Mostrando entradas con la etiqueta Cultura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cultura. Mostrar todas las entradas

viernes, 18 de enero de 2013

Cuarenta años antes


Recientemente recordé un dicho expresado habitualmente en mi familia que decía que la educación de un niño comienza cuarenta años antes de su nacimiento. Posteriormente he escuchado reducido a la mitad los años en que comienza la formación de una persona, pero me quedo, como suele ser habitual, con la expresión oída en la más tierna infancia. ¿Qué significa que la educación de un niño comience cuatro décadas antes de su nacimiento? Pues sencillamente que su inicio hay que retrotraerlo a la educación de sus abuelos.

Como muchos refranes, éste atesora una intuitiva pero fértil verdad, que se traduce en que los efectos de cualquier política educativa hay que evaluarla mucho después de aplicarse, dos o tres generaciones más tarde. De igual manera, explica los dispares resultados educativos con un esfuerzo inversor similar en distintas familias y territorios.

Si observamos los resultados de estudios que valoran los resultados educativos, podemos observar que generalmente son aquellas Comunidades Autónomas donde desde antiguo la tierra ha estado más repartida, donde existía una clase media campesina, como la denominaba Blas Infante, donde las familias tenía recursos y tiempo para dedicarlos a la educación, al estudio, a la lectura, son las que mejores datos obtienen cien, doscientos, trescientos años después.

Infante, en su discurso ante el Ateneo de Sevilla en 1915, que después se conocería como El Ideal Andaluz, lo describía con sencillez pero con mucha fuerza: Son los que tienen tiempo y recursos para trabajar y recrear su espíritu. Son los granjeros, que después de trabajar, comen, y después de comer, leen.

Es precisamente ese leer, el nivel educativo de las familias, los temas que se tratan en el hogar, la riqueza de vocabulario utilizado por los padres, los libros que leen y a los que tienen acceso los miembros de una familia, los responsables fundamentales de la creación de un fondo cultural que, décadas después, condicionará la educación de los niños.

Por eso son terriblemente injustas las críticas hacia la eficacia de la escuela pública, en las que en el fondo podemos observar un resabio clasista, como la propia existencia de la escuela privada financiada con fondos públicos, ya que dualiza el sistema por la inevitablemente (a pesar de que las leyes educativas intentan evitarlo) concentración, en muchos lugares de nuestra geografía, de los niños de las clases medias en estas escuelas, mientras los hijos de la inmigración y las clases obreras con menores niveles de renta, educación y formación, se terminan concentrando en la escuela pública.

Por ello, soy de la firme opinión que el Estado debe financiar exclusivamente la escuela pública, prohibiendo taxativamente la desgravaciones fiscales para aquellas familias que escolarizan a sus hijos en cualquier escuela privada.

viernes, 11 de mayo de 2012

Cuando son tres los pies que hay que buscar a Sevilla

Serenada la polémica surgida por los twitters del escritor Arturo Pérez-Reverte, aunque sea por la llegada de torrentes de nuevas noticias más excitantes, y pensando que ello sin duda permite un debate más sosegado, quiero aportar mi análisis sobre el fondo de la cuestión, y que no es otro que el de Sevilla, o mejor dicho, de la imagen que de Sevilla se tiene en el resto de Estado.

Para los antecedentes de la polémica, me remito al interesante artículo de opinión de Luis Manuel Ruiz en El País titulado “Sevilla tiene dos partes”, y que puedes leer aquí. En él, Ruiz comparte la opinión del escritor Pérez-Reverte, aunque con una discreta censura [“No hay por qué llegar a los extremismos (bastante ramplones, por otra parte) de Pérez-Reverte” escribe Ruiz].

Ya en otro post de este blog, titulado “El “mierda” de Arturo Pérez Reverte”, mostré mi opinión sobre lo innecesario y contraproducente de los exabruptos del laureado escritor murciano, que no añaden lustre y en cambio muchas veces impiden centrarse en lo más importante de sus ideas. Opinión que para mi sorpresa, y dado que mostraba mi cariño hacia su obra literaria, no dejó de originar algún que otro indignado comentario anónimo.

El texto del twitter originario de la polémica no merece en sí mayor atención. Pero sí quiero rescatar la polémica del olvido (si de olvidada puede calificarse cuando no han pasado ni siete días de su cuelgue en el ciberespacio), para analizar un hecho que me produce una gran irritación, y es la imagen que de Sevilla se tiene el resto de España.

