombres y mujeres depende de la sociedad en la que creemos, que nada tiene que ver que luego te sientas atraído o atraída por una persona de sexo biológico distinto o igual al tuyo.
Pero lo más penoso es que “Educación para la ciudadanía”, bestia parda para “intelectuales” de la talla de Demetrio o Antonelli ni siquiera se acerca a corrientes como la Teoría Queer y se limita a llevar a cabo la igualdad social que jurídicamente consagra la Constitución Española de 1978.
Aunque hay que reconocer que, en el fondo, nuestro texto constitucional es el enemigo a batir por los radicales católicos.
PD: Para los cansinos que me vendrán con que el islám para allá y el islám para acá, les adelanto que en mi opinión las tres religiones monoteistas comparten ADN, y la crítica hacia el catolicismo se puede extrapolar al Islám y al Judaismo.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Altares y Setas

Una de las recompensas emocionales que me produce eso de bichear por las librerías de viejo, o más modernamente por las web iberlibro.com y uniliber.com, es descubrir autores y obras poco conocidas para mí que a lo mejor resultan muy valoradas entre los especialistas.
Así descubrí hace años a Antonio Ponz cuando compré primero el volumen XVIII de su obra “Viage de España” impreso por la viuda del gran Ibarra en 1794 (que luego supe completado por su sobrino por la muerte del autor) y después el segundo volumen de su obra “Viage fuera de España” de 1785. Lo único malo de su magnífica obra fue que, según dicen, sirvió de guía a las tropas napoleónicas para expoliar el mejor arte de nuestro país.
Este autor, cuya obra recomiendo vivamente, bien en alguna de las dos reediciones de su obra (una crítica en la Editorial Aguilar en 1947 y otra facsímil por Editorial Atlas en 1973), bien en Google Books, vivió intensamente la ilustración con una larga estancia en Italia que lo convirtió en uno de los más importantes reformistas españoles del Siglo de las Luces. Una de las cosas que más me sorprendió fue su odio furibundo hacia el barroco, especialmente el que se hizo en Andalucía en general y en Sevilla en particular a lo largo de su siglo.
Buscando por Google Books, he tropezado con un volumen que hacía tiempo quería leer, el noveno, o nono, de su “Viage de España” dedicado a Sevilla, en un ejemplar que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Michigan (Library of the University of Michigan) y me he vuelto a encontrar con el mejor Ponz anatema del barroco.
Especial sonrisa me ha provocado la lectura del texto dedicado a la iglesia del Salvador. Este templo, recientemente rehabilitado en medio de una importante movilización del “todo Sevilla” y que muestra de forma orgullosa lo mejor de sí misma, fue claramente despreciada por el abad Ponz con pocos miramientos. Recojo a continuación su opinión:
El segundo lugar después de la Catedral lo tiene la Colegiata, que llaman del Salvador, situada en una de las plazas de Sevilla, donde se venden frutas, y otros comestibles.
