Mostrando entradas con la etiqueta Crisis. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crisis. Mostrar todas las entradas

miércoles, 5 de agosto de 2020

Tres puntualizaciones sobre la supuesta expatriación de Juan Carlos de Borbón.


Con natural regocijo ha sido celebrada por la izquierda, en la que me identifico, la huida del país del hasta hace poco jefe del Estado, acosado por las filtraciones periodísticas que dibujan un pasado mafioso.

Pero ante este cachondeo general me gustaría hacer tres puntualizaciones que creo importantes.

Primera puntualización.

No nos engañemos. Las noticias que vienen apareciendo en los últimos años sobre el ex jefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, tienen un origen muy claro: las cloacas del estado y la prensa de las derechas.

El ex comisario Villarejo y periódicos de ultraderecha y derecha han sido los que han contribuido para que estas informaciones sean de conocimiento público.

Por esto, desde la izquierda no debemos sentirnos nada satisfechos. Si la monarquía cae no será gracias a la pedagogía republicana sino a las miserias del propio régimen.

Segunda puntualización.

Si hoy escuchamos determinadas grabaciones, es porque la jefatura del Estado y el Gobierno de la Nación no han cedido a chantajes. Las grabaciones de Corina Larsen solo puede enmarcarse en el interés de una persona de tener buenas bazas en una futura negociación. Que hoy las escuchemos es prueba que esas bazas no sirvieron para conseguir su objetivo.

Por lo tanto, la audición de las cintas que tanto escandalizan, son la prueba de una de las pocas virtudes de la monarquía de 1975.

Tercera puntualización.

Hay un republicanismo social, emocional, que suele renovarse en estos momentos de crisis de la monarquía. Y eso está bien. Pero el republicanismo solo será útil para nuestro país si adquiere un carácter político, racional.

Construir la III República solo sobre emociones es el camino seguro para su fracaso político.

Coda.

Como republicano, pienso como Manuel Azaña que La República no puede surgir como un mal menor, originado en la podredumbre y corrupción de un régimen, sino como criatura de nuestra energía, fecunda y activa, segura de sí misma.

Si la III República llegara gracias a las grabaciones de Corina Larsen me llevará a exclamar, parafraseando a Ortega y Gasset, ¡No era esto, no era esto!


domingo, 21 de febrero de 2016

¿Una nueva política sin un pueblo nuevo?

 

Fue en los noventa, tras trabar amistad con C.S.G., cuando descubrí que desde siempre mis análisis habían sido sistémicos. Por eso, cuando reflexiono parto del hecho de que el cambio de una parte de un sistema afecta a todo el sistema, modificándolo, aun cuando a veces sus efectos no sean observables, medibles o cuantificables.

El inicio de la crisis económica que nos asola, fue el detonante de la voladura de una fantasía en la que la sociedad española venía instalada desde hace décadas. Eso la ha convertido en una crisis sistémica, global,  que ha sumido en el estupor y la desesperación a amplísimas capas de la población.

¿Qué sociedad hemos construido en estos años? ¿Con cuanta miseria hemos convividos mientras nos creíamos en una Arcadia feliz y venturosa? ¿Cuántos no pensaban hasta 2008, como los norteamericanos en los locos años 20, que en España no íbamos a necesitar paraguas nunca más porque íbamos a vivir eternamente bajo un sol radiante?

Y como no podía ser de otra forma, nuestra reacción ha sido la que culturalmente nos corresponde: culpabilizar a los demás de nuestros males.

Y ese es, a mi entender, el gran error actual de la sociedad española. Su confianza desmedida en la nueva política, como medicina a todos los males que nos afligen, es de una simplicidad que espanta, y que nos profetiza nuevos problemas a medio y largo plazo.

Y claro que es necesaria una nueva política, un cambio de los paradigmas sobre los que transitaba nuestro sistema político e institucional. Y esta necesidad de cambio es una oportunidad de ser ambiciosos y atrevidos, planteando alternativas que hasta el momento no nos hemos permitido ni soñar.

¿Pero qué mimbres tenemos para ese nuevo cesto que contenga la nueva política? Me temo que los mismos de siempre. La misma sociedad de siempre. Los mismos esquemas mentales de siempre. Los mismos hábitos españoles de siempre de echar la responsabilidad fuera de nosotros, esperando que sean los demás los que cambien porque, está claro, yo no tengo ninguna responsabilidad sobre lo que ocurre y por lo tanto no hay necesidad de cambiar nada.

En esta crisis que se nos está haciendo interminable, apenas he leído o escuchado (en tertulias, conversaciones informales, artículos, foros, redes sociales, etc.) a ciudadanos que hayan hecho un planteamiento que contenga un ejercicio de autocrítica, identificando su cuota de responsabilidad y comprometiéndose con medidas viables a cambiar de aquellos hábitos con los que colaboró (por acción o por omisión) a las dinámicas sociales y económicas que han dado lugar a esta crisis sistémica.

No sé, cosas del tipo: yo antes si me preguntaban si factura con IVA o sin IVA, casi siempre decía que sin IVA; a partir de ahora me negaré a pagar sin IVA. O por ejemplo: antes pensaba que la política era cosa de políticos, pero ahora voy a intentar informarme mejor para saber que es realmente lo que pasa e intentar que no me vuelvan a engañar. O: yo antes no desconfiaba cuando me ponían un papel por delante y firmaba sin leer, pero ahora me doy cuenta que era un error y pienso leer todo antes de firmar, e incluso consultar con otros si hay algo que no entiendo. E incluso: yo antes pensaba que la democracia era solo votar cada cuatro años, pero ahora he comprendido que no, y por eso voy a tomarme más en serio asistir a las reuniones de Comunidad de Propietarios y a las reuniones de las AMPAS de mis hijos.

Pero no. Confortados con la consoladora doctrina de la-culpa-la-tienen-los-demás defendida por todos, incluidos los más críticos con el actual sistema político, nadie parece asumir la necesidad de cambiar personalmente para contribuir al cambio.

No veo en los medio de comunicación, en el debate político o en los comentarios de mi entorno, nuevos mimbres, una reflexión colectiva que nos hagan mejores personas y con ello se pueda vislumbrar un nuevo pueblo, con mayores dosis de comportamiento crítico, autocrítico y ético.

Cierto que la sociedad española ha cambiado y ello obligará a cambiar a las instituciones, las administraciones, o incluso durante un tiempo descenderá la corrupción política. Pero será un cambio débil, nada vigoroso y sin un sesgo ético. Por ello, pasados unos años, volveremos a las andadas y nada de lo sufrido habrá servido lo suficiente. Y la sociedad española de 2025 se parecerá peligrosamente a la sociedad española de 2005.

Aunque siempre nos quedará el consuelo del refranero: el que nace lechón, muere cochino.

domingo, 17 de enero de 2016

¿Por qué razón no mata a su bebé y se lo come?

«GHVIP»: Laura, Carmen, El pequeño Nicolás y Julián son los primeros nominados

Querida lectora o lector, estoy seguro que si hiciera esta pregunta a un millón de personas obtendría una amplísima panoplia de respuestas que irían desde el silencio acompañado de una mirada llena de desprecio, hasta intentos de agresión, acompañados de los lógicos insultos y calificaciones de enfermedad mental por ocurrírseme una pregunta así.

Pero de lo que estoy seguro es que ni entre un millón de respuestas alguien se limitaría a responder: no lo hago porque lo prohíbe la ley.

Y es que en los seres humanos son más fuerte los límites que nos impone lo que nos parece repugnante que las normas que nos damos mediante leyes.

Por eso no deja de parecerme muy curioso qué en nuestra cultura peninsular, queremos resolver los problemas que nos acucian mediante el cambio de leyes, la gran mayoría de veces endureciéndolas, sin reparar en que, como nos recuerda nuestro rico acervo refranero, hecha la ley, hecha la trampa.

