Afirmar que en España la mayoría de los criminales (asesinos, violadores, pedófilos, ladrones, corruptos, etc.) son católicos es casi una obviedad. Ya sabemos, o por lo menos eso afirmaba la Iglesia Católica de mi niñez, que el bautismo imprime carácter, por lo que una vez recibida las “aguas”, ¡zas!, ya no hay quien te libre del catolicismo, ni tú apostatando, ni el Papa con la excomunión.
Por eso, si la mayoría de los y las españolas de sangre y mucho de las españolas y españoles por carta de naturaleza y residencia fueron bautizados de pequeños y algunos ya de mayores, la mayoría de los criminales españoles son católicos. Claro que también son católicos nuestros mejores intelectuales, científicos, políticos, etc.
Pero en este post quiero hablar de dos noticias de actualidad, donde el catolicismo de sus personajes agranda la monstruosidad de su crimen.
Me refiero, como no, al político del Partido Popular y miembro de la católica Comunidad Neocatecumenal Javier Rodríguez de Santos y al médico y trabajador del Hospital Universitario de Navarra, dependiente del Opus Dei, José Diego Yllanes.
El exconcejal del PP ha sido condenado por los tribunales a 2 años por malversación de fondos públicos, por usar tarjetas de crédito del Ayuntamiento de Palma de Mallorca en diferentes puticlub y mantener sexo con hombres. Pero sin duda, su crimen más repugnante ha sido el abuso sexual a dos menores amigos de sus propios hijos a los que conoció en las ceremonias de la Comunidad Neocatecumenal a la que solía asistir. Según el juez, queda probado que Javier Rodrigo de Santos cometió un delito de abusos sexuales, con acceso carnal por la vía anal con un menos de 14 años, así como practicar una felación al adolescente de 16 años.
José Diego Yllanes, hijo de un conocido médico, se ha reconocido asesino de la joven Nagore Laffage Casasola. Este crimen es especialmente repugnante por lo que se transparenta. Se trata sin duda de un crimen machista (violencia de género) y clasista. Un chico médico, de buena familia, con novia y muy religioso, que se cree con el derecho de mantener sexo no consentido con una simple enfermera (“Le gustaban las de enfermería" ha testificado una amiga durante el juicio). Ante la negativa de Nagore, y posiblemente sorprendido que una trabajadora se negara a mantener relaciones con él, atractivo hijo de un prestigioso profesional y psiquiatra en ciertes, la asesinó, intentó descuartizarla y después la intentó ocultar.
Estas historias me producen dos reacciones: repugnancia, sí, pero también sorpresa. ¿Qué educación han recibido dos personas educadas “como dios manda”, de familias muy religiosas, que se suponen que aprendieron a diferenciar al mal del bien, socialmente adaptadas, pueden cometer crímenes tan espantosos?.
Tengo la convicción de que la educación religiosa recibida, la represión de los sentimientos y las emociones de la que la educación católica hace gala, su machismo genético, la soberbia moral de la que hacían gala las familias, y factores de similar característica, les llevaba a considerar a los demás objetos de sus propias necesidades.
Por eso, José Diego Yllanes y Javier Rodrigo de Santos consideraban que tenían derecho a “usar” a los menores y a Nagore (que seguramente no era la primera). ¿Dónde quedaba su caridad cristiana? ¿Y los preceptos de no fornicar ni cometer actos impuros? ¿Se confesaban? ¿Existen sacerdotes que conocían tan espantosos crímenes gracias al sacramento de la confesión?
Y las dos cosas que más me indignan: que si en vez católicos hubieran sido agnóstico o ateos ya tendríamos a los católicos de pro señalando que la raíz de estos crímenes estaban en su falta de fe; y que ambos utilicen su adicción a las drogas legales e ilegales para justificar sus crímenes. Porque soy de los que creen que el consumo de alcohol y otras drogas no deben ser un atenuante sino un agravante.
viernes, 6 de noviembre de 2009
miércoles, 28 de octubre de 2009
Cuestión de edad
CUATRO nos propone en su web una encuesta que en sí misma es un ejemplo de la invitación a la reflexión más profunda no sobre un tema de actualidad sino sobre nuestro propio mundo de valores y convicciones. Hablo de ¿Estás de acuerdo o en desacuerdo con las 'edades legales' en nuestro país?, en la cual se señala la edad mínima legal para alguna de las decisiones a la que puede enfrentarse cotidianamente una persona. Así, la legislación española permite a partir de los 16 años decidir someterse a una operación a vida o muerte, y en cambio no ponerse un piercing o un tatuaje; la edad de consentimiento para mantener relaciones se establece en 13 años, a los 14 años existe la posibilidad de contraer matrimonio pero no beber alcohol; y así varios más, invitando en cada caso a mostrar el acuerdo o el desacuerdo.
Responder dicho cuestionario es casi una tortura. ¿Son suficientes los 13 años para consentir relaciones sexuales? ¿Y casarse a los 14 años? Posiblemente se nos ponga los pelos de punta, pero si permites a una persona casarse a tal edad no tendría sentido excluir del mismo las relaciones sexuales. Mi bisabuela María se casó con 14 años y tuvo su primer hijo un año después. Y por lo que cuentan en mi familia, a pesar de la mala cabeza de mi bisabuelo Manuel, formó una feliz aunque complicada vida conyugal hasta el final de sus días.
Los tatuajes y piercing me parecen algo de bastante mal gusto. Si fuera padre me gustaría impedírselo hasta los 18 años. Pero por el contrario, creo que una persona con 16 años debe decidir si se somete a un tratamiento o no, así que no tendría sentido impedirle un tato.
