domingo, 20 de septiembre de 2015

El día en el que el nacionalismo catalán consiguió lo que no quería: la independencia



Por cosas de la vida, ayer terminé debatiendo sobre el proceso catalán en una fiesta de cumpleaños con un catalán de primera generación bastante centrado, con el que, obviamente, tenía serias discrepancias. Pero no por él, sino porque suelo tener posiciones lo bastante excéntricas para no coincidir incluso con el más razonable de los seres humanos.

Esa conversación, educada y respetuosa, no sólo no me apartó de mi interpretación de lo que está sucediendo en España (Cataluña incluida) sino que además reforzó mi juicio previo.

Por discreción no revelaré los extremos de la conversación, pero sí quiero compartir contigo, querida o querido lector, una convicción que vengo arrastrando desde hace semanas y que, aunque de forma tangencial, la analiza Carlos Carnicero en su recomendable post Al final llegó el lobo y cundió el pánico.

Porque parece que hay una amplia mayoría en Cataluña cuyos sentimientos se dividen entre aquellos que votar a las candidaturas independentistas se vive como un corte de mangas al PP y la derecha española (mejor sería decir estatalista) y los que creen sinceramente en la necesidad de la independencia, amasados todos ellos en un principio general del órdago a lo grande: pidamos todo para que nos den lo suficiente. Es decir, pidamos la independencia para que nos den el Concierto Económico.

Pero la ecuación catalana tiene sus debilidades. La psicología española es muy peculiar, como nos advertía Amércio Castro, al hablar de la independencia de Portugal. De hecho, la sociedad española reacciona al rechazo con indiferencia, la perfecta socialización del principio descrito en la fábula de la zorra y las uvas.

La intel-ligència nacionalista catalana no parece tener preparado un plan B  por si cuando inicien el procés, la respuesta del Estado no sea mandar ni al Tribunal Constitucional, ni al ejército ni a la Guardia Civil, y mucho menos un contrato de Concierto.

Porque puede ocurrir que la respuesta del Estado y de la sociedad española sea al final de resignación a la independencia pero jurando un odio eterno que persiga durante décadas al nuevo Estat Catalàn. Hasta el infinito… ¡y más allá!, como diría Buzz Lightyear.

Post scriptum. A este post ha respondido M.P., un amigo al que no sólo estimo en lo personal sino respeto en lo intelectual. Y he creído que su comentario en facebook  merecía incluirse como colofón de este post, y por ello lo transcribo:

Es que no se dan cuenta (los soberanistas) que el "tema" termina en el Ebro. Es más, ni definiría siquiera como "resignación" la mezcla de sentimientos (y ausencia de los mismos) que suscita (más bien, no suscita) la cuestión.

Se da una circunstancia curiosa: España sí se ha independizado de Cataluña. Lo ha hecho, en el sentido de que cómo derive la cuestión no importa mucho (y el precio por un entendimiento es dudoso que se pague o se entienda). En cambio, Cataluña no se ha independizado y, aunque se convierta en Estado, dudo que mentalmente lo hagan. Pasa como Portugal: no pueden librarse de nosotros. Lo cual hará un Estado Catalán tan tan entretenido como la España de la que salen.