jueves, 18 de marzo de 2010

Perdón

Una de las consecuencias de usar torticeramente las emociones en la política, puesta en boga por la derecha conservadora norteamericana a través de sus think tank, ha sido la perversión moral de las emociones.
Como ya he afirmado en alguna otra ocasión, uno de sus efectos más evidentes en la actualidad social y política española es la extraña, a la vez que perniciosa, promoción de las “víctimas” en el escalafón social. Prueba de ello es el “ascenso” de Juan José Cortés a asesor del Partido Popular en temas de justicia. “En concreto, trabajará con el primer partido de la oposición en la reforma del Código Penal que ha comenzado a tramitarse en el Congreso de los Diputados”. Como cualquier ciudadano en posesión de sus derechos civiles, al Sr. Cortés le es lícito asesorar, colaborar y participar en los proyectos que le dé la gana, donde le dé la gana, cuando le dé la gana. ¡Faltaría más!
Pero, ¿qué lleva a ser noticia el “fichaje” del Sr. Cortés por parte del PP? ¿Sus conocimientos jurídicos? ¿Su experiencia en los tribunales? ¿Acaso su conocimiento en el campo social de la reinserción de los presos? Mucho me temo que no, sino que lo hace en su condición de “víctima”, como si tal fuese una licenciatura o un doctorado. Es más, según EUROPA PRESS, expresó la necesidad de la cadena perpetua revisable, ya que cree que "va a ser muy efectiva para la sociedad española". Es decir, lo que pretende es trasladar su dolor de víctima a un texto legal.
El PP, el partido europeo de derechas que más ha “mamado” el ideario neoconservador de los Estados Unidos de América, pretende “contaminar” la elaboración de una ley con las emociones de un padre que ha sufrido una pérdida traumática. Con ello nos devuelve a la semítica ley del taliónojo por ojo, diente por diente” que creíamos superada tras la transición democrática.
Otro de los efectos perjudiciales que se puede observar en la sociedad por esa práctica de empapar de emocionalidad los razonamientos, lo observamos en la perversión del uso del término “perdón”. La DRAE define “perdonar” como “Remitir la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa”. Pero hoy se exige que las personas se disculpen por cualquier nimiedad, sin que exista deuda, ofensa, falta ni delito, simplemente porque ha hecho o dicho algo que ha molestado a un tercero.
Una prueba de hasta donde ha llegado el absurdo la tenemos en las declaraciones de Andrés Palop, guardameta del Sevilla FC, el cual, tras fallar la parada de un gol que supone para su equipo ser descabalgado de la Champion, se ha visto en la obligación moral de pedir perdón. La sorpresa llega hasta el titular de prensa que añade “La disculpa que nadie exigió a Palop” dando por hecho que no parar un gol podría ser causa suficiente en algún momento para exigirle a un guardameta pedir perdón.
Si alguien se siente ofendido porque un futbolista no alcance su objetivo de meter un gol o de evitarlo es señal que tiene alteradas sus percepciones de la realidad. Pero que socialmente se le exija a cualquier persona que pida perdón por expresar libremente su opinión demuestra que se está avanzando hacia un psicosis social grave.
Menos mal que no toda la sociedad está infectada de esta lacra. La Iglesia Católica Apostólica Romana, por el contrario, parece indemne a ella, y no solo no se le ocurre pedir perdón sino que tampoco admitir su responsabilidad por su participación en los hechos más deleznables. Es el caso del cardenal Seán Brady el cual, conociendo en 1975 los abusos sexuales cometido por otro sacerdote, convenció a los niños a que no dijeran nada. Esto sí parece encajar en los supuestos (deuda, ofensa, falta, delito) que requeriría pedir perdón. Pero no, no solo no dimite, si no que se justifica: “Hace 35 años el mundo era muy diferente. No teníamos dirección con que guiarnos, estábamos en territorio inexplorado. Ahora tenemos estándares mucho más altos y desde luego ahora no habría actuado de la misma manera en que lo hice entonces". Finalmente ayer, tras muchas presiones, Seán Brady pidió disculpas por su silencio, pero sin renunciar al cargo.
Absurdo mundo, donde un guardameta pide perdón por no parar un gol, y un cardenal se resiste a ello a pesar de obligar a dos niños a que callaran los abusos a los que les había sometido otro sacerdote católico.

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