Siempre he considerado esta obsesión por cambiar las leyes, como una de las mayores hipocresías patrias, una forma de descargar nuestra responsabilidad y silenciar nuestra conciencia. Porque todos y todas sabemos que el cambio de la ley por sí, por necesaria y oportuna que sea, no es suficiente en la mayoría de los casos y, en no pocos, directamente irrelevante.

Esto podemos observarlo desde nuestra posición hacia la corrupción hasta las debilidades de nuestro sistema educativo, pasando por todas las realidades que confluyen en nuestra vida cotidiana.

Mientras cada uno de nosotros no sintamos la misma repugnancia al pensar en actuar de forma corrupta como nos sentiríamos al pensar que vamos a matar a nuestro bebé y comérnoslo; mientras que no sintamos la misma repugnancia hacia el padre o la madre infanticida antropófaga que hacia el corrupto; mientras ser corrupto tenga cierta tolerancia social, el cambio de leyes, con ser importantes, no dejarán de ser medidas cosméticas, claramente consoladoras pero poco efectivas.

Estos días tenemos la prueba en un programa de televisión, donde han reunido a algunos de los personajes que representan esa falta de ética y que son premiados socialmente, al convertirse en protagonista generosamente retribuidos de un show en prime time.

La cadena de televisión, que en sus noticiarios presenta una fachada de dura crítica hacia la corrupción en la política, y unos ciudadanos que encuesta tras encuesta declaran rechazar la corrupción para engancharse a continuación a dicho programa, son el ejemplo paradigmático de nuestra hipocresía.

Hasta que no cambiemos nosotros, todos los cambios legales son irrelevantes. Por muy consoladores que sean.

domingo, 10 de enero de 2016

Ni Concierto ni doble nacionalidad

La-dirección-de-la-CUP-acepta-que-ha-cometido-errores-y-tiene-que-pagar-por-ello.png (608×338)

Lo poco agrada y lo mucho espanta. Soy hombre refranero (maricón o mamporrero, dicen) y este es uno de mis preferidos, aprendido de labios de mi progenitora en mis dulces días tangerinos. Al principio interesa, luego uno aguarda educadamente a que termine, y al final, con cara de pocos amigos, espera que el dichoso energúmeno nos deje en paz.

Suele ocurrir con las gracietas de los niños, pero también con personas que nos enamoran por su gracejo, su cultura o su belleza. Permanecer imperturbable e inmutable en un papel produce aburrimiento primero y hartazgo al final. Y en ello andamos con la cuestión catalana.

No tengo duda que el debate sobre Catalunya es un debate trucado, muy al gusto de nuestro carácter mediterráneo de la impostura y el postureo. Tengo la convicción de que en el fondo nadie es consciente de la transcendencia del debate, de sus repercusiones a medio y largo plazo, y todos y todas lo reducen a un par de variables adscribiéndose a la que más coincide con sus prejuicios. Pero la realidad es tozuda, y lo complejo no se simplifica porque nosotros nos neguemos a tomarlo en consideración.

Pase lo que pase, se quede o se vaya, los y las ciudadanas de lo que hoy conocemos como Reino de España seguirán con sus vidas, descubriendo lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno. Como ocurrió cuando el sueño iberista de la corona castellana salió hecho pedazos en 1640, cuando Bolívar y San Martín independizaron los virreinatos americanos, o cuando los trust americanos decidieron que España no necesitaban para nada Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Pero de lo que estoy convencido es que la comedia catalana ya ha pasado de divertir a aburrir, y pronto pasará a causar hartazgo. La bufonada de ayer 9 de enero (ese pacto medievalista donde se dejan en prenda a representantes democráticos como cuando Francisco I envió a sus hijos a Carlos V como garantía de cumplimiento del Tratado de Madrid) muestra que la cultura democrática apenas es un barniz en nuestra piel de toro. Y lo que es peor, lleva al cansancio de todos, aquende y allende el Ebro.

Como español, no estoy en contra de una consulta o referéndum; como socialista no rechazo que un territorio por las buenas o por las malas se independice. Lo que sí rechazo de plano es que el Estado español ofrezca el Concierto a cambio de un par de décadas de sosiego independentista catalán, o la doble nacionalidad a una novísima República Catalana.

Esto ya ha pasado de castaño a oscuro, y el niño malcriado ya no hace maldita la gracia.

sábado, 22 de noviembre de 2014

El pequeño Nicolás

Si soy sincero, el affair del pequeño Nicolás, esa impostura mediática que responde al civil nombre de Francisco Nicolás Gómez Iglesias (dos nombres muy de familia franquistas, ¿nadie ha reparado?), lo he seguido con desgana. No es algo que me haya llamado especialmente la atención, más allá de las socorridas bromas que empedrean las conversaciones intranscendentes del café laboral de media mañana.

Pero de chusco y carpetovetónico escándalo, pasa a mayores cuando medios como El Mundo ofrecen entrevista al joven, como ha hecho hoy este periódico con la titulada Yo colaboraba con el CNI,Moncloa y Zarzuela, o la programada para esta noche y que emitirá el grupo  MEDIASET.

Algunos se pueden escandalizar por el hecho de que un pequeñajo pueda haber tenido contactos con los servicios de información y las más altas magistraturas de la Nación, lo que demostrarías, como afirma un forero de la noticia de EL MUNDO, que Al final va a ser que el gobierno no solo es el mas inepto de la democracia y presuntamente corrupto en extremo sino ademas de bobos solemnes. De estos del PP me lo creo.

No tengo claro que todo lo dicho por Fran Gómez, como al parecer quiere que le llamen, no corresponda exclusivamente a los delirios narcisista de un joven caradura, que ha conseguido mantenerse el tiempo suficiente en la ambigüedad que generan las relaciones humanas, y que permite que, por ejemplo, otros caraduras se incorporen a los festines propios de bodorrios y comuniones sin que nadie les pregunten de parte que quien van. Pero nada me sorprendería de que fuera cierta su utilización por parte de las cloacas del Estado.

Desde que leí en los 80, en la revista HISTORIA16, que el zar Alejandro II de todas las Rusias había volado por los aires gracias al explosivo entregado a los terroristas por parte de los servicios secretos zaristas, que con esta maniobra intentaban introducirse entre los mismos, o tras la lectura de la entrevista en EL PAIS en los noventas, donde Fernando Morán compartió con los lectores de ese diario que desde la embajada norteamericana le habían confirmado que los chistes sobre su persona era parte de una campaña de la CIA para socavar su autoridad frente a Felipe González, y que afortunadamente no había tenido la efectividad que si había obtenido en otros países sudamericanos, estoy convencido de que el dinero incontrolado de los servicios secretos riegan generosamente la idiotez de sus dirigentes y ejecutores.

Pero esto no me lleva a dudar del eficaz control que nuestros servicios secretos ejercen sobre los más triviales actos de nuestra vida diaria. Al contrario. Estoy convencido que las antenas del CNI llegan a los lugares más insospechados a través de los personajes menos sospechosos. Tengo la convicción de que el Centro Nacional de Inteligencia tiene fichados a personas con las que me codeo habitualmente, con las que tomo café o debaten conmigo en la UGT, en el PSOE o en cualquier otro espacio informal.

Personas que posiblemente ignoren incluso que trabajan para dicho organismo, pero que tiene un amigo en la policía que a cambio de pequeños favores (quitar una multa, facilitar un trámite, etc.) reciben cotilleos más o menos banales que terminan en los despachos más insospechados.

Esto me parece casi normal. El poder del Estado está obligado a preveer todas las acciones que pueden actuar contra él. El problema es que la propia estupidez de los dirigentes de los servicios secretos les llevan finalmente a ocuparse y preocuparse por las más absurdas de las cuestiones, mientras dejan, por ejemplo, que terroristas islámicos dinamiten nuestros trenes de cercanías.

Por eso no me extraña que algún lumbreras del amplio escalafón de las cloacas del Estado decidiera que Fran Gómez, nuestro pequeño Nicolás, un joven narcisista enfatuado, era susceptible de ser utilizado en algún oscuro proyecto que el propio chaval desconozca.

