domingo, 27 de octubre de 2013

Odia el terrorismo y compadece al terrorista

        
Lo sé. El título de este post, trasunto de la famosa frase de Concepción Arenal (odia el delito y compadece al delincuente) puede causar ampollas a más de uno. Pero no será por lo que sugiere, sino debido a la deriva moral de una parte importante de la sociedad española que está regresando a la ley de Talión.

Sobre las víctimas y su dolor, ya manifesté mi opinión en el post Victimización de la sociedad. Pero lo sucedido en la última semana, que comenzó con la más que justificada, en lo moral y en lo jurídico, sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sobre la aplicación retroactiva del cómputo de los beneficios penitenciarios, hasta la manifestación de asociaciones de víctimas (bueno, sólo de víctimas de ETA, no de todo el terrorismo, no de todas las víctimas) contra dicho Tribunal, pasando por la aprobación del Estatuto de la Víctima por parte del Consejo de Ministros, me lleva a continuar con dicha reflexión.

La única reparación justa para una víctima es que el crimen que le llevó a tal situación no se hubiera producido nunca. Pero eso las leyes no pueden conseguirlo porque la Justicia, así en mayúsculas, o es divina o es imposible. A lo más que pueden aspirar las sociedades emocionalmente sanas, construidas sobre los paradigmas de la igualdad, la libertad y la fraternidad, es dotarse de leyes, que deben ser pocas y bien hechas, de un sistema eficaz que persiga al infractor, y un sistema judicial capaz de sancionarlo.

La demagogia política lleva a pensar que la firmeza moral es proporcional a la cantidad y dureza de las penas contempladas en las leyes. Pero la realidad no es esta. Muchas leyes, hechas de forma apresurada, cambiadas a golpe de acontecimientos, terminan semejándose a un monstruo de frankenstein con penas divergentes para delitos semejante, sin un sistema policial que asegure su cumplimiento, con juzgados colapsados y sin prisiones suficientes, terminan por generar aún mayor frustración social ya que ni se puede perseguir el delito, ni juzgarlo ni hacer cumplir las penas.

Pero la última vuelta de rosca es el perverso principio sobre el que se asienta el inmoral Estatuto de la Víctima. Si a la justicia se le ha representado históricamente como una dama con los ojos tapados, es precisamente para señalar la necesidad de que la persona encargada de juzgar (que no de impartir justicia, que es cosa imposible) esté liberada del dolor de la víctima.

En el plano moral, abrir la senda de que la víctima participe en la sentencia y su ejecución, es una barbaridad. En el plano práctico, es un dislate. Ante el asesinato de una persona, ¿quién es la víctima, el padre, la madre, el esposo, la esposa, los hijos, los nietos? ¿Qué pasará si dos familiares cercanos, un hijo y el esposo pongamos por caso, manifiestan dos posiciones diferentes, una hacia la clemencia y otro hacia la venganza? ¿A quien deberá hacer caso la justicia?

Pero es que además, esta filosofía no sólo no beneficia a la víctima sino que la destruye como persona al cosificarla, obligándola a auto identificarse eternamente como tal, obligándole a vivir pendiente de su agresor. Con este sistema, el vencedor será siempre el criminal, el terrorista: no sólo habrá destruido a la persona, sino que además conseguirá que nunca más supere tal situación.

Por la parte del criminal (el violador, el asesino, el terrorista) centrar todos los esfuerzos en su castigo sin intentar solucionar sus causas, impide ver que la mayoría de los crímenes tienen su origen o en trastornos mentales o en problemas sociales. Y que sin solucionar éstos, es imposible atajar aquellos de forma real.

Estados Unidos es la prueba: un país con un sistema judicial y penitencial durísimo, donde la libertad de armas de fuegos es escandalosa, pero que cuirosamente la tasa de criminalidad y población penitenciaria es altísima. Lo que no se tiene en cuenta que todo ello depende más de una sociedad con una gran injusticia social, sin servicios públicos que cohesionen a la ciudadanía, y con una fractura familiar y social insostenible, que de las leyes, los juzgados y las prisiones.

Con demasiada rapidez, la sociedad española está olvidando que la firmeza moral de una sociedad como la nuestra es la defensa de la ley por encima de la venganza, de la preeminencia de la compasión sobre el rencor. Y el argumento que están usando es una falsa empatía con las víctimas.

La frase de alguna asociación de víctimas de ETA de que debe haber vencedores y vencidos es estremecedora por su parecido a la afirmación del ex general golpista Mola al inicio de la Guerra Civil: “Ni pactos de Zanjón, ni abrazos de Vergara, ni pensar en otra cosa que no sea una victoria aplastante y definitiva”.

¡Que diferencia, que abismo moral, de aquellos republicanos que a punto de ser asesinados, durante la Guerra Civil, durante la durísima posguerra, escribían a sus esposas pidiendo que no educara a sus hijos en el rencor, el odio y la venganza!