George Borrow, en su interesante obra “La Biblia en España” (bestseller en la Inglaterra de su época pero que tuvo que esperar casi cien años para publicarse en España traducido por el nunca suficientemente llorado Manuel Azaña), describió a la aristocracia andaluza de la forma siguiente: “Son probablemente, en términos generales, los seres más necios y vanos de la especie humana, sin otros gustos que los goces sensuales, la ostentación en el vestir y las conversaciones obscenas. Su insolencia sólo tiene igual en su bajeza, y su prodigalidad, en su avaricia”.

En el caso de Sevilla, la aristocracia y la alta burguesía castellana adoptó a estos sevillanos desde su racismo mesetario, como sus “bufones”, vestidos de faralaes y mantillas, borrachos de finos y manzanillas, llorosos de macarenas y saetas. Y nuestra aristocracia y burguesía, en la necedad y vanidad de la que nos hablaba Borrow, asumió encantada esa imagen y la proyectó a su alrededor y fue interiorizada por muchos en la ciudad, hasta el punto que esa es hoy la que, llena de ramplón folclorismo, podemos ver hoy en el papel “couché” o en programas televisivos del corazón.

Para contrarrestarlo, sus opositores buscan una imagen igual de irreal e igualmente romántica: una sociedad marginal y marginada, fuera del orden social. Luis Manuel Ruiz, en línea con los segundos, lo ejemplariza muy bien en su artículo: “por fin alguien se había atrevido a enmarcar la Sevilla de veras y no la del Ateneo: nada de claveles, sacristía y corbatas, sino yonquis, putas y policías corruptos”.

No, no y no. Pérez-Reverte y Ruiz comente el mismo error, aunque en sentido contrario, que los “colaboradores” de la prensa del corazón. Ni Sevilla es la de Semana Santa y Feria, la de las señoras que aplauden a Zoido en el Corpus o gritan ¡guapa, guapa, guapa! a la Infanta Elena, ni la de la marginación, las putas, los yonquis y policías corruptos.

La Sevilla que yo conozco (en Parque Alcosa, en Bellavista, en San Jerónimo, en Macarena, en Santa Justa, en Sevilla Este) es tan diversa y a la vez tan normal y socialmente sana como la que puede existir en la mayoría de las ciudades españolas. En esos barrios existen aspirantes a “Se llama copla”, es cierto; pero también topógrafos que han tenido que hacerse miles de quilómetros para titularse en Jaén o licenciados en administración de empresas que trabajan para la tecnológica ABENGOA en algunos de sus proyectos más remotos. En esos barrios claro que existen yonquis; pero también profesoras de francés, becarias con dos titulaciones y abuelos que intentan sobrevivir dignamente con una magra pensión. En esa Sevilla que conozco lo suficiente, si suficientemente se puede conocer cualquier tierra incluso la propia, veo a “sevillanitos” de pelo engominado, cinturón trenzado, bandera de España en el reloj, y mocasines; pero también chicos y chicas con la máxima formación, unas veces en un desesperante desempleo, otras trabajando codo a codo en proyectos internacionales e iniciativas que son referentes en toda la Nación, o como directores de recepción en hoteles de París.

Posiblemente, la Sevilla de la que habla Luis Manuel Ruiz, y que en mi opinión representa la idealización de la ciudad por parte de los carpetovetónicos irredentos por un lado y de los neorománticos melancólicos por el otro, en el fondo es la misma Sevilla. Esa Sevilla que se sintetiza en el escándalo del Duque de Feria, y que El País describía así: “El tribunal aplica al aristócrata una eximente incompleta de alteración psíquica causada porque era "consumidor de cocaína y de bebidas alcohólicas en exceso". Este proceso surgió tras la publicación en la revista Interviú, el 13 de mayo de 1993, de unas fotografías en las que aparecía el duque de Feria con dos niñas menores de 12 años. En un caso, Rafael Medina fue fotografiado con una niña que no ha sido identificada y a la que "tocó el sexo a la vez que acercaba la cabeza para besarla". La segunda menor con la que el duque de Feria fue fotografiado es la hija de la otra condenada, con la que contactó a través de los teléfonos de servicios sexuales de los periódicos.”

