viernes, 27 de diciembre de 2019

¿Y por qué no apagamos esa farola?



En mayo de este año 2019, Diario de Sevilla, publicaba una noticia con el siguiente titular: “Sevilla es la tercera ciudad española con mayor potencia en iluminación[1] En este artículo se señalaba que “la capital andaluza sigue presentando déficits importantes en el ahorro energético. Así lo demuestra el ranking de la contaminación lumínica en España, publicado por el repositorio científico europeo Zenodo”.  Asimismo, el autor del artículo señalaba:

A ello ha de sumarse la bajada de la potencia, asignatura pendiente en Sevilla. "Estos dos factores cuando se cambian, por regla general, crean una sensación de inseguridad en lugares que antes han estado demasiado iluminados, de ahí que los gobiernos locales sean reacios a modificarlos", añade el investigador, quien abunda en que "para andar por las calles sólo hace falta que esté alumbrado el suelo". 

A finales de este mismo año, el diario digital publico.es, publica un artículo en el que afirma que “el gasto por habitante se sitúa en 114 kilovatios por año, casi el triple que Alemania (48-43) y muy por encima de Francia (90-77), según datos facilitados por el profesor Juan Manuel Blanco en una ponencia dictada en los cursos de verano de la Universidad de la Rioja en 2018[2].

Es decir, que las ciudades españolas en general, y Sevilla entre las capitales en particular, están excesivamente iluminadas, con el consiguiente gasto económico, que además provoca una enorme huella de carbono así como contaminación lumínica.

Una de las soluciones sería reducir el número de farolas que iluminan nuestras calles, un tercio aproximadamente para parecernos a Alemania.

Pero, como recogía Diario de Sevilla, sin duda se produciría una sensación de inseguridad, que  provocaría un levantamiento popular contra dicha reducción, a la que se le acusaría todos y cada unos de los delitos y accidentes que se produjeran en la ciudad.

Por ello, los políticos, gobernantes de lo público en nombre del pueblo, hacen por lo tanto bien en no tomar medidas para reducir el número de farolas.

Posiblemente, en poco tiempo, la opinión pública irá cambiando de opinión, y creo sinceramente que dentro de no muchos años, el rechazo a la reducción de farolas se transformará en exigencia de reducir su número para emitir menos carbono y producir menos contaminación lumínica.

Y el discurso social también es previsible: se acusará a los gobernantes de no haber reducido las farolas por sus relaciones con las compañías eléctricas, sacarán de nuevo a Felipe González de su “armario” de la historia, y se mostrarán indignados: todos son iguales.

Por eso, dado que hagan lo que hagan (tanto lo que quieran los ciudadanos o contra la opinión de los ciudadanos) los gobernantes serán acusados de desalmados y corruptos, ¿por qué no animamos a que nuestro ayuntamiento reduzca un tercio las farolas públicas de la ciudad?.

Por lo menos, ayudaremos a paliar al cambio climático, que no al cambio de la mentalidad popular. Que está visto que es imposible.


sábado, 12 de octubre de 2019

En busca de la ermita de San Onofre de San Jerónimo



Un estudio pormenorizado de las fuentes históricas concluye que la conocida como “hermita de San Onofre” de Sevilla nunca se levantó junto al humilladero de San Jerónimo, y que por ello la denominación de “Templete de San Onofre” utilizado por las Administraciones es un error histórico que debería corregirse[1].
 
Desde que se descubrió en 1914 el humilladero gótico durante el derribo de la conocida como venta del Santo, en el camino de Sevilla a La Rinconada, ha recibido varios nombres. A nivel oficial, templete de San Onofre y de San Jerónimo; a nivel popular el de santo negro, por la escultura de un Sagrado Corazón de Jesús de hierro fundido que se instaló en el lugar donde se erguía originalmente una cruz[2].

Su descubrimiento fue objeto del interés público, como documentó muy bien el periódico sevillano “El Liberal”, ya que sumaba un nuevo humilladero gótico a la ciudad, junto al conocido como “La Cruz del Campo”, en el antiguo camino que unía Sevilla con Alcalá de Guadaíra.

Pero que durante la segunda mitad del siglo XIX su uso como parte de la construcción del ventorrillo hubiera provocado el olvido del mismo, no significa que fuese una construcción desconocida ya que había dejado un rastro significativo en la documentación de su época y luego en compiladores e historiadores de la ciudad, aunque pudiera pensarse que el mismo había sido destruido en algún momento del siglo anterior, tras la exclaustración de 1835 y la posterior desamortización de los bienes conventuales.

Una de las dudas que se suscita es el por qué, desde entonces, ha pasado a conocerse bajo la advocación del anacoreta egipcio. Y esta es la cuestión que primero queremos dilucidar.

Si bien el Decreto 2863, de 27 de agosto, por el que declaran conjuntos y monumentos históricos-artísticos diversas zonas y edificios en la ciudad de Sevilla (publicado en el BOE 220, de 12 de septiembre de 1964) lo describe como “El templete y monasterio de San Jerónimo de Buenavista”, por parte de la Gerencia de Urbanismo de Sevilla y en la Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía se le denomina “Templete de San Onofre”.

