domingo, 28 de febrero de 2010

Cuando la dignidad abandona los altares y se refugia en las cárceles

Hace algo de un mes publiqué un post en este blog titulado Nadie dijo que luchar no fuera peligroso, en el que confrontaba la lucha por la dignidad de Aminatu Haidar y Juan López de Uralde, y la amanerada admonición del portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Martínez Camino, cuando amenazó a los políticos que apoyen la nueva ley del aborto que se convertirán en "pecadores públicos" y, por lo tanto, no podrán comulgar.
Dos hechos lamentables me obligan a escribir de nuevo sobre el tema. Uno, la muerte de Orlando Zapata Tamayo tras una huelga de hambre emprendida para que el gobierno cubano le reconociera su condición de “preso de conciencia”; por otro lado, la declaración del ínclito Martínez Camino en el que reitera la excomunión de los y las parlamentarias que votaron a favor de la nueva Ley de Reproducción Asistida y no, en cambio, del Rey que sanciona la Ley.
La lucha de Zapata fue, como la de Haidar, una lucha a muerte por la dignidad. La lucha de Zapata para ser verdadera tenía que ser así. Y si falleció fue porque el gobierno de la República de Cuba fue incapaz de comprender que la verdadera lucha por la dignidad y la libertad no puede confundirse con las luchas partidarias o nacionales. Lo que a duras penas reconoció el Reino de Marruecos a Aminatu, la sinrazón del gobierno cubano privó a Orlando, que contaba con el aval de Amnistía Internacional para su condición de preso de conciencia.
Los derechos humanos, el derecho a la libertad, a la libre conciencia, a la libre expresión, a un trato justo y digno, nunca pueden estar en función del individuo en cuestión. Esto es algo que decenas de gobiernos y tras ellos muchas de sus sociedades, entre los que se encuentran los gobiernos de la República de Cuba y de los Estados Unidos de América, no quieren comprender: que cualquier persona, independientemente de su comportamiento, del delito que haya podido cometer (preso común, político, terrorista, etc.), es un sujeto pleno en sus derechos. La vida de Orlando Zapata, sus supuestos o reales delitos, no le privaban de unos derechos inherentes que la República de Cuba le negó. Por ello, la dignidad de esa República mengua al mismo tiempo que se engrandece la de Orlando Zapata.
Por su parte, la dignidad de la Conferencia Episcopal Española se disuelve en sus propias contradicciones. Tras la aprobación de la Ley mal llamada del aborto, el portavoz Martínez Camino ha recordado que cualquier político católico que vote a favor de la ley queda "fuera de la comunión eclesial" y, por lo tanto, no podrá acercarse a comulgar. Pero la supuesta firmeza ha chocado con una evidencia: que hoy por hoy es imposible excomulgar al Rey de España, porque más allá de las cuestiones teológicas (que para Camino "no es necesaria una exhortación especial") es políticamente imposible que el jefe del Estado Vaticano autorice que a un rey católico se le prive de la comunión.
La iglesia Católica, una vez más, se ha visto embarrada en sus dobles intereses, y vuelve a quedar en evidencia frente a la lucha por la dignidad de personas como Haidar y Zapata. Si la iglesia Católica tuviese aunque solo fuera una centésima parte de la convicción moral de estos apóstoles contemporáneos, no podría mantener ese aparente virtuosismo ético. Claro que pedirle virtud y moral a la iglesia Católica es como pedirle peras al olmo.

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