Como decía Luis Manuel Ruiz, claveles, sacristía y corbatas, pero no contra sino junto a yonquis y putas. Y si no se pilló a ningún policía corrupto es porque seguramente no se buscó lo suficiente.

lunes, 21 de marzo de 2011

Cuando nada es lo que parece.

En Sevilla nada es lo que parece. Pero no solo en el paisanaje de la ciudad, sino en la ciudad misma. Desde que me avecindé en la ciudad la he conocido como se conoce a una cebolla: quitando las sucesivas capas. Y tras cada nueva capa, una nueva opinión.
Cuando llegué a Sevilla pensaba en una ciudad barroca. Cuando conocí sus iglesias fernandinas pensé que más que barroca era gótica y mudéjar. Cuando paseé por sus calles concluí que era una ciudad vulgar con algunos buenos edificios. Ahora pienso que es una ciudad amante, que miente cuando te susurra “te quiero”, pero de la cual no se puede uno separar. Es la ciudad que te da lo que pides, lo que necesitas, lo que deseas. Pero es una ciudad que vendiéndose al mejor postor nunca deja descubrirse.
Pedro G. Romero, en una magnífica entrevista del DIARIO DE SEVILLA se preguntaba “¿Dónde están las plazas barrocas? En Sevilla todas son cuadradas. ¿Dónde están las iglesias de planta jesuítica? Entras en cualquiera y no hay cambio de volúmenes. Son superficies rectas con tramas rugosas. Pudiera hablarse de una cierta sensibilidad barroca pero nada que ver con el barroco de verdad, que es el de Italia.” Y con esta afirmación empezó a encajar todas las piezas.
Todo el urbanismo de Sevilla es decorado, no sustancia. La catedral gótica de Santa María de la Sede lo es solo en su piel. Su concepto espacial se aproxima más a la mezquita de Córdoba que a la catedral de Burgos. No existen más que dos edificios barrocos en Sevilla, todos ellos inspirados por jesuitas italianos: San Hermenegildo y San Luis. El resto son edificios cúbicos, simples, envueltos por una exuberancia de maderas doradas y figuras policromadas de un barroco algo infantil.
El Real Alcázar, decorado con profusión islámica que aturde, consigue evitar dar a conocer la realidad: es una simple casa con patio, grande, muy grande, pero casa patio al fin y al cabo.
El modernismo de la ciudad llegó como llegó el arte renacentista, el barroco y el neoclásico, sólo en apariencia. Las casas modernistas de Aníbal González en calle Alfonso XII se limitan a su piel exterior. Su interior es la misma casa patio sevillana de veinte, cuarenta años antes.
Sorprendentemente, lo más barroco que se ha levantado en Sevilla, aparte de las dos iglesias italianizantes antes citadas, ha llegado en el siglo XXI de la mano de un alemán. Sí, me refiero a las Setas, al proyecto Metropol Parasol de Jürgen Mayer en la plaza de la Encarnación, una catedral laica abierta a los cuatro vientos. Sus curvas, su altura, sus distintos planos “está lleno de ese estremecimiento, del eco de los espacios infinitos y de la correlación de todo el ser” del que hablaba Arnol Hauser.
Cada línea conduce la mirada a la lejanía; cada forma movida parece quererse superar a sí misma; cada motivo se encuentra en un estado de tensión y de esfuerzo” que decía Hauser del barroco es la sensación que producen las Setas de Jürgen en Sevilla.
Al final van a tener razón los que acusan al proyecto Metropol Parasol de anacrónico: es un edificio que llega trescientos años tarde a Sevilla. Disfrazado de modernidad, naturalmente.

sábado, 19 de marzo de 2011

Lord Quintero y el bufón Jodorowsky. Escándalo en el Teatro.

