El “matrimonio” entre el Movimiento Radical Neo Liberal (MRNL) y el Cristianismo Radical ha engendrado frutos curiosos. El trasvase de ideas y estrategias está generando un sinfín de falsos debates sociales, intentando arrastrar a la ciudadanía hacia un maniqueísmo de ideas imples, blancos y negros sin grises. Responder a esta estrategia es complejo. Quedarse callado puede suponer ceder un espacio discursivo que este matrimonio contra-natura c
oloniza con una rapidez que ya quisieran para ellas la mayoría de especies naturales exógenas invasivas. Responderles con sus misma demagogia es aceptar un debate reduccionista que sigue uno de los 11 principios de Goebbels, el de vulgarización, el cual establece que “toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. Y desmontar uno a uno todos sus falsos argumentos, casi imposible en la sociedad actual que basa todo su poder en los mensajes cortos y simples. Pero, y esto sí clama al cielo (el que sea), la puerilidad y la falsedad de los argumentos utilizados por la versión más casposa del Tea Party nacional, me invitan a por lo menos dejar clara mi posición sobre un tema tan importante como el aborto. En el día de ayer, unas 10.000 personas (según fuentes del ayuntamiento a pesar de que los organizadores hablaban de 160.000 personas) se movilizaron ayer bajo el lema “Sí a la vida” en Madrid. En el Manifiesto mezclan churras con merinas, afirmaciones peregrinas con peticiones bienintencionadas pero mal dirigidas, demagogia en fin. El mismo eslogan en su prueba. Ese “Sí a la vida” es un ejemplo magnífico, ya que oculta el verdadero fin de la marcha (no al aborto, no a la autonomía del paciente, no a la libertad del individuo para decidir una paternidad y maternidad responsable) y pretende cubrir a los que están en desacuerdo con un denso manto de sospecha: si no estás a favor de la vida, es que estás a favor de la muerte, es decir, eres un asesino. Cuando precisamente la defensa del derecho a interrumpir el embarazo es la máxima expresión del sí a la vida.

El aborto ha estado prohibido y su práctica perseguida por muchos de los regímenes totalitarios más repugnantes de la historia. Durante siglos, la Iglesia Católica ha impuesto una prohibición que no sólo ha impedido el bienestar de los niños sino que ha significado el sufrimiento y la muerte de decenas de miles de mujeres. Sólo en las sociedades en la que la persona es el epicentro (en contraposición a las sociedades donde lo es la fe, la religión o dios) el derecho a la interrupción del embarazo ha sido permitido. Está claro que el aborto debe ser la última opción, cuando todo lo demás ha fallado. Cuando una mujer toma esa decisión, debe ser, y lo es habitualmente, cuando toma conciencia que no tiene otra salida para su integridad física, emocional y familiar.
Hasta podría parecer gracioso, si no fuera tan terrible, que aquellos mismos que con gran placer nos quieren imponer un futuro donde se trabaje más horas y se cobre menos, pidan más niños. En su Manifiesto, los convocantes de la marcha de ayer no se cortan a la hora de fijar su posición natalista al pedir no sólo la prohibición del aborto sino además “políticas activas de apoyo al nacimiento de nuevas vidas, que constituirán la mayor riqueza espiritual y material de España en el futuro”. Inconscientemente han revelado su “agenda oculta”, una hoja de ruta hacia donde quieren dirigirnos: no a una sociedad más justa, libre e igualitaria; no hacia una sociedad donde todos sus integrantes, bebés, niños, adultos, ancianos, puedan desarrollarse plenamente; no hacia una sociedad donde todos sus integrantes vivan plenamente de forma solidaria y respetuosa. No. Lo que buscan es una nación muy poblada, con mucha gente, que a modo de bomba natalista pueda extender por todo el orbe una concepción de la vida, de la muerte y de dios.
Pero esto no es nuevo. Todas las religiones natalistas, aquellas que propugnan el “creced, multiplicaos y ocupad todo el territorio que podáis” son las que prohíben el aborto, las relaciones homosexuales y la libertad individual. Al contrario, una sociedad que dice sí al aborto, sí a las relaciones homosexuales, sí a la libertad individual, es una sociedad que antepone la persona al sistema, que prioriza al individuo y su bienestar antes que la conquista de nuevos territorios con su lógica de guerra.
Decir sí al aborto es decir sí a la maternidad y la paternidad responsable; sí a la planificación familiar; sí a la información sexual a edades tempranas; sí a los métodos anticonceptivos; sí a la sanidad pública; sí a las políticas de conciliación de la vida personal, profesional y familiar de hombres y mujeres; sí a las políticas públicas de guarderías, ayuda a domicilio y becas; sí a las políticas públicas de apoyo a las personas mayores, con centros de día, residencias y apoyo a las familias. Decir sí al aborto es, en definitiva, decir sí a la Vida.