En fin, una tortura china (si es políticamente correcto expresarlo así). Aunque sobre lo que más he reflexionado ha sido sobre la hipocresía consciente o inconsciente de muchos adultos (casi todos padres) a la hora de decidir lo que sí o lo que no debería permitirse a un menor. Porque la responsabilidad legal y pecuniaria de una persona privada de derecho a decidir debe ser de sus padres o tutores. Es decir, que si se prohíbe a un menor de 18 años tener relaciones sexuales, en caso de mantenerla los padres de deberían asumir alguna responsabilidad legal. Si está prohibido viajar como acompañante en una moto, debería exigírseles alguna responsabilidad administrativa o económica a sus padres o tutores del menor que lo haga. Y así en todos los casos.
Muchos padres me dirán escandalizados que como pueden ellos impedir que su hijo o su hija de 14, 15 ó 16 años mantengan relaciones sexuales, sabiendo el número tan importante de adolescentes con embarazos no deseados. Es decir, queremos una ley que nos consuele emocionalmente pero que a la vez sea papel mojado porque sabemos que en caso de incumplimiento no servirá de nada.
Una vez más hay que remitirse a la falta de autoridad y responsabilidad de los adultos, y su constante evasión de responsabilidad. El profesor y filósofo Carlos Rodríguez Estacio realiza un análisis bastante certero sobre el tema en La Realidad y el Deseo en la Sociedad Actual. A pesar del repaso que el profesor Rodríguez me da en su post debo compartir con él algunas de sus valoraciones, como “…lo que nos interesa ahora destacar es que estas ideas no surgen de la defensa del derecho de los niños, sino de la defensa del derecho a la niñez de los adultos. Tanta devoción por el niño no esconde en realidad más que el deseo de no hacerse cargo de ellos. Los hacemos iguales a nosotros para hacernos nosotros iguales a ellos, y disfrutar así sin remordimientos de la inmadurez” y “No deberíamos extrañarnos del altísimo índice de precocidad sexual o de que la anorexia empiece ya a hacer estragos a partir de los siete años. De manera paralela proliferan los programas en que los adultos se refocilan y emporcan con cháchara del tipo `caca-culo-teta-pedo-pis´”.
Mi hipótesis sobre este tema es que los adultos, y especialmente aquellos que son padres y madres, se niegan en la práctica a ejercer su autoridad, imponiendo límites al bebé, al niño, al adolescente y al joven, no porque no sepan sino porque esos límites también les afectan a ellos. Por eso, el recurso a una autoridad externa, el gobierno, la escuela, las leyes, es la extrategia perfecta para delegar su responsabilidad. En esta línea iría la constante de imponer recortes en los derechos de los adolescentes y los jóvenes, bajando la edad legal penal y subiendo todas las demás, ya que así sus conciencias están tranquilas. El problema de sus hijos, en definitiva, ya no es de ellos.
Responder dicho cuestionario es casi una tortura. ¿Son suficientes los 13 años para consentir relaciones sexuales? ¿Y casarse a los 14 años? Posiblemente se nos ponga los pelos de punta, pero si permites a una persona casarse a tal edad no tendría sentido excluir del mismo las relaciones sexuales. Mi bisabuela María se casó con 14 años y tuvo su primer hijo un año después. Y por lo que cuentan en mi familia, a pesar de la mala cabeza de mi bisabuelo Manuel, formó una feliz aunque complicada vida conyugal hasta el final de sus días.
Los tatuajes y piercing me parecen algo de bastante mal gusto. Si fuera padre me gustaría impedírselo hasta los 18 años. Pero por el contrario, creo que una persona con 16 años debe decidir si se somete a un tratamiento o no, así que no tendría sentido impedirle un tato.
En fin, una tortura china (si es políticamente correcto expresarlo así). Aunque sobre lo que más he reflexionado ha sido sobre la hipocresía consciente o inconsciente de muchos adultos (casi todos padres) a la hora de decidir lo que sí o lo que no debería permitirse a un menor. Porque la responsabilidad legal y pecuniaria de una persona privada de derecho a decidir debe ser de sus padres o tutores. Es decir, que si se prohíbe a un menor de 18 años tener relaciones sexuales, en caso de mantenerla los padres de deberían asumir alguna responsabilidad legal. Si está prohibido viajar como acompañante en una moto, debería exigírseles alguna responsabilidad administrativa o económica a sus padres o tutores del menor que lo haga. Y así en todos los casos.
Muchos padres me dirán escandalizados que como pueden ellos impedir que su hijo o su hija de 14, 15 ó 16 años mantengan relaciones sexuales, sabiendo el número tan importante de adolescentes con embarazos no deseados. Es decir, queremos una ley que nos consuele emocionalmente pero que a la vez sea papel mojado porque sabemos que en caso de incumplimiento no servirá de nada.
Una vez más hay que remitirse a la falta de autoridad y responsabilidad de los adultos, y su constante evasión de responsabilidad. El profesor y filósofo Carlos Rodríguez Estacio realiza un análisis bastante certero sobre el tema en La Realidad y el Deseo en la Sociedad Actual. A pesar del repaso que el profesor Rodríguez me da en su post debo compartir con él algunas de sus valoraciones, como “…lo que nos interesa ahora destacar es que estas ideas no surgen de la defensa del derecho de los niños, sino de la defensa del derecho a la niñez de los adultos. Tanta devoción por el niño no esconde en realidad más que el deseo de no hacerse cargo de ellos. Los hacemos iguales a nosotros para hacernos nosotros iguales a ellos, y disfrutar así sin remordimientos de la inmadurez” y “No deberíamos extrañarnos del altísimo índice de precocidad sexual o de que la anorexia empiece ya a hacer estragos a partir de los siete años. De manera paralela proliferan los programas en que los adultos se refocilan y emporcan con cháchara del tipo `caca-culo-teta-pedo-pis´”.
