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domingo, 4 de octubre de 2015

Fracaso escolar en España ¿cuestión de hambre y sueño?


Soy consciente. Conspicuos de todos los pelajes (desde expertos en educación hasta columnistas y tertulianos, pasando por políticos, sindicalistas, economistas y fruteros) culpan del pavoroso fracaso escolar de nuestro país (medido según PISA) a los factores más diversos, como a la descentralización de la educación tras el Estado de las Autonomías (como hoy mismo hace el catedrático de derecho constitucional de la Universidad de Sevilla, Antonio Porras Nadales en el DIARIO DE SEVILLA), a los cambios de los modelos educativos que se suceden en nuestra co-patria, a la falta de autoridad de los docentes (por lo que según la ínclita Esperancita Aguirre habría que alzarlos 20 centímetros del suelo) e incluso a las políticas de inmersión lingüística.

Pero, querido lector o lectora, yo, que soy más de andar por los suelos que revolotear sobre las cabezas de nuestros compatriotas, también tengo una hipótesis: el fracaso escolar en España se debe a que los niños y las niñas ni duermen lo suficiente ni desayunan lo necesario.

Veamos los datos. Según está aceptado por las autoridades médicas, hasta los 5 años se debe dormir el 50% del día, es decir, 12 horas, y que a partir de ahí hasta la adolescencia se debe descansar el 40% del día, es decir, 10 horas. Pues bien, si hacemos caso a la Sociedad Española del Sueño, los niños duermen poco y mal, ya que un tercio tiene problemas de descanso y el 60% duerme menos de las 10 horas recomendadas.

Pero no es necesario apelar a los científicos de la materia, sino sólo hacer memoria de nuestra propia experiencia personal. Un menor que tiene que entrar en el colegio a las 08:30 horas debería levantarse, si vive próximo a su colegio, al menos a las 07:30 horas para desayunar, asearse, vestirse y desplazarse, lo que supone que debería estar en la cama a las 21:30 horas. Pero si vive lejos de su colegio o los padres deben entrar en el trabajo a las 08:00 horas, por ejemplo, deberían levantarse al menos de 06:00 horas a 06:30 horas, lo que obligaría a estar en la cama como mínimo a las 20:00 horas o a las 20:30 horas. ¿Cuántos niños y adolescentes de hoy conoces que a esas horas estén bañados, cenados y dormidos?

¿Qué efectos produce la falta de descanso? Fundamentalmente problemas de aprendizaje y desarrollo cognitivo. Según Jesús Panigua, responsable de la unidad del sueño en el Hospital Virgen de las Nieves de Granada, cuando un niño tiene sueño disminuye su atención y se bloquea la capacidad de retener la información.  Si esta somnolencia se prolonga, su desarrollo cognitivo irá más lento y la comprensión será más difícil. 

¿Y cuántos niños duermen poco y mal en España según la Sociedad Española del Sueño? Al menos un tercio. Yo diría que en la adolescencia todos duermen menos de lo necesario.

Pero esto es sólo la mitad del problema. Porque muchos de los niños y adolescentes, además de dormir poco no desayunan en casa. Veamos los datos. Según la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, entre el 20% y el 40% de los niños españoles van al colegio sin desayunar. Parece razonable pensar que el número irá aumentando según la edad de forma que en la primera infancia escolar, de 5 a 10 años, se desayunará en casa más que en la adolescencia.

¿Y qué efectos provoca el no desayunar en casa antes de ir al centro educativo? Según la SEEN favorece la obesidad y… ¡¡¡tachín, tachín!!! afecta al rendimiento escolar.

Es decir, que un tercio de niños y adolescentes tienen problemas de sueño, un tercio de niños van al cole o insti sin desayunar en casa, y, curiosamente, el abandono escolar prematuro en España tiene una tasa del 21,9%. Lo que sorprende es que no sea mucho más.

¿Cuáles serían los datos si la gran mayoría de los niños y niñas y adolescentes durmieran lo suficiente y fuesen desayunados al colegio o instituto? Posiblemente si, en vez de dedicarse a usar la educación como herramienta política y cuestionar el sistema educativo, la sociedad española se pusiese a hacer dormir lo suficiente a nuestros niños y adolescentes y luego mandarlos a clase bien desayunados, PISA nos luciría mucho mejor.

Pero, claro ¿cómo tener a los niños y adolescentes en la cama a las 20:00 horas si nosotros, los adultos, nos negamos a meternos en ella antes de las 01:00 h? ¿Y cómo obligarles a desayunar si la máxima nacional es aquello de “ya tomaré algo en el bar”? Y luego, para no sentirnos culpables, cargamos contra el sistema educativo.
         
