lunes, 14 de febrero de 2011

El “mierda” de Arturo Pérez Reverte

Zapeando en la noche del domingo del XXV aniversario de los Goya, terminé en VEO TV, en la entrevista que Casimiro García-Abadillo realizó al escritor Arturo Pérez Reverte en el programa “En confianza”. La verdad es que a Pérez Reverte le tengo cariño, tanto como autor de algunos de mis libros preferidos (La Piel del Tambor, La Reina del Sur, La Carta Esférica) como articulista dominical que siempre leo si llega el suplemento a mis manos. Pero mi afecto literario no evita que sea relativamente severo con algunas de sus manifestaciones más políticas.
Porque ante todo, parto de la premisa que este autor por su formación, profesión y éxito literario está especialmente capacitado para el uso inteligente del lenguaje.
Durante la entrevista, García-Abadillo le preguntó sobre el asunto Moratinos, a lo que el escritor respondió: “Dije que se fue como un mierda. Un mierda es alguien débil o falto de carácter. Yo dije eso. Nunca he tenido contacto con Moratinos ni antes ni después. Me parece muy bien que alguien llore. Yo he llorado muchas veces pero que un Ministro se vaya llorando después de una gestión pues no me gustó y lo dije. Y lo sigo manteniendo”. Para reafirmarse recordó la definición que la quinta acepción del Diccionario de la Real Academia asigna al término “mierda”: Persona sin cualidades ni méritos.
Ignoro la relación mental que se estableció en la conciencia de Arturo Pérez Reverte entre la profesionalidad del exministro Moratinos y sus lágrimas durante su despedida, ya que en mi humilde entendimiento llorar ni da ni quita cualidad ni mérito, pero estoy seguro que un académico de la lengua (con el sillón T mayúscula en “propiedad”) tiene a su disposición una amplia panoplia de adjetivos calificativos, e incluso descalificativos, que hace innecesario el uso de una grosera acepción.
Pero el lenguaje desenfadado del que hace gala Pérez Reverte es mucho más que una desafortunada elección lingüística. Es un síntoma de la enfermedad que aqueja al alma española y que comparte con muchos de sus conciudadanos. Lo cual no deja de ser paradójico e incluso tiene su “miaja” de gracia: compartir “pecados” con los mismos a los que descalifica pontificalmente.
Se trata de la confusión, muy extendida por otro lado, de entender grosería como señal de sinceridad e independencia. En la España de hoy, perdido el rumbo intelectual que amasó España desde el siglo XIX hasta la década de los treinta del siglo XX, decir las “verdades del barquero” aderezadas con términos gruesos, algún que otro exabrupto y una pizca de desvergüenza, se ha convertido en el paradigma del carácter llano y sincero. En cambio, cualquier manifestación comedida, expresada en términos educados y sin alzar la voz, lleva aneja la sospecha de insinceridad y malas intenciones.
De ahí la fama de la que en algunos ámbitos disfruta Belén Esteban, histrionismo y groserías al servicio de la simplicidad de ideas, considerada como una persona que “habla en plata”, sin pelos en la lengua, y que refleja los intereses del pueblo español. Rol que parece querer emular Arturo Pérez Reverte. En papeles más serios que el “couché”, por su puesto.

2 comentarios:

  1. Nunca se me había ocurrido comparar al Pérez Reverte con la Esteban, pero a lo mejor hasta llevas razón.Saludos.

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  2. Pérez-Reverte lleva 40 años (20 como corresponsal de guerra y 20 como escritor) contando cómo es el mundo "en términos educados y sin alzar la voz". Tienes un problema si no te has querido enterar. Pero claro, un autodidacta desorganizado como tú se enfada cuando se mete con papá PSOE... y vas y lo comparas con Belén Esteban ¡toma ya! Qué peligro tienes. Por cierto, aprende a escribir.

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