Mi hipótesis sobre este tema es que los adultos, y especialmente aquellos que son padres y madres, se niegan en la práctica a ejercer su autoridad, imponiendo límites al bebé, al niño, al adolescente y al joven, no porque no sepan sino porque esos límites también les afectan a ellos. Por eso, el recurso a una autoridad externa, el gobierno, la escuela, las leyes, es la extrategia perfecta para delegar su responsabilidad. En esta línea iría la constante de imponer recortes en los derechos de los adolescentes y los jóvenes, bajando la edad legal penal y subiendo todas las demás, ya que así sus conciencias están tranquilas. El problema de sus hijos, en definitiva, ya no es de ellos.
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sábado, 24 de octubre de 2009
La castidad, ese desorden sexual.
La castidad designa la abstención de todo goce carnal, es decir de relaciones sexuales, entre seres humanos. Su práctica reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen socio patológico permanece en gran medida inexplicado, pero se vincula históricamente a prácticas religiosas que castran psicológicamente a la persona. La castidad es contraria a la ley natural y a la biología. Impide el don de la vida. No proceden de una verdadera libertad afectiva y sexual, y por lo tanto la castidad no puede recibir aprobación social en ningún caso.
Un número apreciable de hombres y mujeres de distintas religiones practican o intenta practicar la castidad. No eligen libremente la castidad sino que son obligados y obligadas a ello como prueba de fe en dichas religiones. Por ello, las personas que practican la castidad deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.
Las personas que practican la castidad están llamadas a mantener relaciones sexuales. Mediante terapias que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la sexualidad plena.
Un número apreciable de hombres y mujeres de distintas religiones practican o intenta practicar la castidad. No eligen libremente la castidad sino que son obligados y obligadas a ello como prueba de fe en dichas religiones. Por ello, las personas que practican la castidad deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.
Las personas que practican la castidad están llamadas a mantener relaciones sexuales. Mediante terapias que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la sexualidad plena.
lunes, 19 de octubre de 2009
El vínculo que llegó del frío
Un día, las y los españoles nos levantamos y nos enteramos que teníamos un vínculo muy especial, con nombre de anticiclón o borrasca. Un vínculo que apareció de la nada, pero sobre el que hablaban personas muy serias, con gestos muy serios. Me tengo por una persona documentada (leo revistas de historia contemporánea desde los 8 años, y la prensa diaria y semanarios desde los 13, 14 años ¡incluida la revista Época!) y hasta que llegó el sr. Aznar al gobierno de la Nación no me enteré que la sociedad española teníamos eso del “vínculo transatlántico”. Al principio pensaba que era algo así como la virginidad de una adolescente, porque siempre que algún intelectual de derechas verbalizaba el término iba asociado a otros como respeto, fortalecimiento, conservación, etc.
Pero no, no hacía referencia a la virtud de ninguna vestal, sino que era algo así como una lealtad que debíamos a los Estados Unidos por habernos salvado de comunismo.
Para los que como a mí en su momento, eso del “vínculo transatlántico” le suene a chino, les recomiendo el artículo de Jesús R. Bacas Fernández que con el título “Fundamentos históricos del vínculo transatlántico. Desde la firma del tratado de Washington hasta la caída del Muro de Berlín” fue publicado a mediados de la década en el número 72 de las Monografías del CESEDEN (Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional) dependiente del Ministerio de Defensa.
Pero en este post no reflexionaré sobre el dichoso vínculo sino como, al modo de la fe del converso, el “vínculo transatlántico” parece haber poseído a la derecha más viajada e invitada a los Think Tanks conservadores.
Comprendo que tras la muerte del dictador, nuestra derecha franquista devenida a derecha democrática se encontraba huérfana de padres con cierto pedigrí intelectual democrático y en cambio sobrada de abuelos y tíos intelectualmente fascistas como Ramiro de Maeztu, Dionisio Ridruejo y algunos más. Cuando José María Aznar llegó a la presidencia del PP, toda una pléyade de neoconservadores, neodemócratas y neoliberales visitaron en masa los laboratorios de ideas del Reino Unido y los Estados Unidos, buscando aire fresco de intelectualidad demócrata-conservadora que en la tradición hispánica no encontraban.
Y entonces se produjo el milagro: descubrieron que la solución para sus fantasmas filofascistas pasaba por dejar en blanco la historia española desde el desastre de Cuba y, a modo de patchwork, coserla a la historia anglosajona. Por eso, en el discurso de nuestros intelectuales de derechas la casi totalidad del siglo XX se ha evaporado. Deja de existir la derrota de 1898 cuando Estados Unidos de América aprovechó la debilidad de la Restauración para consolidarse como potencia mundial montando el numerito del Maine; ni queda rastro el odio africano, y nunca mejor dicho, de los militares africanistas hacia la gran república de Norteamérica no solo por despojarnos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, no solo por hundir la flota del Almirante Cervera, sino también por la humillación de firmar el Tratado de París ante la amenaza de ocupar Canarias, Cádiz y Ceuta (por cierto, el faro metálico de la isla de San Sebastián en Cádiz, sustituyó a uno de obra derribado en 1898 ante este temor).
En la mente de nuestros neos se esfuma el odio numantino del General Primo de Rivera contra las multinacionales norteamericanas del petróleo a las que acusaba de haber provocado su derrocamiento tras crear la Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo S.A. (CAMPSA) en los años 20, odio que por cierto heredó su hijo José Antonio Primo de Rivera.
En la mente de nuestros neos desaparece igualmente el bloqueo de las democracias occidentales al régimen de Franco tras el fin de la II Guerra Mundial, la humillación de ver pasar de largo el Plan Marshall, y el ninguneo de Hassan II con el apoyo de los norteamericanos en el postrer desastre colonial del Sahara en 1975.