Todo muy español, incluso en Cataluña.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Madrid Arena: Educación y Responsabilidad

Habiendo pasado apenas 32 horas de la tragedia en el Madrid Arena, es difícil entrar a culpabilizar a los y las responsables de la misma, más allá de que por lo publicado en prensa y emitido en televisión, parece razonable sospechar que la empresa organizadora del evento no puso el suficiente celo en la organización.
      
Tendrán que pasar meses, puede que años, para llegar a conocer la verdad judicial del caso. Y puede ocurrir, como ocurrió con la catástrofe del vuelo JK 5022 de Spanair, en la que fallecieron más de un centenar y medio de personas, que la sentencia provoque un sabor ceniciento en la boca de las víctimas y sus familias.
   
Pero sí creo que es el momento de señalar de nuevo un aspecto para mí crucial en este tipo de tragedias, sin restar ni un ápice la responsabilidad directa de los que por avaricia o irresponsabilidad anteponen intereses espurios a la salud o la seguridad de clientes, usuarios o ciudadanos: la propia responsabilidad de los participantes y víctimas.
   
El primer mandamiento de cualquier persona es velar por su integridad e intereses. El mejor cuidador de cada uno es uno mismo. Esto debería ser un mantra continuo en el seno de las familias a la hora de educar a los niños y niñas. Reconozco que en mi infancia y adolescencia, incluso en mi juventud y adultez, siempre he criticado la pesadez de mis padres cuando nos aleccionaban contra todo tipo de peligros: desde andar por el bordillo, hasta cruzar una calle cuando el sol deslumbraba al conductor, pasando por cuando nadábamos en la playa, manejábamos el cuchillo o lloviendo pisábamos por la calle una arqueta metálica.
   
Pero observo que muchas personas de todas las edades, no han sido educadas, ni educan a sus hijos, en tan sencillas precauciones. Por eso mismo, por esas constantes y persistentes admoniciones de mis padres durante años, me he librado de algunas situaciones peligrosas y me he podido proteger de otras que sin serlo en el momento, sí podría resultar funestas con un poco de mala suerte.
    
Un ejemplo que es posible encontrar en este mismo blog fue nuestra experiencia origen del post Lord Quintero y el bufón Jodorowsky. Escándalo en el Teatro. Resumiendo, el 18 de marzo de 2011 asistíamos a una obra de teatro en el Teatro Quintero de la ciudad de Sevilla, titulada Padres, Madres, Hijos, Hijas de Cristóbal Jodorowsky, cuando observamos que en la sala seguían entrando espectadores tras haber rebasado el aforo de la sala, llenándose los pasillos de personas sentadas en sillas plegables e incluso en los escalones.
    
Algunos espectadores, muy pocos, mostramos en público nuestro enfado y salimos de la sala, al entender que la dirección del teatro ponía en riesgo nuestra integridad física al no cumplirse las normas de seguridad. Pero si sorprendentemente la mayoría de los espectadores permanecieron en la sala sin mostrar preocupación por su seguridad, más me sorprendió cuando en respuesta al post antes citado, algunos internautas despreciaron nuestras más elementales preocupaciones.
      
Así uno afirmó: Yo estuve en el teatro y no considero que mi vida haya estado en peligro en ningún momento. Otro dejó escrito: Cristobal [Jodorowky],apurado, nos dijo que se sentaran en las escaleras. Y eso fue todo. Incluso una internauta identificada como Maribel, al transcribir la petición de Cristóbal Jorodowsky (así que os pediría por favor que a pesar de que cada uno tiene el derecho de su butaca, podamos flexibilizar ésta situación para que todo llegue a buen puerto.) remataba: Todo el público sonrie, lo entiende y ayuda a los que no tienen asiento a disfrutar de la obra junto a él.
    
Para todos estos internautas que tuvieron la amabilidad de compartir en mi blog sus opiniones, e imagino que para casi todos los que se quedaron en la sala, nuestra actitud tenía mucho de infantil o de prepotencia, cuando se trataba simplemente de la más de las elementales medidas para protegernos del desastre.
     
Este es un pequeño ejemplo de porqué muchas personas, y no especialmente adolescente o jóvenes, no advierten el peligro en muchos momentos de sus vidas, generalmente durante las grandes aglomeraciones, y ponen en riesgo su integridad a pesar de ser obvio que las mismas suponen un riesgo demasiado grande para sus vidas.
    