Sevilla, Teatro Quintero (calle Cuna), 18 de marzo a las 20:20 h. Hemos comprado por internet dos entradas para el espectáculo teatral “Padres, Madres, Hijos, Hijas” que dirige Cristóbal Jodorowsky y que debe empezar a las 21:00 h.
Cristóbal es hijo del gran Alejandro Jodorowsky, entre otras muchas cosas psicoterapeuta inventor de la psicomagia, y creador de espectáculos de gran resonancia en París. El cartel que la web del teatro ha colgado lo anuncia como invitado especial.
Observamos extraños movimientos por el zaguán en el que esperamos, lo que nos llama la atención. Poco a poco el público va llegando mientras vemos a personal del teatro entrar y salir, personajes que parecen actores llegar, saludar, entrar, salir, regresar. Todo es muy extraño, parece la “mise en scène” de una obra que interactúa con los espectadores que pacientemente esperamos que se abra la sala para entrar.
Pasan los minutos, pero finalmente a las 20:50 h. dos azafatas del Teatro abren las puertas. Las escenas de confusión continúan. Observamos que algunos espectadores presentan no la preceptiva entrada sino la mitad de un folio, los cuales van siendo apartados de la cola.
Por fin entramos. Es la primera vez que visitamos la sala del antiguo cine Pathé.
Dentro, parece que el juego de la confusión continúa en la platea, pero poco a poco los espectadores vamos encontrando nuestros asientos y esperamos paciente el inicio del espectáculo. Una maravillosa actriz, Irene, interactúa con el público con una pose que realmente impresiona. Mientras las filas se van completando, los actores y las actrices pasean por el escenario, por el pasillo del teatro, hablan entre ellos.
Son las 21:35 h. Algunos espectadores se impacientan, van ya 35 minutos de retraso, pero al fin parece que la sala está completa. Pero con sorpresa comprobamos que a pesar de estar completo el aforo siguen entrando espectadores.
Cristóbal Jodorowsky aparece al pie del escenario y pide calma y compresión señalando que ha venido más público del previsto y se va a acomodar a todo el mundo. Pero estupefactos vemos que siguen entrando espectadores y junto a ellos sillas que son colocadas delante de la primera fila obstaculizando la salida de la sala y en el colmo del asombro observamos cómo se les indica a un número importante de espectadores que se sienten en el pasillo.
Un grupo de espectadores, entre los que me encuentro, protestamos de viva voz y abandonamos la sala mientras el espectáculo comienza. Son las 21:50 h.
Una vez fuera comienzan las explicaciones, que suenan a justificaciones, pero poco a poco nos vamos haciendo con un retrato bastante certero de lo ocurrido. Cristóbal Jodoroswky pasa por ser un reputado psicoterapeuta que imparte talleres por todo el mundo y en calidad de tal impartía un taller organizado en Sevilla por Depravado Teatro. La obra “Padres, Madres, Hijos, Hijas” era el colofón de dicho taller.
Cristóbal, un atribulado terapeuta abrumado por la posibilidad de que el estreno de su obra sea un sonoro fracaso al tratarse de su primero obra escénica que se representa en un teatro de verdad, ha invitado a un numeroso público compuesto de amigos y familiares de los actores y de las actrices. Pero pasadas las 20:00 h. descubre el teatro que se están vendiendo la mayoría de las entradas que completan el aforo y empieza una nerviosa búsqueda de soluciones. Cuando por fin se empieza a acceder a la sala ya se sabe que si entran todas las personas que esperan se superará el foro por mucho. Según la dirección del Teatro, cuando se le pide a Jodorowsky que no accedan más personas al local, éste aprovecha una distracción del personal del teatro para hacer entrar a más personas por una segunda puerta que no está controlada.
Al comienzo del espectáculo, el número de personas sobrepasaba ampliamente el aforo del local, lo que supone una temeridad. Cuando llegó la policía local los que estaban por los pasillos ya habían ocupado los sitios de los que habíamos abandonado el local y al parecer sólo vieron a tres o cuatros personas sentadas en el pasillo.
El propietario del teatro, el conocido entrevistador Jesús Quintero, dio amplias explicaciones pero erró en lo principal. Como Lord Jim, en la novela de Joseph Conrad, hubo un momento en que tenía que tomar una decisión fundamental: saltar o quedarse en el barco, como fue el caso del personaje de Conrad; parar el inicio de la obra y obligar a salir a los que carecían de entrada, o aceptar los hechos consumados y dejar continuar la obra. Como Lord Jim, Jesús Quintero tomó la decisión equivocada. Y como a aquel, ese hecho, el poner en peligro la vida de sus espectadores y de sus actores, le perseguirá toda la vida.
Cristóbal, por su parte, no pasa de ser el bufón de la obra. Enfatuado psicoterapeuta, que o bien consideraba su obra tan mediocre que era incapaz de atraer a un público cultivado, o bien consideraba tan mediocre a la ciudad de Sevilla y su área metropolitana, que con un millón de habitantes no sería capaz de llenar 300 butacas. En todo caso lo que nos revela su actuación es que tiene claras dificultades emocionales no resueltas que requieren de terapia urgente.
Soy consciente que los terapeutas, como los arquitectos, los ingenieros de caminos, y los médicos, son las personas más narcisistas del mundo. Y en parte tienen razón: en sus expertas manos están depositadas nuestra salud y nuestro bienestar. Pero si bien estoy dispuesto a pagar para que un psicoterapeuta como Jodorowsky sane mi mente y mi cuerpo, no estoy dispuesto a permitir ser el esparrin de un creador narcisista y megalomaniático, apocado aprendiz de demiurgo, que en su soberbia prepotencia está dispuesto a jugar con la vida de centenares de espectadores. Parafraseando a Perich, lo peor de todo, es que al pobre Alejandro Jodorowsky le haya salido un hijo así.