En la mente de nuestros neos, el antisemitismo franquista se disuelve como un azucarillo en la labor denodada de unos cuantos diplomáticos del régimen que se arriesgaron al salvar a miles de judíos utilizando una ley de tiempos de Alfonso XIII. Esta meritoria labor humanitaria de un puñado de buenas personas ha permitido transformar al Franco paladín panarabista, que nunca reconoció al Estado de Israel, en un sionista de pro. Y de paso transformar, sin sentimiento del ridículo, a nuestros intelectuales y políticos conservadores y antisionista en defensores de la causa sionista, tal y como se les exige desde los ámbitos conservadores anglosajones. Ejemplo reciente lo tenemos en Cesar Augusto Asensio, antisionista manifiesto en 1979 y hoy profundamente prosionista. Este in albis mental les permite la osadía de acusar de antisionismo a la izquierda socialista española, a pesar de que el PSOE es un socio histórico del Partido Laborista israelí en la Internacional Socialista.
En la mente de nuestros neos, todo eso desapareció, y emergió, como una luz pura, cristalina y diáfana, el vínculo transatlántico, que hay que mantener cual llama sagrada del Olimpo.
¿Pero de que nos están hablando estos neos? El vínculo transatlántico hunde sus raíces en la liberación del fascismo en Europa en 1945, y por lo que yo se, FAES mediante, el fascismo hispano se prolongó hasta 1978. El vínculo transatlántico florece por la amenaza del comunismo hacia las democracias de Europa tras la segunda guerra, pero ni la España de la época era democrática ni los comunistas nos amenazaban de nada (aún recuerdo un planito de los años 70 en el que se cuantificaba el tiempo que tardarían en llegar los tanques soviéticos a cada uno de los países de Europa; en nuestro caso la flechita pasaba sobre nuestras cabezas hasta señalar Gibraltar, lo único que le interesaba ocupar a los rusos y lo único que le interesaba defender a la OTAN).
A lo más que puede la derecha española agarrarse es al “lacito transatlántico” de los acuerdos firmados entre Estados Unidos y España en 1953, que supuso la salvación in extremis del régimen franquista y comida para millones de españoles (que no fue poco), pero que significó una patada más en el orgullo de la derecha española. El vínculo transatlántico comienza para España tras su ingreso en la OTAN, cuando ya nos habíamos liberado nosotros mismos del fascio y la URSS era ya solo una amenaza para sí misma.
Si fuéramos ingleses, franceses, alemanes o italianos, sería de bien nacido sentir respeto intelectual e incluso emocional por el vínculo transatlántico. Pero resulta que somos españoles, aquellos españoles que tuvieron que aguantar casi cuarenta años de dictadura franquista porque los Estados Unidos de América en vez de liberarnos en 1945 del yugo fascista lo dejaron sobrevivir treinta años más al llegar a la conclusión que Franco solo era perjudicial para los propios españoles.
Comprendo la orfandad intelectual de la derecha española y la mala conciencia que les produce su pasado franquista. Pero falsificar la historia, hacerla desaparecer y santificar un vínculo completamente extraño para la realidad española es, como ya se dijo, peor que un error: es una estupidez.
Pero no, no hacía referencia a la virtud de ninguna vestal, sino que era algo así como una lealtad que debíamos a los Estados Unidos por habernos salvado de comunismo.
Para los que como a mí en su momento, eso del “vínculo transatlántico” le suene a chino, les recomiendo el artículo de Jesús R. Bacas Fernández que con el título “Fundamentos históricos del vínculo transatlántico. Desde la firma del tratado de Washington hasta la caída del Muro de Berlín” fue publicado a mediados de la década en el número 72 de las Monografías del CESEDEN (Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional) dependiente del Ministerio de Defensa.
Pero en este post no reflexionaré sobre el dichoso vínculo sino como, al modo de la fe del converso, el “vínculo transatlántico” parece haber poseído a la derecha más viajada e invitada a los Think Tanks conservadores.
Comprendo que tras la muerte del dictador, nuestra derecha franquista devenida a derecha democrática se encontraba huérfana de padres con cierto pedigrí intelectual democrático y en cambio sobrada de abuelos y tíos intelectualmente fascistas como Ramiro de Maeztu, Dionisio Ridruejo y algunos más. Cuando José María Aznar llegó a la presidencia del PP, toda una pléyade de neoconservadores, neodemócratas y neoliberales visitaron en masa los laboratorios de ideas del Reino Unido y los Estados Unidos, buscando aire fresco de intelectualidad demócrata-conservadora que en la tradición hispánica no encontraban.
Y entonces se produjo el milagro: descubrieron que la solución para sus fantasmas filofascistas pasaba por dejar en blanco la historia española desde el desastre de Cuba y, a modo de patchwork, coserla a la historia anglosajona. Por eso, en el discurso de nuestros intelectuales de derechas la casi totalidad del siglo XX se ha evaporado. Deja de existir la derrota de 1898 cuando Estados Unidos de América aprovechó la debilidad de la Restauración para consolidarse como potencia mundial montando el numerito del Maine; ni queda rastro el odio africano, y nunca mejor dicho, de los militares africanistas hacia la gran república de Norteamérica no solo por despojarnos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, no solo por hundir la flota del Almirante Cervera, sino también por la humillación de firmar el Tratado de París ante la amenaza de ocupar Canarias, Cádiz y Ceuta (por cierto, el faro metálico de la isla de San Sebastián en Cádiz, sustituyó a uno de obra derribado en 1898 ante este temor).
En la mente de nuestros neos se esfuma el odio numantino del General Primo de Rivera contra las multinacionales norteamericanas del petróleo a las que acusaba de haber provocado su derrocamiento tras crear la Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo S.A. (CAMPSA) en los años 20, odio que por cierto heredó su hijo José Antonio Primo de Rivera.