Soy consciente que en la mayoría de las veces no pasa nada, como nada ocurrió en el Teatro Quintero la noche de Padres, Madres, Hijos, Hijas. Pero de vez en cuando sí ocurren las tragedias, y medidas de autoprotección como no entrar donde se ve que se supera el aforo, puede ser fundamental para seguir estando vivos.

domingo, 25 de septiembre de 2011

¿Responsabilidad? ¿Mande?

Una constante de este blog, querida lectora o lector, es mi empeño en destacar la necesidad de asumir la responsabilidad individual y colectiva en los acontecimientos de cada día. Si un menor, por ejemplo, es atropellado por un autobús justo a la entrada de una estación de autocares, la primera responsabilidad recae en el menor que corrió a recoger su monopatín que había terminado en medio de la calle, y no, como pretenden sus padres, que la culpa sea de todo el mundo, incluido dos concejales, por no haber ordenado pintar un paso de peatones delante de la pista de skate. ¿Habría ello evitado que el menor hubiera renunciado a recoger su monopatín, que había terminado en medio de la calzada, sin mirar si venía algún automóvil? Seguramente no. Pero culpar a alguien de afuera en vez de aceptar la responsabilidad de su hijo, e indirectamente suya en lo ocurrido (por no haber educado convenientemente al menor) es emocionalmente tranquilizador. Además de ampliar las posibilidades de conseguir indemnizaciones por varias vías, naturalmente.

Traigo esto a colación por las últimas noticias sobre el accidente que protagonizó José Ortega Cano en el que falleció un hombre, que evidentemente no era él. Tras su salida del Hospital Virgen Macarena (y no Virgen de la Macarena como se publicitó en algunos noticiarios de televisión) mostró su contrición por lo sucedido, y en días posteriores señaló su pena por el fallecimiento de Carlos Parra. Pero sus actos posteriores desmienten sus palabras.

Algunos, especialmente tertulianos de televisión, justifican el derecho de utilizar todos los mecanismos legales para defenderse. Esto es una obviedad. Pero de lo que se trata es constatar si Ortega Cano asume o no su responsabilidad. En el primer caso, sobra su defensa, en el segundo, sobran las disculpas y las lágrimas.

Si Ortega Cano fuese el hombre que todos creían al verlo torear en la plaza, debería reconocer lo que dicen los análisis técnicos, que había consumido alcohol, y que ello le llevó a tener el accidente, pedir disculpas y aceptar la petición de la acusación y la fiscalía.

Posiblemente los tribunales descartarán los análisis de sangre, por cuestiones de tipo legal que no técnico, que demuestran que Ortega Cano iba borracho. Posiblemente se defenderá panza arriba con buenos servicios jurídicos y saldrá absuelto si hay juicio.

Pero ello no nos evitará la convicción que borracho chocó contra otro vehículo provocando la muerte de un hombre. Ni nos ocultará la falsedad de sus lágrimas y sus disculpas, ya que si hubiera asumido su responsabilidad, tras pedir disculpas a la familia del fallecido les habría evitado el terrible juicio legal y mediático al que está sometida.