Tuvo la desgracia de haberse pensado en su reedificación, quando el buen estilo de la arquitectura habia llegado á su precipicio; y así fue arruinada la antigua fábrica, que mantenia la forma de Mezquita, en 1669, acabándose la nueva en el de 1712. Se venera en esta Iglesia una Imagen de nuestra Señora, que llaman de las Aguas, por haberse conseguido estas mediante su proteccion en años de sequedad. No hay para qué detenernos aquí, ni V. se detendría un instante al ver los costosos, y extravagantes retablos, que poco ha se han hecho: lástima que las personas piadosas, que en ello han gastado su dinero, no se hayan informado bien antes, para emplear con mas acierto por lo tocante al artificio. El de la Comunion es de lo mas ridículo que se puede imaginar, y por el mismo término el mayor, como el de nuestra Señora, donde hay dos estatuas de lo primero que D. Felipe de Castro hizo hallándose muy joven en Sevilla. La sillería sigue el orden de los referidos altares: han embarazado con ella el medio de la Iglesia, y por haberse hecho todo esto poco ha, es mas sensible. En la nave al lado de la Epístola se encuentra un S. Christobal de escultura del Montañés
.”
Comenzado el siglo XXI, el barroco, en su versión andaluza y sevillana, podrá gustar más o menos, pero no se puede poner en duda su mérito y su aportación al Arte. De hecho, los altares de la Colegiata del Divino Salvador, que tanto despreció Ponz, son magníficas obras de talla y dorado, grandiosos monumentos de fe que nos aturullan con su inmensidad y su impacto visual.
¿Se equivocaba, pues, nuestro buen abad? No, en absoluto. En cuestión de arte, como en otras muchas facetas de la vida, lo que hoy gusta, o disgusta, mañana no lo hará. U obra o autores que hoy son muy honrados por su arte, mañana pasarán al olvido, o al contrario.
Suele referirse la anécdota de la Torre Eiffel, de París, cuya construcción provocó el rechazo de numerosos artistas franceses, entre ellos Guy de Maupassant, como antes había provocado el rechazo por parte de los organizadores de la Exposición de Barcelona de 1888 a quien Eiffel había presentado su propuesta, y que tras la celebración de la Exposición para la cual fue construida se convirtió en un emblema de la ciudad, circunstancia por la cual no fue desmantelada como estaba previsto.
También tenemos en Sevilla la experiencia de la Giralda, una torre almohade del siglo XII rematada por un campanario renacentista del siglo XVI, yuxtaposición arquitectónica que hoy sería imposible, no sólo legalmente sino también socialmente.
El libro de Ponz me lleva a pensar en las popularmente llamadas Setas de la Encarnación, el proyecto Metrosol Parasol, que se está construyendo en el antiguo solar del Mercado de la Encarnación de Sevilla.
Como en el París de Eiffel, los argumentos repetitivos para rechazar su construcción son su impacto sobre el skyline de la ciudad y su impacto en el tejido de la ciudad y sus monumentos. Como la crítica del abad Ponz al barroco, se califica el proyecto como “chorrada” o “carnicería arquitectónica”, por poner sólo dos ejemplos. Y posiblemente, dentro de cincuenta años alguien sonreirá al leer estas críticas como yo cuando leía la opinión de nuestro buen abad sobre el retablo de la Virgen de las Aguas de la iglesia del Salvador.