En la mente de nuestros neos desaparece igualmente el bloqueo de las democracias occidentales al régimen de Franco tras el fin de la II Guerra Mundial, la humillación de ver pasar de largo el Plan Marshall, y el ninguneo de Hassan II con el apoyo de los norteamericanos en el postrer desastre colonial del Sahara en 1975.
En la mente de nuestros neos, el antisemitismo franquista se disuelve como un azucarillo en la labor denodada de unos cuantos diplomáticos del régimen que se arriesgaron al salvar a miles de judíos utilizando una ley de tiempos de Alfonso XIII. Esta meritoria labor humanitaria de un puñado de buenas personas ha permitido transformar al Franco paladín panarabista, que nunca reconoció al Estado de Israel, en un sionista de pro. Y de paso transformar, sin sentimiento del ridículo, a nuestros intelectuales y políticos conservadores y antisionista en defensores de la causa sionista, tal y como se les exige desde los ámbitos conservadores anglosajones. Ejemplo reciente lo tenemos en Cesar Augusto Asensio, antisionista manifiesto en 1979 y hoy profundamente prosionista. Este in albis mental les permite la osadía de acusar de antisionismo a la izquierda socialista española, a pesar de que el PSOE es un socio histórico del Partido Laborista israelí en la Internacional Socialista.
En la mente de nuestros neos, todo eso desapareció, y emergió, como una luz pura, cristalina y diáfana, el vínculo transatlántico, que hay que mantener cual llama sagrada del Olimpo.
¿Pero de que nos están hablando estos neos? El vínculo transatlántico hunde sus raíces en la liberación del fascismo en Europa en 1945, y por lo que yo se, FAES mediante, el fascismo hispano se prolongó hasta 1978. El vínculo transatlántico florece por la amenaza del comunismo hacia las democracias de Europa tras la segunda guerra, pero ni la España de la época era democrática ni los comunistas nos amenazaban de nada (aún recuerdo un planito de los años 70 en el que se cuantificaba el tiempo que tardarían en llegar los tanques soviéticos a cada uno de los países de Europa; en nuestro caso la flechita pasaba sobre nuestras cabezas hasta señalar Gibraltar, lo único que le interesaba ocupar a los rusos y lo único que le interesaba defender a la OTAN).
A lo más que puede la derecha española agarrarse es al “lacito transatlántico” de los acuerdos firmados entre Estados Unidos y España en 1953, que supuso la salvación in extremis del régimen franquista y comida para millones de españoles (que no fue poco), pero que significó una patada más en el orgullo de la derecha española. El vínculo transatlántico comienza para España tras su ingreso en la OTAN, cuando ya nos habíamos liberado nosotros mismos del fascio y la URSS era ya solo una amenaza para sí misma.
Si fuéramos ingleses, franceses, alemanes o italianos, sería de bien nacido sentir respeto intelectual e incluso emocional por el vínculo transatlántico. Pero resulta que somos españoles, aquellos españoles que tuvieron que aguantar casi cuarenta años de dictadura franquista porque los Estados Unidos de América en vez de liberarnos en 1945 del yugo fascista lo dejaron sobrevivir treinta años más al llegar a la conclusión que Franco solo era perjudicial para los propios españoles.
Comprendo la orfandad intelectual de la derecha española y la mala conciencia que les produce su pasado franquista. Pero falsificar la historia, hacerla desaparecer y santificar un vínculo completamente extraño para la realidad española es, como ya se dijo, peor que un error: es una estupidez.
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jueves, 15 de octubre de 2009
Las victimas están sobrevaloradas
Bicheando por la Blogosfera Progresista, localicé un precioso post de Raúl Solís Galván titulado “Carta de un homosexual español a una eurodiputada y víctima del terrorismo” dirigido a Teresa Jiménez Becerril, eurodiputada española por el PP, cuya lectura recomiendo.
A mí me ha llevado a reflexionar sobre la sobrevaloración de las víctimas en España. Casos hay muchos: desde las víctimas del terrorismo hasta las de la violencia de género o de la pedofilia.
Las víctimas merecen toda nuestra compasión y apoyo emocional. En el pasado de nuestras ciudades y pueblos, cuando en una casa se producía la muerte de alguien, se desarrollaba un elaborado a la vez que eficaz proceso de acompañamiento de los deudos del fallecido: mientras unas vecinas amortajaban el cadáver, otras llevaban a la casa caldo de puchero (mano de santo para los desastres emocionales) y el resto se dedicaba a no dejar ni a sol ni a sombra a la familia durante el velatorio. Una escena muy representativa la encontramos en la película de Almodóvar “Volver” cuando fallece la tía (Chus Lampreave) de Raimunda (Penélope Cruz). Allí se ve como las vecinas arropan a la familia de la fallecida para mitigar el sufrimiento de ese momento. De la misma forma, la sociedad debe procurar arropar a las víctimas, ya sean de terrorismo, de violencia sexual o de género, etc.: mucho mimo, mucho cariño, y mucho acompañamiento en su sufrimiento.
Pero sufrir violencia no significa que nos transforme en personas más buenas o más inteligentes. Si una persona malvada es víctima de la violencia terrorista, por ejemplo, no solo su condición de víctima no la transformará en buena persona sino que seguramente la hará más malvada aún. El dolor puede dar autenticidad a un argumento cabal, nunca transformar en cabal un argumento pueril.
Incluso el sufrimiento provocado por la violencia en una buena persona puede llevarle a mostrar sus instintos más malvados. Porque ya se sabe, desde tiempo inmemorial, que la justicia de la víctima es la venganza. De ahí que se represente con los ojos vendados.