lunes, 14 de febrero de 2011

El “mierda” de Arturo Pérez Reverte

Zapeando en la noche del domingo del XXV aniversario de los Goya, terminé en VEO TV, en la entrevista que Casimiro García-Abadillo realizó al escritor Arturo Pérez Reverte en el programa “En confianza”. La verdad es que a Pérez Reverte le tengo cariño, tanto como autor de algunos de mis libros preferidos (La Piel del Tambor, La Reina del Sur, La Carta Esférica) como articulista dominical que siempre leo si llega el suplemento a mis manos. Pero mi afecto literario no evita que sea relativamente severo con algunas de sus manifestaciones más políticas.
Porque ante todo, parto de la premisa que este autor por su formación, profesión y éxito literario está especialmente capacitado para el uso inteligente del lenguaje.
Durante la entrevista, García-Abadillo le preguntó sobre el asunto Moratinos, a lo que el escritor respondió: “Dije que se fue como un mierda. Un mierda es alguien débil o falto de carácter. Yo dije eso. Nunca he tenido contacto con Moratinos ni antes ni después. Me parece muy bien que alguien llore. Yo he llorado muchas veces pero que un Ministro se vaya llorando después de una gestión pues no me gustó y lo dije. Y lo sigo manteniendo”. Para reafirmarse recordó la definición que la quinta acepción del Diccionario de la Real Academia asigna al término “mierda”: Persona sin cualidades ni méritos.
Ignoro la relación mental que se estableció en la conciencia de Arturo Pérez Reverte entre la profesionalidad del exministro Moratinos y sus lágrimas durante su despedida, ya que en mi humilde entendimiento llorar ni da ni quita cualidad ni mérito, pero estoy seguro que un académico de la lengua (con el sillón T mayúscula en “propiedad”) tiene a su disposición una amplia panoplia de adjetivos calificativos, e incluso descalificativos, que hace innecesario el uso de una grosera acepción.
Pero el lenguaje desenfadado del que hace gala Pérez Reverte es mucho más que una desafortunada elección lingüística. Es un síntoma de la enfermedad que aqueja al alma española y que comparte con muchos de sus conciudadanos. Lo cual no deja de ser paradójico e incluso tiene su “miaja” de gracia: compartir “pecados” con los mismos a los que descalifica pontificalmente.
Se trata de la confusión, muy extendida por otro lado, de entender grosería como señal de sinceridad e independencia. En la España de hoy, perdido el rumbo intelectual que amasó España desde el siglo XIX hasta la década de los treinta del siglo XX, decir las “verdades del barquero” aderezadas con términos gruesos, algún que otro exabrupto y una pizca de desvergüenza, se ha convertido en el paradigma del carácter llano y sincero. En cambio, cualquier manifestación comedida, expresada en términos educados y sin alzar la voz, lleva aneja la sospecha de insinceridad y malas intenciones.
De ahí la fama de la que en algunos ámbitos disfruta Belén Esteban, histrionismo y groserías al servicio de la simplicidad de ideas, considerada como una persona que “habla en plata”, sin pelos en la lengua, y que refleja los intereses del pueblo español. Rol que parece querer emular Arturo Pérez Reverte. En papeles más serios que el “couché”, por su puesto.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Altares y Setas