sábado, 30 de octubre de 2010

Casas

Hace unos meses publiqué un post titulado “Familias como casas”, en la que trazaba un paralelismo entre ambas. En este post en cambio quiero compartir contigo varias reflexiones que siempre me surgen cuando veo el programa de LA SEXTA “¿Quién vive ahí?”.
El eslogan escogido por la cadena para promocionar su programa ya tiene enjundia: “¿Crees que tu casa es distinta a las demás?”. Cuando comencé a ver el programa me temía que fuera un canto indecente a la opulencia, con un repertorio de mansiones carísimas habitadas por las clases sociales más improductivas del país. Pero me equivoqué: pasado el tiempo he comprobado que no es así. Más bien al contrario, se trata de una radiografía de la sociedad española, con más miserias que grandezas.
Soy consciente que la colección de casas mostradas no es una muestra estadística de las casas españolas, ya que lo son de familias con un punto exhibicionista necesario para mostrar a la curiosidad universal nuestro espacio más privado, nuestro domicilio. Pero si se hace es porque se piensa que los demás lo harán bien con admiración, bien con envidia. No creo que nadie muestre sus espacios más íntimos si piensan que los que los contemplan pensarán en lo cutres y vulgares que son sus habitantes.
En los distintos capítulos que he visto, han aparecido casas de todo tipo: de nuevos ricos, de clases medias, de nobles venidos a menos, de diseñadores y arquitectos para promocionarse, y propietarios con casas en venta.
En general, las casas con diseños más modernos se dan en la costa mediterránea y Madrid, generalmente de propietarios vinculados a la “industria del ladrillo”, las más tradicionales en la cornisa cantábrica, y las más kitsch, curiosamente, en Sevilla.
A mí personalmente me llama la atención la historia de las señoras de, metidas a decoradoras amateur para soportar el aburrimiento de una vida de consorte sin función. También me han sorprendido los espantosos interiores de las casas de Sevilla que han aparecido en el programa, una mezcla de decoración tradicional modernizada “avant la lettre”. Y por supuesto la ridiculez de algunos propietarios de mostrar su mal gusto, generalmente de los nuevos ricos de la construcción (recuerdo dos casos, uno en Almería y otro en Madrid), aunque otros, más jóvenes, mostraban casas modernas de unas líneas espectaculares, tanto en Mallorca como en la costa levantina.
Era en la costa precisamente, en una casa de modernas líneas, donde su orgullosa propietaria afirmaba que en ella, contra la opinión de su madre, no había colgado ni un solo cuadro. ¿Cómo esperamos, me pregunté estupefacto, que en nuestra sociedad surjan coleccionistas de arte moderno si a lo más que llegan tanto las clases medias como los nuevos ricos es a coleccionar televisores?
Aunque también recuerdo con ternura la sinceridad de una chica que mostrando una casa espectacular en la sierra de Madrid reconocía que el impoluto comedor era solo para mostrarlo a las visitas, ya que ellos comían en la cocina.
Pero de todas las casas lo que más me ha sorprendido, asombrado y entristecido era la ausencia de libros y bibliotecas. En casas de familias que se decían tituladas universitarias, de la nobleza, o de nuevos ricos, no recuerdo ni una que mostrara un espacio dedicado a los libros. En casas que exhibían enormes televisores en salones, comedores, dormitorios, cuartos de baño y cocinas, no existía ni una sola estantería con libros.
Casas con salas de cine privadas, con garajes para varios automóviles, con piscinas, con caros muebles exóticos, etc. realmente desoladas por la ausencia de libros, es decir, de cultura. Y me temo que esa sea la realidad en la gran mayoría de casas españolas.