Como en el viejo relato de Agatha Cristie, El caso del empleado de la City, donde para pasar unos comprometidos papeles de Londres a París y que son buscado por los servicios secretos de un país de la Europa central (¿la Alemania nazi?), el sagaz Parker Pyne manda a la capital francesa a un aburrido oficinista convencido de que lleva unos papeles fundamentales para una noble rusa perseguida por los malditos bolcheviques. Los supuestos espías nazis no reparan en el gris oficinista paranoico que no deja de explicar a todo el mundo que estaba siendo vigilado por los malvados espías rusos que querían apoderarse de unos papeles fundamentales para una exótica y atractiva dama rusa.

Si alguien en la CIA cobró un pastón por difundir unos malos chistes sobre Morán, ¿qué tendría de extraño que alguien lo cobre ahora por leer a la prolífera escritora inglesa y aplicarlo en Fran, nuestro pequeño Nicolás?

sábado, 21 de junio de 2014

¡La comunidad de propietarios, estúpido!

La frase del candidato Clinton “the economy, stupid”, devenida después en “Es la economía, Estúpido”, hizo fortuna en las elecciones presidenciales de 1992 frente a George H. W. Bush.

Ahora que vivimos de sobresalto en sobresalto social, y no precisamente por el papelón de la Selección Nacional en el Mundial de Brasil 2014, es bueno reutilizarla. ¡Es la comunidad de propietarios, estúpido!

Sostengo que una comunidad de propietarios es una microsistema social perfecto para estudiar políticamente al ser humano, en este caso al español medio. Podemos observar que conviven en un espacio acotado, donde cada propietario adquiere la posición de sufragio activo y pasivo (es decir, puede votar y ser votado), donde los cargos de responsabilidad no son retribuidos y se eligen directamente, donde funciona la fórmula un propietario un voto, y donde el sostenimiento de lo común se basa por el contrario en proporción a la riqueza, es decir, a los metros de propiedad.

En una comunidad de propietarios de tamaño medio, la mayoría de ellas, los beneficios y los perjuicios de las decisiones tomadas sin directos, la posibilidad del asamblearismo es real, ya que no hay ninguna norma que lo impida, y donde es posible conocerse con cierta intimidad para elegir a los mejores gestores, si se quiere, o tomar todas las decisiones de forma colectiva.

Resumiendo, es un grupo políticamente pequeño, donde los diversos actores tienen la posibilidad de conocerse con cierta intimidad, donde los votos tienen el mismo valor y la acción política es directa, tanto en la toma de decisiones como en los beneficios o perjuicios de la misma. Además, el sostenimiento del interés común es proporcional a la riqueza y su pago o impago afecta directamente a todos los propietarios.

Se trataría por lo tanto de un sistema político ideal donde estudiar el comportamiento y su proyección hacia sistemas políticos más complejos, como una localidad, una comunidad autónoma o el conjunto del Estado.

Pues bien ¿hay alguien que conozca un comunidad de propietarios que no sea un nido de abstencionistas, intrigas, enfrentamientos y rivalidades? ¿Alguien conoce alguna comunidad donde nunca la presidencia ha quedado vacante y ha habido que o bien presionar a algunos de los propietarios para que se presentara como “voluntario” o incluso elegirlo por sorteo? ¿Alguien no conoce alguna comunidad de propietarios donde las cuotas comunales no sean objeto de perpetuo enfrentamiento, donde propietarios se niegan a asumir coste del ascensor porque viven en la planta baja o la primera planta –y yo no tengo que pagar lo que no uso-, donde propietarios discuten cualquier subida? ¿Alguien conoce alguna comunidad de propietarios donde no se den enfrentamientos entre propietarios por el ruido de los niños en los espacios comunes, del uso de los elementos comunes, o directamente por un quítame allá esas pajas? En fin, ¿nunca has escuchado que ”lo mejor de esta vivienda es que no depende de ninguna comunidad de propietarios”?

Pues si una comunidad de propietarios es el sistema ideal para el desarrollo de una república perfecta, sin amos ni señores, sin castas ni bipartidismo, sin corruptelas y mangoneos, y los españoles conseguimos hacer un espacio de enfrentamiento en vez de convivencia ¿esperamos que sistemas políticos muchos más complejos, donde se dilucidan fortísimos intereses contrapuestos, donde se manejan presupuestos ingentes, sean gobernados por esos mismos actores políticos con inteligencia, mesura, ética y pundonor sin otro trabajo que confiar en fórmulas milagrosas donde todo el esfuerzo se confía en el otro?

Como fantasía es consoladora, pero como proyecto político es aterrador. Y todo lo aterrador termina por cumplirse.

jueves, 19 de junio de 2014

Tres razones republicanas para rechazar un referéndum sobre la monarquía

Desde una posición firmemente republicana, defiendo que existen tres razones de peso para rechazar la propuesta extemporánea de convocar un referéndum para elegir el modelo de jefatura del Estado, entre república y monarquía.

La primera es de carácter ético. La república, como ya he afirmado en varias ocasiones, se inserta en el plano moral de no ser gobernados por nadie que no hayamos tenido la oportunidad de elegir. Al igual que era absurdo basar el debate de la abolición de la esclavitud en si vivía mejor un esclavo o un hombre libre, lo es plantear que una república nos proveerá de mayores bienes materiales, será un régimen menos corrupto, etc. Se es republicano por dignidad, pero no por interés.

Por ello, promover tal referéndum en estos momentos, aprovechando la angustia de la ciudadanía en una situación de emergencia social, disfrazando el alcance real del debate república/monarquía y bajo falsas promesas de un ubérrimo paraíso terrenal, me parece deleznable.

La segunda es de carácter político. La petición de un referéndum tiene mucho de oportunismo electoral. Su planteamiento en un momento social y económicamente convulso, y con la idea fija de algunas formaciones políticas de establecer dos bandos claramente diferenciados, entre el llamado bipartidismo y la izquierda auto titulada verdadera, ha puesto en marcha una dinámica social perversa que lleva a un callejón sin salida.

La no celebración de un referéndum refuerza la idea de que existe un interés en no permitir que el “pueblo” (ese que es convocado varias veces cada lustro y cuya tercera parte, cuando no más de la mitad, se queda en su casa) se manifieste públicamente. Pero si se celebrara mañana, supondría el desquiciamiento de este, y de cualquier, Estado Constitucional. Si arbitrariamente, es decir, sin un procedimiento reglado, se sometiera a referéndum un tema como este, ¿qué justificación tendríamos mañana para no convocar otro sobre la pena de muerte, por ejemplo? ¿El sólo hecho de que aquel tema me interesa y este otro no?

Y niego la mayor. Soy partidario de introducir constitucionalmente consultas directas mediante referéndum periódicos, pero sabiendo que éste sistema no significa medidas más justas, simplemente significa que son las que más apoyo obtiene de la ciudadanía. No hay que olvidar que gracias a la ausencia de referéndum, en Turquía las mujeres obtuvieron el derecho al voto en 1930, y que en cambio, gracias a los referéndum, las mujeres suizas tuvieron que esperar hasta 1971 para obtenerlo.

En caso que se celebrase y saliera a favor de la monarquía, como parece ser, ¿cuanto tendríamos que esperar para promover una república? ¿Un año, diez, treinta y nueve? ¿Un referéndum cada vez que se produzca una sucesión en el trono? ¿Nos veríamos impedidos a promover un verdadero proceso transformador a través de un cambio reglado de la Constitución?

Y en la remota hipótesis de que fuese favorable a la república, ¿cómo y quien afrontaría este desafío? Al romperse el procedimiento reglado en la Constitución para su modificación, también pactado por las fuerzas políticas y sociales en la transición, se crearía una situación ingobernable. Lo lógico sería la abdicación de Felipe VI, pero entonces le sucedería su hija, la princesa de Asturias, y al ser menor de edad no podría abdicar, y si lo hiciera, aún quedarían Sofía de Borbón, y las hermanas del rey y sus descendientes.