Una explicación la encontramos en la reseña que dedicó José Gestoso en sus “Curiosidades Antiguas Sevillanas”[3], publicadas apenas cuatro años antes de la aparición del humilladero, cuando recoge la siguiente información del año 1480:

En 15 de Mayo de este año presentaron una petición al Cabildo de la ciudad Fr. Alonso de Medina y fr. Alonso de Sevilla para que se les concediese un pedazo de terreno que querían aumentar al que les había dado el virtuoso caballero Luís de Monsalve en el cual iba á ser edificada la ermita de San Onofre «donde está la cruz en el camino que viene de la Rinconada.»

Aquello, sin duda, animó a pensar que el proyecto del siglo XV se había llevado a cabo, y junto al humilladero se había construido realmente la ermita de San Onofre. Pero por los datos históricos esto no parece ser así.

La primera referencia que niega tal posibilidad la encontramos en la magistral obra de Ortiz de Zúñiga[4], cuando publicó en 1667:

La Hermita de San Onofre, poco distante del Hospital de San Laçaro, es antigua, frequentala la deuocion de viudas, que desean segundas bodas, de que lo tienen por abogado, y bastaua a hazerla notable auer tenido algun tiempo por Hermitaños a Ambrosio Mariano, y Juan su compañero, que después en la sagrada descaldez de el Carmen, fueron esclarecidos Fray Ambrosio Mariano de San Benedicto, y Fray Juan de la Miseria. Refierelo assi el Cronista de su reforma.

Es un dato sorprendente el que nos aporta el autor sevillano, ya que, si la ermita de San Onofre hubiera sido levantada junto al humilladero, no tendría sentido afirmar que estaba a poca distancia del hospital de San Lázaro, ya se encontraría más allá del monasterio jerónimo de Buenavista (en las huertas septentrionales del cenobio).

Actualmente, la distancia entre San Lázaro y el templete es de 2.300 metros, que a pie por una buena calzada se tarda alrededor de 25 minutos, y que por un camino rural de aquella época podría suponer más de media hora.

Estos primeros datos nos hacen sospechar que la ermita de San Onofre que era conocida desde el siglo XVI no era la que se había proyectado en el siglo XV.

Otra información más que refuerza la idea que la ermita estaba mucho más cerca de San Lázaro la encontramos en otra fuente importante de la historiografía sevillana. Nos referimos a Félix González de León, quien en sus “Noticias Históricas[5], publicadas en 1839, afirma:

Saliendo de este convento por la puerta del compaz que mira á levante, y sale el camino de herradora de Estremadura y volviendo por él hacia la ciudad, casi en frente de este convento esta la hermita de san Onofre, antigua á par de la que mas lo sea, y en otros tiempos muy frecuentada de las viudas que aspiraban á segundas bodas de que tenia el santo por abogado.

El compás del monasterio estaba situado al norte de la iglesia conventual, y su puerta de levante se corresponde con el arco situado en la calle Marruecos. El camino lógico de salida del complejo monacal para conectar de forma perpendicular con el camino de Extremadura (el que unía Sevilla con La Rinconada) y que corresponde a las actuales avenidas de Doctor Fedriani (entre San Lázaro y la glorieta de los Ferroviarios) y Medina y Galnares (entre esta última y el puente sobre a la Ronda Supernorte), es la actual calle Cataluña hasta la glorieta del Club de Rugby, donde se encuentra la conocida como “iglesia vieja” o parroquial de San Jerónimo.

Siguiendo a González de León, una vez recorrida la calle Cataluña y llegando a la glorieta del Club de Rugby deberíamos girar a la derecha en dirección a Sevilla. Pero el humilladero se encuentra justamente en sentido contrario, a la izquierda, camino de La Rinconada, y además bastante alejado de este punto.

Es decir, que, según este autor, la ermita habría que ubicarla en un punto indeterminado entre San Lázaro y la glorieta del Club de Rugby, aunque lo bastante cerca de esta última para considerarla casi en frente del monasterio de Buenavista.

Por otra parte, Madrazo, un autor del siglo XIX de cuando la ermita de San Onofre seguía en funcionamiento, confirma esta ubicación en su obra “Recuerdos y bellezas de España. Sevilla y Cádiz[6] al escribir:

Ermita de San Onofre, en la misma parroquia que la anterior, entre la puerta de Macarena y el convento de Buenavista.

Pero finalmente, los datos que nos permiten ubicar de forma certera la ubicación de la ermita de San Onofre en San Jerónimo nos lo ofrece Martín García en su artículo “Ferrocarril y Red de Comunicación Agropecuaria. 1850-1900[7], cuando afirma al describir el camino rural que entonces comunicaba Sevilla con La Rinconada:

Empieza en San Lázaro. Pasajes por donde pasa: Cruce ffcc de Córdoba en el Cementerio de San Fernando e izquierda Hermita de San Onofre se dirige a la Rinconada.

La línea ferroviaria Sevilla-Córdoba, hasta la gran reforma de 1992, procedía de San José de la Rinconada en dirección a la estación de Plaza de Armas, y pasaba por la actual avenida de San Jerónimo, que une la glorieta Olímpica y la ronda Supernorte. El punto donde ambos se cruzaban (el camino de hierro y el camino rural) es la actual glorieta de los Ferroviarios, a la espalda del cementerio de San Fernando. Por lo tanto, la ermita se encontraría al oeste (a la izquierda según se va hacia La Rinconada) en las inmediaciones de la glorieta de los Ferroviarios, que corresponde aproximadamente al viario y a los primeros números impares de los primeros números impares de la avenida Medina y Galnares.

