martes, 22 de febrero de 2011

A tontas y a locas

Hace un par de semanas llegó a mis manos como regalo de un compañero la tesis doctoral de Olga Paz Torres titulada “Isabel Oyarzábal Smith: Una intelectual en la Segunda República Española. Del reto del discurso a los surcos del exilio” premiada y editada por el Consejo Económico y Social de Andalucía.
Isabel Oyarzábal, también conocida como Isabel de Palencia, socialista del PSOE, fue actriz, periodista, escritora, la primera mujer Inspector de Trabajo de España, la primera embajadora de España, biógrafa de la rusa Kollontay (la primera mujer embajadora de Europa), la única mujer miembro permanente de la Comisión Permanente sobre Esclavitud de las Naciones Unidas, y un largo etcétera en el que también pudo incluir matrimonio y maternidad. Fue una mujer de su tiempo a la vez de una mujer mucho más moderna de lo que le correspondía por su país natal y el siglo en el que nació. Tuvo que soportar desdenes de distinguidos intelectuales como Jacinto Benavente, el cual, en respuesta a una invitación para dar una conferencia en el Lyceum Club del que Oyarzabal era vicepresidenta, respondió “No tengo tiempo. Yo no puedo dar una conferencia a tontas y a locas”, pero también la amistad, el apoyo y el reconocimiento de los hombres y las mujeres más preeminentes de España y de Europa.
Cuando llevo algo más de la mitad del libro debo reconocer que me ha fascinado. No sólo la vida de esta malagueña nacida en 1878 y fallecida en el exilio de México en 1974, sino también la lucha de las mujeres de su tiempo para romper las barreras que la sociedad patriarcal les imponía, no sólo formalmente mediante leyes y prohibiciones, sino también a través de mecanismos sociales más perverso que la condenaban a ser el ángel del hogar.
Aunque como se recoge bien en el libro, esto no afectaba por igual a todas las mujeres. Las mujeres obreras, cuyas limitaciones legales les igualaba a las mujeres burguesas, no sólo no estaban recluidas en el hogar familiar sino que se veían abocadas a interminables jornadas laborales en condiciones deplorables. Un ejemplo, que recoge el libro, se encontraba en la maternidad, cuando justo después de parir las obreras debían reincorporarse al trabajo mientras las burguesas podían seguir bajo el atento cuidado de madres, ayas, matronas, etc.
Este libro, cuya lectura, querido lector o lectora, recomiendo vivamente, nos muestra además como un gigantesco mosaico una visión fragmentada de la realidad de las mujeres de su tiempo, sus luchas, muchas veces intuitivas, para liberarse del yugo patriarcal, sus carencias sociales e intelectuales, pero sobre todo su combatividad.
Conozco en la realidad a muchas mujeres jóvenes y de mediana edad que desconfían profundamente del feminismo. No lo hacen como los hombres de la Restauración cuando afirmaban “Ese tipo extranjero de señora de anteojos de concha, carpeta debajo del brazo, estirada y seca como un sarmiento que hace la exégesis de Kant o Hegel, mientras su marido empuja el carrito del bebé, o limpia los cacharros de la cocina; […] el tesoro de la mujer española es su dulzura, su piedad, su comprensión humanitaria de todos los dolores, y cualquier cosa que pueda cegar estas fuentes lo creemos un sacrilegio” (Julio Romano, La Esfera). No, lo hacen desde la igualdad conseguida por el trabajo de esas mismas mujeres feministas. ¿Cómo es posible? Décadas de demonización del feminismo no pudieron con la necesaria igualdad pero consiguieron adherirle ciertas connotaciones negativas que espanta a muchas mujeres formadas, cultas y dinámicas.
Pero también es cierto que la utilización torticera del feminismo por algunas mujeres, cuya única reflexión sobre el feminismo es su conciencia de tener vulva en vez de pene, hace que otras mujeres miren con espanto esta venerable lucha por la igualdad de la humanidad.
Como socialista creo en el feminismo de la igualdad, al igual que creo en el igualitarismo en vez del comunitarismo homosexual. La vivencia de un sexo o de una orientación sexual determinada te puede, solo puede, dar la posibilidad de comprender la discriminación que se sufre. Pero la empatía y la concienciación nos capacitan para compartir el sufrimiento ajeno, escandalizarnos de la discriminación del otro, y luchar por su erradicación.
Como socialista nunca creeré que la segregación sea la mejor fórmula para alcanzar la igualdad. Aún cuando ello nos obligue a soportar “a tontas y a locas”.

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