martes, 12 de octubre de 2010

La Reforma silenciosa

Hasta hace unas décadas, a la Iglesia Católica gustaba de escenificar sus grandes giros teológicos en los Concilios que reunían a toda la “intelectualidad” católica en grandes asambleas. Así fue el de Trento y el Vaticano II.
Pero con el paso de Juan Pablo II, un oscuro actor polaco, y especialmente la llegada del germano Benedicto XIII, la Iglesia Católica se sumó al mundo policéntrico, sin cabeza, que llegó sin avisar con internet.
No, no ha habido un Vaticano III o un Trento II para que la contrarreforma del catolicismo haya galvanizado toda la jerarquía católica, expulsando a los más revolucionarios, silenciando a los más reformistas, y promocionando a los más reaccionarios, de tal forma que la Iglesia Católica de hoy poco tiene que ver con la que conocíamos hace veinte años.
En las últimas semanas, varios han sido los hechos que nos demuestran que la jerarquía católica ha perdido el pudor y ha pasado al ataque, señalando las líneas ideológicas de esta contrarreforma: tienen un discurso total (¿totalitario?) y la voluntad de imponerlo. De nuevo, ya no se conforman con servir al pobre y mostrar un referente moral, sino que buscan la imposición de sus principios a toda costa.
Por eso, hoy es imposible la escena del arzobispo de Sevilla reunido con asociaciones de gays y lesbianas, como ocurrió en los noventa con fray Carlos Amigos. En cambio, Juan José Asenjo, actual mitrado hispalense, ha cargado contra la celebración del IX Congreso de la Federación Internacional de Profesionales del Aborto, lo que ha arrastrado a que el Consejo de Hermandades de Sevilla a que organicen “acciones de alcance que dentro de la más absoluta legalidad, puedan apoyar nuestras muy maltratadas convicciones".
Pero éste no es un hecho aislado. En la Comunidad Valenciana, donde más poder está recuperando la Iglesia Católica junto con Madrid por la convivencia del PP con la jerarquía más reaccionaria, recientemente el ayuntamiento de su capital, encabezado por la alcaldesa Rita Barberá, ha comunicado la decisión de prohibir a la Coordinadora de Asociaciones de Lucha contra el Sida de la Comunitat Valenciana (Calcsicova) que utilice la Plaza de la Virgen para celebrar los actos organizados con motivo del Día Mundial del Sida el próximo 1 de diciembre, bajo el argumento que el acto puede resultar «burlesco debido a la connotación religiosa» del emplazamiento, junto a la Catedral y la Basílica de la Virgen de los Desamparados. ¡Toma argumento! Ahora resulta que se impide un acto plenamente acorde con la legalidad por el carácter religioso del lugar.
En éste sentido, la Comunidad Valenciana parece haberse convertido en cabeza de puente de la contrarreforma al Vaticano II. Otro ejemplo lo tenemos en la polémica surgida tras la suspensión de los cursos de información sexual que se imparten en colegios de dicha Comunidad Autónoma por parte del gobierno de Camps, tras las críticas del arzobispado de Valencia antes del verano, al entender que ofrecían una “visión muy reduccionista del ser humano”. Y dado que los contenidos de dichos cursos están respaldados por la Academia Española de Especialistas en Sexología, la Academia Española de Intervención en Sexología, la Fundación Española de Contracepción o la principal sociedad de médicos de familia, Semfyc, nos señala que, de nuevo, para la Iglesia Católica, la ciencia ofrece una visión muy reduccionista del ser humano. Claro que algo menos que reduccionista que la versión del Génesis. Pero ahora no se limita a orientar a sus fieles sino que pretende imponerlo de nuevo en las aulas.
Pero la nueva jerarquía católica andaluza no se queda atrás. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba (España), ha pedido la supresión del término mezquita al referirse a la actual catedral católica de la Asunción de Nuestra Señora. El mitrado cordobés defiende su postura argumentando que llamarla mezquita supone "una expropiación a nivel del lenguaje". Resulta curioso este argumento por parte precisamente de los que critican la lucha del feminismo contra el lenguaje machista al que despectivamente llaman “ideología de género”. ¿Está la Iglesia Católica Española iniciando una apología de la “ideología religiosa excluyente”?.
El giro de 180º de la jerarquía católica es comprensible. Responde al miedo de perder un protagonismo social mundial que el Vaticano II, desde su opinión, no sólo no lo evitó sino que lo provocó. Esta visión, que en mi opinión no es nada acertada, ya que el último Concilio católico lo que abrió fue la puerta a que la Iglesia Católica sobreviviera y no desapareciera, les ha llevado a regresar no ya al Concilio Vaticano I sino a Trento, lo que definitivamente les conducirá al desastre final, al canto del cisne de los últimos seguidores de Cristo, hasta convertirse en algo así como los Amish de occidente.
De la Iglesia Católica ya no podemos esperar los católicos escépticos, agnósticos y ateos sólo el ejercicio de su responsabilidad pastoral, sino que ha entrado de lleno en la lucha ideológica y partidista. Y por ello la jerarquía católica y sus fieles deben asumir que la batalla ideológica no se quedará fuera de los muros de sus “casas” sino que llegará a su interior e incluso a los escalones de sus altares.

