martes, 23 de marzo de 2010

In Memoria: Mª Crisanta Morterero (Justita)

A veces pienso que si algún lector, o lectora, ha tenido la paciencia de seguir los cuarenta post que he publicado en este blog habrá llegado a la conclusión de que soy un ateo comecristianos. Nada más lejos de la realidad. Hace poco comentaba a una amiga que a lo más que llego es a ser anticlerical, un comecuras al estilo decimonónico. Pero las personas que viven sinceramente su fe, aquellas que son coherentes entre lo que dicen creer y lo que viven en su vida cotidiana me merecen un sincero respeto.
Habiendo sido educado entre el catolicismo oficial y el crítico de mi familia, conozco lo suficiente de los grandes preceptos del cristianismo y del catolicismo (que aunque muchas personas no lo tengan claro se trata de dos cosas diferentes) para saber cuando se vive católicamente y cuando sólo se vive folclóricamente una seudofe más cercana a lo panteísmo herético que a la fe de Cristo. Por ello, la actitud de la jerarquía católica no solo no me merece respeto sino que me provocan un profundo desprecio moral.
En cambio, se convierte en sincero respecto y admiración hacia otras muchas personas que con humildad y sin temerarias certezas intentan vivir su fe en un mundo que constantemente les plantean dudas morales irresolubles. Una de esas personas que han vivido su fe de forma cabal fue mi tía y madrina María Crisanta Morterero, más conocida entre la familia y sus conocidos por Justita, recientemente fallecida.
Creo que la conocía todo lo bien que una persona puede conocer a otra, y no negaré que tenía sus defectos que ella misma no ocultaba. De sus labios escuché la historia de su negativa a tomar los hábitos cuando era joven porque no estaba dispuesta a obedecer a nadie, lo que apuntaba ya entonces hacia una flagrante trasgresión de las virtudes de humildad y paciencia. Y puede que la castidad practicada fuese más por no aguantar las órdenes de un marido que por su entrega a Dios.
Pero a lo largo de las seis décadas que vivió rodeada de más de dos docenas de sobrinos dio muestras admirables de compaginar su fe inquebrantable con el cariño hacia nosotros. Matrimonios civiles y homosexuales, divorcios, embarazos no deseados, y un largo etcétera de experiencias vitales de mis primos, hermanos y mía propia que le obligaba a dudar si anteponer sus propias convicciones morales y religiosas reprobando nuestro comportamiento, o darnos su cariño y amor mostrando confianza y respeto hacia nuestras decisiones. Estricta consigo misma y comprensiva con los demás, siempre optó por no juzgarnos según su fe, sino según su corazón.
Murió como vivió, mirando directamente a los ojos, sin evitarse un dolor o una incomodidad si era para dar muestras de su fe. Y sin dejar nunca de mostrar su cariño, su amor y su comprensión hacia los suyos, por muy lejos que sus vidas estuvieran de su fe católica.

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