Esta ubicación se encuentra a 850 metros de San Lázaro (menos de 10 minutos a pie), lo que es coherente con las fuentes que afirmaban que entre ambos edificios había poca distancia.

Otra fuente que confirma que la ermita de San Onofre de San Jerónimo estaba junto a la línea ferroviaria de Sevilla a Córdoba, gestionada durante décadas por la compañía de ferrocarriles MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante), lo encontramos en el proyecto de la línea Mérida-Sevilla diseñado por el ingeniero Víctor Rapín y aprobado por Reales órdenes de, 9 de setiembre de 1862 y 12 de enero de 1863. Este proyecto, que no llegó a ejecutarse, fijaba el enlace de las líneas de Sevilla a Córdoba y de Sevilla a Mérida no en Los Rosales (como finalmente ocurrió) sino que tras pasar “por Cantillana, Villaverde y Alcalá del Rio (donde pasa el Guadalquivir) y por la Rinconada llega á Sevilla en las inmediaciones de la ermita de San Onofre.”[8].

De haberse ejecutado este proyecto, la línea habría unido San Jerónimo con La Rinconada, y convertido al barrio en un nudo ferroviario más importante, ya que en vez de dos líneas ferroviarias se habría convertido en el empalme de tres, aunque a costa de haber visto la actual avenida Medina y Galnares cruzada por una línea ferroviaria.

Descripción física de la ermita de San Onofre

Pocas son las fuentes que hemos encontrado que contengan descripciones del edificio de la ermita de San Onofre y sus enseres, pero existen algunas que nos permiten hacernos una idea sobre la misma.

Sabemos que la ermita se construyó a finales del siglo XV, pero que en todo caso para el siglo XVI ya estaba completamente operativa. Eso significa que su sencillo estilo tenía que incluir elementos gótico-mudéjar propios de las construcciones de aquellos días.

Arana de Varflora[9], autor sevillano del siglo XVIII, incluyó a nuestra ermita en la relación de

Algunos de los antiguos hospitales han quedado reducidos á Hermitas ó Capillas, y deben tener lugar en la narracion de estas, que es la siguiente.

[…]

San Onofre extramuros de la Ciudad no lexos de S. Lazaro, perteneció á los texedores de Sedas.

En 1588 llegaron a ser tan numerosos los hospitales en la ciudad de Sevilla, “que fue preciso de reducirlos á pocos, y asi se efectuó […] quedando reducidos a dos, que fueron el del Amor de Dios, en la collacion de San Andres, y el de Santa Catalina de los Desemparados[10].

Ello significa que por lo tanto San Onofre no era solo un templo aislado, sino que formaba parte de un edificio más amplio, con dormitorios y dependencias como cocinas y almacenes, lo suficientemente amplio como para acoger enfermos.

Además, se trataba de un eremitorio que acogió al menos a los citados Ambrosio Mariano de San Benedicto y Fray Juan de la Miseria, lo que refuerza la idea de que San Onofre se asemejaba más a un pequeño cenobio que a una capillita rural.

Hacia 1844, el aspecto de la ermita era, en palabras de Félix González de León,

no es mas que una sala junto á una venta con un pobre altar, en que se venera al Santo anacoreta[11]

González de León nos ofrece además de una descripción de la propia ermita un dato muy significativo, y es que el antiguo edificio del hospital había trasmutado en venta del camino de La Rinconada, que existió al menos hasta finales del siglo XIX[12].

De hecho, durante la epidemia de 1860 el ayuntamiento utilizó el edificio de la ermita de San Onofre para la cuarentena de vecinos de la ciudad[13].

El popular Diccionario de Madoz[14] es uno de los pocos que realiza una descripción de la misma:

Ermita de San Onofre: situada extramuros de la c., frente al ex – monast. de San Gerónimo. Es demasiado pobre y reducida: tiene solo un altar en que se venera el santo anacoreta.

Al parecer, junto al Santo Patrón, existió en dicha ermita una talla de la virgen del Consuelo, del siglo XVI, de cierto mérito, según publicó el presbítero Serrano y Ortega, en su obra “Noticia Histórico-Artística de la Sagrada Imagen de Jesús Nazareno[15].

Algunos hechos históricos vinculados a la ermita de San Onofre

Es cierto que el esplendor del monasterio de Buenavista y su riquísima historia empalidece la relevancia de la cercana ermita, que la tuvo, y mucho. No por sus riquezas, sino por la calidad de los eremitas que estuvieron a su sombra y la devoción que entre las viudas casaderas despertaba.

En relación a los primeros, destacan de Fray Ambrosio Mariano de San Benedicto y Fray Juan de la Miseria, referidos por Ortiz de Zúñiga.

Mariano Azzaro de Clementis, que adoptó el nombre de Fray Ambrosio Mariano de San Benito cuando ingresó en la Orden de los Carmelitas Descalzos, había nacido en Bitonto (Italia) en 1510 y murió en Madrid en 1594. Santa Teresa dijo de él: “Era de nación italiana, doctor, y de muy gran ingenio y habilidad[16].

Condiscípulo del que sería el papa Gregorio XIII, era un experto en matemáticas e ingeniería, doctor en Derecho y algunos creen que también en Teología. Estuvo al servicio de los reyes de Polonia y de Felipe II, quien lo mandó a Andalucía para convertir en navegable el Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla.