Cualquier otra opción será jurídicamente traumática: dar por derogada la Constitución de 1978, lo que obviamente dejaría, en teoría, suspensos todos los poderes del Estado,  pero que de facto supondría el poder absoluto para el ejecutivo, el gobierno de la Nación (en estos momentos del Partido Popular) el cual contaría, no lo dudemos, con el apoyo del ejército.

El referéndum es parte de una estrategia irresponsable de quienes se saben políticamente irrelevantes y confía en que la sensatez del que tiene opciones de gobierno no nos embarque en un proceso convulso, y que ello les permita seguir consiguiendo políticamente masa crítica.

La tercera es de carácter práctico. Si lo que se pretende es traer la república de forma democrática, hay que conseguir que una mayoría social suficiente se identifique con ella. Insertarla en un debate partidario nos aleja de ese ideal a pasos agigantados. Igual que en 1931 una mayoría social, que iba desde la derecha de Alejandro Lerroux y Niceto Alcalá Zamora hasta la izquierda marxista del PSOE, permitió una mayoría electoralmente suficiente, sólo una mayoría social que abarque desde el centro derecha y la izquierda hace posible la llegada democrática de la III República.

Estoy seguro que a algunas formaciones políticas les ha venido bien el planteamiento de un referéndum: han encontrado un punto no ideológico de unión que les permite no aclarar en demasía sus propuestas en materia económica o territoriales (en ocasiones irreconciliables), refuerzan la estrategia de las dos orillas y potencian las contradicciones del PSOE entre su alma republicana y su obsesión por ser un partido responsable.

Pero todo ello lo estarán consiguiendo sacrificando el alto, digno y meritorio espíritu republicano de millones de españoles asesinados y exiliados en el pasado.

jueves, 5 de junio de 2014

Socialismo, Monarquía y República. Mi visión como militante del PSOE.

Suelo explicar el pacto constitucional de 1978 como la renuncia de unos y otros a cuestiones importantes, e incluso claves, de los tres grandes grupos políticos que finalmente lo suscribieron. Para alcanzarlo, y una vez claro que todos defendían un modelo democrático de corte europeo, la izquierda debió aceptar la libertad de empresa, la propiedad privada, el derecho a la herencia y la monarquía. Por su parte, la derecha debió aceptar el derecho a huelga, la libertad sindical, la negociación colectiva y la financiación mediante una política fiscal progresiva, con impuestos directos incluidos, de un Estado de Bienestar, casi embrionario en los años 70.

Pero ese pacto, gravemente incumplido por la derecha y por la izquierda al PSOE, unos tratando por la vía de los hechos alterar el espíritu del pacto, otros rechazándolos como si con ellos no fuera la cosa, ha saltado por los aires de forma intencionada y controlada por una derecha neoliberal que consiguió para hacerlo una mayoría absolutísima en 2011.

La eliminación de la ultraactividad de los Convenios Colectivos, un hecho en que la mayoría de los y las ciudadanos no han reparado ni dado la suficiente importancia, ha destruido realmente la negociación colectiva, al convertirla en el paraguas tan solo de pequeños colectivos de trabajadores.

El encarcelamiento de ciudadanos por participar en piquetes informativos, ha sido la contribución combinada de la fiscalía y la derecha judicial a dicha dinamitación que en la práctica reduce fuertemente el derecho a huelga.

Por su parte, la libertad sindical está siendo socavada fuertemente por la derecha mediática y política, aprovechando los escándalos en los que se han visto involucradas algunas organizaciones sindicales de clase.

Y en relación al Estado del Bienestar, la política de ajuste y la bajada de impuesto ha sido la llave maestra para derribar sin pudor el Estado de Bienestar, aderezada con la Reforma Local, la modificación del Código Penal, las multas administrativas, etc.

Por ello, de aquel pacto constitucional sólo va quedando lo defendido por la derecha social-política en 1978: la propiedad privada, la libertad de empresa, la herencia, la monarquía y el Concordato.

De ahí mi convicción de que el PSOE debe sentirse emocionalmente liberado de cualquier compromiso adquirido, y debe volver a poner sobre la mesa sus demandas históricas, tanto las incluidas en nuestra Constitución como aquellas que quedaron fuera por mor del pacto.

Soy consciente que esto es muy complicado, no sólo intelectual sino también emocionalmente, para la dirigencia socialista que pilotó la transición. Sobre todo para compañeros como Felipe González, que demuestra conocer menos la sociedad española de hoy, de lo que demostró conocerla el compañero Rodolfo Llopis en 1970, durante el Congreso de Toulouse.

Por eso es necesaria una intensa regeneración en todos los niveles del Partido, además de un debate sosegado, pero sin líneas rojas, sobre cual debe ser nuestro posicionamiento. Y por supuesto no sobre la base exclusiva de referéndum sobre la monarquía.

Como ya he dicho con anterioridad, la República se inserta en el orden de lo moral, no de lo material: el principio de no ser gobernados por nadie a quien no hayamos tenido la oportunidad de elegir. Si renunciar a dicho principio moral fue útil alguna vez en el plano material (consolidar la democracia, asegurar derechos básicos, el Estado del Bienestar, etc.) hoy se ha convertido en parte de la estrategia para los que quieren arrebatarle a la sociedad todo lo conseguido.

Hay que ir hacia una reforma constitucional profunda, donde la monarquía será sin duda una de las cuestiones más emocionales en el plano moral, pero menos importantes en el plano material.

Lo que en definitiva algunos llaman un proceso constituyente, porque la sociedad española es tan fanática de los nombres como alérgica con las responsabilidades propias, que debe incluir, según mi opinión, la regla de diamante, defendida por la catedrática de derecho constitucional Rosario Valpuesta (que entre otras cosas supone que las conquistas que en el ámbito de los derechos sociales se han alcanzado no pueden ser derogadas o reformadas en términos que impliquen un retroceso, hasta el punto de que una ley que elimine, recorte o limite derechos sociales pueda ser declarada inconstitucional), la opción de la república presidencialista en contra de la tradición española de una república parlamentaria (esto es, si la elección del presidente es directa por parte del pueblo, o por las Cortes por delegación), la necesidad de dos cámaras, una el Congreso de los y las Diputadas y la otra un Consejo Económico y Social con competencias legislativas, la completa federalización de la Nación, la inclusión de cláusulas de incorporación o secesión a la federación española y la elección popular del Consejo General del Poder Judicial, entre otras muchas cuestiones.

Soy consciente que en el arrebato místico que sufren capas importantes de nuestra sociedad, cualquier llamada a la sensatez, la reflexión y la cordura está llamada a fracasar. Aún así, creo como Besteiro que socialismo es inteligencia, no misticismo, y por ello no renuncio a predicar, aunque sea en el desierto.

miércoles, 4 de junio de 2014

La República como tótem mágico

¿Es posible, desde un republicanismo pertinaz, imponer un poco de cordura al sarampión republicano que estos días sacude nuestra Nación?

En un torrente atropellado de argumentos, emociones e instintos, como los que estamos viendo actualmente, muchos ciudadanos han abrazado la causa republicana como si de un bote salvavidas se tratase.

Repúblicas las hay de todos los pelajes: totalitarias, teocráticas, hereditarias y democráticas. Repúblicas que han abrazado la causa neoliberal, también: desde las mediterráneas como Portugal, Italia y Grecia, hasta sudamericanas, como Chile, Brasil o Mexico, pasando por las norteamericanas, coreanas e indonesias.

Me temo que, una vez más, el ideal republicano está siendo secuestrado por un fervor místico, cual tótem mágico, y con cuyo sólo nombre la tierra se convertirá en el paraíso de la humanidad. Pero esto pasó no hace demasiado tiempo, unas cuantas décadas atrás, donde las palabras tótem eran democracia, libertad, amnistía y autonomía.