sábado, 20 de febrero de 2010

Aznar, el Grande

Sostiene mi docto maestro, que José María Aznar debió sufrir mucho en la escuela. Su baja estatura, su voz aflautada, ese labio paralizado, le convertiría en el aznarreír, digo hazmerreir de los chavales de su colegio. Y su natural carácter no le ayudaría precisamente: osco, callado, rencoroso. No sé si mi docto maestro tiene o no razón. Pero lo cierto es que el Aznar adulto, el que nos gobernó durante ocho años, y el que nos divierte de vez en cuando desde 2004, se proyecta sobre nosotros como le niño Aznar imaginado por mi docto maestro: soberbio pero ridículo, pretencioso pero ignorante, déspota pero emocionalmente débil.
Si el Aznar adulto poco tenía de bueno para el conjunto de la nación, tenía todo lo necesario para sus partidarios. Como Hitler y Franco, es bajito y tiene bigote; como Hitler y Franco, contra todo pronóstico fue capaz de organizar a los suyos en un eficaz aparato político; como Hitler y Franco, no ha sabido irse a tiempo.
Podemos imaginar que José María Aznar se soñó como un Alejandro, como un Julio Cesar. Su gran obra, la llegada democrática, por segunda vez en un siglo, de la derecha española al gobierno de la Nación, se culminaría con un mutis por el foro a lo grande: no volviéndose a presentar a un tercer mandato. Sobre el papel, el gesto era espectacular. Un soberbio que en un acto soberbio despreciaba soberbiamente al poder y cual Carolus Imperator se retiraría a su Yuste particular, la Fundación FAES. Pero, como ya adelantó Shakespeare, somos un triste juguete del destino. Y los hados no habían preparado a José María Aznar la despedida triunfal que esperaba. En vez de trompetas tonantes le despidieron el ruido de las explosiones de Atocha; en vez de una alfombra roja, empañó su despedida la roja sangre inocente de 191 víctimas del terrorismo de Al Qaeda.
Si el destino ha sido injusto con José María Aznar solo se sabrá dentro de cien años, cuando plumas menos implicadas emocionalmente en nuestro presente reescriban los años que nos ha tocado vivir. Pero lo cierto es que el 11-M a José María Aznar, y con él a los diez millones de los votantes del PP, las explosiones de aquel día le produjeron un verdadero trastorno por estrés postraumático (TEPT).
¿Qué significa el TEPT en la vida de una persona? Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, las personas que lo han sufrido pueden padecer, entre otras, incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma, sensación de desapego o enajenación frente a los demás, irritabilidad, sobresaltos y sensación de un futuro desolador, pesimismo. Algunos de estos síntomas lo podemos observar entre el electorado del PP. Leyendo los foros de muchas de sus webs y de periódicos como EL MUNDO o EXPANSION, viéndolos manifestarse por cualquier cosa, aunque sea peregrina, o escuchándoles en sus conversaciones, un número significativo de votantes del Partido Popular muestran una gran irritabilidad, solo exponen los pensamientos más pesimistas (España se rompe, España se hunde), y piensan que los socialistas les odian y quieren acabar con ellos.
José María Aznar comparte muchos de estos síntomas. Rotas por las bombas sus aspiraciones de retiro glorioso, se embarcó en una cruzada contra el mundo. Con un tono muy irritable ataca y descalifica a su sucesor en el gobierno de la Nación. Y cual jinete del Apocalipsis va anunciando el fin del mundo por think tank, universidades y tabloides.
El gesto en la Universidad de Oviedo en una señal más, y sus palabras también. Es cosa de los tiempos, que yo personalmente deploro, que los ciudadanos convertidos en populacho increpen de forma maleducada ya sea a un político, a un detenido o a otro ciudadano que ha tenido la desfachatez de expresar su libre opinión. Pero muchos políticos de nuestro país lo han sufrido (¿ya no recuerdan las agresiones físicas de simpatizantes del PP al señor Bono durante una manifestación?) y todos tuvieron la educación, la prudencia o la astucia de contenerse sin dar una respuesta airada. Pero José María Aznar ya no puede contenerse. Su ira, su irritabilidad, su soberbia se lo impide.
Ya tenemos cuatro ex presidentes del gobierno, esos “jarrones chinos” de los que hablaba uno de ellos, y sólo a José María Aznar le hemos escuchado despotricar cual portera de patio de vecinos, tanto dentro como fuera del país, sobre su sucesor.
Posiblemente Azar se soñó como el Grande. Lamentablemente quedará para la historia como el mezquino resentido que siempre fue.

martes, 10 de noviembre de 2009

¡Cuidado! El dolor puede provocar estupidez

Post suprimido temporalmente por el autor por cuestiones de estilo.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Cuestión de edad