Estando en Andalucía, conoció en el desierto del Tardón (Córdoba) al célebre ermitaño, Mateo de la Fuente (1524-1575), observando la Regla de San Basilio. Allí conoció a otro italiano, Juan Narduch, que adoptó el nombre de Fray Juan de la Miseria al ingresar igualmente en la Orden de los Carmelitas Descalzos con “la convicción profunda de que era una vil y miserable criatura, indigna de que los demás le tuviesen consideración alguna”.

Juan Narduch[17] nació en Casarciprán, Nápoles, en 1526 y falleció en Madrid en 1616. Calificado de personaje original, inquieto, “de condición errátil”, inocente, era hijo de un cardador, aprendió pintura asistiendo al taller del maestro madrileño Sánchez Coello y llegó a pintar un retrato al natural de Santa Teresa, que se vio tan mal retratada que le dijo “Dios te lo perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa”. El retrato se conserva en las Carmelitas descalzas de Sevilla.

Trasladados ambos a Sevilla, se convirtieron en eremitas en la de San Onofre, pero su estancia en ella no fue muy larga, ya que, al comenzar a acudir gente a la ermita atraídos por la santidad de ambos religiosos, cosa que a Fray Juan de la Miseria no le gustaba nada, un buen día éste decidió abandonar Sevilla y sin decir nada a su compañero ermitaño Fray Ambrosio Mariano de San Benito, volvió a su retiro cerca de Jaén.

Más tarde, Fray Ambrosio Mariano de San Benito abandonó la ermita de San Onofre, llamado por el rey Felipe II a la Corte en Madrid.

Respecto a la devoción de las viudas casaderas, no solo lo refiere Ortiz de Zúñiga en el siglo XVII, sino que la misma continuó hasta el siglo XIX, al punto que según recoge Madrazo, en la obra referida anteriormente, que

El inglés Standish[18] añade como de pública opinion y fama, que ninguna santo lograba en Sevilla mas oraciones que San Onofre.

La ermita de San Onofre fue también protagonista de otro hecho, mucho más trágico, al convertirte en uno de los primeros cementerios extramuros de la ciudad, mucho antes de la fundación del cementerio de San Fernando.

En palabras de Hazaña[19]la epidemia de 1800 que arrebató la vida a más de treinta mil habitantes. Fue este hecho causa de que se prohibieran los enterramientos en las iglesias y se establecieran cementerios provisionales”.  Por su parte, Matute y Gaviria lo cuenta así en su obra “Anales Eclesiásticos y Seculares”[20]:

La repugnancia que siempre han manifestado los sevillanos á los cementerios se adormeció en la presente calamidad; mas no por eso dejaron algunos de solicitar que sus cadáveres fuesen sepultados en las iglesias, lo que conseguían á mucha costa, que se aumentaba por falta de sepultureros, pues habían muerto algunos. Los perjuicios que de esta indiscreta piedad podían temerse eran bien manifiestos; así que el excelentísimo Arzobispo, invitado por la Junta de Sanidad, no sólo prohibió que dentro de la ciudad se hiciesen enterramientos, sino que dió orden para que se estableciesen con la debida ritualidad cementerios generales, como se verificó abriendo uno muy capaz el 11 de Setiembre detrás de la ermita de San Sebastian, y otro el 15, inmediato á la de San Onofre, en la Calzada de la Macarena, á los cuales conducían todos los cadáveres de la ciudad; con cuya providencia se cerró el del Perneo, demasiado cercano á sus murallas para causar recelos. Después se establecieron carros ó chirriones, en que se conducían los muertos desde los puntos que se señalaron fuera de poblado para su depósito.

El de San Onofre dejó de utilizarse tras la finalización de la epidemia, aunque el de San Sebastián continuó en uso hasta la creación del de San Fernando en la década de los años 50 del siglo XIX.

Por lo tanto, podemos deducir que el día que se excave en las inmediaciones de la misma aparecerán dichos enterramientos.

Hipótesis sobre el fin de la ermita de San Onofre

La puesta en servicio de la línea ferroviaria de Sevilla a Córdoba en 1859, supuso un cambio fundamental para el entorno del antiguo monasterio jerónimo de Buenavista. En las numerosas huertas comenzaron a levantarse instalaciones fabriles, aprovechando las facilidades ofrecidas por la línea férrea. El pequeño núcleo que se había ido desarrollando alrededor del antiguo complejo monacal fue extendiéndose, para atender las necesidades de las familias de los obreros de dichas industrias.

No parece ser que la ermita de San Onofre fuese utilizada para atender espiritualmente al nuevo barrio de San Jerónimo, ya que a partir de la década de los años 70 del siglo XIX dejamos de tener noticias suyas.

De hecho, presbítero Manuel Serrano y Ortega incluye a la ermita de San Onofre en una relación de iglesias que para 1893 se encontraban cerradas al culto o destruidas[21].

En clara decadencia a lo largo ese siglo, su suerte quedaría pareja a la venta aneja de la que pasaría a formar parte, y finalmente el edificio sería absorbido por el núcleo urbano que se estaba expandiendo a partir del ex monasterio jerónimo de Buenavista.