La República no se inserta en el orden de lo material, sino en el orden de lo moral. Una república no asegura unos bienes tangibles, como más empleo, mayor seguridad, menos desahucios, etc. sino que nos asegura la dignidad de no ser gobernados por nadie al que no hayamos tenido la oportunidad de elegir.

Posiblemente muchos, pero no todos, al pedir república estos días, consideran innecesario explicar que a lo que aspiran es a una tercera República continuista de la segunda. Pero aún así, no todo lo que trajo la II República fue bueno, además de no haber tenido tiempo de mostrar las miserias en las que derivan los sistemas políticos maduros. Habría que rescatar lo mejor de la República asesinada en 1936 y prevenirnos de lo peor que tuvo.

Pero movidos por la pulsión de la crisis, el hartazgo y la indignación, se pretende tomar el atajo del referendum para llegar a un puerto que nadie conoce, en unas condiciones imposibles de prever y con unas consecuencia que ya se advierten complejas, tanto si la opción republicana fuese derrotada como si fuese elegida por la gran mayoría de la Nación.

La República nos advertía en 1930, un año del advenimiento de la segunda, uno de sus padres, Manuel Azaña, no puede surgir como un mal menor, originado en la podredumbre y corrupción de un régimen, sino como criatura de nuestra energía, fecunda y activa, segura de sí misma.

Pero vemos como, lamentablemente, la admonición de Azaña vuelve a caer en saco roto ochenta años después.

martes, 20 de mayo de 2014

Abstención, divino tesoro

Recientemente, el presidente uruguayo José Múgica, respondía en una entrevista de televisión que la izquierda peca de infantil al confundir deseos con realidad. A dicha expresión, que comparto como al parecer comparten decena de miles de personas en nuestro país,  yo le añadiría alguna otra, como su actitud respecto a la abstención.

Cuando escucho o leo algunas opiniones a favor de la abstención desde posiciones de izquierda, que puede tener un sentido lógico dentro del campo del anarquismo, me recuerda a la actitud de ciertos niños que se niegan a comer pensando que con ello fastidian a sus padres, cuando el primer perjudicado es él mismo.

Pensar en la abstención como castigo y en la participación como premio a la clase política supone reconocer implícitamente que la cosa pública no es propiedad de la soberanía nacional sino de la dirigencia política, económica y social de la Nación. En esa posición, se establece un vínculo paradójico, donde la gestión pública es una mercadería más, como un kilo de naranjas, un pantalón o una casa, en la que el ciudadano renuncia a tal condición para transformarse en cliente.

Denunciando el clientelismo, el ciudadano paradójicamente acepta voluntariamente convertirse en un consumidor político, premiando con la compra del producto, esto es, votando, o castigando no adquiriéndolo, es decir, absteniéndose.

Desde que los seres humanos empezaron a interactuar en comunidades políticas se establecieron jerarquías que gobernaban lo comunitario. Pero después de decenas de miles de años, en los últimos cien, doscientos años, hemos sido capaces de obligar al poder a compartirlo, pasando de súbditos a ciudadanos.

En España, tras la irrupción del liberalismo, la lucha por el voto universal ha sido lenta y conflictiva: primero se consiguió el voto censitario, que sólo permitía votar a quienes detentaban propiedades y rentas; luego el voto masculino; y finalmente el voto femenino. Al poder siempre le ha interesado que el ejercicio del voto estuviera limitado, condicionado. Pero finalmente tuvieron que ceder ante el empuje de los procesos democratizadores impulsados desde la izquierda.

No deja de ser una infantilidad pensar que el poder se estremece y convulsiona con una baja participación. Al contrario, el poder se refuerza y consolida si el voto lo ejerce una pequeña fracción de la ciudadanía, previsible y conservadora de sus derechos de clase, ya sea del capital, ya sea de trabajadores con estabilidad e ingresos suficientes. A los únicos que conmociona la baja participación son las y los políticos que no consideran lo público como un patrimonio personal, que creen necesario que la gestión esté lo más compartida posible.

Porque la abstención no es un castigo a la dirigencia de una nación, es el castigo que se auto inflige la ciudadanía, renunciando a uno de los papeles más importantes que en la actualidad disponen las sociedades para impedir al poder la inevitable deriva totalitaria.

En un debate en twitter, alguien recordaba que en una pedanía de León gobierna el PP con una abstención del 97%, con sólo dos voto de los cinco emitidos, dos en blanco y uno nulo. ¿Y alguien se ha conmocionado por dicho hecho? ¿Qué problema supondría que en las elecciones municipales, autonómicas o generales, sólo participara un 10% ó 20% de votantes? Pues realmente no pasaría nada. Durante algún tiempo se hablaría, se especularía sobre el tema. Pero el gobierno elegido con dicha participación tendría toda la fuerza que la Constitución Española otorga al vencedor de unas elecciones.

Y si hay algún desgaste no será del poder, sino de la institución democrática, que inservible será objeto de desguace por lo poderes totalitarios del mercado y  la religión.
      
De ahí mi concepción del abstencionismo no anarquista como un niño mal criado que, enrabietado, no quiere comer y piensa que está fastidiando a sus padres, que observan consternados. Por al menos, ese niño crecerá y comprenderá que su comportamiento era absurdo. El abstencionista no sólo no se da cuenta sino que lo considera una muestra de inteligencia. Lamentablemente.

lunes, 18 de febrero de 2013

Vamos a terminar muy mal. Respuesta a Pablo Iglesias.


Estimado tocayo,
      
Esto de dedicarme a lo político-social desde la base desde hace más de veinticinco años me ha permitido ver de cerca la evolución de los movimientos a la izquierda del PSOE. Por eso, cuando saltó el 15-M se me llenó las fosas nasales de la misma naftalina que ya había olido hacía veinte años antes durante mis primeros pasos juventosindicales.
          
Creo que ya he dejado escrito (me da pereza buscar entre mis antiguos post) que el PSOE siempre ha sido un oso al que es muy difícil abrazar sin que te mate. En Andalucía, ese terror llevó a la Izquierda Unida de Luis Carlos Rejón a pactar la pinza con Javier Arenas (que nadie me lo niegue porque el dirigente de IU lo reconoció a menos de 80 cm de mí). El PA optó por el abrazo, pero el resultado no fue mucho mejor. Aquellas experiencias terminaron como terminaron: tener como contrincante electoral al PSOE es tan peligroso como pactar con él.
           
Por ello comprendo ese empeño de cierta izquierda en auto intitularse verdadera, intentando desalojar al PSOE por todos los medios, a fuerza de culazos, del frondoso campo de la izquierda. Como ya he dejado igualmente escrito en este blog los errores que a mi entender ha cometido la dirigencia del PSOE y sus bases, así como las posibles salidas que yo percibo, me ahorraré el recurso dialéctico de intentar demostrar mi desapego al coche oficial y a la tarjeta VISA gubernamental, artículos de lujo que por otra parte en mi vida he tenido ni siquiera cuando ocupé un discreto puesto institucional, que por no tener no tenía ni sueldo ni dietas. Pero lo cierto y verdad es que más allá de las siglas y las dirigencias, existe un socialismo sociológico que tenazmente se aferra al partido de Pablo Iglesias, que aún cuando discrepen de la actual dirigencia (y de las anteriores) sigue viviendo como una agresión los ataques de esa otra izquierda que pretende ser la única verdadera.
              
La crisis ha sacado a la luz toda esta ponzoña moral, y ha dado nuevos bríos a todo ese rencor alimentado durante décadas, pero esta vez con el inestimable concurso de una dirigencia del PSOE errática, colapsada, anquilosada y desquiciada por tantos años de gobierno partidario. Gracias a tiros y troyanos, ese odio (sí, se trata de odio por muy racionalizado que esté) hacia las venerables siglas que fundaran los y las socialistas españolas hace casi siglo y medio, alimentada con el intelecto y la sangre de decenas de miles de las mejores personas que ha dado España desde finales del siglo XIX.
           