Una de las recompensas emocionales que me produce eso de bichear por las librerías de viejo, o más modernamente por las web iberlibro.com y uniliber.com, es descubrir autores y obras poco conocidas para mí que a lo mejor resultan muy valoradas entre los especialistas.
Así descubrí hace años a Antonio Ponz cuando compré primero el volumen XVIII de su obra “Viage de España” impreso por la viuda del gran Ibarra en 1794 (que luego supe completado por su sobrino por la muerte del autor) y después el segundo volumen de su obra “Viage fuera de España” de 1785. Lo único malo de su magnífica obra fue que, según dicen, sirvió de guía a las tropas napoleónicas para expoliar el mejor arte de nuestro país.
Este autor, cuya obra recomiendo vivamente, bien en alguna de las dos reediciones de su obra (una crítica en la Editorial Aguilar en 1947 y otra facsímil por Editorial Atlas en 1973), bien en Google Books, vivió intensamente la ilustración con una larga estancia en Italia que lo convirtió en uno de los más importantes reformistas españoles del Siglo de las Luces. Una de las cosas que más me sorprendió fue su odio furibundo hacia el barroco, especialmente el que se hizo en Andalucía en general y en Sevilla en particular a lo largo de su siglo.
Buscando por Google Books, he tropezado con un volumen que hacía tiempo quería leer, el noveno, o nono, de su “Viage de España” dedicado a Sevilla, en un ejemplar que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Michigan (Library of the University of Michigan) y me he vuelto a encontrar con el mejor Ponz anatema del barroco.
Especial sonrisa me ha provocado la lectura del texto dedicado a la iglesia del Salvador. Este templo, recientemente rehabilitado en medio de una importante movilización del “todo Sevilla” y que muestra de forma orgullosa lo mejor de sí misma, fue claramente despreciada por el abad Ponz con pocos miramientos. Recojo a continuación su opinión:
El segundo lugar después de la Catedral lo tiene la Colegiata, que llaman del Salvador, situada en una de las plazas de Sevilla, donde se venden frutas, y otros comestibles.
Tuvo la desgracia de haberse pensado en su reedificación, quando el buen estilo de la arquitectura habia llegado á su precipicio; y así fue arruinada la antigua fábrica, que mantenia la forma de Mezquita, en 1669, acabándose la nueva en el de 1712. Se venera en esta Iglesia una Imagen de nuestra Señora, que llaman de las Aguas, por haberse conseguido estas mediante su proteccion en años de sequedad. No hay para qué detenernos aquí, ni V. se detendría un instante al ver los costosos, y extravagantes retablos, que poco ha se han hecho: lástima que las personas piadosas, que en ello han gastado su dinero, no se hayan informado bien antes, para emplear con mas acierto por lo tocante al artificio. El de la Comunion es de lo mas ridículo que se puede imaginar, y por el mismo término el mayor, como el de nuestra Señora, donde hay dos estatuas de lo primero que D. Felipe de Castro hizo hallándose muy joven en Sevilla. La sillería sigue el orden de los referidos altares: han embarazado con ella el medio de la Iglesia, y por haberse hecho todo esto poco ha, es mas sensible. En la nave al lado de la Epístola se encuentra un S. Christobal de escultura del Montañés
.”
Comenzado el siglo XXI, el barroco, en su versión andaluza y sevillana, podrá gustar más o menos, pero no se puede poner en duda su mérito y su aportación al Arte. De hecho, los altares de la Colegiata del Divino Salvador, que tanto despreció Ponz, son magníficas obras de talla y dorado, grandiosos monumentos de fe que nos aturullan con su inmensidad y su impacto visual.
¿Se equivocaba, pues, nuestro buen abad? No, en absoluto. En cuestión de arte, como en otras muchas facetas de la vida, lo que hoy gusta, o disgusta, mañana no lo hará. U obra o autores que hoy son muy honrados por su arte, mañana pasarán al olvido, o al contrario.
Suele referirse la anécdota de la Torre Eiffel, de París, cuya construcción provocó el rechazo de numerosos artistas franceses, entre ellos Guy de Maupassant, como antes había provocado el rechazo por parte de los organizadores de la Exposición de Barcelona de 1888 a quien Eiffel había presentado su propuesta, y que tras la celebración de la Exposición para la cual fue construida se convirtió en un emblema de la ciudad, circunstancia por la cual no fue desmantelada como estaba previsto.
También tenemos en Sevilla la experiencia de la Giralda, una torre almohade del siglo XII rematada por un campanario renacentista del siglo XVI, yuxtaposición arquitectónica que hoy sería imposible, no sólo legalmente sino también socialmente.
El libro de Ponz me lleva a pensar en las popularmente llamadas Setas de la Encarnación, el proyecto Metrosol Parasol, que se está construyendo en el antiguo solar del Mercado de la Encarnación de Sevilla.
Como en el París de Eiffel, los argumentos repetitivos para rechazar su construcción son su impacto sobre el skyline de la ciudad y su impacto en el tejido de la ciudad y sus monumentos. Como la crítica del abad Ponz al barroco, se califica el proyecto como “chorrada” o “carnicería arquitectónica”, por poner sólo dos ejemplos. Y posiblemente, dentro de cincuenta años alguien sonreirá al leer estas críticas como yo cuando leía la opinión de nuestro buen abad sobre el retablo de la Virgen de las Aguas de la iglesia del Salvador.