[1] La Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla da por buena esta versión y la utiliza en sus documentos oficiales, como en la ficha del Sagrado Corazón de Jesús del Diagnóstico de los Monumentos Públicos de la Ciudad de Sevilla al afirmar: La figura del Sagrado Corazón sustituye una cruz pétrea que se ubicaba en el Templete de San Onofre, una construcción del siglo XV. Fue colocada en 1913 a causa del derribo de la ermita de San Onofre que se localizaba anexa. Durante la Guerra Civil sufrió importantes daños. Más tarde fue expoliada y reencontrada en la iglesia de San Jerónimo.
[2] A pesar de todo lo escrito, originalmente en el humilladero de San Jerónimo no se mostraba ninguna imagen, sino una cruz. Esto queda meridianamente claro de acuerdo con la referencia de José Gestoso de la noticia de 1480, «donde está la cruz en el camino que viene de la Rinconada.» Gestoso y Pérez, José. Curiosidades Antiguas Sevillanas (Serie Segunda). En la oficina del periódico El Correo de Andalucía. Sevilla, 1910. Pág. 294.
[3] Gestoso y Pérez, José. Curiosidades Antiguas Sevillanas (Serie Segunda). En la oficina del periódico El Correo de Andalucía. Sevilla, 1910. Pág. 294.
[4] Ortiz de Zúñiga, Diego. Annales Eclesiasticos y Secvlares de la Mvy Nombre, y Mvy Leal Civdad de Sevilla, metrópoli de la Andalvzia. Sevilla, 1677.
[5] González de León, Félix. Noticia Historica del origen de los nombres de las calles de esta MNMLYMH ciudad de Sevilla. Sevilla, 1839. Pág. 496-497.
[6] Madrazo, Pedro de. Recuerdos y Bellezas de España. Sevilla y Cádiz. Madrid, 1856. Pág. 463.
[7] Antonio Martín García. Ferrocarril y Red de Comunicación Agropecuaria. Sevilla, 1850-1900. Pág. 8. V Congreso de Historia Ferroviaria. Palma de Mallorca, 14-16 de octubre de 2009.
[8] Proyecto y Memoria descriptiva del ferro-carril de Mérida á Sevilla, por Don Víctor Rapin, ingeniero de la construcción del camino de hierro de Córdoba á Sevilla.— 1851 .—Aprobado por Reales órdenes de, 9 de Setiembre de 1862 y 12 de Enero de 1863. (http://guadalcanalpuntodeencuentro1.blogspot.com/2018/09/el-tren-en-guadalcanal-del-siglo-xix-la.html) Consultado el 10/10/2019.
[9] Arana de Varflora, Fermín. Compendio histórico descriptivo de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla Metropoli de Andalucia. Formabalo Don Fermin Arana de Varflora, natural y vecino de dicha Ciudad. Corregido, y añadido por su Autor. Parte primera. Con licencia: En la Oficina de Vazquez, Hidalgo y Compañía. Sevilla, 1789. Pág. 72.
[10] Arana de Varflora, Fermín. Compendio histórico descriptivo de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla Metropoli de Andalucia. Formabalo Don Fermin Arana de Varflora, natural y vecino de dicha Ciudad. Corregido, y añadido por su Autor. Parte primera. Con licencia: En la Oficina de Vazquez, Hidalgo y Compañía. Sevilla, 1789. Pág. 65.
[11] González de León, Félix. NOTICIA ARTÍSTICA, Histórica y Curiosa, de todos los edificios públicos, sagrados y  profanos de esta muy Nombre, Muy Leal, Muy Heroica e Invita Ciudad de Sevilla. Tomo I. Imprenta de D. José Hidalgo y Compañía. Sevilla, 1844. Pág. 247.
[12] Manuel Gómez Zarzuela. Guía de Sevilla y su provincia para 1878. Año XIV. Sevilla, 1878. Pág. 260.
[13]93 1860 Memoria de los gastos invertidos ensacar de dos casas de la calle de Torres á veinte personas que se condugeron de cuarentena á S. Lázaro y á la hermita de san Onofre”. Archivo Municipal de Sevilla. Archivo General. Sección 2ª. Archivo de Contaduría. Imprenta y litografía de El Porvenir, calle de las Sierpes, 4 Tercero. Sevilla, 1860.
[14] Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Tomo XIV. Madrid, 1849. Pág. 332.
[15] Buen número de imágenes consérvanse en nuestros templos pertenecientes al siglo XVI, y las que serian ejecutadas indudablemente por los maestros que hemos mencionado de esta centuria. Merecen recordarse […] la del Consuelo, de la ermita de San Onofre...”. Serrano y Ortega, Manuel. Noticia Histórico-Artística de la Sagrada Imagen de Jesús Nazareno que con el título del Gran Poder se venera en su capilla del templo de San Lorenzo de esta ciudad por el presbítero D. Manuel Serrano y Ortega, Ldo. en Derecho Civil y Canónico. Sevilla, 1898. Pág. 56-57.
[16] Todos los datos sobre la vida de Fray Ambrosio Mariano de San Benito (o Benedictino) los hemos extraído de la web de la Real Academia de la Historia (http://dbe.rah.es/biografias/19482/mariano-azzaro-de-clementis). Consultado el 10/10/2019.
[17] Todos los datos sobre la vida de Fray Juan de la Miseria los hemos extraído de la web de la Real Academia de la Historia (http://dbe.rah.es/biografias/17351/juan-narduch). Consultado el 10/10/2019.
[18] Frank Hall Standish era, en palabras de Álvaro Pastor Torres, un “extravagante inglés, millonario, viajero empedernido, coleccionista de arte y buen bibliófilo” que vivió durante el primer tercio del siglo XIX en la calle Sierpes de Sevilla. Propiedades, rentas y tributos del Monasterio sevillano de San Jerónimo de Buenavista en vísperas de la desamortización”, La orden de San Jerónimo y sus monasterios : actas del simposium (II), 1/5-IX-1999 / coord. por Francisco Javier Campos y Fernández de Sevilla, Vol. 2, 1999, ISBN 84-89942-20-X, pág. 980.
[19] Hazañas y la Rúa, Joaquín. Historia de Sevilla. Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Sevilla. Sevilla, 1974. Pág. 193.
[20] Matute y Gaviria, Justino. Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla, Metrópolis de la Andalucía. Imp. de E. Rasco, Bustos Tavera 1°. Sevilla, 1887. Pág. 274.
[21] Serrano y Ortega, Manuel. Glorias Sevillanas. Noticias Histórica de la devoción y culto que la Muy  Noble y Muy Leal ciudad de Sevilla ha profesado a la Inmaculada Concepción de la Virgen María desde los Tiempos de la antigüedad hasta la presente época por el presbítero don Manuel Serrano y Ortega. Imp. de E. Rasco, Bustos Tavera 1. Sevilla, 1893. Pág. 235