Algunos aprendices de demiurgo, conscientes o inconscientemente, se han visto aupados a lo alto de la cresta de esa ola anti-PSOE, en un proceso retroalimentador que acelera aún más ese odio yo diría casi atávico, en el que lamento tener que incluirte, estimado Pablo.
         
En estas, Beatriz Talegón pronunció unas palabras ante una reunión de la Internacional Socialista que provocó un pequeño maremoto patrio. Para una parte de la izquierda española, supuso un aire fresco, un desafío a las estructuras del socialismo institucionalizado, y la prueba de que en el seno del PSOE se podían cambiar las cosas.
          
Pero desde otra izquierda, se ha visto este mensaje de Talegón como una amenaza para el discurso penosamente construido de deslegitimización del PSOE, y rápidamente se orquestó en las redes sociales una teoría conspirativa, foto con beso incluida.
           
Ayer publicaste un post en tu blog de publico.es Otra vuelta de tuerka, titulado Beatriz Talegón y el efecto boomerang tan brillante como otros muchos que te he leído, aunque esta vez me gustó más por coincidir con mis propios pensamientos. ¡Qué quieres que te diga! Incluso yo soy humano.
        
Pero como no suelo quedarme en los textos de las plumas a las que sigo sino que no dejo de leer los comentarios que sus post y artículos generan, he visto que de forma mayoritariamente te tachan de iluso, patético y ¡hasta de revisionista!. Y no creas que me alegro (imagino que a ti personalmente te dará igual mis sentimientos) pero creo que puede servir de paradigma de mi posición.
          
Entre todos hemos activado un monstruo en la izquierda que devora lo que se opone a él (cuyos zarpazos hoy te han rozado), y me temo que, por aquello del karma, generará en el campo de la izquierda otro monstruo de igual intensidad pero en sentido contrario.
      
Viendo las imágenes con el abucheo de Beatriz Talegón, leyéndote y viendo los comentarios de tus seguidores al referido post, no he podido dejar de recordar las palabras de Julián Besteiro en 1933, que casi podemos calificar de testamento político.
        
Besteiro, que se enfrentaba a una situación que tenía algunos puntos en común con la actual, decía: Hay en el origen de todas las actitudes de rebeldía, cuanto más meditadas y profundas, mejor, un sentimiento de repugnancia hacia las injusticias y desigualdades, y una aspiración a que éstas sean suprimidas y reparadas; pero mientras el Socialismo no es más que eso, es estéril y muchas veces absolutamente contraproducente.
           
Por eso yo, añadía el venerable profesor, cuando aparece en nuestras filas, o fuera de ellas, un hombre que habla de Socialismo con un énfasis místico, como si a cada una de sus palabras le precediese el brillo de las zarzas que ardían en el Sinaí, e invoca en cada momento los estados íntimos de la conciencia moral y los refinamientos de la sensibilidad, yo desconfío; desconfío porque para ser socialista eso no vale, eso queda oculto como un sentimiento interno e inicial de las actuaciones.
         
Y aclaraba: Por entusiasmo místico y sentimental se puede llegar a una posición de superioridad protectora, adoptando la actitud de derramar los beneficios de la sabiduría y de la bondad sobre las masas, cuando éstas son los que tienen que emanciparse por sí mismas, según las palabras de MARX. O se puede, en un impulso de sentimentalidad, adoptar actitudes que tienen una apariencia radical; pero que en el fondo no valen absolutamente para nada. Y tenemos que convencernos, compañeros, que aunque el marxismo, el Socialismo científico, el Socialismo que verdaderamente está cada vez más en el fondo del espíritu de la masa proletaria, aunque ese Socialismo tenga un origen en sentimientos de justicia, en deseos de mejorar, en afectos, en estímulos morales, si queréis, el Socialismo es ante todo inteligencia, es comprensión.
             
En estos momentos creo que hay miles, decenas de miles de febriles izquierdosos con el brillo de las zarzas ardientes en sus ojos. Me temo que por el camino emprendido, el victorioso sea de nuevo el sistema neoliberal que aprovechará el empeño de la izquierda de repartir carnés de autenticidad para cambiar todo sin que cambie nada. La historia de Julián Besteiro la conocemos: después de quedar relegado en el PSOE murió en prisión por querer compartir su destino con el de sus conciudadanos de Madrid.
             
Visto lo visto, no creo que nosotros terminemos mejor.

domingo, 17 de febrero de 2013

Santa Intransigencia



Hoy es uno de esos días en que a uno le gustaría buscar una piedra llorosa como el alcalde de Sevilla García de Vinuessa y llorar amargamente. O entonar el grito de Ortega y Gasset no es eso, no es eso.

Y no sólo por los abucheos de algunos en la manifestación de anoche en Madrid contra los desahucios contra algunos dirigentes del PSOE, que siempre los encuadro, venga de donde vengan, como una forma más de libertad de expresión, sino también por los comentarios que sobre tal hecho voy leyendo en la prensa digital por algunos lectores.

Sobre manifestaciones, pocas personas en España pueden darme lecciones: desde las manifestaciones estudiantiles de 1987, hasta ayer contra el cierre de la factoría de Cargill en San Jerónimo, he participado en centenares de ellas, contra todos los gobiernos de la Nación (Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy), por la paz, contra la guerra, contra los abusos empresariales, contra los desahucios, contra las violaciones, contra la discriminación hacia las mujeres, por los derechos de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, por el empleo de los trabajadores del campo, etc.

Y nunca me he considerado con autoridad moral para decidir quien debía estar en ella y quien no. Posiblemente, algunos de los que ahora andan indignados por el mundo, hasta que la crisis no les tocó eran los que miraban desde la acera con desprecio a los que andábamos por la calzada. Y ahora esos mismos se creen con derecho a convertirse en jueces y verdugos, repartiendo urbi et orbi carné de manifestante.

Porque en el fondo, esos mismos que van de izquierdosos han interiorizado la santa intransigencia católica, rechazan la razón y aplauden la simplificación más radical. Para mí, en estos momentos, esos que descuartizan al PSOE en su conjunto no tienen más autoridad moral que Millán Astray y su viva la muerte, abajo la inteligencia. Dios los cría y la sangre española los une.

miércoles, 30 de enero de 2013

La ideología de los números



La profunda investigación del neoliberalismo a partir de los años cincuenta para recuperar el discurso ideológico concluyó en la necesidad de ocultarlo tras la frialdad de los números.
       
Se trataba sin duda de un aprendizaje del marxismo, que superó la antigua escolástica centrando el análisis histórico en las razones económicas inherentes a la lucha de clases. De este modo, el neoliberalismo, de forma camaleónica, consiguió ocultar sus intenciones depredadoras bajo un aparentemente aséptico lenguaje de raíz marxista: el que permitía la frialdad de los números.
       
Así, y como la gota malaya, han taladrado todas nuestras conciencias hasta conseguir que el conjunto de la sociedad analice y justifique cualquier política bajo el signo económico de la rentabilidad y la sostenibilidad. Además de inmoral, este mecanismo dialéctico oculta un hecho evidente: que los datos económicos son aún más manipulables que los principios morales y éticos.
       
Pero pongamos un ejemplo. Si usted tiene dos hijos, y uno es más inteligente que otro, de acuerdo con la dialéctica neoliberal, su comportamiento lógico es centrar todos los recursos económicos y emocionales en el más inteligente, ya que es el que más rentabilidad tendrá en el futuro. Es decir, cualquier inversión en su hijo menos inteligente será considerada en despilfarro insostenible.
   
Cualquier padre o madre descubre rápidamente lo absurdo de este planteamiento, y con toda la razón invertirá más en el niño menos inteligente para asegurarle un futuro similar al del hijo más inteligente: le pondrá más profesores de apoyo, contratará a psicólogos, pedagogos, etc. para reforzar sus capacidades y le dedicará más tiempo y apoyo emocional.
     