El error en el que creo está cayendo la sociedad española es el de sobrevalorar a las víctimas. Considerar que simplemente por ser víctimas de ETA, por ejemplo, quedan investidas de una autoridad moral sobresaliente, merecedoras de todos los aplausos. Y nada más lejano de la realidad. Por eso podemos encontrar casos como el de la familia de la desaparecida Marta del Castillo. Como víctimas de tan cruel y repugnante incertidumbre, tiene toda mi conmiseración. Pero si de víctimas pasan a actores políticos pidiendo la cadena perpetua, entonces deberán aceptar que su dolor no les protege de la crítica y la oposición, y la sociedad deberá aceptar que su postura, transida de dolor, no tiene más valor ni menos que la mía en contra de la cadena perpetua, que no lo está.
O el caso de Teresa Jiménez Becerril, convertida en eurodiputada tras el asesinato de su hermano. Ignoro si antes de tan repugnante asesinato era o no una buena persona, si le interesaba o no la cosa pública, si tenía ideas propias sobre el futuro de la Unión Europea o no. Lo que sí es cierto es que desde tan alta magistratura toma decisiones que muestra un alma cicatera, mezquina e insensible con el dolor ajeno. Una persona a la que le da igual el sufrimiento de decenas de miles de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de Lituania y sus familias.
En este caso, ser víctima de la violencia etarra no hizo más buena persona a Teresa Jiménez Becerril. En todo caso, nos ha permitido verla como lo que es.
A mí me ha llevado a reflexionar sobre la sobrevaloración de las víctimas en España. Casos hay muchos: desde las víctimas del terrorismo hasta las de la violencia de género o de la pedofilia.
Las víctimas merecen toda nuestra compasión y apoyo emocional. En el pasado de nuestras ciudades y pueblos, cuando en una casa se producía la muerte de alguien, se desarrollaba un elaborado a la vez que eficaz proceso de acompañamiento de los deudos del fallecido: mientras unas vecinas amortajaban el cadáver, otras llevaban a la casa caldo de puchero (mano de santo para los desastres emocionales) y el resto se dedicaba a no dejar ni a sol ni a sombra a la familia durante el velatorio. Una escena muy representativa la encontramos en la película de Almodóvar “Volver” cuando fallece la tía (Chus Lampreave) de Raimunda (Penélope Cruz). Allí se ve como las vecinas arropan a la familia de la fallecida para mitigar el sufrimiento de ese momento. De la misma forma, la sociedad debe procurar arropar a las víctimas, ya sean de terrorismo, de violencia sexual o de género, etc.: mucho mimo, mucho cariño, y mucho acompañamiento en su sufrimiento.
Pero sufrir violencia no significa que nos transforme en personas más buenas o más inteligentes. Si una persona malvada es víctima de la violencia terrorista, por ejemplo, no solo su condición de víctima no la transformará en buena persona sino que seguramente la hará más malvada aún. El dolor puede dar autenticidad a un argumento cabal, nunca transformar en cabal un argumento pueril.
Incluso el sufrimiento provocado por la violencia en una buena persona puede llevarle a mostrar sus instintos más malvados. Porque ya se sabe, desde tiempo inmemorial, que la justicia de la víctima es la venganza. De ahí que se represente con los ojos vendados.
El error en el que creo está cayendo la sociedad española es el de sobrevalorar a las víctimas. Considerar que simplemente por ser víctimas de ETA, por ejemplo, quedan investidas de una autoridad moral sobresaliente, merecedoras de todos los aplausos. Y nada más lejano de la realidad. Por eso podemos encontrar casos como el de la familia de la desaparecida Marta del Castillo. Como víctimas de tan cruel y repugnante incertidumbre, tiene toda mi conmiseración. Pero si de víctimas pasan a actores políticos pidiendo la cadena perpetua, entonces deberán aceptar que su dolor no les protege de la crítica y la oposición, y la sociedad deberá aceptar que su postura, transida de dolor, no tiene más valor ni menos que la mía en contra de la cadena perpetua, que no lo está.
O el caso de Teresa Jiménez Becerril, convertida en eurodiputada tras el asesinato de su hermano. Ignoro si antes de tan repugnante asesinato era o no una buena persona, si le interesaba o no la cosa pública, si tenía ideas propias sobre el futuro de la Unión Europea o no. Lo que sí es cierto es que desde tan alta magistratura toma decisiones que muestra un alma cicatera, mezquina e insensible con el dolor ajeno. Una persona a la que le da igual el sufrimiento de decenas de miles de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de Lituania y sus familias.
En este caso, ser víctima de la violencia etarra no hizo más buena persona a Teresa Jiménez Becerril. En todo caso, nos ha permitido verla como lo que es.
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martes, 13 de octubre de 2009
Abucheo a la "autoridad"
Hace unos días, se conoció la decisión de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de apoyar el rechazo de la querella presentada por la ultraderechista Fundación Denaes, por los pitidos que se produjeron en presencia de Juan Carlos I durante la final de la Copa del Rey y que muchos interpretaron como gesto contra el jefe del Estado.
La Sala de lo Penal considera que no es “ejemplo ni de educación ni del civismo mínimo exigible para ser respetado” aunque no puede considerarse delitos de ultraje a la Nación española, injurias al rey o apología del odio nacional.
Por eso mismo, los abucheos al presidente del gobierno de la Nación entra en el campo del derecho a la expresión que ampara nuestra Constitución de 1978. Aunque ello no es obstáculo para señalar que, en mi opinión, se trata, parafraseando a Marx, del “lumpen fascistoide” que aún puebla nuestras ciudades y villas.
No obstante, me gustaría analizar este tipo de manifestaciones desde la óptica del respeto a la autoridad. Muchos estamos de acuerdo que uno de los problemas de la convivencia de los menores en las aulas y fuera de ella es la deslegitimación que se ha producido en los últimos treinta años de la figura de profesores y padres, y que ya traté en dos post anteriores.