jueves, 26 de septiembre de 2019

El poema de Lasso de la Vega al Monasterio de Buenavista de San Jerónimo

Postal de los años 20 del siglo XX del claustro del Monasterio de Buenavista de Sevilla


El monasterio de Buenavista de Sevilla, de la orden de los jerónimos, fue el núcleo inicial del actual barrio sevillano de San Jerónimo. Más tarde, las industrias instaladas a lo largo de la vía ferroviaria de Sevilla-Córdoba (construida por la empresa MZA -Madrid-Zaragoza-Alicante-) junto a las instalaciones ferroviarias de esta compañía, conformaron un barrio obrero y popular, sobre el que siempre pesó las ruinas del convento desamortizado en el siglo XIX.

Tras la exclaustración fue colegio primero, y luego fue mudando de usos mientras se derrumbaba (fábrica de vidrio, lazareto), hasta terminar siendo un cebadero de cerdos hasta mediados del siglo XX. Finalmente el ayuntamiento de Sevilla lo adquirió en los años 80 del siglo XX.

Hogar primigenio del “San Jerónimo penitente” de Torrigiano, considerado por algunos escultura cumbre universal junto al David de Miguel Ángel, actualmente presenta un aspecto adecentado pero muy lejos de su antiguo esplendor.

El poeta sevillano Javier Lasso de la Vega dedicó al cenobio de Buenavista un poema, que fue premiado con la Flor Natural de los Juegos Florales de Zaragoza en 1901. Un poema del que no tenía noticias, hasta que lo he encontrado publicado en el periódico jerezano “El Guadalete”, que lo incluyó en su número 14.383 del 16 de marzo de 1902.

Lasso de la Vega fue médico, catedrático, presidente de la Real Academia de Medicina, pero también literato. Su prestigio llevó al ayuntamiento de la ciudad a dedicarle una calle céntrica, muy próxima a La Campana.

Al tratarse de una obra muy poca conocida, transcribo, tal y como fue publicada por “El Guadalete”, como post para su difusión entre los amigos de este blog y los y las vecinas de San Jerónimo de Sevilla.

POESÍA NOTABLE

Honramos hoy nuestras columnas publicando la del distinguido médico sevillano y cultísimo escritor D. Javier Lasso de la Vega, galardonada con el Premio de honor en los Juegos Florales de Zaragoza:

ANTE LAS RUINAS DEL MONASTERIO DE SAN JÉRONIMO DE SEVILLA

¡Oh grat soledad, o te bendigo!
NUÑEZ DE ARCE

A mi querido amigo D. Cándido Ruiz Martínez

En este inmenso valle de amargura
Por donde á errar te obliga ley suprema;
Donde en vano tu mente conjetura
La esquiva solución del gran problema
Qué á sabios y á filósofos tortura,
Siempre verán tus consternados ojos,
Como presagios de la suerte humana,
Flores marchitas, fúnebres despojos,
Verjeles invadidos por abrojos
Gusano corroedor, guerra inhumana,
Sien que sueña laurel y ciñe espinas,
Ensangrentadas huellas de la muerte,
Y luto y destrucción, polvo y ruinas.

Que esta fatal devastación se advierte,
Lo mismo en la región del pensamiento
De cuyas cimas ruedan los altares
Que idolatrara ayer el sentimiento;
Lo mismo en el Océano pavoroso
Donde en inícuas luchas seculares
Devora al indefenso el poderoso,
Que en los vastos imperios esterales
Donde el cadáver de la casta Diana
Flota insepulto á nuestra vista ansiosa,
Como anunciando que la Tierra hermosa
También cadáver flotará mañana.