El neoliberalismo intenta por todos los medios ocultar su radical darwinismo social cuyo fin último es su política genocida. De vez en cuando podemos atisbarlo en declaraciones como las del ministro japonés que animaba a los ancianos a morirse antes para ser una carga menor al sistema económico.
         
Por eso desde la izquierda, después del formidable avance que supuso el marxismo, no debemos caer en el error en aceptar la dialéctica neoliberal economicista. Más allá de los números, de las cuentas, de las proyecciones económicas, estamos las personas. Mucho o poco, grande o pequeño, nuestro mundo es un patrimonio compartido por sus habitantes. Todo lo que existe en él, debe repartirse de la forma más justa y equitativamente posible.
     
El premio al esfuerzo y a la constancia, la prima al trabajo y la dedicación debe existir, pero nunca de tal forma que el que más tenga supere en varios millones de veces al que menos tiene, ni el que más gane  multiplique por casi 8.000 las veces de lo que gana el que menos, como es la diferencia entre lo que gana Emilio Botín y el Salario Mínimo Interprofesional de España.
        
Y desde luego, ninguna razón económica, presupuestaria o fiscal justifica moralmente que a un individuo o a una población se le apliquen medidas de ajuste que lesionen sus derechos más básicos a la integridad física y a su salud, por cualquier razón de nacionalidad, raza, vecindad o rentabilidad. Y si no hay, se saca de donde haya. Como haría un padre con su hijo, incluso al menos inteligente.

martes, 22 de enero de 2013

Bárcenas: la última frontera de la corrupción

Si fuera una persona confiada, ahora estará en estado de shock tras leer en los últimos cinco días las sospechas, más que fundadas, de que la dirigencia nacional del Partido Popular habría estado cobrando en los últimos veinte años sobresueldos en negro de origen ilegal.

Pero como no lo soy, como no me considero una persona confiada (por más que mi maestro Séneca recomendara que es preferible ser engañado a desconfiar), la noticia ha venido a confirmar lo que sospechaba desde hace tiempo: que la podredumbre moral del franquismo ha permanecido intacta en sus herederos intelectuales, políticos y sociales.

Aunque aún puedan no percibirse, las diferencias entre los casos de corrupción política y económica de los que hemos tenido noticias desde 1975 y la sombra del Caso Bárcenas, son enormes, abismales, cósmicas. Hasta el día de hoy, los casos de corrupción conocidos eran de dos tipos: aquellos organizados por una trama de políticos y conseguidotes para alcanzar beneficios ilícitos, y aquellas organizadas desde las dirigencias económicas de Partidos Políticos para financiar ilegalmente a sus organizaciones y que terminaban llenando los bolsillos de algunos. Ambos tipo de tramas son igualmente repugnantes, pero generalmente se circunscribían a grupos más o menos pequeños de individuos que utilizaban sus contactos y responsabilidades para corromper y corromperse.

Pero el Caso Bárcenas nos sugiere algo completamente desconocido en España, aunque muy conocido en otras latitudes y países de la Unión Europea. De ser ciertas las denuncias de EL MUNDO, y las declaraciones de algunos miembros de las antiguas dirigencias del Partido Popular, se trataría de todo un sistema montado entorno a un partido político, en el que el conjunto de las direcciones políticas a lo largo de décadas habrían conocido, participado y lucrado con unos ingresos de procedencia ilícita que haría necesaria la complicidad de todos ellos para mantenerlo.

Si los responsables menores de las Comisiones Ejecutivas Nacionales del PP desde Manuel Fraga hasta Mariano Rajoy, pasando por Antonio Hernández-Mancha y José María Aznar, habrían recibido sobres con dinero negro por varios miles de euros mensuales durante años; si el administrador de esos fondos monetarios de procedencia ilícita ha acumulado decenas de millones de euros; si el Partido Popular habría conseguido mantener oculto durante décadas tal sistema; di aceptamos que cualquier tipo de comisión de este tipo no sobrepasa el 3%, el 5% todo lo más, podemos deducir que los ingresos ilícitos que habrían nutrido dichos fondos no habrían bajado de centenares de millones de euros desde los años 80 (posiblemente más cerca de los mil millones de euros que de los 500 millones de euros) a partir de un negocio de entre 10.000 y 20.000 millones de euros. ¡Una cantidad colosal de la economía nacional!
    
Pero no es sólo la enorme cuantía que podríamos deducir habría manejado la trama nacional del PP, sino que además debía ser de público conocimiento entre la directiva que cobraba dichos sobres, desde su presidente (Fraga, Hernández-Mancha, Aznar, Rajoy) hasta el más discreto de los secretarios ejecutivos. Es decir, que a tenor de las denuncias públicas conocidas la dirección nacional del PP sería el Consejo de Administración de un ente mafioso llamado Partido Popular.

Para la estabilidad de un reparto de beneficios de tal envergadura por parte del  hipotético PPSAM, (Partido Popular, Sociedad Anónima Mafiosa) tendría que haber un plan de ingresos que involucraría al conjunto de la organización, desde el municipio más pequeño a la Administración del Estado: comisiones en concursos públicos, por recalificaciones, en créditos a la exportación, venta de armamentos, donaciones nacionales e internacionales, etc.

Es decir, una maquinaria perfectamente engrasada que requeriría el concurso de una ingente cantidad de altos responsables, dirigentes intermedios, funcionarios públicos, altos dirigentes empresariales, alcaldes, concejales, etc. realmente escandalosa. Un sistema tal no puede nacer de la nada, sino que tendría que utilizar los elementos propios de la corrupción franquista, que tras los el sesteo de los primeros años de la Transición, se activaría para servir a la nueva derecha española. A la luz de estos hechos, el famoso Caso Naseiro, desactivado por tecnicismos legales, adquiriría una nueva dimensión.

Un medio de la derecha, EL MUNDO, nos informa que la dirección nacional del PP cobraba sobresueldos con dinero presumiblemente de origen ilícito. ¿Alguien en su sano juicio piensa que las Ejecutivas regionales y provinciales no habrían replicado tal modelo, persistente en el tiempo, a su escala y recursos? De ser así, el monto total sumaría varios miles de millones de euros, posiblemente para alcanzar una cifra cercana al billón de pesetas.

De ser ciertas mis sospechas, sí habría llegado la hora de la refundación de España.

jueves, 3 de enero de 2013

Eminentemente corruptos

En mis conversaciones sobre la actualidad con amigos y familiares no dejo de percibir, en el fondo del debate, el estupor de descubrir que casi todo lo que creían de España, los españoles y la sociedad que estábamos construyendo se basaba sobre convicciones falsas, al punto que hay conservaciones que terminan con mentira, todo es mentira.
            
Esta crisis, además de nuestros trabajos y nuestros ahorros, se está llevando por delante nuestra certeza sobre lo que somos, sobre lo que era España y sobre todo lo que hemos construido desde la muerte del ex general felón Francisco Franco (en su día expulsado de la carrera militar por el Tribunal Supremo).  Esta zozobra puede ser, a la postre, beneficiosa para España como Nación y para los y las españolas como sociedad, siempre que no nos dejemos paralizar por ella y consigamos extraer algunas enseñanzas.

En reiterada ocasiones, he afirmado que la permisividad social para ciertos avances sociales en la muy católica España de la cruzada (aborto, inseminación, matrimonio igualitario, etc.) respondía no tanto a una aprobación sobre los mismos como por un laissez faire, laissez passer cuyo origen atribuyo a la dictadura franquista. No en balde se cuenta la anécdota (no sé si real o no) de aquel consejo de Franco el genocida, quien a un aspirante a político le recomendó: haga usted como yo, no se meta en política.

