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miércoles, 5 de enero de 2011

La solidaridad de los inmigrantes

Cuando alguien de mi entorno me comenta como puede la sociedad española ser xenófoba cuando durante más de un siglo ha sido un país de emigrantes, suelo responderle que precisamente son los descendientes de los que decidieron no emigrar los que rechazan la inmigración, ya que la mayoría de los y las españolas que se fueron desde los años setenta del siglo XIX nunca regresaron. En España se quedaron los más pudientes y los más pusilánimes, los que no tuvieron reaños de enfrentarse al dolor de la emigración.
Como hijo de la emigración y como descendiente de familias que durante más de un siglo se han desplazado por todo el país en búsqueda de oportunidades para sobrevivir, conozco eso dolor de no ser de aquí ni de allá, de tener tantos muertos enterrados en tantos lugares que al final te sientes de todas partes y de ninguna.
Ser inmigrante y emigrante (dolor en donde llegas, incomprensión de donde te fuiste) es un proceso complejo que a falta de referencias intentas solucionarlo como puedes. Los hay que en la segunda o tercera generación se vuelven más papistas que el papa y se convierten en ultra del país que los acogió (como los hijos de andaluces en el País Vasco convertidos en abertzale), los hay que intenta recuperar un origen falsificando su pasado y su presente (como las y los jóvenes andaluces en Cataluña que aprenden sevillanas aun cuando sus padres o sus abuelos eran de Almería donde nunca se bailó tal cosa o como los jóvenes musulmanes de Europa que abrazan un integrismo islámico que espanta a sus padres y abuelos). Aunque la mayoría lo resuelven intentando integrarse lo mejor posible en la sociedad que los acoge. Si los dejan, claro.
En la edición digital de EL MUNDO aparece hoy una noticia que debería alegrar a todos y todas las andaluzas: Andalucía supera a Estados Unidos en supervivencia de trasplantados renales. No en número, que por la falta de sanidad pública en la gran república norteamericana es muy inferior a la española, sino en calidad de los que se practican.
Pero lo que más me ha sorprendido ha sido el final de la noticia, que afirma: “En cuanto a los inmigrantes, que proceden de países donde se es más reacio a la donación que en España, el porcentaje de donación de órganos es idéntico al de la población andaluza, ya que en 2010 hubo 25 donantes inmigrantes.” A todos esos descerebrados, mutilados emocionales que argumentan que los inmigrantes vienen a abusar de nuestro sistema social y sanitario, y olvidan que la falta de recursos es producto de una mala gestión política y no por culpa de los usuarios, les leería este párrafo para recordarles que también nuestros familiares y amigos se han beneficiado de la inmigración con el regalo más importante que pueda recibir una familia: corazones, riñones y pulmones.