lunes, 4 de octubre de 2010

Funcionarios

Este post va de la función pública. Si esperas, querida lectora o lector, que en él se viertan diatribas contra los funcionarios y la función pública, mejor que dejes de leer. Y vaya por delante que no soy funcionario público ni nunca he tenido intención de serlo. Trabajar en una administración pública no es algo que me haya motivado nunca, y de hecho las únicas oposiciones a las que me presenté, más por presiones familiares que por convencimiento propio, se resolvieron con un pavoroso fracaso.
Pero siempre he sentido un especial cariño por el trabajador público. En un esquema ideológico, toda vez que el aparato del Estado se democratizó, dejando de ser el instrumento de los poderosos para mantener sus intereses, los funcionarios públicos se convirtieron en la mejor salvaguardia de los intereses de aquellos que antiguamente se conocía como clase obrera, y hoy en día como clase media.
Que los servidores públicos sean el primer dique de contención del Estado democrático les ha convertido en el objetivo preferente de los totalitarios NeoConservadores radicales, que han eliminado a la persona de su esquema y sustituido por el mercado. Y por eso los ataques permanentes y muchas veces sutiles que se han utilizado en su contra.
Primero se empezó por una parte de los servidores públicos, los políticos, como una forma de socavar los cimientos de un poderoso edificio: el Estado democrático. Cuando se convencieron que en la opinión de la ciudadanía los políticos estaban suficientemente desprestigiados, continuaron por los profesionales de la cosa pública: los funcionarios, a los que tachan de vagos, insolidarios, burócratas, etc.
Sería estúpido por mi parte, no obstante, negar que la mala fama del conjunto de la función pública tiene su origen en muchas equivocaciones, particulares y colectivas, de los propios funcionarios, sus organizaciones sindicales y los políticos que lo gestionan. Pero también es igualmente cierto que a pesar de todo ello, en España tenemos una clase funcionarial muy profesional, diligente, responsable y eficaz.
Para los que siempre estuvimos excluidos de la clase dirigente del Estado burgués, el aparato del Estado democrático, la Administración, es la base de la defensa de nuestros intereses.
Una función pública adecuadamente dotada económicamente, prestigiada y de calidad es fundamental si pretendemos que el Estado siga siendo democrático y no derive hacia un totalitarismo de mercado.
Para eso, sin duda, hay que hacer reformas, tanto en el acceso como en la gestión de los amplios recursos que manejan.
Mantener el acceso a la función pública de acuerdo con los principios de mérito y capacidad, tal y como establece nuestra Constitución, es fundamental. Pero no creo que el mecanismo de oposiciones hasta ahora mantenido sea el mejor. He podido comprobar en todos estos años que acceder a la función pública mediante oposiciones obliga a los opositores, en muchísimos casos, a dedicar los mejores años de su vida, cuando más pueden aportar profesionalmente, a prepararse amplísimos temarios, sacrificando su vida personal y familiar, con un costo económico altísimo para sus familias, posponiendo sine die la formación de una familia o la paternidad y la maternidad, sin tener nunca la seguridad que tanto esfuerzo llegue a buen puerto.
Cuando finalmente se accede a una plaza, tras lustros o incluso décadas de estudios, se encuentran con un panorama laboral muchas veces rutinario, de promoción decimonónica, que lleva a muchos y a muchas, equivocadamente sin duda, a pensar que el esfuerzo que debían hacer en su vida laboral ya está hecho y sólo les queda aguantar hasta la jubilación.
La función pública que conocemos, la de oposiciones, puestos de trabajo para toda la vida, etc. nació como solución al problema de los cesantes del siglo XIX, que tan bien describió en “Miau” nuestro admirado Benito Pérez Galdós. Pero pasados casi cien años, se han producido y acumulado un sinnúmero de efectos perniciosos, casi tan graves como los que se intentó eliminar con su implantación.
Claro está que, en todo caso, se trata de un problema colectivo de nuestra sociedad, no un problema de los funcionarios. Tampoco se trata de buscar fórmulas para abaratar los costos de la administración, ni de sortear con fórmulas que rozan la legalidad la obligación de seleccionar a los trabajadores públicos en función de su mérito y capacidad.
También es cierto que no tengo la fórmula perfecta, aunque a veces pienso que una opción tipo MIR podría ser adecuada: un grado para luego acceder, por nota, a un curso de especialización, en el cual ya se cobraría, y si se supera éste con éxito, se incorporaran sin más a la administración.
Creo en la administración pública, creo en nuestros funcionarios no sólo porque mi experiencia vital me ha enseñado que se puede confiar en ellos, sino que además mi orientación ideológica me señala que la clase funcionarial es el soporte que garantiza la mayoría de nuestros derechos constitucionales.