El franquismo, como toda dictadura (de izquierdas o de derechas), era esencialmente corrupto. No puede serlo de otra forma un sistema que asesinó y expolió impunemente durante la guerra y la posguerra, tomando el país como un enorme botín. Corrupción que continuó desde el robo de niños hasta el mantenimiento de fosas comunes en las cunetas de miles de carreteras y la imposibilidad de inscribir a los asesinados de 1936 a 1939 por los golpistas ya que los jueces aplicaron  a rajatabla la ley del Registro Civil que exige dos testigos para ello, lo que suponía el absurdo de que fuera dos de los asesinos los que declararan que habían muerto en sus manos.

La Transición, que supuso un esfuerzo para superar una España dividida, llevó, equivocadamente, a no buscar respuestas a muchas preguntas, a no meneallo. Al no extirpar la esencia corrupta de la dictadura, ésta fue  extendiendo su podredumbre moral a las nuevas administraciones, a las empresas, a las organizaciones políticas, sociales, sindicales, a la universidad, etc., contaminando todo lo que se iba construyendo.

Pero sería un error pensar que debemos tirar por la borda lo que tanto esfuerzo ha costado construir en estos treinta y cinco años.  Lo que hay que hacer, a mi entender, es impulsar las Comisiones de la Verdad, no sólo por los crímenes de la guerra del 36/39, sino también en otros campos como la psiquiatría (con el inefable López Ibor y sus lobotomizaciones), la sanidad (con el robo de niños y las esterilizaciones forzadas), los expedientes de incautación de los represaliados, el saqueo económico del franquismo, etc.

Una vez sajada la purulenta herida y extraída toda la pus,  podremos cerrar el medio siglo más siniestro de la historia de España, y afrontar el futuro libre de tan pesada carga. 

martes, 30 de octubre de 2012

Los felices años 20, versión española

En mis textos de EGB, al hablar de la crisis del 29, nos recordaban el estado de euforia de la sociedad norteamericana en los locos años veinte, aquella década en la que los norteamericanos no pensaba utilizar paraguas porque iban a vivir bajo un perpetuo y reluciente sol. Muchas veces, durante los primeros años del siglo XXI, recordaba, y compartía con amigos, aquella efervescencia social y la comparaba con la que observaba a mí alrededor.
      
Era la época en la que buscaba un piso para comprar y leía como por uno de 100 metros cuadrados en el palacio rehabilitado de calle Águilas, en Sevilla, pedían un millón de euros, u otro en el edificio rehabilitado de “7 puertas” de calle Puente y Pellón, subía a la friolera de 600.000 euros, por menos de 100 metros cuadrados. También era la época en la que observaba como a mí alrededor se rehipotecaban las viviendas para cambiar coches, financiar viajes, etc.
   
Cuando veía sobreendeudarse a muchas personas de mí alrededor, pensaba entonces, y me reafirmo ahora, que si se hacía para adquirir bienes y servicios útiles, podía darse por bien empleado. Es decir, si se endeudaba para dar formación a los hijos, o adquirir nuevas experiencias en el extranjero o comprar bienes tecnológicos, por ejemplo, realmente era una inversión y no un gasto, sin dejar de ser conscientes que los excesos de hoy hay que pagarlo mañana. En cambio, endeudarse para ir a la feria por todo lo grande, celebrar la primera comunión de la niña como si fuese una boda, o competir con el cuñado para ver quien adquiría el vehículo más grande y lujoso, era una solemne imbecilidad.
   
A pesar de lo que en este momento podemos pensar, durante estos diez años España se ha dotado de un altísimo nivel de infraestructura, centros de investigación de primer orden, introducido plenamente las nuevas tecnologías, se ha abierto al mundo, pero sobre todo la sociedad española se ha resintonizado con Europa (viajes particulares, becas Erasmus, intercambios, uso intensivo de las nuevas tecnologías, etc.) de un modo impensable hace cuarenta años. Todo eso forma un capital intangible que movilizado puede hacer impulsar de nuevo a nuestras sociedades.
   
Soy consciente que el impacto emocional de la crisis actual impide ver la salida al túnel. Pero de igual manera que tras el abismo de la crisis del 29, Estados Unidos salió fortalecido (aunque fuese mediante una guerra mundial), si sabemos aprovechar todo ese caudal de experiencia, formación, infraestructura y cultura, podemos no sólo salir de la actual crisis sino además salir fortalecidos.

domingo, 21 de octubre de 2012

El fracaso del “contrato social” neoliberal.

La praxis neoliberal, que aceptó el PSOE desde los años ochenta, propugnaba un nuevo contrato social. Por una parte, Estado y sociedad debían limitar el endeudamiento público, eliminar el incremento salarial por encima de la inflación para mantener la competitividad, y crear marcos regulatorios laxos y órganos de control independientes del poder político estatal. A cambio, los mercados asegurarían lo que se llamaba el “círculo virtuoso”: baja inflación, alto crecimiento económico, creación de empleo. Lo que todo ello nos llevaría al bienestar generalizado para nuestras sociedades.
    
En España, el Estado, gobernado por el PSOE, y su sociedad, mediatizada por sus organizaciones sociales y sindicales, cumplió su parte del contrato. A lo largo de dos décadas, el Estado redujo su deuda pública a los niveles más bajos de la Unión Europea, los salarios apenas ganaron unas décimas de capacidad de compra, y se relajó el marco regulatorio a la vez que entidades como el Banco de España, alcanzaron un nivel de independencia del poder estatal suficiente para las teorías liberales.
 
En cambio, los mercados y sus representantes políticos, el PP, incumplieron manifiestamente su parte del contrato. Ni los entes regulatorios independientes del poder estatal, como el Banco de España, cumplieron el mandato de “controlar” a las fuerzas del mercado incluido el Estado, ni los mercados asignaron racionalmente los recursos, inflando la burbuja inmobiliaria, ni los gobierno pro-neoliberales en las Comunidades Autónomas redujeron su deuda, bien al contrario la aumentaron exponencialmente, al punto de ser en la actualidad las administraciones públicas gobernadas por los socialistas de 1996 a 2011 las que mantienen las tasas de endeudamiento más bajas (como Andalucía y Sevilla) y las gobernadas por el PP las más altas (Valencia, Comunidad de Madrid, ciudad de Madrid, etc.), además de utilizar sus cajas de ahorros para inflar la burbuja inmobiliaria (no en balde las cajas peor gestionadas han resultado las dependiente de Comunidades gobernadas desde los 90 por el PP y las de la Iglesia Católica).
  
El contrato social pergeñado por el neoliberalismo se ha traducido en un fraude total. Aunque ahora intentar culpabilizar a quien lo cumplió, como el Estado. Porque en la teoría neoliberal, la burbuja inmobiliaria debía haber sido controlada por los entes regulatorios independientes (en España, el banco central) y los mercados, que se suponen asignan de forma eficiente los recursos. Pero se argumenta ahora que debería ser el Estado (fiel cumplidor de su parte del pacto) el que debía haber controlado a los mercados y al Banco de España, para lo cual carecía de competencia debido a su independencia promovida por el propio neoliberalismo, y limitado un Estado de Bienestar que dictaminan insostenible.
  
El fracaso del comunismo soviético fue su incapacidad para cumplir su “contrato social” de ofrecer niveles de bienestar (empleo, salud, educación, servicios sociales, etc.) suficiente a las poblaciones de los territorios en los que operaba, cosa que sí hacía el capitalismo democrático con el “contrato social” del estado del bienestar, allí donde gobernaba.
  
Veinte años después, desde las filas del neoliberalismo nos afirman que el estado del bienestar del capitalismo democrático es inviable por insostenible, lo que al igual que el comunismo soviético determina su fracaso. Es decir, ni el comunismo soviético ni el capitalismo democrático es capaz de ofrecer niveles de bienestar suficiente a sus poblaciones. Pero al contrario que en el caso del comunismo soviético, el neoliberalismo nos prescribe resignación.
  
No. Ante dos modelos fracasados hay que propugnar un modelo alternativo de contrato social que pueda asegurar dichos niveles suficientes de bienestar a sus poblaciones.
  
Y por ello, podría haber llegado la hora del socialismo democrático autogestionario.