CUATRO nos propone en su web una encuesta que en sí misma es un ejemplo de la invitación a la reflexión más profunda no sobre un tema de actualidad sino sobre nuestro propio mundo de valores y convicciones. Hablo de ¿Estás de acuerdo o en desacuerdo con las 'edades legales' en nuestro país?, en la cual se señala la edad mínima legal para alguna de las decisiones a la que puede enfrentarse cotidianamente una persona. Así, la legislación española permite a partir de los 16 años decidir someterse a una operación a vida o muerte, y en cambio no ponerse un piercing o un tatuaje; la edad de consentimiento para mantener relaciones se establece en 13 años, a los 14 años existe la posibilidad de contraer matrimonio pero no beber alcohol; y así varios más, invitando en cada caso a mostrar el acuerdo o el desacuerdo.
Responder dicho cuestionario es casi una tortura. ¿Son suficientes los 13 años para consentir relaciones sexuales? ¿Y casarse a los 14 años? Posiblemente se nos ponga los pelos de punta, pero si permites a una persona casarse a tal edad no tendría sentido excluir del mismo las relaciones sexuales. Mi bisabuela María se casó con 14 años y tuvo su primer hijo un año después. Y por lo que cuentan en mi familia, a pesar de la mala cabeza de mi bisabuelo Manuel, formó una feliz aunque complicada vida conyugal hasta el final de sus días.
Los tatuajes y piercing me parecen algo de bastante mal gusto. Si fuera padre me gustaría impedírselo hasta los 18 años. Pero por el contrario, creo que una persona con 16 años debe decidir si se somete a un tratamiento o no, así que no tendría sentido impedirle un tato.
En fin, una tortura china (si es políticamente correcto expresarlo así). Aunque sobre lo que más he reflexionado ha sido sobre la hipocresía consciente o inconsciente de muchos adultos (casi todos padres) a la hora de decidir lo que sí o lo que no debería permitirse a un menor. Porque la responsabilidad legal y pecuniaria de una persona privada de derecho a decidir debe ser de sus padres o tutores. Es decir, que si se prohíbe a un menor de 18 años tener relaciones sexuales, en caso de mantenerla los padres de deberían asumir alguna responsabilidad legal. Si está prohibido viajar como acompañante en una moto, debería exigírseles alguna responsabilidad administrativa o económica a sus padres o tutores del menor que lo haga. Y así en todos los casos.
Muchos padres me dirán escandalizados que como pueden ellos impedir que su hijo o su hija de 14, 15 ó 16 años mantengan relaciones sexuales, sabiendo el número tan importante de adolescentes con embarazos no deseados. Es decir, queremos una ley que nos consuele emocionalmente pero que a la vez sea papel mojado porque sabemos que en caso de incumplimiento no servirá de nada.
Una vez más hay que remitirse a la falta de autoridad y responsabilidad de los adultos, y su constante evasión de responsabilidad. El profesor y filósofo Carlos Rodríguez Estacio realiza un análisis bastante certero sobre el tema en La Realidad y el Deseo en la Sociedad Actual. A pesar del repaso que el profesor Rodríguez me da en su post debo compartir con él algunas de sus valoraciones, como “…lo que nos interesa ahora destacar es que estas ideas no surgen de la defensa del derecho de los niños, sino de la defensa del derecho a la niñez de los adultos. Tanta devoción por el niño no esconde en realidad más que el deseo de no hacerse cargo de ellos. Los hacemos iguales a nosotros para hacernos nosotros iguales a ellos, y disfrutar así sin remordimientos de la inmadurez” y “No deberíamos extrañarnos del altísimo índice de precocidad sexual o de que la anorexia empiece ya a hacer estragos a partir de los siete años. De manera paralela proliferan los programas en que los adultos se refocilan y emporcan con cháchara del tipo `caca-culo-teta-pedo-pis´”.
Mi hipótesis sobre este tema es que los adultos, y especialmente aquellos que son padres y madres, se niegan en la práctica a ejercer su autoridad, imponiendo límites al bebé, al niño, al adolescente y al joven, no porque no sepan sino porque esos límites también les afectan a ellos. Por eso, el recurso a una autoridad externa, el gobierno, la escuela, las leyes, es la extrategia perfecta para delegar su responsabilidad. En esta línea iría la constante de imponer recortes en los derechos de los adolescentes y los jóvenes, bajando la edad legal penal y subiendo todas las demás, ya que así sus conciencias están tranquilas. El problema de sus hijos, en definitiva, ya no es de ellos.