sábado, 30 de octubre de 2010

Casas

Hace unos meses publiqué un post titulado “Familias como casas”, en la que trazaba un paralelismo entre ambas. En este post en cambio quiero compartir contigo varias reflexiones que siempre me surgen cuando veo el programa de LA SEXTA “¿Quién vive ahí?”.
El eslogan escogido por la cadena para promocionar su programa ya tiene enjundia: “¿Crees que tu casa es distinta a las demás?”. Cuando comencé a ver el programa me temía que fuera un canto indecente a la opulencia, con un repertorio de mansiones carísimas habitadas por las clases sociales más improductivas del país. Pero me equivoqué: pasado el tiempo he comprobado que no es así. Más bien al contrario, se trata de una radiografía de la sociedad española, con más miserias que grandezas.
Soy consciente que la colección de casas mostradas no es una muestra estadística de las casas españolas, ya que lo son de familias con un punto exhibicionista necesario para mostrar a la curiosidad universal nuestro espacio más privado, nuestro domicilio. Pero si se hace es porque se piensa que los demás lo harán bien con admiración, bien con envidia. No creo que nadie muestre sus espacios más íntimos si piensan que los que los contemplan pensarán en lo cutres y vulgares que son sus habitantes.
En los distintos capítulos que he visto, han aparecido casas de todo tipo: de nuevos ricos, de clases medias, de nobles venidos a menos, de diseñadores y arquitectos para promocionarse, y propietarios con casas en venta.
En general, las casas con diseños más modernos se dan en la costa mediterránea y Madrid, generalmente de propietarios vinculados a la “industria del ladrillo”, las más tradicionales en la cornisa cantábrica, y las más kitsch, curiosamente, en Sevilla.
A mí personalmente me llama la atención la historia de las señoras de, metidas a decoradoras amateur para soportar el aburrimiento de una vida de consorte sin función. También me han sorprendido los espantosos interiores de las casas de Sevilla que han aparecido en el programa, una mezcla de decoración tradicional modernizada “avant la lettre”. Y por supuesto la ridiculez de algunos propietarios de mostrar su mal gusto, generalmente de los nuevos ricos de la construcción (recuerdo dos casos, uno en Almería y otro en Madrid), aunque otros, más jóvenes, mostraban casas modernas de unas líneas espectaculares, tanto en Mallorca como en la costa levantina.
Era en la costa precisamente, en una casa de modernas líneas, donde su orgullosa propietaria afirmaba que en ella, contra la opinión de su madre, no había colgado ni un solo cuadro. ¿Cómo esperamos, me pregunté estupefacto, que en nuestra sociedad surjan coleccionistas de arte moderno si a lo más que llegan tanto las clases medias como los nuevos ricos es a coleccionar televisores?
Aunque también recuerdo con ternura la sinceridad de una chica que mostrando una casa espectacular en la sierra de Madrid reconocía que el impoluto comedor era solo para mostrarlo a las visitas, ya que ellos comían en la cocina.
Pero de todas las casas lo que más me ha sorprendido, asombrado y entristecido era la ausencia de libros y bibliotecas. En casas de familias que se decían tituladas universitarias, de la nobleza, o de nuevos ricos, no recuerdo ni una que mostrara un espacio dedicado a los libros. En casas que exhibían enormes televisores en salones, comedores, dormitorios, cuartos de baño y cocinas, no existía ni una sola estantería con libros.
Casas con salas de cine privadas, con garajes para varios automóviles, con piscinas, con caros muebles exóticos, etc. realmente desoladas por la ausencia de libros, es decir, de cultura. Y me temo que esa sea la realidad en la gran mayoría de casas españolas.