Algunos medios de comunicación con sus titulares (“Zapatero desprecia los abucheos porque `forman parte del rito´” recoge la edición de papel el ABC de hoy) o columnas de opinión (como Ignacio Camacho cuando afirma “Tampoco pasa nada por unos gritos de repulsa —ayer fueron especialmente intensos en decibelios— y unos silbidos a destiempo” o en El Puntero de La Razón “no se puede caer en el error de sustraerle al ciudadano el derecho de expresar su descontento con la política del Gobierno”) contemplan el abucheo a Rodríguez Zapatero desde una óptica de simpatía contenida: no está bien, pero es que se lo merece.
A su vez, estos mismos medios y articulistas claman contra la falta de respeto hacia el profesorado al mismo tiempo que aplauden las propuestas de la señora Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, que pretende garantizarles su autoridad alzándolos veinte centímetros sobre el suelo.
A mi me gustaría saber que efecto puede tener en un niño o en un adolescente (cuyo impulso primario es sobrepasar los límites que se le impone) escuchar en los medios de comunicación, e incluso en sus casas, la comprensión hacia los que abuchearon al presidente del gobierno. Posiblemente la conclusión a la que llegue sea que abuchear a sus profesores, burlarse de ellos y ningunearlos entra dentro de lo “correcto” y que con un poco de suerte, si lesiona a un profesor, el ABC titulará su hazaña: “El profesor provocó al alumno, el cual se tuvo que defender”.
Si queremos evitar una sociedad esquizofrénica con dobles lenguajes, que vuelve loco a cualquiera y más a niños y adolescentes, debemos esforzarnos en mantener un discurso y comportamiento socialmente coherente. Si consideramos necesario reforzar el respeto democrático a la autoridad debemos, en primer lugar, articular un discurso de respeto hacia el que lo ejerce, y en segundo lugar, no confundir firmeza en la crítica con zafiedad, insultos y bufonadas.
A menos, claro, que lo importante sea purgar nuestras frustraciones postraumáticas del 11-M. Entonces, ¡adelante!, ancha es Castilla.
La Sala de lo Penal considera que no es “ejemplo ni de educación ni del civismo mínimo exigible para ser respetado” aunque no puede considerarse delitos de ultraje a la Nación española, injurias al rey o apología del odio nacional.
Por eso mismo, los abucheos al presidente del gobierno de la Nación entra en el campo del derecho a la expresión que ampara nuestra Constitución de 1978. Aunque ello no es obstáculo para señalar que, en mi opinión, se trata, parafraseando a Marx, del “lumpen fascistoide” que aún puebla nuestras ciudades y villas.
No obstante, me gustaría analizar este tipo de manifestaciones desde la óptica del respeto a la autoridad. Muchos estamos de acuerdo que uno de los problemas de la convivencia de los menores en las aulas y fuera de ella es la deslegitimación que se ha producido en los últimos treinta años de la figura de profesores y padres, y que ya traté en dos post anteriores.
Algunos medios de comunicación con sus titulares (“Zapatero desprecia los abucheos porque `forman parte del rito´” recoge la edición de papel el ABC de hoy) o columnas de opinión (como Ignacio Camacho cuando afirma “Tampoco pasa nada por unos gritos de repulsa —ayer fueron especialmente intensos en decibelios— y unos silbidos a destiempo” o en El Puntero de La Razón “no se puede caer en el error de sustraerle al ciudadano el derecho de expresar su descontento con la política del Gobierno”) contemplan el abucheo a Rodríguez Zapatero desde una óptica de simpatía contenida: no está bien, pero es que se lo merece.
A su vez, estos mismos medios y articulistas claman contra la falta de respeto hacia el profesorado al mismo tiempo que aplauden las propuestas de la señora Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, que pretende garantizarles su autoridad alzándolos veinte centímetros sobre el suelo.
A mi me gustaría saber que efecto puede tener en un niño o en un adolescente (cuyo impulso primario es sobrepasar los límites que se le impone) escuchar en los medios de comunicación, e incluso en sus casas, la comprensión hacia los que abuchearon al presidente del gobierno. Posiblemente la conclusión a la que llegue sea que abuchear a sus profesores, burlarse de ellos y ningunearlos entra dentro de lo “correcto” y que con un poco de suerte, si lesiona a un profesor, el ABC titulará su hazaña: “El profesor provocó al alumno, el cual se tuvo que defender”.
Si queremos evitar una sociedad esquizofrénica con dobles lenguajes, que vuelve loco a cualquiera y más a niños y adolescentes, debemos esforzarnos en mantener un discurso y comportamiento socialmente coherente. Si consideramos necesario reforzar el respeto democrático a la autoridad debemos, en primer lugar, articular un discurso de respeto hacia el que lo ejerce, y en segundo lugar, no confundir firmeza en la crítica con zafiedad, insultos y bufonadas.
A menos, claro, que lo importante sea purgar nuestras frustraciones postraumáticas del 11-M. Entonces, ¡adelante!, ancha es Castilla.
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lunes, 12 de octubre de 2009
Efebofilia y otros discursos narrativos
En un interesante artículo de opinión titulado “Yo, herético” publicado por los periódicos del Grupo Joly (lo leí en el DIARIO DE SEVILLA, pero no aparece en su web y me remito a la web del DIARIO DE CÁDIZ), José Manuel Aguilar Cuenta denuncia que “el mundo que pretenden crear nuestros políticos hemos pasado de la búsqueda de un nuevo orden social al intento de un nuevo orden narrativo” mediante “la manipulación de las emociones, utilizando el lenguaje como instrumento”. Sin compartir algunos de los extremos del mismo, sí me sirve su argumentación para desnudar a la casta que durante los últimos dos mil años ha venido manipulando la realidad mediante la cuidadosa elección del orden narrativo interesado.