jueves, 15 de octubre de 2009

Las victimas están sobrevaloradas

Bicheando por la Blogosfera Progresista, localicé un precioso post de Raúl Solís Galván titulado “Carta de un homosexual español a una eurodiputada y víctima del terrorismo” dirigido a Teresa Jiménez Becerril, eurodiputada española por el PP, cuya lectura recomiendo.
A mí me ha llevado a reflexionar sobre la sobrevaloración de las víctimas en España. Casos hay muchos: desde las víctimas del terrorismo hasta las de la violencia de género o de la pedofilia.
Las víctimas merecen toda nuestra compasión y apoyo emocional. En el pasado de nuestras ciudades y pueblos, cuando en una casa se producía la muerte de alguien, se desarrollaba un elaborado a la vez que eficaz proceso de acompañamiento de los deudos del fallecido: mientras unas vecinas amortajaban el cadáver, otras llevaban a la casa caldo de puchero (mano de santo para los desastres emocionales) y el resto se dedicaba a no dejar ni a sol ni a sombra a la familia durante el velatorio. Una escena muy representativa la encontramos en la película de Almodóvar “Volver” cuando fallece la tía (Chus Lampreave) de Raimunda (Penélope Cruz). Allí se ve como las vecinas arropan a la familia de la fallecida para mitigar el sufrimiento de ese momento. De la misma forma, la sociedad debe procurar arropar a las víctimas, ya sean de terrorismo, de violencia sexual o de género, etc.: mucho mimo, mucho cariño, y mucho acompañamiento en su sufrimiento.
Pero sufrir violencia no significa que nos transforme en personas más buenas o más inteligentes. Si una persona malvada es víctima de la violencia terrorista, por ejemplo, no solo su condición de víctima no la transformará en buena persona sino que seguramente la hará más malvada aún. El dolor puede dar autenticidad a un argumento cabal, nunca transformar en cabal un argumento pueril.
Incluso el sufrimiento provocado por la violencia en una buena persona puede llevarle a mostrar sus instintos más malvados. Porque ya se sabe, desde tiempo inmemorial, que la justicia de la víctima es la venganza. De ahí que se represente con los ojos vendados.
El error en el que creo está cayendo la sociedad española es el de sobrevalorar a las víctimas. Considerar que simplemente por ser víctimas de ETA, por ejemplo, quedan investidas de una autoridad moral sobresaliente, merecedoras de todos los aplausos. Y nada más lejano de la realidad. Por eso podemos encontrar casos como el de la familia de la desaparecida Marta del Castillo. Como víctimas de tan cruel y repugnante incertidumbre, tiene toda mi conmiseración. Pero si de víctimas pasan a actores políticos pidiendo la cadena perpetua, entonces deberán aceptar que su dolor no les protege de la crítica y la oposición, y la sociedad deberá aceptar que su postura, transida de dolor, no tiene más valor ni menos que la mía en contra de la cadena perpetua, que no lo está.
O el caso de Teresa Jiménez Becerril, convertida en eurodiputada tras el asesinato de su hermano. Ignoro si antes de tan repugnante asesinato era o no una buena persona, si le interesaba o no la cosa pública, si tenía ideas propias sobre el futuro de la Unión Europea o no. Lo que sí es cierto es que desde tan alta magistratura toma decisiones que muestra un alma cicatera, mezquina e insensible con el dolor ajeno. Una persona a la que le da igual el sufrimiento de decenas de miles de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de Lituania y sus familias.
En este caso, ser víctima de la violencia etarra no hizo más buena persona a Teresa Jiménez Becerril. En todo caso, nos ha permitido verla como lo que es.

martes, 13 de octubre de 2009

Abucheo a la "autoridad"

Hace unos días, se conoció la decisión de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de apoyar el rechazo de la querella presentada por la ultraderechista Fundación Denaes, por los pitidos que se produjeron en presencia de Juan Carlos I durante la final de la Copa del Rey y que muchos interpretaron como gesto contra el jefe del Estado.
La Sala de lo Penal considera que no es “ejemplo ni de educación ni del civismo mínimo exigible para ser respetado” aunque no puede considerarse delitos de ultraje a la Nación española, injurias al rey o apología del odio nacional.
Por eso mismo, los abucheos al presidente del gobierno de la Nación entra en el campo del derecho a la expresión que ampara nuestra Constitución de 1978. Aunque ello no es obstáculo para señalar que, en mi opinión, se trata, parafraseando a Marx, del “lumpen fascistoide” que aún puebla nuestras ciudades y villas.
No obstante, me gustaría analizar este tipo de manifestaciones desde la óptica del respeto a la autoridad. Muchos estamos de acuerdo que uno de los problemas de la convivencia de los menores en las aulas y fuera de ella es la deslegitimación que se ha producido en los últimos treinta años de la figura de profesores y padres, y que ya traté en dos post anteriores.
Algunos medios de comunicación con sus titulares (“Zapatero desprecia los abucheos porque `forman parte del rito´” recoge la edición de papel el ABC de hoy) o columnas de opinión (como Ignacio Camacho cuando afirma “Tampoco pasa nada por unos gritos de repulsa —ayer fueron especialmente intensos en decibelios— y unos silbidos a destiempo” o en El Puntero de La Razón “no se puede caer en el error de sustraerle al ciudadano el derecho de expresar su descontento con la política del Gobierno”) contemplan el abucheo a Rodríguez Zapatero desde una óptica de simpatía contenida: no está bien, pero es que se lo merece.
A su vez, estos mismos medios y articulistas claman contra la falta de respeto hacia el profesorado al mismo tiempo que aplauden las propuestas de la señora Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, que pretende garantizarles su autoridad alzándolos veinte centímetros sobre el suelo.
A mi me gustaría saber que efecto puede tener en un niño o en un adolescente (cuyo impulso primario es sobrepasar los límites que se le impone) escuchar en los medios de comunicación, e incluso en sus casas, la comprensión hacia los que abuchearon al presidente del gobierno. Posiblemente la conclusión a la que llegue sea que abuchear a sus profesores, burlarse de ellos y ningunearlos entra dentro de lo “correcto” y que con un poco de suerte, si lesiona a un profesor, el ABC titulará su hazaña: “El profesor provocó al alumno, el cual se tuvo que defender”.
Si queremos evitar una sociedad esquizofrénica con dobles lenguajes, que vuelve loco a cualquiera y más a niños y adolescentes, debemos esforzarnos en mantener un discurso y comportamiento socialmente coherente. Si consideramos necesario reforzar el respeto democrático a la autoridad debemos, en primer lugar, articular un discurso de respeto hacia el que lo ejerce, y en segundo lugar, no confundir firmeza en la crítica con zafiedad, insultos y bufonadas.
A menos, claro, que lo importante sea purgar nuestras frustraciones postraumáticas del 11-M. Entonces, ¡adelante!, ancha es Castilla.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Autoridad y autoritarismo