--

Aquel desmantelado campanario
Que ceniciento y taciturno asoma
Vecino del ruinoso santuario;
Aquellos prados que el nopal circunda
Y en que la maleza sin verdor ni aroma
Inextricable y montaraz abunda;
Esos muros que el liquen oscurece,
De livianos reptiles madriguera,
A cuyo pié la parientaria crece,
Y en cuyos frisos arraigó la higuera;
Esas vetustas puertas agrietadas
Que en rotas hornacinas desiguales
Sustentan esculturas mutiladas;
Estos peldaños de musgosa piedra;
Desgastados, decrépitos umbrales;
Melancólicos claustros ojivales,
Hendidos arcos donde el ave anida,
Y herboso patio en que la zarza medra,
Fueron ¡oh amigo! Tierra prometida
Donde el varón prudente y estudioso,
La virtud calumniada ó desvalida,
Los náufragos del siglo borrascoso,
Lograron puerto en que abrigar su nave,
Y aquí gozó su espíritu tranquilo
La única dicha que en el mundo cabe:
¡Vivir creyente en apartado asilo!

--

¡Triste de aquel que cuando á Dios implora
Ante el lecho del hijo moribundo,
Mira llegar con júbilo profundo
La ansiada medicina salvadora
Que al yerto labio aplica diligente,
Para hallar que el remedio es ya tardío,
Para hacer su infortunio… más patente,
Y más punzante su dolor impío!
¡Triste de aquel que en vespertina hora,
Brega, fluctuando sobre mar sombría,
Mientras, en su aflicción desgarradora,
Demanda auxilio á la extensión vacía;
Y cuando ya su voz, ronca, se extingue,
Leve punto que surge en lontananza,
Con inefable gratitud distingue;
Reanímase engreída su esperanza,
La blanca vela sus pupilas hiere;
Prorrumpe en grito prolongado y grave,
Pero débil su voz… para la nave
La noche cierra y la esperanza muere!

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¡Triste de mí que empiezo mi existencia
Cuando endiosado el pensamiento humano,
Pretende con satánica tendencia
Mostrar desnudo el misterioso arcano.

Hechura de mi siglo, á la corriente
De sus olas titánicas me entrego,
Que en su espuma me elevan triunfalmente,
En hondas simas me derrumban luego,
Y aunque, obstinado, la verdad evoco,
Ni á las coronas de los astros llego,
Ni las entrañas del abismo toco!

Y hoy el náufrago, ya desfallecido,
Busca en la soledad reposo caro,
Y al claustro pide la quietud y amparo
Que alivio son del adalid vencido,
Con alborozo vé francas las puertas,
Y tras esta ficción que le alucina,
Estancias profanadas y desiertas,
Y luto y destrucción, polvo y ruina.
¡Oh, infausta suerte pérfida y sañuda!
¡Oh, de la realidad funesto estrago!
¡Oh, amables fluctuaciones de la duda,
Solas estrellas de mi rumbo aciago!

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¡Cuán graves reflexiones provechosas
Sugieren, buen amigo, al pensamiento
Estas nobles ruinas lastimosas!
¡Cuán docto, qué sagaz conocimiento
Denota de los hombres y la vida
Quien el aplauso seductor olvida,
Desdeña peligroso encumbramiento,
Y en rústico paraje solitario,
Reduce sus dominios y ornamento,
A un sayal, una celda, un santuario,
La heredad productora del sustento,
Y el libro, del saber depositario!

¡Cómo aquí florecieron sigilosas,
En tiempos apartados y mejores,
Aquellas vocaciones industriosas,
Que, exentos de abstracciones jactanciosas,
Supieron alentar nuestros mayores!

Aquí hallaba refugio la inocencia,
Tregua el dolor, bondad el descreído,
El arte inspiración, alas la ciencia,
Perdón la culpa y el culpable olvido.

Y las cruentas heridas que la injuria,
La ingratitud ó el egoísmo abrieron,
Con astucia ruín ó airada furia,
Detrás de este dintel desaparecieron,
Cual desaparece en la feraz pradera
La crepitante y quebradiza hoja,
De que el álamo altivo se despoja,
Presitiendo fecunda primavera.
Todo lazo terreno se rompía;
La vida en esas lindes concluía;
La tumba en estas celdas comenzaba;
Y el monje para el mundo fenecía,
Y el mundo para el monje se acababa.

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El hombre; el rival; el adversario:
El que en las lides mundanales rudas
Es Nerón parricida é incendiario,
Envidioso Caín, ó aleve Judas,
Era aquí reflexivo confidente,
Que nuestras cuitas íntimas oía,
Y con juiciosa plática indulgente,
Fortaleza, benéfico, infundía.

¡Cuanta unción en el ánimo infiltraba
Aquel afán de ultraterrenos fines
Que el acortado sueño aminoraba!
Aquel nocturno rezo de maitines
Que en las naves del  templo congregaba,
Al fugor del cirial amarillento,
Vagas figuras rígidas y asteras;
Ropas talares; mudo arrobamiento;
Hierático además; caras sinceras,
Y en el coro, contritas y severas,
Pardas formas de gótico contorno,
Salmodiando sus preces lastimeras
Del plateresco facistol en torno.

¡Cuán excelsas, gloriosas potestades,
Las de aquellos magnánimos varones,
Que vencieron tiránicas pasiones
Con sólo sus heróicas voluntades!

¡Con cuánta mansedumbre el cenobita
Rechazaba las torpes tentaciones
Que la carnal perversidad concita!