A muchos podría parecer numantino el esfuerzo de cierta derecha española, mayoritaria en todo caso, que se oponen a que se denomine “matrimonio” a la unión de dos personas del mismo sexo. No se trata de un recurso estratégico por parte del PP, fundamentalmente, sino que a modo de espejo muestra la obsesión de la Iglesia Católica universal (por incluir a la Iglesia más allá de nuestras fronteras, no vayas a creer) por el uso manipulador del discurso narrativo.
Un ejemplo reciente lo tenemos en la intervención del observador permanente del estado Vaticano, el arzobispo Silvano Tomasi, ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra, cuando afirmó “no se debería hablar de pedofilia sino de homosexuales atraídos por adolescentes. De todos los curas implicados en casos de este tipo, entre el 80% y el 90% pertenecen a la minoría sexual que practica la efebofilia, es decir, los que tienen relaciones con varones de los 11 años a los 17”. EL PAIS recogía la noticia el pasado 30 de septiembre de 2009 con este titular "El Vaticano afirma que los curas no son pedófilos, sino `efebófilos´"
Para la Iglesia Católica su posicionamiento ¿ético? descansa sobre el discurso narrativo de la realidad. Desde que hace dos mil años descartó los once mandamientos de la ley de dios como el marco paradigmático de su acción religiosa, la manipulación del lenguaje y su narracion se convirtió en su teología.
Al igual que para la jerarquía vaticana “efebofilia” parece algo menos que “pedofilia”, “matrimonio” le parece demasiado para designar la unión civil de dos personas del mismo sexo. En la mente de los dirigentes católicos, intelectualmente tan enfermas tras siglos de manipulación del discurso narrativo como lo estuvieron en el pasado los comunistas soviéticos, ambas diferencias son obvias.
Para ti y para mí, no: las relaciones sexuales que un adulto mantiene con un chico o una chica de 11 años son tan execrables como las que puede tener un adulto con un chico o una chica de 1 año; la relación afectiva y emocional de dos adultos en una relación análoga a la conyugal es la misma tanto si se trata de dos hombres, de dos mujeres, o de un hombre y una mujer. La importancia del nombre depende de lo que describe, y no de la ideología que se quiere describir.
La manipulación del discurso narrativo tiene además la “virtud” de ofrecer consuelo emocional y disipar el sentimiento de culpabilidad. Con el ejercicio de cinismo de monseñor Tomasi, la jerarquía católica ofrece consuelo emocional a su grey y a sus funcionarios, pedófilos o no. Pero este discurso narrativo ya lo conocemos. Es el mismo que disculpa al torturador con la “obediencia debida” o al terrorista con la “opresión a la patria”.
La jerarquía católica dejó hace tiempo de mostrarse como un sepulcro blanqueado: directamente muestra su podedumbre al mundo, ONU incluida.
A muchos podría parecer numantino el esfuerzo de cierta derecha española, mayoritaria en todo caso, que se oponen a que se denomine “matrimonio” a la unión de dos personas del mismo sexo. No se trata de un recurso estratégico por parte del PP, fundamentalmente, sino que a modo de espejo muestra la obsesión de la Iglesia Católica universal (por incluir a la Iglesia más allá de nuestras fronteras, no vayas a creer) por el uso manipulador del discurso narrativo.
Un ejemplo reciente lo tenemos en la intervención del observador permanente del estado Vaticano, el arzobispo Silvano Tomasi, ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en Ginebra, cuando afirmó “no se debería hablar de pedofilia sino de homosexuales atraídos por adolescentes. De todos los curas implicados en casos de este tipo, entre el 80% y el 90% pertenecen a la minoría sexual que practica la efebofilia, es decir, los que tienen relaciones con varones de los 11 años a los 17”. EL PAIS recogía la noticia el pasado 30 de septiembre de 2009 con este titular "El Vaticano afirma que los curas no son pedófilos, sino `efebófilos´"
Para la Iglesia Católica su posicionamiento ¿ético? descansa sobre el discurso narrativo de la realidad. Desde que hace dos mil años descartó los once mandamientos de la ley de dios como el marco paradigmático de su acción religiosa, la manipulación del lenguaje y su narracion se convirtió en su teología.
Al igual que para la jerarquía vaticana “efebofilia” parece algo menos que “pedofilia”, “matrimonio” le parece demasiado para designar la unión civil de dos personas del mismo sexo. En la mente de los dirigentes católicos, intelectualmente tan enfermas tras siglos de manipulación del discurso narrativo como lo estuvieron en el pasado los comunistas soviéticos, ambas diferencias son obvias.
Para ti y para mí, no: las relaciones sexuales que un adulto mantiene con un chico o una chica de 11 años son tan execrables como las que puede tener un adulto con un chico o una chica de 1 año; la relación afectiva y emocional de dos adultos en una relación análoga a la conyugal es la misma tanto si se trata de dos hombres, de dos mujeres, o de un hombre y una mujer. La importancia del nombre depende de lo que describe, y no de la ideología que se quiere describir.
La manipulación del discurso narrativo tiene además la “virtud” de ofrecer consuelo emocional y disipar el sentimiento de culpabilidad. Con el ejercicio de cinismo de monseñor Tomasi, la jerarquía católica ofrece consuelo emocional a su grey y a sus funcionarios, pedófilos o no. Pero este discurso narrativo ya lo conocemos. Es el mismo que disculpa al torturador con la “obediencia debida” o al terrorista con la “opresión a la patria”.
La jerarquía católica dejó hace tiempo de mostrarse como un sepulcro blanqueado: directamente muestra su podedumbre al mundo, ONU incluida.
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Debate social,
Discursos narrativos,
Orientación Sexual
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