En el debate actual, que viene de lejos, sobre la pérdida de valores de la juventud (dicho así, en general, englobando a niños, adolescentes y jóvenes) se está imponiendo un discurso que bajo la excusa de la necesidad de “autoridad”, pretende imponer un añorado “autoritarismo” a la vieja usanza.

Focalizar el problema de la “juventud” en la pérdida de autoridad del profesorado es igual de demagógico que la afirmación de un representante de la patronal andaluza CEA que afirmó, tan campante, que el problema de la adicción a las drogas se debía al hedonismo de la juventud y las familias desestructuradas.

Pero ello no es óbice que la pérdida de autoridad en nuestra sociedad es patente, no solo en la escuela. El problema, como siempre, es la justificación del que niega dicha autoridad a quien antes la tenía. Los mismos que se quejan de la falta de reconocimiento de la autoridad hacia los profesores, utilizan gruesas descalificaciones rayando o sobrepasando el insulto hacia el presidente del gobierno de la Nación.

Es cierto que la autoridad se gana, no se hereda. No es sano ni prudente en una sociedad que aspire a las máximas cotas de desarrollo social permitir que la simple exhibición de un bastón de mando, un galón, un bonete o una mitra recabe una obediencia incuestionable, independientemente de los méritos reales de su poseedor. Pero también es cierto que la autoridad, como el valor, se debe presuponer.

¿Por qué no tienen autoridad los profesores? En mi opinión esa falta de autoridad responde a múltiples factores, todos imprescindibles para explicar este fenómeno, de los cuales yo resaltaría cuatro.

Primero, es la pérdida general (en ocasiones interesadas) del prestigio social de la autoridad, explicable tras casi cuatro décadas del abuso que de la autoridad realizó el fascismo hispano. ¿Quién de cierta edad no recuerda la expresión “por parte de la autoridad gubernativa…” o “… y si la autoridad lo permite…”? Ese uso ilegítimo y asfixiante del concepto hizo que una vez llegada la democracia se huyera como de la peste del concepto autoridad.

Segundo, la demagogia en la que se ha instalado los discursos en la sociedad española. Hoy no se concibe el ejercicio de la crítica si no es utilizando la descalificación que mina cualquier autoridad. Es más, si la crítica no va unida al insulto y la descalificación, es sospechosa de falta de independencia. Pruebas las tenemos a miles. Las dos más sangrantes en mi opinión se personalizan en Federico Jiménez Losantos desde la católica COPE, y el escritor Arturo Pérez Reverte. Del primero ¿qué decir? Los insultos y descalificaciones de él y su tertulia lo que genera es que el gobierno de la Nación y la clase política pierda autoridad o que la pierda, en sentido contrario, la Iglesia Católica. El segundo, al que admiro como escritor, usa u abusa de las descalificaciones de forma retórica pero que a la postre justifica intelectualmente a que cualquiera le de un uso perverso. Imagina que en casa te llega el suplemento XLSemanal, del diario ABC, y tu hermano pequeño, tu hijo o tu sobrino ve en letra impresa expresiones como “no quiero que acabe el mes sin mentaros -el tuteo es deliberado- a la madre”, “de cuantos hacéis posible que este autocomplaciente país de mierda sea un país de más mierda todavía”, “los meapilas del Pepé”, “deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural” contenida en la columna de Pérez Reverte “Café para todos”. ¿Cómo no va a considerar correcto el chaval nombrar a la madre del profesor si un autor de prestigio se acuerda de todas las madres de la clase política”? Puede que el escritor pretenda señalar los efectos de la funesta educación española en carne propia (no me imagino a Ortega, Zambrano o Unamuno firmando una columna así), pero puede dar lugar a generar aún más falta de respeto a las formas que en el fondo es lo que sustenta la autoridad. Este artículo, por otra parte, ha tenido gran éxito entre cierta progresía que lo ha hecho circular vía e-mail. Demostración de la degradación intelectual de tiros y troyanos, incluso por parte de sus más vehementes críticos.