Al resplandor de lámpara humeante,
Que, ténue y sepulcral!, la efingie alumbra,
De Jesús enclavado y expirante,
Viéraslo confundido en la penumbra
De exigua celda que parece fosa,
Dedicado á expiación edificante;
Sordo al trueno de noche tormentosa:
Postrado, humilde, sobre duro suelo;
Inclinada la faz hacia la tierra;
Las flacas manos elevando al cielo;
Visible en su actitud impetradora,
Todo el rubor de la virtud que yerra,
Todo el anhelo de la fé que implora;
Envuelto en amplia túnica que abulta
Los miembros que el cilicio ha macerada,
Mientras la sombra del capuz oculta
El pálido semblante demacrado;
Su expresión de dolor inextinguible;
La frente que surcó pena infinita;
El labio cadavérico que agita
El veloz movimiento imperceptible
Con que salmos davídicos recita,
Y la elocuente lágrima que escapa
Del párpado en que límpida rebosa,
Recorre la mejilla y silenciosa,
La tosca urdimbre del sayal empapa.

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¡Ocioso lamentar el bien perdido!
Mas en signo cruel hemos nacido
Los que sólo aventamos la ceniza
De la fé cuyo fuego se ha extinguido!

¿Por qué en la edad creyente no he vivido
Que Pedro el Ermitaño simboliza?

¡Cuán venturosa mi existencia veo,
Pinta por la mente linsojera
Con los colores que eligió el deseo!

¡Cuán serena, qué plácida alegría
Mi lacerado corazón sintiera,
Cuando en el huerto, al despuntar el día,
Manejase solicito la azada,
Desvaneciendo mis agudas penas
El relamo de alondra enamorada
Y el ardor de mis rústicas faenas!

Y ¿quién aquilatara mi contento,
Entregado á libar hora, tras hora,
Las sabias enseñanzas que atesora
La rica biblioteca del convento?

¡Cuánta dicha tus techos cobijaron!
¡Oh alcázar ceslestial! ¡oh mansión caral
Reino de perfección en que imperaron,
La soledad, donde con voz mas clara
Acrimina roedor remordimiento;
Olvido que del mundo nos separa;
Meditación, que eleva el pensamiento;
Bendita paz, venero de clemencia;
Silencio, que precave indiscreciones;
Ayuno, precursor de continencia;
Templanza, que refrena las pasiones;
Oración, que con Dios nos comunica,
Y un constante recuerdo de la muerte,
Que en toda adversidad nos fortifica,
Y nuestro fin más alto nos advierte….!

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¡Oh apacible cultivo de la ciencia!
¡Oh verdadera libertad preciosa!
¡Oh ansiada posesión de una creencia!
¡Oh sola dicha, soledad dichosa!

¡Cuánta imaginación meditabunda!
¡Cuánto espíritu recto y desgraciado!
¡Cuánta frente rugosa y pudibunda!
¡Cuánto pecho sencillo y generoso,
Por amargas memorias abrumado,
Con intensa efusión habrá llorado
En este erguido mirador ruinoso!

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¿Quién de tal conmoción se eximiría?
Cuando al hundirse en Occidente el día,
Del ascético infolio en pergamino
Mis fatigados ojos apartara,
Y escudriñando mi último destino,
Desde la enhiesta torre contemplara
La uniforme llanura siempre verde,
Que á la luz indecisa del paisaje
En azulado término se pierde;
La majestad con que la tarde expira;
En el rojo horizonte algún celaje
Que reflexiones tétricas inspira;
La augusta sombra que siniestra crece
Y colores, matices y follaje,
Como absurda esperanza desvanece;
El silencio imponente de natura,
Turbado por la lúgubre corneja
Que sucesos fatídicos augura,
O por distante vibración que azora,
De algún reloj que con pausada queja
Del sol que muere se despide y llora;
Allá lejos, el siglo y su locura,
La ciudad, el hogar abandonado,
La mujer que en secreto he adorado,
Y el hombre que causó mi desventura;
A mis pies, el convento penitente;
La fé que espera en Dios vida futura
Consagrándole toda la presente;
Las vidrieras del templo, destacadas
Del negro fondo de la noche oscura
Por caridad interna iluminadas;
El patético canto invitatorio
Que entre flébiles notas del salterio
Solloza bajo el cóncavo cimborio;
Los sauces del callado cementerio;
La fosa que cavó mi propia mano;
La lápida que no dirá mi nombre,
Sepultando á la par del polvo vano,
Hazañas, santidad, genio y renombre,
Y en el cenit los mundos inmortales
Donde innúmeras frágiles criaturas,
Frustrados sus risueños ideales,
Recorren los espacios eternales
Lamentando sus trágicas torturas,
Bajo la angustia de emociones tales,
¡Ay! yo también gimiendo, acongoja
El duelo universal abarcaría,
Y ante el cielo infinito prosternado,
Por tremenda intuición anonadado,
¡Misericordia, oh Dios! exclamaría,
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¡Hilos que transmitís el pensamiento!
¡Férreo corcel, de nuestro siglo emblema!
¡Portentosas creaciones del talento!
¡Luz del progreso que deslumbra y quema!
¡Apartáos del yacente monumento!
¡No violéis de estos campos la tristura!
¡Respetad las reliquias venerables
De una edad que aquí halló su sepultura!

Que estas viejas ruinas deleznables
Son, para el errambundo pasajero,
Faro consolador, piedra miliaria
Que indica un rumbo donde no hay senderos
Son la mística urna cineraria
Do reclina su frente pesarosa
El dolor que murmura una plegaria,
¿Qué guardáis para el alma candorosa
Que ve en la ciencia sombras y desierto…?
Ya que la santa religión ha muerto….
¡Guardar la tumba en la que la fe reposa!

Javier Lasso de la Vega