Tercero, la importancia del núcleo familiar para la creación de hábitos cívicos y predisposición hacia la formación cultural. En septiembre del año pasado se hizo público un estudio de la Universidad de Londres, publicado por la revista SCIENCE, sobre el aprendizaje de las matemáticas en el que se concluía que “la mayor influencia sobre la capacidad de aprendizaje de los niños está en la educación que tienen las madres”, resaltaba la importancia de “jugar en casa a desarrollar memoria numérica” y que “el nivel educativo de la madre” estaba “por encima de otros factores también influyentes como una guardería de calidad y un hogar con buen ambiente de estudio” concluyendo que “cuanto más estudiosa la madre, mejor en matemáticas el niño”. Se trata de un resultado obvio extensible a todas las disciplinas académicas y cívicas. La mayoría de los lectores se forjan en familias donde existe hábito de lectura y buenas bibliotecas particulares; la mayoría de los que admiran el arte provienen de familias donde la visita a museos, galerías y monumentos era algo habitual y además se habla de ello en familia; la mayoría de los que muestran actitudes cívicas (no arrojar papeles al suelo, cumplir las normas de urbanidad, respetar a los demás, profesores y compañeros incluidos, etc.) la aprendieron en casa, no en el colegio ni en la TV. Pero para establecer esa formación informal en el seno familiar, lo primero que debe existir es convivencia, contacto entre padres prudentes y educados con sus hijos. Pero no, hoy muchos padres, sobre todo los de las clases medias y altas, priorizan tener más tiempo libre o más dinero que mantener el contacto con los hijos, siendo su mayor esfuerzo asegurar una plaza en un colegio concertado, aunque para ello tengan que falsificar documentos.

Cuarto y último, la negación de responsabilidad. Para mí es una pieza primordial del entramado social. Todos y cada uno de nosotros somos responsables, en mayor y menor medida, de todo lo que ocurre. Pero en la más clásica de las acepciones del término “demagogia” (práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular), la culpa siempre la tiene Zapatero. No se educa en la necesaria asunción de responsabilidad, ni pequeña ni grande, de nuestros propios actos. Si me ponen una multa de tráfico y como padre verbalizo delante de mis hijos que yo no soy responsable sino que lo son, por este orden, la policía o la guardia civil, el gobierno o ZP; si tiro un papel al suelo y justifico ante mi hijo que la culpa la tiene el ayuntamiento por no poner bastantes papeleras; si no hago frente a mis deudas, y alego ante mi hijo que al fin y al cabo yo soy pobre y por eso no tengo la obligación de pagarlas; si el noticiario al tratar la crisis en vez de señalar la responsabilidad de cada cual (empresarios, consumidores, gobiernos, reguladores, etc.) siempre se culpa al gobierno; si constante y reiteradamente todos ponemos la responsabilidad en los demás y nunca asumimos la nuestra, ¿como se pretende que el chaval asuma las suyas en vez de culpar al profesor de todos sus males?

Si se produce un accidente, la responsabilidad no es del que va a más velocidad de la que aconseja la vía o la circulación, no, la responsabilidad es del gobierno por las carreteras; si por fumar tengo cáncer de pulmón, la responsabilidad es de las empresas tabaqueras, no de mi decisión de fumar; si tropiezo en una acera en mal estado, la responsabilidad es del ayuntamiento por el estado de la acera, no porque iba distraído; y así sucesivamente.

Un ejemplo sangrante del discurso social que desresponsabiliza nuestros actos lo tenemos en la trágica desaparición, y posible asesinato, de la menor Marta del Castillo. Leyendo o escuchando cualquier medio, observaremos que socialmente se culpabiliza o a varios chavales de su grupo de amigos o a las leyes. Está claro que la mayor responsabilidad es del que comete la acción, en este caso las personas involucradas en el hecho. Pero también Marta del Castillo tuvo una parte de responsabilidad (muy pequeña si se quiere, pero corresponsabilidad al fin y al cabo) en la decisión de juntarse con personas poco recomendables. Y también la familia de Marta del Castillo, sus padres, tiene una minúscula pero al fin y al cabo corresponsabilidad por no haberle aleccionado lo suficiente sobre el peligro de ciertas compañías. Y también su grupo de amigos, con un corresponsabilidad seguramente bastante menor, que siendo conscientes de la situación no alertaron a los padres de la menor, a su orientador o a la propia Marta. Y también la sociedad en su conjunto tiene la responsabilidad, aunque sea microscópica, de haber permitido leyes y discurso que llevan a los potenciales criminales a pensar que serán impunes en sus actos delictivos. Y ahí estamos todos, yo incluido. Lamentablemente, la única que ha asumido su cuota de responsabilidad ha sido Marta.